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¿Quién tiene el derecho histórico sobre la Tierra Santa?
Una pregunta ha sido acaloradamente discutida una y otra vez en las últimas décadas, atrayendo la atención del mundo entero: ¿A quién pertenecen legítimamente Jerusalén y las tierras circundantes?
Incluso el planteamiento de tal pregunta es objeto de acalorados debates. ¿Deberíamos referirnos a estas tierras como “Israel”, “Palestina” o con algún otro nombre? ¿A quién debe considerarse exactamente un “israelí” o un “palestino”? ¿Qué mérito tienen las reivindicaciones surgidas durante el siglo pasado? ¿Qué hay de la historia antigua y bíblica? ¿Tiene la arqueología algo que decir? ¿Es siquiera posible llegar a una respuesta satisfactoria?
‘Reductivo’
Cuando israelíes y palestinos se enfrentan, se producen casi religiosamente en las redes sociales mapas como el de arriba, que muestran la drástica expansión de “Israel” y la reducción de “Palestina” desde la Segunda Guerra Mundial.
Pero para cualquiera que tenga un conocimiento básico del tema, esta representación viral es absurda.
¿Por qué? El primer mapa (1946) muestra el territorio del Mandato de Palestina, controlado no por los “palestinos” sino por el Imperio británico. El segundo mapa (1947) no muestra la realidad sobre el terreno sino una partición propuesta por las Naciones Unidas. El tercer mapa (1949-1967), representa con exactitud el territorio de Israel, pero omite el hecho de que Cisjordania pertenecía a Jordania y Gaza a Egipto. El pueblo palestino jamás reclamó siquiera tener su propio Estado soberano, sino hasta 1988 (lo que niega por completo los tres primeros mapas).
La visualización de un pueblo palestino unido que ha perdido su territorio soberano o incluso semi-soberano a manos de Israel durante aproximadamente los últimos 77 años es un mito, y uno intencionado.
En todo caso, es Israel quien ha perdido territorio. Desde principios del siglo xvi, el Imperio Otomano controlaba gran parte de Oriente Medio, incluida Palestina/Israel. Los otomanos se aliaron con el Imperio alemán en la Primera Guerra Mundial y fueron derrotados por el Imperio británico y sus aliados en 1918. Hacia el final de la guerra, Gran Bretaña emitió la Declaración Balfour, que más tarde fue respaldada por Estados Unidos y otros países. Se prometió a los judíos un “hogar nacional del pueblo judío” que incluía todo Israel, Cisjordania y Gaza, además del país que hoy es Jordania. Jordania fue cortada en 1921 como un protectorado británico separado como tierra para los árabes de la región. Después, el plan de 1947quitó aún más tierras para los árabes.
La mentira común es que el Estado de Israel surgió en 1948 de la nada, con hordas de judíos europeos foráneos expulsando bruscamente a los árabes palestinos de sus hogares ancestrales. Para empezar, el Estado de Israel se materializó en 1948 como una población originariamente nativa que surgió del territorio británico.
Los británicos llamaron “Palestina” al territorio al oeste del río Jordán. La población era principalmente árabe, pero una importante minoría judía también había vivido allí durante siglos. El gobierno del Mandato Británico reconocía tres lenguas oficiales, inglés, árabe y hebreo, y su documentación y acuñación de moneda se refieren al territorio dualmente como Palestina y como י״א (la abreviatura hebrea de Eretz Yisrael, o “Tierra de Israel”).
Cuando Gran Bretaña se retiró en 1947 recurrió a las recién formadas Naciones Unidas para que dividieran la tierra entre árabes y judíos y crearan una patria para los emigrantes tras la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. La ciudad de Jerusalén sería controlada por las Naciones Unidas. La Asamblea General de la onu aceptó el subsiguiente reparto de tierras, aprobando la medida por 33 votos a favor y 13 en contra en 1947, y Gran Bretaña aceptó retirarse a finales de 1948.
Los representantes judíos aceptaron el plan. Los árabes no.
‘Nakba’
Los gobiernos de la “Liga Árabe” de las naciones vecinas rechazaron enérgicamente este plan y cualquier otro plan de partición de la tierra. Al día siguiente de la votación de la onu, Palestina estalló en una guerra civil. Entonces, el viernes 14 de mayo de 1948, las tropas británicas se retiraron de forma preventiva, el Estado de Israel declaró oficialmente su independencia dentro de los territorios que le habían sido asignados y, al ponerse el sol del sábado, los aviones de guerra egipcios comenzaron a bombardear Tel Aviv.
Al día siguiente, los ejércitos de Egipto, Irak, Siria y Jordania atacaron Israel. Ordenaron a los árabes locales que evacuaran hasta que Israel fuera destruido. Muchos obedecieron y muchos más se quedaron para seguir luchando contra Israel.
