Tomohiro Ohsumi/Getty Images
Una lección de los robots que dan volteretas
Recientemente leí una profecía hecha por el profeta Isaías hace unos 2.500 años. Hablando sobre los tiempos finales, Isaías escribió: “Además su tierra está llena de ídolos, [y] se han arrodillado ante la obra de sus manos y ante lo que fabricaron sus dedos ”.
Tan solo minutos después de haber estudiado esta profecía del tiempo del fin en Isaías 2, vi un video de un robot llamado Atlas, el “humanoide más dinámico del mundo”, realizando una impresionante rutina de saltos al cajón y giros en el aire, terminando con un salto hacia atrás. Boston Dynamics había publicado el video en YouTube, y en el lapso de una semana había sido visto más de 11 millones de veces.
El director ejecutivo de SpaceX, Elon Musk, fue uno de los millones que vieron el video, y él tuiteó: “Esto no es nada, en unos años, ese robot se moverá tan rápido que necesitaremos una luz estroboscópica para verlo”.
La respuesta natural a dicha tecnología es maravillarse ante el asombroso progreso y poder intelectual de la humanidad. Tengo pensamientos similares cuando leo sobre desarrollos en inteligencia artificial, o considero los algoritmos detrás de Facebook y Google, o incluso cuando veo las capacidades de un iPhone común.
La humanidad en el siglo xxi es increíblemente inteligente.
Y ahí está el problema. La progresión lógica de maravillarse ante la brillantez de la humanidad es confiar en esta brillantez para que dé guía y liderazgo. Si podemos descubrir cómo crear un humanoide acrobático, entonces a la larga seguramente podemos curar nuestras enfermedades y finalmente borrar el sufrimiento humano.
Cuanto más conocimiento adquirimos, más tendemos a confiar en nuestras propias habilidades, especialmente en los productos, tecnologías y filosofías de las personas inteligentes entre nosotros.
Esto puede ser peligroso. Adquirir conocimiento tiende a fomentar el orgullo y la autosuficiencia. Perdemos de vista el hecho de que la mente humana es limitada, imperfecta y disfuncional. Creemos que nuestro intelecto está a la altura de cualquier tarea y puede solucionar todos los problemas. No nos damos cuenta de que nuestros problemas más fundamentales, no se pueden resolver a través de la ciencia y el razonamiento humano.
A pesar de lo mágicas que son muchas de nuestras tecnologías, ¿está nuestro cúmulo de conocimiento colectivo mejorando significativa y permanentemente la condición humana?
Lo más importante, nuestras creaciones mágicas nos han separado de Dios, tal como profetizó Isaías. Nos “arrodillamos ante la obra de sus manos y ante lo que fabricaron sus dedos”. Atlas, el robot acrobático, Facebook, Google, el iPhone: estos son invenciones realmente asombrosas, pero ¿acaso no acabamos de reemplazar a ídolos tallados en madera y piedra con aquellos tallados de tungsteno y silicato? Estamos adorando la obra de nuestras propias mentes e imaginaciones.
Piense en el impacto final de estas creaciones y todo nuestro progreso intelectual. ¿Ha ayudado Atlas el robot gimnasta, o Facebook y Google, o el iPhone a hacernos más modestos, más educables, más desinteresados, más serviciales? ¿Es la humanidad más feliz, más saludable y más fuerte, física, mental, emocional y espiritualmente? ¿Se llevan mejor los seres humanos?
No estoy criticando a las personas inteligentes, la tecnología o la búsqueda de conocimiento. Estoy agradecido de vivir en el siglo xxi y de poder viajar a Europa en un jet y no en un velero. El problema no es el conocimiento, los dispositivos o las personas inteligentes. El problema es la naturaleza humana y nuestra tendencia a invertir nuestra esperanza, fe y confianza en la mente humana.
¡El problema, como advirtió el profeta Isaías hace 2.500 años, es que hemos hecho un ídolo de la mente humana!
Estamos tan cegados por nuestra adoración de la mente humana y el reino material que no vemos a Dios y Su plan para los seres humanos.
El poder y la supremacía de Dios pueden “percibirse claramente en las cosas que han sido hechas” (Romanos 1:20). La creación física más asombrosa de todas, el universo, declara la existencia de su Creador. Sin embargo, las personas inteligentes insisten en que las innumerables maravillas en el mundo natural que nos rodea son producto del azar; no diseñadas, construidas o creadas. Luego se dan la vuelta y se maravillan de las obras de nuestras propias manos.
El desarrollo de Atlas y otras maravillas artificiales debería hacernos asombrar aún más ante el potencial dado por Dios de la mente y el cerebro humanos. Si somos humildes y enseñables, veremos ese clip de Atlas y nos maravillaremos que los seres humanos incluso poseen la habilidad de pensar, razonar y crear. Nos preguntaremos: ¿De dónde viene el genio creativo del hombre? Olvídese de cuánto conocimiento tenemos: piense en cómo el hombre llegó a poseer la habilidad de siquiera adquirir conocimiento.
Recuerde también esto: aunque las personas inteligentes pueden hacer robots y iPhones, no pueden responder a esas preguntas. Su inteligencia es limitada e incompleta. Por lo tanto, se debe tener precaución antes de invertir esperanza y confianza en las personas inteligentes, para obtener soluciones a largo plazo y las respuestas correctas.
Si usted quiere entender por qué los seres humanos han tenido mucho éxito en algunas áreas y tan poco en otras, solicite El Increíble Potencial Humano, de Herbert W. Armstrong. Fuera de la Biblia, usted no encontrará un libro mejor para explicar la mente humana y nuestra habilidad de pensar, razonar y crear. Este libro es especial, no porque proviene de una persona inteligente, sino porque proviene de la mente de Dios. Y obtener información de la mente de Dios, ¡ah, eso es inteligente! ▪