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¿Puede usted confiar en la Biblia?

EMMA MOORE/TROMPETA

¿Puede usted confiar en la Biblia?

La mayoría de los eruditos hoy cree que los libros de la Biblia son fraudes, escritos años después de su fecha tradicional por diversos autores. ¿Están en lo cierto?

¿Quién escribió la Biblia? Casi todas las universidades —incluso las cristianas— enseñan que fue un fraude masivo.

A los estudiantes de teología se les enseña que Moisés es una figura de leyenda. Los libros de Moisés (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, también conocidos como el Pentateuco) son en realidad la obra de una compilación de sacerdotes y otros autores, reunidos probablemente en algún momento después de que los judíos regresaron del cautiverio babilónico. Daniel no fue escrito en Babilonia por un joven judío llevado allí como prisionero, como se afirma. En su lugar, es obra de un “pseudo-Daniel” muy posterior. Isaías fue escrito por tres “Isaías” que vivieron con cientos de años de diferencia.

Estas teorías, bajo términos como “crítica histórica”, “crítica superior” o “crítica de las fuentes”, son dominantes. Los eruditos modernos suelen decir que si usted las cree, es culto, racional y científico. Si no está de acuerdo, es ignorante o prejuicioso. Está dejando que el dogma religioso y las ideas preconcebidas le cieguen ante los hechos reales de la historia.

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¿Pero es eso cierto? ¿Es la Biblia sólo ideas bonitas producidas por hombres antiguos? ¿O es literalmente la Palabra de Dios?

Esta cuestión es fundamental para la visión del mundo de un cristiano. Estas teorías han alimentado un cambio fundamental en los cristianos, que han pasado de considerar la Biblia como la Palabra inspirada de Dios, con leyes autorizadas y profecías reveladas, a algo menos inspirado y menos fiable.

La propia Biblia nos exhorta: “Examinadlo todo…” (1 Tesalonicenses 5:21). No está mal que un cristiano examine los fundamentos de su fe; de hecho, se le ordena que lo haga. ¿Podemos saber quién escribió los libros de la Biblia? La respuesta puede sorprenderle.

Las pruebas

Si libros como los del Pentateuco o Isaías están escritos por varios autores con cientos de años de diferencia, debería ser fácil darse cuenta. No hace falta ser un experto para distinguir entre William Shakespeare y Charles Dickens, por ejemplo. No estamos leyendo la Biblia en su lengua original, pero aun así, ¿seguramente un análisis detallado muestra una clara diferencia en la elección de palabras, la estructura gramatical y el tema?

No, admiten los eruditos modernos.

El erudito bíblico Jeffrey Tigay escribió que “los resultados de” la crítica de fuentes “son impresionantes y dominan el campo hasta el día de hoy”. Pero admitió: “El grado de subjetividad que permiten tales procedimientos hipotéticos es notorio”. “No existen criterios adecuados para separar las glosas posteriores de los primeros escritos”, escribe Edward L. Greenstein, profesor emérito de Biblia en la Universidad Bar-Ilan. En su lugar, “cada erudito define y adapta la evidencia según su propio punto de vista” (Essays on Biblical Method and Translation [Ensayos sobre método y traducción bíblicos]). “No existe un método objetivo sólido para reconocer las distintas fuentes, tampoco existe un consenso real sobre el carácter y el alcance de las fuentes”, escribió el profesor Gerhard Larsson, ex catedrático del Instituto Real de Tecnología de Estocolmo.

Sencillamente, no hay pruebas objetivas de que las distintas partes del Pentateuco se escribieran durante periodos de tiempo radicalmente diferentes.

Lo más cerca que se ha estado de encontrar este tipo de pruebas es señalar “diferencias estilísticas”. John Barton escribe en el Anchor Bible Dictionary que algunas partes del Pentateuco están escritas “en un estilo narrativo vivo, parecido al de los libros de Samuel, mientras que otras están marcadas por una manera estilizada y repetitiva, llena de fórmulas recurrentes, listas y términos técnicos”.

Así que cuando Moisés esboza el contenido del tabernáculo, su escritura es un poco diferente de cómo cuenta la historia de José en Egipto. Pero eso es inevitable. Cuando Dickens escribió su lista de compras, lo hizo en un estilo diferente al de Oliver Twist.

¿Contradicciones?

En lugar de una clara diferencia en el estilo de escritura, la mayoría de los críticos apuntan a la repetición y a una supuesta contradicción.