De alguna manera, el incipiente Estado de Israel consiguió defenderse de las milicias árabes locales y del poderío combinado de Egipto, Irak, Jordania, Líbano, Marruecos, Arabia Saudí, Sudán, Siria y Yemen. Aún más, al hacerlo, fue capaz de ganar una cantidad significativa de territorio.
Muchos árabes aún se refieren a esta asombrosa derrota como la Nakba (Catástrofe). La victoriosa defensa de Israel produjo esencialmente unas fronteras cercanas a las que mantiene hoy en día: un territorio que se extiende desde el Golán en el norte hasta el golfo de Aqaba en el sur. Las fuerzas egipcias controlaron Gaza y las jordanas se apoderaron de Cisjordania y Jerusalén.
Los palestinos que huyeron siguen siendo “refugiados” tres generaciones después. Israel no desempeñó ningún papel en su expulsión, sino que se marcharon para facilitar la conquista de Israel. Las naciones que los animaron a huir no les darán la ciudadanía. El “derecho al retorno” de estos ciudadanos es una de las partes más polémicas de las negociaciones de paz.
Un Israel mucho más grande
En 1967, las tensiones y la enemistad no habían hecho más que agravarse y las fuerzas egipcias volvían a concentrarse en la frontera sur israelí. Expulsaron a las fuerzas de la onu de la península del Sinaí y de Gaza, tomaron posiciones de la onu que vigilaban el vital estrecho de Tirán y lo cerraron de inmediato.
Egipto, Jordania y Siria firmaron pactos entre sí, y las fuerzas iraquíes comenzaron a movilizarse dentro de Jordania. Ante la inevitable invasión, Israel lanzó un ataque preventivo contra los aeródromos egipcios y comenzó la guerra árabe-israelí de 1967.
Los resultados de 1967 fueron muy parecidos a los de 1948, sólo que mucho más dramáticos. En seis días, Israel cuadruplicó su tamaño. Conquistó de Egipto no sólo Gaza sino toda la península del Sinaí. Conquistó los Altos del Golán de Siria. De Jordania, capturó Cisjordania, incluida Jerusalén.
Muchos israelíes empezaron a asentarse en su territorio recién adquirido, sobre todo en Cisjordania. Ignorando los hechos que desencadenaron el conflicto, las potencias árabes e internacionales tacharon los asentamientos de “ocupación ilegal”.
La onu aprobó una resolución pidiendo a Israel que se retirara de los “territorios” conquistados durante esta guerra defensiva. Crucialmente, ésta no decía “todos los territorios”, de otro modo, Estados Unidos la habría vetado. Sin embargo, algunos citarán hoy esta resolución como prueba de que Israel ocupa ilegalmente Cisjordania.
Días después del final de la guerra, los israelíes devolvieron la jurisdicción del Monte del Templo de Jerusalén a las autoridades jordanas con la condición de que los judíos pudieran visitarlo libremente pero no orar en él. Al día de hoy, este lugar, el más sagrado del judaísmo (y el tercero del islam), está controlado por el Waqf islámico, y los visitantes judíos están vigilados y custodiados por la policía israelí.
Principios de paz (o no)
En 1973, Egipto y Siria volvieron a movilizarse y atacaron Israel, esta vez en el ayuno judío de Yom Kippur. Se produjeron intensos combates en el Sinaí y en los Altos del Golán, pero las fronteras de Israel no cambiaron sustancialmente.
Sin embargo, más tarde, en la década de 1970, se produjo un cambio sustancial. El presidente egipcio Anwar Sadat rompió con los “tres no” de la Resolución de Jartum de la Liga Árabe de 1967: “no a la paz con Israel, no al reconocimiento del Estado de Israel, no a las negociaciones con Israel”. Sadat ofreció la paz a Israel.
Los acuerdos de paz entre Egipto e Israel se confirmaron en los Acuerdos de Camp David de 1978, supervisados por Estados Unidos. Israel aceptó devolver el Sinaí a Egipto a cambio de la paz y la normalización de las relaciones entre ambos países, retirándose de algunos de los territorios que habían conquistado en la Guerra de los Seis Días y cumpliendo las exigencias de la onu. Tristemente, Sadat no viviría para ver los frutos de sus esfuerzos: a pesar de haber readquirido para Egipto la enorme masa continental del Sinaí sin que se disparara una bala ni se perdiera una vida, fue asesinado por yihadistas islámicos del ejército egipcio en 1981, un año antes de que Israel cediera el control total.
