¿Qué es el pecado?
Cuando usted escucha la palabra pecado , ¿qué le viene a la mente? Mucha gente piensa en caricaturas de puritanos del siglo xvii o en predicadores de “fuego del infierno” o quizá en humoristas haciendo chistes y otras figuras de la cultura pop siendo provocadores. Incluso muchos cristianos lo descartan como algo irrelevante a su vida cotidiana o a la vida de la nación. Saben que Jesucristo murió por nuestros pecados, pero afirman que el pecado es un asunto comparativamente menor una vez que se acepta el sacrificio de Cristo.
¿Pero qué dice la Biblia? ¡Ésta muestra que el pecado es un tema fundamental! El pecado destruye el éxito, la riqueza, las relaciones, la felicidad y la vida misma.
“[E]l pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). El pecado no es simplemente violar la propia conciencia; es quebrantar la ley.
El apóstol Pablo conoció el pecado sólo a través de la ley. ¿Qué ley? La ley que dice: “No codiciarás” (Romanos 7:7): los Diez Mandamientos. Pablo describió esta ley como “santa, justa y buena” (versículo 12). El rey David la llamó perfecta, fiel, recta y pura, deseable más que el oro afinado (Salmo 19:7-10).
¿De dónde procede la ley de Dios? ¡De Su carácter, Su naturaleza! La ley de Dios codifica cómo Él piensa y actúa. Es la voluntad del Ser que existía antes del universo y de la humanidad. Y la voluntad, naturaleza y ley del Creador es amor (vea 1 Juan 4:8.)
Dios es amor, por lo tanto la ley de Dios puede resumirse en esa única palabra: amor. Jesús dijo que la ley se define además en dos grandes mandamientos: amar a Dios y amar al prójimo (Mateo 22:36-40). Estos se expresan además en 10 puntos por los Diez Mandamientos, los primeros cuatro nos dicen cómo amar a Dios, los últimos seis nos dicen cómo amar a nuestro prójimo (Éxodo 20).
La ley de amor de Dios es el modo de vida perfecto. ¡Cada partícula de sufrimiento humano, infelicidad, miseria y muerte ha venido únicamente de su transgresión!
“Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis” (Santiago 2:8). Toda la ley explica el principio del amor. El amor es el cumplimiento de la ley (Romanos 13:8, 10). Jesús la cumplió, dándonos ejemplo de que también nosotros debemos cumplir la ley. La cumplimos con amor—no con el amor que tenemos por naturaleza, sino con “el amor de Dios que es derramado en nuestros corazones por el [Espíritu] Santo” (Romanos 5:5). ¡El Espíritu Santo en nosotros es la ley de Dios en acción en nuestras vidas!
Por lo tanto, si cumplimos esta ley real, hacemos bien; pero si no, cometemos pecado (Santiago 2:9). Versículos 10-11 afirman que si cumplimos toda la ley (el principio general de amor al prójimo) y sin embargo ofendemos en un punto, somos culpables de quebrantar la ley. (Observe que los puntos de la ley que Santiago describe son: No cometer adulterio, no matar; es decir, los Diez Mandamientos).
Jesucristo fue el máximo ejemplo de obediencia perfecta a la ley. La mayoría de los cristianos creen que Jesús vino a la Tierra para abolir los Diez Mandamientos. Sin embargo, Él dijo claramente: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5:17).
Jesús magnificó la ley y la engrandeció (Isaías 42:21). Cuando ponemos una “lupa” espiritual en los Diez Mandamientos, éstos se amplían en espíritu y en principio en muchos más puntos. Y en una visión más amplia, toda la Biblia es una ampliación de la ley de Dios. La ley es la base de toda la Escritura. Define un modo de vida: ¡el camino de Dios hacia la felicidad, la alegría y la vida eterna!
El verdadero cumplimiento de los Diez Mandamientos requiere guardar tanto la letra como el espíritu de la ley. Cristo dio dos ejemplos que ilustran este punto.
Primero: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable del juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable del juicio…” (Mateo 5:21-22). Cristo citó, palabra por palabra, el Sexto Mandamiento, que prohíbe el asesinato (Éxodo 20:13). Afirmó que acabar maliciosamente con una vida humana es pecado. Luego magnificó esa ley, mostrando que el espíritu de asesinato, que incluye el odio, también es pecado.
Segundo: Cristo se refirió al Séptimo Mandamiento, diciendo: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5:27-28). Cristo confirmó la ley de Dios que prohíbe el adulterio, que incluye el sexo prematrimonial y la infidelidad dentro del matrimonio. Luego la magnificó, mostrando que incluso una mirada lujuriosa quebranta el espíritu de ese mandamiento.
Estos ejemplos muestran que el pecado contra la ley de Dios comienza en la mente y debe ser detenido inmediatamente (Santiago 1:14-15).
En principio, el pecado es cualquier cosa que no sea la ley de amor que fluye de Dios. En la raíz de todo pecado está la vanidad: amarse a sí mismo más que amar a Dios o al prójimo. Su autor fue Lucero, cuyo corazón se enalteció a causa de su belleza (Ezequiel 28:17). Se manifiesta en actitudes de egocentrismo, exaltación propia, deseo de tener belleza, codicia, deseo de obtener y tomar, celos y envidia, competencia, a menudo resultando en violencia y guerra, resentimiento y rebelión contra la autoridad. Estos son los principios del pecado espiritual.
Arrepentirse del pecado significa dejar de pecar y empezar a cumplir los mandamientos de Dios—todos, porque si se quebranta uno solo, se incurre en la pena de muerte (Romanos 6:23), la muerte eterna.
Afortunadamente, el sacrificio de Jesucristo paga esa pena por nosotros (Romanos 5:6-10). Una vez que alguien se arrepiente, él o ella ya no está condenado a la muerte eterna. Sin embargo, Dios aún espera que aquellos a quienes perdona guarden los Diez Mandamientos. “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6:1-2). Ahora es nuestra responsabilidad elegir vencer el pecado: no elegir la muerte, sino la vida (Deuteronomio 30:19).