Génesis 1 describe la creación del universo y, a continuación, los siete días de la semana de la creación, incluyendo la creación del hombre. Génesis 2 también describe la creación del hombre. “Cuando se encuentra este tipo de repetición, la explicación más sencilla suele ser que se ha permitido que dos versiones de la misma historia permanezcan en la forma acabada del libro, sin reconciliarse entre sí”, escribe Barton.

Pero ¿es así? Génesis 1 ofrece una visión general de la creación y del lugar del hombre en ella. Génesis 2 se centra en la creación del hombre, dando más detalles sobre cómo ocurrió y qué instrucciones recibió el hombre.

El principal ejemplo de contradicción de Barton proviene del nombramiento del rey Saúl como primer rey humano de Israel. En 1 Samuel 8, Dios condena la petición de Israel de un rey como un rechazo de los israelitas hacia Él. Pero en 1 Samuel 9:15-16, Dios elige personalmente a Saúl. “La explicación más sencilla es que el compilador de los libros de Samuel utilizó más de un relato ya existente sobre los orígenes de la monarquía, y que estos relatos no concordaban entre sí”, escribe él.

De nuevo, ¿es así? ¿No es más sencilla la explicación de que la petición de Israel de un rey fue un rechazo a Dios, pero que Dios aun así eligió involucrarse en el proceso de selección? Generalmente estas supuestas contradicciones son simplemente cosas que estos “expertos” no entienden porque carecen de la humildad para indagar en ellas.

Esta falta de pruebas está comenzando a preocupar a algunos en la vanguardia de este campo. “Muchos eruditos bíblicos contemporáneos están experimentando una crisis de fe”, escribe Greenstein. Se están viendo obligados a dudar no de la Biblia, sino de sus propias teorías sobre ella. “Las verdades objetivas del pasado las entendemos cada vez más como creaciones de nuestra propia visión”, escribe.

Así lo ilustra una de las primeras teorías de la crítica de las fuentes, hoy en gran parte desaparecida: la hipótesis documental. Ésta sostenía que una fuente del Pentateuco utilizaba “Elohim” como el nombre de Dios: la fuente “E”. Otra utilizaba yhvh: la fuente “J”. Luego había una fuente sacerdotal (P) y un historiador deuteronomista (D). La teoría se hizo más compleja con el paso de los años, con fuentes D divididas en dos personas diferentes, un redactor añadido, y más.

La hipótesis documental fue ampliamente rechazada por el mundo académico hace décadas. Simplemente no había pruebas de que el Pentateuco pudiera dividirse así. Ha sido sustituida por teorías mucho más generales, que no señalan partes específicas de la Biblia y dicen que esto fue escrito entonces. Esto la hace infinitamente adaptable, ya que siempre puede ajustarse a las pruebas de que se disponga. Así nunca podrá ser refutada como lo fue la hipótesis documental.

¿Por qué es tan popular la crítica de las fuentes? Si se sospecha que la Biblia es obra de hombres, ¿por qué teorizar que sus libros son la compilación de muchos individuos diferentes, y no un fraude posterior? Después de todo, como escribe Kenneth Kitchen en su libro Ancient Orient and Old Testament [El Antiguo Oriente y Antiguo Testamento]: “Ahora bien, en ningún lugar del antiguo Oriente se conoce nada que sea definitivamente semejante a la elaborada historia de composición fragmentaria y combinación de la literatura hebrea (o que esté marcado precisamente por tales criterios) como postularían las hipótesis documentales”.

El problema para estos teóricos proviene de la profecía bíblica.

El problema con la profecía

Muchos pasajes de la Biblia afirman predecir el futuro, y no de una forma vaga tipo Nostradamus. Isaías 44 y 45, por ejemplo, nombran a Ciro como el que conquistará Jerusalén y permitirá que se reconstruya el templo. Describe exactamente el medio que utilizaron los persas para conquistar Babilonia: entrando por las puertas del río que habían quedado abiertas.

Ciro vivió del 559 al 530 a. C. Se suele datar que el profeta Isaías vivió del 760 al 710 a. C.

Si Isaías es auténtico, a los críticos no les queda más remedio que reconocer a un Dios todopoderoso que puede predecir el futuro, y que la Biblia es Su Palabra. Daniel 8 y 11 plantean un problema similar, con sus claras descripciones de las conquistas de Alejandro Magno y las guerras de sus sucesores. Lo mismo ocurre con otros pasajes.

Si usted quiere rechazar la Biblia, tiene una opción: sostener que estos libros son en cierto modo fraudes, escritos después de los eventos que dicen profetizar.

