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Ruanda 30 años después

(PETER TURNLEY/CORBIS/VCG VÍA GETTY IMAGES)

Ruanda 30 años después

Lo que una pequeña nación de África Oriental puede enseñar al mundo

Cien días. Cien días de una vorágine de carnicería que se traga su país, su ciudad, su barrio. Cien días de vecinos volviéndose contra vecinos, de familias contra familias, de gente conocida transformándose de la noche a la mañana: algunos en cazadores, otros en cazados. Cien días en los que el resto del mundo desaprueba santurronamente con el dedo mientras su país se masacra.




En esta situación se encontraba Ruanda hace 30 años. Después de que el avión del presidente Juvenal Habyarimana fuera derribado cerca de Kigali, la capital de Ruanda, el gobierno dominado por los hutus lanzó un genocidio planificado de antemano contra el pueblo tutsi. En los cien días que transcurrieron entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994, cientos de miles de tutsis, twas y hutus moderados perdieron la vida en una carnicería medieval. Cuántos murieron es objeto de controversia. Los estudiosos estiman que el total oscila entre 500.000 y 800.000. El gobierno ruandés y las Naciones Unidas sitúan la cifra en más de un millón.

El 7 de abril se cumplieron 30 años del conflicto. ¿Cuáles son sus impactos duraderos? ¿Hasta dónde ha llegado Ruanda?

Un holocausto de la noche a la mañana

Incluso comparado con otras tragedias en África, lo que ocurrió en Ruanda fue horrible. El mero hecho de ser sorprendido con una tarjeta de identificación tutsi bastaba para que la policía ejecutara a una persona. Pero las autoridades no hicieron todo el trabajo; los programas de radio animaban a los civiles hutus a cazar a sus vecinos tutsis y asesinarlos. Los agresores utilizaban machetes y otras herramientas de mano para destrozar a la gente hasta matarla. Hombres con vih/sida violaban a mujeres para infectarlas intencionadamente.

Adeline, una sobreviviente que dio su testimonio a la onu, relató un episodio en junio de 1994. Ella y su hermana fueron tomadas como rehenes por “maridos” hutus que las trataban como esclavas sexuales. Las milicias estaban rastreando hasta el último pueblo para acabar con todos los tutsis. La suegra de Adeline la ayudó a escapar. Su hermana, sin embargo, no lo consiguió. Desconsolada, Adeline se entregó a los Interahamwe, uno de los escuadrones de la muerte más famosos, para que la mataran.

“En lugar de matarme”, relató, “otro [miembro de los] Interahamwe me llevó a una casa abandonada y me violó. Me enseñó sus granadas y sus balas y me pidió que eligiera qué muerte prefería. Cogí una granada y la tiré al suelo con la esperanza de que me hiciera estallar, pero no explotó. Entonces llamó a sus amigos para que me castigaran”. Abusaron de ella durante días.

Cientos de miles de personas pasaron por calvarios como el de Adeline.

Cuando se producen crisis como éstas, la gente suele pedir a la onu que envíe una fuerza de mantenimiento de la paz, o al menos que haga algo. Ruanda fue un caso especial. La onu ya contaba con una presencia de 2.500 cascos azules para supervisar un acuerdo de paz firmado el año anterior entre el gobierno ruandés y los rebeldes tutsis. En cuanto comenzó la matanza masiva, la onu entró en acción, pero no para salvar a los tutsis. No, se apresuraron a salir del país. Según las normas de la onu, las fuerzas de paz sólo podían utilizar la fuerza en defensa propia o para evacuar a extranjeros. A principios de abril, el gobierno ruandés masacró a 10 cascos azules belgas, lo que llevó a Bélgica a evacuar sus fuerzas. Otros países que contribuían a la misión de la onu no tardaron en seguir su ejemplo. La presencia de la onu se redujo de 2.500 soldados a 270.

En un ejemplo indignante, el primer día del genocidio, unos 2.000 tutsis intentaron refugiarse en la École Technique Officielle, una escuela secundaria católica en las afueras de Kigali. Los extremistas hutus los localizaron y los habrían masacrado inmediatamente de no ser por las tropas belgas de la onu que custodiaban el edificio. Pero cuando Bélgica ordenó a sus soldados que regresaran a casa el 11 de abril, estos obedecieron. Los extremistas llegaron poco después y masacraron a casi todos.

“Recuerdo que uno de nosotros les pidió [a las tropas de la onu] que nos dieran algunas armas para poder protegernos”, recordó Venuste, un superviviente. “Pero aun así se negaron”.

Secuelas

El genocidio terminó cuando el Frente Patriótico Ruandés (fpr), un grupo rebelde, derrocó al gobierno en julio. El nuevo régimen, analizando la sangrienta ruina dejada atrás, trajo algo de estabilidad. Pero como era de esperarse, eso no significó que las heridas cicatrizaran inmediatamente.

