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Nuestro orden democrático se está desmoronando

EMMA MOORE/la trompeta; GETTY IMAGES

Nuestro orden democrático se está desmoronando

Por mucho que se ensalce hoy en día, la democracia está produciendo algunos resultados extraños, incluso antidemocráticos.

L a democracia es continuamente aclamada como la forma ideal de gobierno. Incluso dictadores como Vladimir Putin y Nicolás Maduro celebran elecciones para fingir que mantienen el poder por voluntad de su pueblo. Kim Jung-un se envuelve en un manto de legitimidad llamando a su tiranía República Popular Democrática de Corea.

En Estados Unidos, la izquierda política está tan empeñada en evitar el peligro que Donald Trump representa para “nuestra democracia”, que ha intentado impugnarlo, someterlo a un proceso de destitución y encarcelarlo… lo que sea necesario para impedir que vuelva al poder por el voto (democrático) popular.




El politólogo Francis Fukuyama llamó a la democracia “el punto final de la evolución ideológica de la humanidad”. Predijo “la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final del gobierno humano”. Internacionalmente, es aclamada como la salvación de la humanidad. Otro politólogo, Jack Levy, escribió que “la ausencia de guerra entre Estados democráticos es lo más parecido que tenemos a una ley empírica en las relaciones internacionales”. Si se difunde la democracia, florece la paz mundial.

Por una extraña coincidencia, un par de sondeos de opinión han revelado que el mismo porcentaje de estadounidenses, 74%, creen en la democracia como creen en Dios.

Aunque Occidente sigue creyendo en la democracia como un principio abstracto, la mayoría está decepcionada con ella en la práctica. Sólo el 10% de los estadounidenses afirma que la democracia funciona muy bien o extremadamente bien en EE UU. Casi la mitad dice que no funciona bien. Algo más de la mitad dice que “la gente como uno” no está representada por el gobierno y que el Congreso hace un mal trabajo defendiendo los valores democráticos.

¿Cuál es el verdadero problema? ¿Está viciada la democracia? ¿O el problema reside en nosotros mismos?

¿Quién elige las opciones?

Hasta julio, EE UU parecía abocado a una revancha entre Joe Biden y Donald Trump. Y el candidato preferido de la nación: ninguno de los dos. El 45% de los estadounidenses dijo que la contienda era mala para el país. Sólo el 29% la consideraba buena.

No se trata de un fenómeno estadounidense. En las elecciones británicas, celebradas el 4 de julio, tanto candidatos de izquierda como de derecha tuvieron índices de aprobación negativos. Fueron más los votantes que dijeron que ambos son indecisos, poco fiables y débiles que los que los describieron con las características positivas opuestas.

En una monarquía, un número limitado de miembros con título de la familia real tiene la oportunidad de gobernar. Pero la democracia cuenta con todo el talento de la nación para elegir. ¿Por qué, en un país tras otro, se obliga a la gente a elegir entre opciones que pocos desean?

El 21 de julio, tras la presión entre bastidores de Barack Obama y otros, Joe Biden anunció que no se presentaría a la reelección. Poco después, Biden apoyó a la vicepresidenta Kamala Harris para sucederle. Pero ningún votante eligió a Harris como candidata a la presidencia. Los demócratas tendrán que votar a una candidata que nadie pidió. (Y si el presidente Trump no hubiera ladeado la cabeza en el momento en que lo hizo, lo mismo podría haber ocurrido también con los republicanos).

Está claro que unas elecciones no pueden ser un concurso entre todos los adultos del país. Se necesita un proceso para reducir las opciones. Y en un país tras otro, ese proceso ha salido terriblemente mal.

¿Cómo vota usted?

Una democracia tiene que presentar a sus ciudadanos opciones y luego contar los votos. Parece bastante sencillo. Sin embargo, aquí nos encontramos con más problemas.

