¿Son importantes la vestimenta, la cortesía y los modales?
En un vuelo reciente, ocupé mi asiento junto a la ventanilla en un avión pequeño. Un hombre ocupó el asiento de al lado. Llevaba gafas de sol oscuras, un pañuelo y unos jeans muy rasgados. Lo saludé y se mostró muy cortés. Resultó que era un soldado que trabajaba en inteligencia militar, y regresaba con su esposa y sus hijos tras un largo despliegue. Mantuvimos una conversación maravillosa y sustanciosa sobre los eventos mundiales y el estado de la nación. Cuando aterrizamos, se quitó las gafas y el pañuelo. Vi por primera vez que era un hombre apuesto.
De forma natural, juzgamos a las personas por su vestimenta y su apariencia. Este hombre proyectaba cierta imagen, en mi opinión una no favorable. Si no hubiera estado sentado a su lado, no se me habría ocurrido entablar conversación y habría sido peor por ello.
La sociedad actual ve una reducción generalizada de los estándares de vestimenta. Muchos viajeros parecen pensar que, puesto que uno puede dormir una siesta a bordo del avión, debe viajar en pijama. A menudo me asombra lo que mucha gente lleva en público: ropa muy ajustada o incómodamente pequeña que deja al descubierto la piel antiestética; cortes de pelo extraños y multicolores; tatuajes y piercings. El otoño pasado, el líder de la mayoría del Senado de Estados Unidos, Chuck Schumer, decidió dejar de aplicar el código de vestimenta, el cual exigía atuendo formal en el hemiciclo del Senado. Así que uno llegó en jeans, botas y sin corbata; otro llegó de sudadera con capucha y pantalones cortos de gimnasia. Incluso los funcionarios de nuestro gobierno están relajando las normas.
Su forma de vestir refleja su carácter. La persona vestida de forma descuidada y extravagante está diciendo: No tengo mi vida en orden. Y también: La única persona que me importa soy yo. No respeto a los que me rodean; puedo hacer lo que quiera. Eso, sencillamente, no es pensar con sensatez.
Jesucristo dijo a Sus discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder” (Mateo 5:14). Usted no puede ser una luz si simplemente sigue las tendencias del mundo. Él dijo que dejáramos brillar nuestra luz para que la gente pueda ver nuestras buenas obras y glorificar a Dios (versículos 15-16). Su forma de vestir forma parte de ello, al igual que sus normas de conducta y conversación. Cristo dijo dos veces que Él es la luz del mundo (Juan 8:12; 9:5). Siempre fue consciente de Su ejemplo; eso es pensar conforme a Dios.
El verano pasado visité Filadelfia. Algunas partes de esa ciudad son inspiradoras, pero otras están pobladas de zombis drogados y llenas de basura. En YouTube hay videos de esta ciudad de hace un siglo. En el Zoológico de Filadelfia, en la década de 1920, todo el mundo llevaba trajes completos, vestidos bonitos y sombreros elegantes. Incluso los niños iban elegantemente vestidos.
Sin embargo, estos asistentes al zoológico casi se ven desaliñados en comparación con los transeúntes parisinos de 1902. Las grabaciones de ese lugar están llenas de esmoquin finos y vestidos formales bien hechos; hasta el último individuo es un cuadro de elegante perfección. Observe esas grabaciones y reconocerá al instante hasta qué punto han caído los estándares en tan sólo unas pocas generaciones.
En la actualidad, las ciudades de todo EE UU están cayendo en la sordidez. A Satanás el diablo le encanta ver tal degradación porque odia a los seres humanos. Disfruta viendo a la gente degradada y deshonrada. Dios quiere que todo se haga “decentemente y con orden” (1 Corintios 14:40). Él mantiene altos estándares, y le importa cómo nos vestimos y actuamos, especialmente en público (vea Mateo 22:11-13; Salmos 33:13-15). El lugar para la ropa de gimnasia es el gimnasio, no los restaurantes ni las tiendas. Practicar una buena higiene, estar aseado y limpio, arreglarse adecuadamente y vestir con elegancia demuestra dignidad y el debido respeto por los demás.
La cortesía y los modales también son fundamentales. También aquí la tendencia de la sociedad es desagradable: la grosería, el mal gusto, la falta de decoro y los desagradables arrebatos emocionales son cada vez más comunes. Estudios han detectado un aumento en este tipo de comportamientos sobre todo desde la pandemia de covid-19, que atrapó a la gente en sus casas durante meses dejándolas carentes de socialización. Esa trágica experiencia parece haber sobrealimentado el ensimismamiento de la gente y asestado un golpe mortal a la civilidad.
1 Pedro 3:8 nos dice: “Sed (…) amigables”. 1 Corintios 13:5 dice que el amor “no hace nada indebido”, es decir, de forma impropia, indecorosa, indecente. La cortesía significa ser considerado con la forma en que nuestra apariencia, comportamiento y forma de hablar afectan a otras personas. Significa ser considerado y creativo a la hora de hacer cosas agradables por los demás. La importancia de ejercer la cortesía en toda nuestra comunicación se enfatiza en Colosenses 4:6: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno”. El hecho de que la sociedad esté olvidando estos principios básicos de educación debería hacernos aún más decididos a mantenerlos firmes.
“En medio de una generación maligna y perversa”, Dios quiere que resplandezcamos “como luminares en el mundo” (Filipenses 2:15). Esto significa resistirse a la dirección de la sociedad y mantener estándares divinos. Antes de aventurarse en público, preste atención a su forma de vestir y arreglo personal. Esfuércese por tener una conducta y modales ejemplares. Trate a la gente con amabilidad y cortesía. Por muy oscuro que se vuelva el mundo, siga dejando brillar su luz.