A medida que avanzaba el fpr, miles de hutus, incluidos muchos de los responsables del genocidio, cruzaron la frontera hacia Zaire (hoy República Democrática del Congo o rdc), por temor a las represalias. En 1996, el nuevo gobierno de Paul Kagame invadió Zaire para acabar con los vestigios del antiguo régimen. En lo que se conoció como la Primera Guerra del Congo (1996-1997), el fpr mató, según estimaciones de grupos de derechos humanos, hasta unos 200.000 hutus en Zaire.

La guerra terminó cuando el dictador de Zaire, Mobutu Sese Seko, huyó del país. Su sucesor, Laurent Kabila, obtuvo el poder gracias al patrocinio ruandés. Pero receloso de la nueva influencia de Ruanda en el país, ordenó la salida de las tropas extranjeras y comenzó a apoyar a los que quedaban de Interahamwe. Ruanda respondió entrando en guerra contra el gobierno de Kabila. Esto condujo a la Segunda Guerra del Congo (1998-2003), también conocida como la Guerra Mundial de África. En ella participaron la rdc, Ruanda, Uganda, Angola, Sudán, Chad, Zimbabue y miríadas de milicias, y costó la vida de unos 5,4 millones de personas. La mayoría de ellas murieron a causa de las enfermedades y la malnutrición asociadas al conflicto. Aun así, la Segunda Guerra del Congo fue el conflicto más mortífero para el hombre desde la Segunda Guerra Mundial.

Y todo esto surgió de aquellos fatídicos 100 días de 1994.

La recuperación dentro de la propia Ruanda fue mucho menos violenta. Pero un genocidio con un número tan elevado de participantes significó un gran número de encarcelamientos. En 2001, el sistema judicial ruandés tenía unos 115.000 casos pendientes de juicio. Para aliviar parte de la presión sobre el sistema judicial, el gobierno estableció los tribunales gacaca (hierba), tribunales localizados presididos por personas destacadas de las comunidades. La equidad e imparcialidad de los tribunales gacaca varió. En 2010, cerca de 1,5 millones de casos pasaron por el sistema gacaca.

Reconciliación

No toda esta historia es pesimista. Ruanda ha hecho auténticos intentos por reconciliar a su población dentro de sus fronteras y superar la catástrofe. Con una población tan numerosa cómplice del genocidio, el gobierno de Kagame no podía meter a todo el mundo tras las rejas. El gobierno concedió una amnistía masiva a los presos que confesaron haber cometido actos de genocidio y pidieron perdón públicamente. Sólo en marzo de 2004, 30.000 personas recibieron así el indulto.

El gobierno también ha trabajado duro para fomentar una nueva identidad nacional que borre las divisiones que condujeron a los horrores de 1994. Esto incluyó la abolición del sistema de clasificación étnica mediante tarjetas de identificación. Este sistema era una reliquia de la dominación colonial belga. Para empezar, algunos dicen que no hay mucha diferencia entre hutus y tutsis; hablan el mismo idioma, viven en las mismas áreas generales y mantienen la misma religión. El gobierno abolió este sistema de castas de la época colonial, convirtiendo a cada ciudadano en ruandés ante todo. Las 12 prefecturas de Ruanda fueron sustituidas por cinco provincias más grandes, cada una de ellas con una mayor mezcla intercomunitaria.

Una de las formas más visibles en que la sociedad ruandesa ha avanzado es a través de la creación de numerosos monumentos conmemorativos del genocidio. El memorial de Kigali, inaugurado en 2004, se convirtió en la última morada de los restos de unas 250.000 víctimas del genocidio. Desde entonces, los servicios educativos de los monumentos conmemorativos se han convertido en un componente básico de la educación de unos 2,5 millones de estudiantes ruandeses cada año. El memorial alberga ahora los Archivos del Genocidio. Los programas de divulgación del memorial ayudan a países vecinos como Kenia y Sudán del Sur a resolver sus problemas internos. Quizás lo más significativo es que el memorial proporciona un lugar donde los sobrevivientes y los perpetradores pueden reunirse en un entorno seguro y comenzar el proceso de sanación.

“Es un hogar para los sobrevivientes, pero también es un lugar para los perpetradores”, declaró a la Trompeta Dieudonné Nagiriwubuntu, director del Memorial del Genocidio de Kigali. “Así que sirve para que toda la familia de ruandeses venga a ver la realidad de lo que ocurrió, pero también a ver las soluciones locales iniciadas por los buenos líderes para restaurar la paz y la reconciliación en Ruanda”.