En 2019, Gran Bretaña eligió entre el candidato conservador Boris Johnson y el laborista Jeremy Corbyn. Un líder de centroizquierda habría tenido muchas posibilidades de ganar esas elecciones. Sin embargo, de alguna manera, los laboristas habían elegido a un comunista declarado. Corbyn sufrió una terrible derrota con apenas más de 10 millones de votos y dimitió en desgracia mientras los conservadores barrían hacia el poder en su mejor resultado desde 1987.

En julio, los laboristas se hundieron aún más: apenas obtuvieron 9,7 millones de votos. Su apoyo bajó en medio millón de votantes en comparación con las elecciones de 2019, pero esta vez, asombrosamente, arrasaron. Ganando menos votos, aun así obtuvieron dos tercios de los escaños en el Parlamento.

Mientras tanto, Reform UK, un partido totalmente nuevo, tuvo un año muy bueno. Quedaron en tercer lugar con el 14,3% de los votos. Esta impresionante cifra les valió el 0,7% de los escaños en el Parlamento. Otro partido más pequeño, los Demócratas Liberales, obtuvieron el 11,6% de los votos, pero consiguieron 14 veces más escaños que Reform.

¿Es esto realmente democracia?

Gran Bretaña tiene un sistema de votación relativamente sencillo: escrutinio mayoritario uninominal. En cada circunscripción se celebra una carrera electoral. La persona que termina en primer lugar puede haber recibido sólo el 30% de los votos. Pero si sus rivales reciben cada uno menos del 30%, gana. En estas elecciones, el voto de la derecha se dividió entre los partidos conservador y reformista. En una votación tras otra, quedaron en segundo y tercer lugar. Pero en dos tercios del país, los laboristas quedaron primeros, lo que les dio la mayoría.

El escrutinio mayoritario uninominal es un sistema relativamente sencillo. ¿Quizás un sistema más complejo podría resolver el problema?

Francia también celebró elecciones por las mismas fechas, y su sistema es mucho más elaborado. Si un candidato obtiene más del 50% de los votos, ocupa un escaño en la Asamblea Nacional. Pero si nadie supera ese umbral, los candidatos que obtuvieron más del 12,5% de los votos pasan a una segunda vuelta.

Este sistema está específicamente diseñado para evitar lo que ocurrió en Gran Bretaña. Si la mayoría de los votantes quieren a alguien de derecha, ese voto puede dividirse entre varios candidatos en la primera vuelta. Pero se unirán en la segunda, uniéndose tras el más popular de sus candidatos preferidos.

Las elecciones al Parlamento Europeo se celebraron en toda Europa del 6 al 9 de junio. En Francia, la ultraderechista Agrupación Nacional obtuvo una sorprendente victoria, con el 31% de los votos. El partido del presidente Emmanuel Macron obtuvo la mitad de esa cifra. Tras esta derrota masiva, Macron convocó elecciones parlamentarias nacionales anticipadas, quizá con la esperanza de que los votantes moderados asustados por los resultados de junio votaran en unas elecciones nacionales mucho más consecuentes. Pero en la primera vuelta, el intento de Macron de derrotar a la Agrupación Nacional fracasó. Una vez más ganó, con algo más del 33%. Ipsos preveía que la Agrupación Nacional ganaría entre 230 y 280 escaños de un total de 577.

La segunda vuelta se celebró el 7 de julio. De nuevo la Agrupación Nacional aumentó su cuota de votos y obtuvo más votos que ningún otro partido, con un 37% de los sufragios. Pero en términos de escaños en la Asamblea, quedó en tercer lugar. El partido que consiguió más escaños fue el Nuevo Frente Popular, a pesar de obtener sólo el 25% de los votos.

¿Cómo consiguió la Agrupación Nacional el primer puesto en voto popular pero el tercero en número de escaños? Voto táctico. Miembros de la derecha dominante y de la izquierda casi dominante colaboraron. En cada contienda, si la derecha estaba mejor situada para ganar, la izquierda retiraba a su candidato, y viceversa.

Francia, el país de la liberté, égalité, fraternité, se enfrenta ahora a tres opciones: extrema derecha, extrema izquierda o un bloqueo paralizante.