Ni la Guerra de Yom Kippur ni los Acuerdos de Camp David tocaron realmente la cuestión palestina. Israel también había estado llevando a cabo negociaciones secretas de paz con Jordania, pero cuando la noticia de estas negociaciones se filtró a la opinión pública, Jordania se distanció inmediatamente. Esto obligó a Israel a tratar directamente con los palestinos y el movimiento que la Liga Árabe reconocía como su representante: la Organización para la Liberación de Palestina (olp), dirigida por Yasser Arafat.
Estado terrorista
Entonces, la “insoluble” cuestión de Palestina y la idea de una “nación palestina”, es en realidad muy reciente. Fue hasta 1988 que la olp de Arafat ondeó su recién adoptada bandera negra, blanca y roja con la declaración de un “Estado de Palestina”. Esta declaración, de una entidad designada por Estados Unidos el año anterior como organización terrorista, tenía algunos problemas de legitimidad: la olp no tenía control sobre el territorio, y mucho menos sobre lo que declaraba ser su capital, Jerusalén. Más bien, pretendía conquistar Palestina mediante la lucha armada.
Aun así, la onu invitó a Arafat a hablar ante la Asamblea General, y 75 naciones de la onu reconocieron oficialmente a esta “Palestina” y a la olp sin territorio como un “gobierno en el exilio”.
La presión para que se reconociera a esta entidad creció con los años y, en 1993, Arafat y el primer ministro israelí Yitzhak Rabin firmaron los Acuerdos de Oslo, respaldados por Estados Unidos, en los que se reconocía a la nueva Autoridad Palestina (AP) de Arafat como representante oficial del pueblo palestino. Las negociaciones posteriores dieron como resultado que Israel retirara la población de Jericó, la mayor parte de Hebrón y la mayor parte de Gaza, y que la AP asumiera una jurisdicción semiautónoma sobre esas y otras zonas de Cisjordania.
En palabras del historiador israelí Efraim Karsh, Oslo representó el “error estratégico más estrepitoso de la historia [de Israel]. En total, más de 1.600 israelíes fueron asesinados y otros 9.000 resultaron heridos desde la firma de la [Declaración de Principios] hasta la fecha, casi cuatro veces el número de muertos de los 26 años anteriores” (“Por qué el proceso de paz de Oslo condenó la paz”, 2016). Esas cifras están ahora trágicamente desactualizadas.
En 2005, el gobierno de Israel, dirigido por Ariel Sharon, desalojó por la fuerza a unos 8.000 judíos de Gaza, entregándola al dominio palestino. El Primer Ministro en funciones, Ehud Olmert, aclamó el “notable proceso” de retirada de Gaza, declarando en una famosa cena de prensa: “Estamos cansados de luchar. Estamos cansados de ser valientes. Estamos cansados de ganar. Estamos cansados de derrotar a nuestros enemigos”.
Qué inquietantes son esas palabras ahora.
Derechos, bíblicos e históricos
Pero ¿hasta dónde llega el derecho histórico de Israel sobre la tierra? 1988? 1948? ¿1885, el año en que ondeó por primera vez la bandera con la estrella de David en la ciudad otomana de Rishon LeZion (al sur de Tel Aviv)?
Las conexiones de Israel con esta tierra se remontan a miles de años, hasta el segundo milenio a. C. El Antiguo Testamento muestra una presencia judía que se remonta hasta Abraham. Artefactos seculares, como la estela egipcia Merneptah, describen una nación israelita hace más de 3.000 años. El Nuevo Testamento y la historia romana muestran claramente un estado judío en la época de Jesucristo.
Incluso el Corán confirma la existencia histórica de Israel aquí. La figura más mencionada en el Corán es Moisés. El libro sigue en gran medida una interpretación de muchos de los acontecimientos de la Biblia hebrea y del Nuevo Testamento.
Dice que Alá “ordenó” para ellos la “tierra santa” (Al-Ma'idah 5:20-21). Les dio una “morada fija” (Yunus 10:93). Describe el Éxodo y a Dios dando a Israel la tierra de Canaán (Al-Isra 17:103-104).
Esta verdad es reconocida regularmente por los eruditos musulmanes. El pasado noviembre, un video del famoso autor y personalidad mediática saudí Rawaf al Saeen dirigido a los palestinos se hizo viral (visto más de 6 millones de veces). Abordando este tema de la legítima propiedad histórica y bíblica de la Tierra Santa, él expresó: “Ninguno de ustedes quiere un Estado palestino, ya que no tienen caso, ni país, ni tierra. Esta tierra pertenece a Israel, según el Corán. Y ustedes son un pueblo desplazado, dispersado de todas partes. Mongoles, turcomanos, circasianos, armenios, gitanos. Ustedes no tienen nada en Palestina. Palestina es el Estado de Israel, para el pueblo de Israel”.