Retratos de algunas de las 500.000 a 800.000 víctimas del genocidio cuelgan en el Memorial del Genocidio de Kigali. (Crédito: YASUYOSHI CHIBA/AFP vía Getty Images)

Este tipo de trabajo ha dado algunos frutos positivos dentro de Ruanda. En una encuesta realizada en 2020 y copatrocinada por la onu y el gobierno ruandés, el 73,1% de los encuestados decía sentir que las heridas del genocidio habían cicatrizado; el 94,8% estaba de acuerdo en que “hoy los ruandeses pueden dejar a sus hijos con cualquier familia de sus barrios”; el 97,4% decía que se sentiría cómodo casándose con alguien de otro grupo étnico.

El ejemplo de Ruanda no es perfecto. Desde el genocidio, Ruanda ha estado efectivamente bajo una dictadura de partido único que ha utilizado sus estrictas leyes de rechazo al genocidio para perseguir a sus oponentes. Como todo empeño del hombre, la paz siempre viene con una salvedad.

Esto se debe a que, en última instancia, la verdadera paz sólo puede venir de Dios. Al resumir los experimentos de la humanidad para traer la paz a la Tierra, la Biblia dice: “No conocieron camino de paz…” (Isaías 59:8; vea también Romanos 3:17). La Biblia profetiza que la verdadera paz no se producirá hasta que Dios establezca Su gobierno directo sobre toda la Tierra (Isaías 9:6-7; Miqueas 4:1-4). Incluso entonces, esta paz no ocurrirá hasta que la gente se dé cuenta de que la paz va de la mano con la aceptación de Su propósito para crear al hombre en primer lugar. “[Este mundo] no ha podido revelar el propósito de la vida humana ni explicar su verdadero significado”, escribió Herbert W. Armstrong en The Wonderful World Tomorrow—What It Will Be Like [El maravilloso Mundo de MañanaCómo será; disponible en inglés]. “Ignora cuáles son los valores genuinos. ¡No conoce el camino de la paz!”. El Sr. Armstrong dijo que “el camino hacia la paz” es “posible sólo a través del Espíritu Santo, que proporciona comprensión espiritual”.

La Biblia es también un libro sobre las leyes de causa y efecto. Su mensaje puede resumirse en Deuteronomio 30:19: “… os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia”.

Existe una ley de paz, un camino de paz. Cuanto más sigan esa ley Ruanda y otras naciones, más paz tendrán.

Un aspecto de la ley de paz es el perdón. Jesucristo dio ejemplo de ello. Mientras Lo crucificaban, Jesús dijo con respecto a sus asesinos “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

“La gente quiere odiar a otra gente y matar a otra gente”, escribió el redactor jefe de la Trompeta, Gerald Flurry. “Mataron al Hijo de Dios, y Él los perdonó. Sin el perdón, ninguno de nosotros tendría la oportunidad de recibir la vida eterna” (la Trompeta, septiembre de 2015; disponible en inglés). El Sr. Flurry escribió eso a raíz del tiroteo masivo de 2015 en una histórica iglesia afroamericana en Charleston, Carolina del Sur. Comentó cómo algunos esperaban que Charleston estallara en disturbios raciales; en cambio, los sobrevivientes, incluso los que habían perdido a familiares, perdonaron públicamente al asesino, Dylann Roof. El Sr. Flurry señaló Charleston como ejemplo de cómo resolver las divisiones en EE UU.

Por supuesto, la división y el odio están muy extendidos en nuestro planeta. El apóstol Juan escribió que “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19). Y Dios quiere que el mundo entero aprenda lo que significa tener verdadera paz.

“En Su Sermón del Monte”, escribió el Sr. Flurry, “Cristo dijo: ‘Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios’ (Mateo 5:9). Esto forma parte de las Bienaventuranzas, las bellas actitudes que Cristo dio y que están en el corazón del cristianismo. ¡Él dijo bienaventurados los que hacen la paz! Serán llamados hijos de Dios” (ibíd.).

Ruanda sigue teniendo su buena dosis de problemas, pero su programa de perdón y reconciliación está dando frutos visibles.

“No es fácil hablar de reconciliación, hablar de perdón”, afirmó Nagiriwubuntu. “Pero es algo posible. Es un viaje posible. Así que puedo decir que en Ruanda está funcionando y va por muy buen camino. Pero sigue siendo un proceso en curso”.

La paz verdadera apunta en última instancia al Dios de paz, porque la obra de Dios en la Tierra hoy consiste básicamente en llevar paz verdadera a todo hombre que haya vivido. Isaías 9:6 llama a Jesús “Príncipe de Paz”. El versículo 7 dice que la ambición de Dios es que “Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite”.

“Hay un camino que conduce a la paz”, escribió el Sr. Flurry. “Nos demos cuenta o no, este es el único espíritu que resolverá nuestras relaciones raciales” (ibíd.).

Perdonar a nuestros enemigos —aprender a amarlos— tiene todo que ver con este camino de paz. Dios revela este camino de paz en Su Palabra escrita. Nos corresponde a nosotros aplicarlo.