¿Quizás un sistema diferente solucionaría el problema? Adjudicar los escaños estrictamente en proporción al número de votos que reciba cada partido: El 10% de los votos te da el 10% de los escaños. Sencillo y demócrata, ¿verdad?

Los Países Bajos celebran sus elecciones exactamente así. El 2 de julio, Dick Schoof fue investido primer ministro. ¿Cuántas personas votaron por él? Nadie. No se presentó a las elecciones, no lideró ningún partido y no ganó ningún voto.

Los neerlandeses celebraron elecciones en noviembre de 2023. Los sistemas de mayoría simple desalientan el voto a los partidos más pequeños: un voto a un partido que obtiene alrededor del 5% de los votos es un voto desperdiciado, ya que probablemente no obtendrá ningún escaño en el Parlamento. En Los Países Bajos no es así. En las elecciones del año pasado, el partido ganador, el pvv, sólo obtuvo el 23,5% de los votos. Quince partidos diferentes obtuvieron escaños en el Parlamento. Hizo falta que cuatro de los más grandes se unieran para lograr la mayoría.

Estos cuatro partidos discrepan en muchas cuestiones fundamentales y no pudieron ponerse de acuerdo para que el líder de alguno de ellos se convirtiera en primer ministro. La única forma que tenían de formar gobierno era elegir a alguien de fuera. Los líderes y las políticas no los decidían los votantes, sino los acuerdos en secreto. Tras seis meses de conversaciones, lo que finalmente surgió fue un primer ministro y un programa político que nadie votó.

Tres sistemas electorales muy diferentes produjeron todos el mismo resultado: algo que no es exactamente democrático, y un gobierno al que la mayoría de la gente no votó.

No se trata de un problema que una simple reordenación del sistema pueda solucionar. Todo sistema tiene inconvenientes. Todo sistema puede ser manipulado mediante el voto táctico. Un sistema diseñado para dar al pueblo lo que quiere fracasa incluso en eso.

La historia de la democracia

La democracia tiene una historia corta y manchada. Antes de los tiempos modernos, sólo dos Estados importantes (que dejaron registros detallados) se le acercaron: las ciudades-estado griegas y la República romana. Sin embargo, ninguno de los dos era una democracia según los estándares modernos. En Grecia, sólo un puñado de ciudadanos podía votar. Roma también privaba del derecho al voto a muchos; los votos de los pobres valían menos que los de los ricos, y la alta cuna conllevaba enormes privilegios. (Incluso en el incipiente Estados Unidos, sólo entre el 10% y el 20% de la población adulta tenía derecho a voto).

Sin embargo, la lección es clara: tanto en Grecia como en Roma, las democracias fueron fracasos espectaculares.

En las guerras civiles griegas entre Atenas y Esparta, la democracia ateniense hizo de sus esfuerzos bélicos un auténtico desastre. Los altos mandos militares eran juzgados continuamente por su propio pueblo. Algunos huyeron o desertaron para evitar el castigo. Fue una guerra dirigida incompetentemente por un comité de cientos de personas, que acabó en derrota por los autoritarios espartanos.

Y éste no fue el único fracaso de la democracia ateniense. En última instancia, convirtió a la sociedad en “un caos de violencia de clases, decadencia cultural y degeneración moral”, escribieron los historiadores Will y Ariel Durant. Estaba “corroída por la esclavitud, la venalidad [soborno y corrupción] y la guerra”. Calificaron la democracia como “la más difícil de todas las formas de gobierno, ya que requiere la más amplia difusión de la inteligencia, y nos olvidamos de hacernos inteligentes cuando nos hicimos soberanos” (The Story of Civilization [La historia de la civilización]).