Pero afirmar que todo Isaías, o cualquier otro libro, es un fraude posterior conduce a más problemas. Algunas partes de estos libros describen con tanta claridad y precisión el mundo de su época que resulta difícil creer que sean ficciones posteriores. Un autor moderno que finge vivir en la época de Shakespeare o incluso de la reina Victoria se delata rápidamente al describir inventos, técnicas o lugares aún no desarrollados. En cambio, muchos libros bíblicos incluyen pequeños detalles confirmados por la arqueología. Isaías ofrece una historia detallada del ataque de Asiria a Jerusalén que ha sido corroborada por los registros asirios. Describe con precisión plantas y árboles encontrados en Jerusalén que un autor exiliado en Babilonia, como se suponía que lo estaba uno de los Isaías, no podía conocer.

Para Isaías, hay un problema aún mayor. Una impresión de un sello de arcilla, o bula, encontrado en 2015 en Jerusalén nombra a “Isaías el profeta” y data del siglo viii a. C. En los 3.000 años siguientes, los bordes de la bula se astillaron, cortando dos letras, pero el mensaje de la bula es claro. A pocos metros de ella, en el mismo estrato de tierra, había otra bula, esta vez completa, perteneciente al rey Ezequías. Para cualquiera con una mente abierta, la bula demuestra que el profeta Isaías fue una figura histórica real que sirvió en la corte del rey Ezequías, tal y como afirma su libro. ¿No es más lógico y científico creer que él escribió su libro?

Se han encontrado muchos fragmentos de texto bíblico. Entre 1979 y 1980 se descubrió, por ejemplo, un amuleto que data del siglo vii a. C. y que contiene texto de Números 6:24-26. Este pasaje fue supuestamente escrito por el autor “P”, cientos de años después.

Este tipo de descubrimientos sería un golpe mortal para cualquier teoría que dijera que todo el Pentateuco se escribió después del regreso de Judá del cautiverio en el siglo vi. Pero la crítica de las fuentes da a los críticos mucha más flexibilidad. Se podría descubrir un fragmento de Isaías o de Daniel, que datara de antes de que se cumplieran sus profecías, y los críticos aún podrían descartar el libro en su totalidad. “De acuerdo”, dice el crítico, “ese fragmento del libro es auténtico. Pero los versículos que contienen profecías siguen siendo un fraude”.

¿Qué hará usted?

Entonces, ¿quién está siendo realmente anticientífico, negándose a seguir las pruebas debido a ideas preconcebidas? ¿Los eruditos y los escépticos? ¿O los supuestos simplones que creen realmente que Moisés escribió el Pentateuco y que sólo hubo un Isaías?

Por supuesto, algunos autores bíblicos utilizaron otras fuentes. En muchos casos lo citan (p. ej., 1 Reyes 11:41; 14:19, 29; 1 Crónicas 29:29, 2 Crónicas 9:29; 12:15; 20:34). Y algunos de estos libros fueron editados. Es evidente que Moisés no escribió el relato de su propia muerte y sepultura en Deuteronomio 34:5-12. Un editor también actualizó nombres de lugares y añadió declaraciones entre paréntesis, como la que se encuentra en Números 12:3.

Pero está claro que la conclusión lógica, racional y libre de prejuicios es que los libros de la Biblia son inspirados y fueron escritos por los autores que afirma que los escribieron. Para los cristianos, el Nuevo Testamento proporciona pruebas adicionales: por ejemplo, Jesucristo confirmó la autenticidad de muchos de estos libros, estableciendo reiteradamente a Moisés como el autor del Pentateuco (p. ej. Lucas 16:31).

Pero los escépticos tienen razón en algo, y es que aceptar la autenticidad de estos libros es una gran cosa. Estos libros afirman ser la Palabra de Dios, con leyes que debemos seguir e instrucciones autorizadas sobre cómo vivir una vida de éxito. Estos reclaman una autoridad suprema sobre usted. Exigen que los valoremos, profundicemos en ellos y vivamos de acuerdo con ellos.

Si usted puede acercarse a la Biblia sin prejuicios ni oposiciones preconcebidas, podrá demostrar que es la Palabra de Dios. Pero hecho esto, estos libros le plantean un desafío supremo: ¿qué hará al respecto?

EL MISTERIO DE LOS SIGLOS

Se ha preguntado usted alguna vez: "¿Quién soy yo? ¿Qué soy? ¿Por qué existo?" Usted es un misterio. El mundo que lo rodea es un misterio. ¡Ahora usted puede comprenderlo!