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El resurgimiento de la Alemania Nazi (tercera parte)
Continuación de El resurgimiento de la Alemania Nazi (segunda parte)
La caída del Muro
Desde que se relajó la presión comunista en Europa Oriental, y finalmente cedió a fines de los años de 1980 y al comienzo de los 90, los fascistas han estado clamando para llenar el vacío de poder. Exactamente 66 años después que Hitler fuera arrestado por su famoso golpe de Estado [el Putsch de la Cervecería], nada aceleró más este cambio de poder que la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989. Casi de la noche a la mañana estaba ocurriendo un reavivamiento del neonazismo en la madre Patria. Ellos habían estado ocultos bajo tierra demasiado tiempo. Como el título sencillamente lo sugiere, el libro La Bestia vuelve a despertar revela los detalles insidiosos de este siniestro reavivamiento.
La cronología de los eventos, junto con algunas alarmantes estadísticas desde la caída del Muro en 1989, debería servir como suficiente advertencia de que la Alemania nazi está volviendo a atacar, y con furia.
De 1990 a 1991, el número de extremistas de derecha aumentó de 32.000 a 40.000. No es sorprendente que el número de incidentes racistas violentos también aumentó en 1991. Hubo 1.483 de estos incidentes violentos registrados ese año – diez veces más que en 1990. ¡Aún más espantosos son los estudios que indican que del 50 al 60 por ciento de la policía en algunas áreas simpatizan con la causa nazi! La aplicación de la ley en algunas áreas para prevenir los crímenes de odio racial, en el mejor de los casos fue con un entusiasmo a medias.
Para 1991, los oficiales alemanes admitieron que habían subestimado seriamente el movimiento nazi.
La situación empeoró en 1992, cuando se estimó que el número de los extremistas de derecha excedieron los 65.000. Hubo más de 2.100 incidentes raciales violentos en los que 17 personas fueron muertas. Las explosiones y bombas incendiarias fueron un 33 por ciento más que en 1991. Para este tiempo, observadores fuera de Alemania comenzaban a darse cuenta. Martín Lee escribió que, “por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial la situación se había deteriorado, hasta el punto que los inmigrantes comenzaron a huir de Alemania, esperando tener un asilo seguro en otros países” (ibíd.).
Un incidente particularmente aterrador ocurrió en Rostock, un pequeño puerto del Mar Báltico, localizado aproximadamente a 160 kilómetros al norte de Berlín. “En una escena completamente evocadora de los años 30, miles de residentes locales vociferaron aprobando, mientras una multitud de neonazis atacaba un centro de refugiados para gitanos rumanos” (ibíd.). Los nazis terminaron incendiando ese refugio y otra hostería cercana mientras la policía local se quedó sin hacer nada y observaba. Un funcionario admitió después que, “la policía tenía un arreglo con los alborotadores de no intervenir”.
Aún más perturbador fue la admisión por parte de las autoridades gubernamentales en el estado de Mecklenberg de que ellos estaban enterados de los planes neonazis de “limpiar” a Rostock, antes de que los incendios ocurrieran. Pero debido a “la escasez de hombres”, fueron incapaces de enviar policías anti disturbios. Sin embargo, ellos sí fueron capaces de presentarse días después cuando más de 1.000 personas, muchos de ellos inmigrantes, salieron a protestar por los ataques nazis.
Pero el suceso más escandaloso que resultó de las hostilidades durante toda la semana, fue a finales de la misma cuando “el gobierno alemán cedió ante la turba neonazi al ordenar que todos los refugiados salieran de Rostock. De aquí en adelante, esta ciudad de 250.000 habitantes y económicamente deprimida, estaría libre de extranjeros tal como lo eran Hoyerswerda y varios otros reductos limpiados étnicamente en la “Faterland”. Luego vino un anuncio oficial de que cerca de 100.000 gitanos serían pronto deportados a Rumania y otras partes de Europa Oriental” (ibíd.).
Esperando acabar con las ardientes tensiones raciales, la decisión del gobierno de deportar a los inmigrantes sólo agregó combustible al fuego. Animados por su victoria en Rostock, una nueva ola de violencia neonazi y ataques a extranjeros se extendió a 100 ciudades diferentes durante las siguientes dos semanas. A medida que los periódicos alemanes lucían encabezados, en primera plana a lo largo y ancho de la nación, algunos observadores se tuvieron que preguntar, “¿podría suceder otra vez?”
Después de perder el tiempo durante meses, la administración del Canciller Helmut Kohl finalmente pareció reprimir a la extrema derecha, a comienzos de 1993 cuando declaró ilegales a ciertos grupos. Pero esto no fue más que una bofetada con guante blanco.
Ese mismo año (el 27 de mayo), el Bundestag buscó llevar más allá las demandas neonazis, cuando aprobó la ley de asilo que puso firmes restricciones sobre los inmigrantes que buscaban asilo en Alemania. Las Naciones Unidas y varios grupos de derechos humanos denunciaron la ley vehementemente.
Tal acción gubernamental confirmaba lo que muchos fuera del país ya sospechaban: que la influencia de la extrema derecha estaba penetrando incluso los políticos moderados como los del partido Demócrata Social de Kohl.
Algo oscuro y siniestro estaba fermentándose en la “Faterland”. La ola de violencia neonazi en 1991 y 1992 asustó a los inmigrantes en Alemania y alertó al mundo ante el hecho de que el nazismo no estaba muerto, al menos no dentro de los círculos de derecha. Pero había rumores de mayor gravedad descubriéndose dentro de los más altos niveles del gobierno alemán. ▪
Continúa en El resurgimiento de la Alemania Nazi (cuarta parte)