La República romana triunfó donde fracasó la democracia ateniense: en el crisol de la guerra. Pero en 133 a. C. comenzó a desmoronarse. Las luchas internas entre políticos provocaron la muerte de varios líderes prominentes. La república descendió a la violencia civil. Los asesinatos se hicieron habituales, y después las rebeliones y los levantamientos. Alrededor del año 60 a. C., Cneo Pompeyo Magno (más conocido como Pompeyo), Marco Licinio Craso y Julio César formaron un acuerdo privado para controlar el proceso político. Esto, según Mary Beard, “llevó por primera vez de forma efectiva las decisiones públicas a manos privadas. Mediante una serie de acuerdos entre bastidores, sobornos y amenazas, se aseguraron de que los consulados y los mandos militares fueran a parar a donde ellos eligieran y de que las decisiones clave fueran a su manera” (SPQR: Una historia de la antigua Roma). Los tres hombres se enemistaron y estalló la guerra civil. Esta vez, el conflicto determinaría quién se convertiría efectivamente en el primer emperador de Roma: César o Pompeyo. La democracia ya había muerto.

Democracias modernas

Los fundadores de Estados Unidos hicieron algo extraordinario: reflexionaron sobre todos los ejemplos de la historia y trataron de idear un gobierno que evitara las trampas y los problemas que han hecho naufragar a naciones e imperios. Con gran clarividencia, gracias a su educación en la Biblia, reconocieron que el verdadero enemigo del buen gobierno y de la longevidad nacional es la naturaleza humana. Por lo tanto, buscaron sobre todo restringir este mal. Crearon un gobierno con poderes muy limitados, que otorgara al pueblo un nivel inigualable de libertad y responsabilidad individuales. Idearon un sistema que aprovechaba la fuerza de una monarquía (en el presidente), elementos de la oligarquía (con asambleas legislativas estatales y nacionales formadas por representantes) y elementos limitados de la democracia.

Los fundadores de EE UU fueron cautos a la hora de aplicar elementos demócraticos. Sólo algunos líderes eran elegidos por votación, en determinados intervalos. Las tendencias extremas de las masas se filtraban a través de un colegio electoral. El voto estaba restringido a los hombres que se consideraban responsables y capaces de ejercer correctamente ese poder. Aun así, para los estándares históricos era una democracia notablemente universal.

Esta forma de gobierno ha salvaguardado una libertad sin paralelo y ha liberado un torrente de productividad y creatividad. El principio fundador de la libertad se aplicó también al comercio, y el libre mercado ha contribuido a sacar de la pobreza a más personas que ninguna otra fuerza de la historia. Este experimento democrático ha demostrado ser especialmente longevo y exitoso.

Y sin embargo, por muy inventivos que fueran los fundadores a la hora de poner freno a la naturaleza humana, ésta ha demostrado ser mucho más inventiva. La separación de poderes, los controles y equilibrios que establecieron para limitar los problemas causados por un mal rey, aunque hicieron a EE UU notablemente resistente a pesar de algunos malos dirigentes, se instrumentalizan cada vez más como armas con fines claramente políticos. En los últimos años, se ha destapado y se está destapando un nivel escandaloso de corrupción arraigado en los órganos de gobierno, y el gobierno está en guerra absoluta dentro de sí mismo.

Más allá de eso, en última instancia, la democracia está sujeta al mismo peligro que la monarquía: un gobernante incompetente puede hacer la vida invivible. En una democracia, el “gobernante” es el pueblo. Cuanto más malvado se vuelve el pueblo, más rápidamente se convierte en polvo la estabilidad gubernamental y social. Y cuanto más democrático es un gobierno, más volátil es.

Como dijo Heródoto: “La multitud carece por completo de conocimiento”. La gente puede ser muy tonta. Pueden votar por políticos que prometen beneficios a costa del bien nacional. Además de acumular deudas masivas, esto puede significar descuidar áreas de gasto que no dan rendimientos inmediatos, como la defensa. Esta debilidad estuvo a punto de acabar con la democracia en la Segunda Guerra Mundial.

Disfrutar de una amplia libertad también da a la naturaleza humana más espacio para extenderse. Con demasiada frecuencia, la gente cae en excesos y maldades. Los fundadores de EE UU sabían que preservar la libertad dependía de la religión y la moralidad del pueblo. Hoy en día, los estadounidenses han desmantelado en gran medida estos pilares de la sociedad. Celebramos ampliamente perversiones y pecados que apenas se imaginaban en generaciones anteriores.

