Friedrich Kaulbach
El profano Imperio Romano (tercera parte)
Continuación de El profano Imperio Romano (segunda parte)
El Sacro Imperio Romano germano
El imperio de Carlomagno, uno de los más grandes en haber gobernado sobre Europa, ni siquiera sobrevivió a su hijo y sucesor. Cuando se disolvió, los pueblos en el lado occidental de su imperio serían conocidos en el futuro como los franceses. Los pueblos de habla germana entre el Rin y los eslavos del este se transformaron en Alemania. El hecho de que él haya gobernado sobre ambos pueblos es la razón de porqué algunos se disputan la herencia nacional de Carlomagno.
Aunque podría haber alguna controversia acerca de las raíces de Carlomagno, no hay ninguna acerca de la siguiente resurrección. Otto el Grande, ungido como rey germano en el año 936, fue el primero de una larga lista de emperadores germanos, en dominar la arena política europea. El Papa le confirió la corona imperial a Otto en el año 962. Y durante los siguientes 800 años los reyes germanos se hicieron llamar, “Emperadores romanos de la nación alemana”.
Como muchos que siguieron sus pasos, Otto fue un guerrero cruel. Él propagó enérgicamente la “cristiandad” con la espada. La Enciclopedia Británica dice que él estaba “sujeto a violentos estallidos de pasión” y que “su política era aplastar todas las tendencias de independencia” (“Otto I”, 11ª edición).
En cada nuevo territorio que él conquistaba, Otto establecía cuidadosamente nuevas colonias germanas. Esto marcó el amanecer del nacionalismo germano. Antes de este tiempo, los germanos todavía estaban divididos grandemente según su tribu. “Pero cuando sus reyes adquirieron el derecho a ser coronados emperadores romanos, ellos mismos se convirtieron en la raza imperial. Por consiguiente comenzaron a enorgullecerse del nombre común germano. Un sentimiento de nacionalismo despertó así; uno que nunca más dejaría a los germanos aun en sus periodos más oscuros” (Henry Northrop, Historia del Mundo, vol. 1).
Este espíritu nacionalista de dominio mundial es lo que condujo a muchos reyes germanos a cruzar los Alpes hacia Italia en busca de todo lo romano. Aunque las relaciones entre los emperadores germanos y los papas católicos no habían estado exentas de competencia y lucha por la supremacía, queda claro porqué esta relación ha sobrevivido la prueba del tiempo. Los emperadores germanos siempre han sabido que el camino hacia el dominio mundial pasa por Roma. Igualmente, el papado ha sabido desde hace mucho tiempo que la única forma de propagar enérgicamente su religión es cabalgar sobre la espantosa bestia política que empuña la espada.
Preservando la unión
Aunque no hay suficiente espacio para extenderse acerca de cada emperador que gobernó durante el tercer resurgimiento del Sacro Imperio Romano, es importante mostrar al menos hasta dónde llegaron muchos reyes germanos en su afán de tener lazos estrechos con el papado. Los siguientes dos sucesores de Otto el Grande, su hijo y su nieto, pasaron gran parte de sus vidas, y más tarde murieron, en las cercanías de Roma. Luego, Enrique IV (1056-1106), después de haber sido excomulgando de la iglesia, esperó fuera del castillo del Papa en condiciones climáticas muy frías por tres días antes de que el pontífice saliera a concederle el perdón. Federico Barbarosa (1152-1190) pasó 15 años en el norte de Italia durante seis diferentes expediciones militares. Él también tenía el ahínco de mantener viva la antigua gloria y poder del Imperio Romano.
Federico II (1212-1250), el nieto de Barbarosa, fue el último gran emperador en gobernar durante aquel resurgimiento del Imperio Romano, bajo el dominio germano. Federico fue uno de los emperadores germanos más notables que ha habido. Para él, el gobierno ideal era el de un estado totalitario.
Al igual que los emperadores anteriores a él, Federico también se consideraba a sí mismo bastante “religioso”. En 1224 él estableció la legislación que permitía que los herejes ardieran en la estaca. El Papa Honorius III y su sucesor, Gregorio IX, estaban encantados con esa ley.
Después de la muerte de Federico, el Imperio Romano se fue a dormir de nuevo; otro valle entre las siete “cimas de los montes”. El escenario estaba listo para que otra familia germana se congraciara con el Vaticano en su misión por el dominio mundial. ¡Ese linaje real finalmente abarcaría un periodo de 600 años de historia! ▪
Continúa en El profano Imperio Romano (cuarta parte)