Grandes imperios han conquistado la zona en repetidas ocasiones. En el año 135 d. C., el emperador romano Adriano intentó borrarla literalmente del mapa, cambiándole el nombre a Palestina (tierra de los filisteos), para tratar de desconectarla de su asociación con los judíos. Sin embargo, hasta el periodo de los otomanos y del Mandato británico, el pueblo judío nativo siguió viviendo en la tierra que era suya histórica, arqueológica y escrituralmente, según la Biblia hebrea, el Nuevo Testamento y el Corán.
Y en la historia más reciente, fueron los enemigos de Israel los que rechazaron un Estado que se les entregaba en bandeja, los que lanzaron invasiones e intentaron ampliar sus fronteras, los que perdieron tierras adicionales debido a su propia agresión e intransigencia. Es Israel el que recibió su territorio de la potencia dominante, ganando territorio sólo en guerras defensivas. Y es Israel el que ha devuelto inmensas extensiones de tierra, incluyendo incluso el lugar más sagrado del judaísmo, el Monte del Templo, todo en aras de la paz.
Compare la historia israelí de adquisición y derechos de tierras con la de casi cualquier otra nación, y tendrá que reconocer que Israel tiene uno de los mayores derechos legítimos sobre su tierra que cualquier país de la Tierra.
¿A quién pertenece la tierra?
¿Quién debe poseer qué tierra? es una pregunta con la que el hombre ha luchado durante siglos. Aún no ha encontrado una buena respuesta, como demuestran las guerras actuales en los Balcanes, Etiopía y Sudán. Pero para quienes creen en la Biblia, hay una respuesta clara.
“He aquí, de [el Eterno] tu Dios son los cielos, y los cielos de los cielos, la tierra, y todas las cosas que hay en ella” (Deuteronomio 10:14). En realidad, por encima de toda reivindicación sobre la Tierra Santa o cualquier otro territorio está el derecho del Creador que la hizo.
El Creador determina la propiedad de la tierra, y es Él quien decidió castigar a los cananeos por sus pecados, no en favoritismo hacia los israelitas, sino a pesar de los israelitas. Y esto no es diferente de cómo Él ha castigado a Israel, antiguo y moderno, por sus pecados (vea Levítico 18:25). “Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10:34), así que cuando el antiguo Israel tampoco obedeció a Dios, Él también los expulsó de la tierra en castigo por sus pecados (p. ej., Deuteronomio 9:4; 29:1-29; 2 Reyes 17).
También profetizó que en los tiempos modernos los judíos volverían a esa tierra. Cuando los británicos conquistaron Tierra Santa en 1917, estaban cumpliendo la profecía bíblica con increíble precisión (recuadro “Un dramático cumplimiento de la profecía”).
La profecía bíblica muestra que es la voluntad de Dios que los descendientes modernos de Israel tengan esta tierra en este momento. Otras profecías lo confirman. Zacarías 14 describe a los judíos perdiendo la mitad de la ciudad de Jerusalén poco antes del regreso del Mesías. Para que perdieran la mitad de ella sería necesario que antes poseyeran la ciudad entera. Así, hace miles de años, Zacarías 14 profetizó el resultado de la Guerra de los Seis Días de 1967.
El apóstol Pablo dijo a los atenienses que “de un solo hombre hizo [Dios] todas las naciones para que habitaran toda la tierra; y determinó los períodos de su historia y las fronteras de sus territorios” (Hechos 17:26; Nueva Versión Internacional). En última instancia, es Dios quien determina qué pueblos poseen qué tierras y cuándo.
A través del profeta Daniel, Dios reveló que “el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo da, y constituye sobre él al más bajo de los hombres” (Daniel 4:17). El libro de Daniel muestra que Dios da forma y moldea la historia. “Dios ha dado al hombre 6.000 años para gobernar a su manera, pero aun así se asegura de que todos los acontecimientos estén moldeados por Su plan maestro”, escribe el redactor jefe de la Trompeta, Gerald Flurry. “… Él gobierna hoy en el reino de los hombres” (Daniel Unlocks Revelation [Daniel revela Apocalipsis; disponible en inglés]).
El esfuerzo por borrar a Israel y negar el derecho de los judíos a esta tierra surge de una rebelión contra este plan. El verdadero objetivo no son los judíos, es un ataque contra Dios y un esfuerzo por socavar Su plan que es para el beneficio y la salvación de toda la humanidad.
La verdadera historia nos apunta hacia el Dios que lo profetizó y le dio forma. La historia antigua, las Escrituras, el registro arqueológico, los acontecimientos modernos y el futuro inmediato atestiguan una realidad deslumbrante: la Biblia es verdadera, el Dios de la Biblia es real y es el Dios no sólo de los judíos o del resto de los israelitas, sino de toda la humanidad.