La democracia puede ser de hecho, como dijo Churchill, “la peor forma de gobierno, a excepción de todas las demás formas que se han probado de vez en cuando”. Se supone que es la cima de los logros humanos en materia de gobierno, ¡y es un desastre! Pocos observan el embrollo político actual en Washington y ven un sistema digno de emular. Muchas naciones están renunciando a la libertad en favor de un único hombre fuerte, un rey del siglo xxi.

Durante 6.000 años el hombre ha ido escribiendo estas lecciones de gobierno, sobre todo a través del sufrimiento y la opresión, y mostrando lo que no funciona.

El porqué de los fallos

No es una coincidencia que entre los ejemplos más destacados de democracias modernas se encuentren EE UU y Gran Bretaña. La historia bíblica y secular los revela como los descendientes del antiguo Israel, el cumplimiento de la promesa de Dios a Abraham de hacer de sus descendientes “una nación grande” y un “conjunto de naciones” (Génesis 12:2; 35:11). (Como prueba de ello, solicite un ejemplar gratuito del libro de Herbert W. Armstrong Estados Unidos y Gran Bretaña en profecía). Entre estas bendiciones se encontraba un sistema de gobierno comparativamente justo.

El gobierno libre unido a la prosperidad permitió que la verdadera Iglesia y Obra de Dios prosperaran. En última instancia, Dios cumple Su plan a través de Su Iglesia (p. ej., Gálatas 4:25-26). A Su Iglesia, Dios le concedió el Espíritu Santo, el poder que hace posible el crecimiento del verdadero carácter (Romanos 8:6-9). Es a través del Espíritu Santo como se cambia la naturaleza humana.

“Hasta ese momento [la fundación del antiguo Israel], Dios le había negado a la humanidad realización plena y conocimiento espiritual”, escribió el Sr. Armstrong en El misterio de los siglos. “Ahora Dios decidió que les daría el conocimiento de Su ley, de Su tipo de gobierno, ¡de Su modo de vivir! Iba a demostrar al mundo que sin Su Espíritu Santo la mente humana es incapaz de recibir y utilizar el conocimiento del verdadero camino de vida. Iba a demostrarles que la mente del hombre, con su espíritu humano únicamente y sin el Espíritu Santo de Dios agregado, no puede tener discernimiento espiritual, no puede resolver los problemas humanos ni eliminar los males que acosan a la humanidad. (…) Los intelectuales y eruditos del mundo creen que con el suficiente conocimiento, el hombre carnal podría resolver todos los problemas. Dios dejó que muchas generaciones de la antigua [y la moderna] Israel y Judá probaran, mediante siglos de experiencia humana, que aun bajo las mejores circunstancias, ¡el hombre sin el Espíritu Santo de Dios no puede resolver los problemas y males de la humanidad!”.

Dios levantó a la nación de Israel para que Le representara (Deuteronomio 4:7). Y la gran lección que Dios quiere que el hombre aprenda desde la expulsión del Huerto de Edén es que ninguna forma humana de gobierno aparte de Dios, aunque sea bendecida por Dios a pesar de sí misma, va a traer la utopía.

El fracaso moderno de la democracia es una señal de que la humanidad está a punto de aprender esta lección. Aún tienen que ocurrir muchas cosas más para que la lección quede clarísima. Pero Dios está dejando que la sociedad se desmorone por una razón. En última instancia, esto es también un paso más para que la humanidad Le conozca realmente. Una vez que eso ocurra, Dios promete un gobierno que resolverá los problemas del hombre, conduciéndolo a la libertad que anhela.

NO HAY LIBERTAD SIN LEY

En todas partes, la gente lucha y se esfuerza por obtener mayor libertad. Al mismo tiempo, luchan contra la ley. Esto demuestra una peligrosa incomprensión de la naturaleza de la libertad verdadera y de la necesidad de una ley justa. El hecho es que sin ley no hay libertad verdadera. ¿Tiene usted la actitud hacia la ley que conduce a la libertad verdadera?