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Los seres humanos somos limitados—por ahora
El cuerpo y la mente humanos son únicos dentro del universo físico. Los científicos aún no pueden explicar por qué somos tan diferentes, tan superiores en nuestras capacidades a cualquier otra criatura. Aun así, nuestros cuerpos envejecen, enferman y se agotan. Nuestras mentes discrepan, fracasan y sucumben a la inutilidad. ¿Superaremos estas limitaciones gracias a nuestros inventos? ¿O tiene otro plan el Inventor de los seres humanos?
La tecnología ha revolucionado repetidamente nuestro mundo. La máquina de vapor y la electricidad han superado lo que el músculo humano y la fuerza animal pueden hacer. La inteligencia artificial ahora intenta superar al cerebro humano.
El ser humano ha inventado e introducido las computadoras en todos los aspectos de su vida. Los programas informáticos ya son capaces de crear ilustraciones, programar códigos y aprobar exámenes de Derecho. Ahora estamos investigando cómo insertar ordenadores directamente en nuestros cerebros. Al igual que los motores nos hicieron más fuertes, los ordenadores prometen hacernos más inteligentes. Queremos utilizar el silicio, la electricidad y los transistores para trascender a nuestras propias limitaciones humanas.
¿Dónde acabará esto? Si podemos controlar extremidades robóticas con nuestro cerebro, conectar nuestras mentes a un sinfín de datos, ¿podríamos desafiar a la propia mortalidad?
Desde curar enfermos hasta expandir la capacidad cerebral, desde detener el proceso de envejecimiento hasta vencer la mortalidad, las tecnologías modernas lo prometen todo.
Ya se ha conseguido invertir el proceso de envejecimiento en ratones. Ahora los futurólogos sueñan con vivir eternamente, en carne y hueso e incluso en realidad virtual.
Pero en todo eso, la humanidad ha olvidado a su Creador. “Desde el lugar de su morada miró sobre todos los moradores de la tierra. Él formó el corazón de todos ellos; atento está a todas sus obras” (Salmos 33:14-15). Dios ha creado la mente humana, y sólo Él conoce el corazón humano (Jeremías 17:9-10).
Hay un componente no orgánico que ya está conectado a nuestro cerebro. Hace lo que los científicos y teóricos sólo pueden imaginar. Nos dota de intelecto, proporciona y conserva nuestra personalidad, y sirve de puente entre la mortalidad y la inmortalidad. Es el “espíritu en el hombre” (Job 32:8). Con él, nuestro Creador nos ha dado una forma de convertirnos en algo mucho más grande de lo que el futurista más optimista e imaginativo haya soñado jamás.
Como el difunto Herbert W. Armstrong escribió en El misterio de los siglos sobre los filósofos y humanistas de hoy: “El valor de la vida humana es ínfimo comparado con lo que ellos suponen, pero al mismo tiempo su potencial es incalculablemente mayor de lo que se imaginan”.
Aunque Dios nos creó como humanos, limitados y capaces de morir, a través del espíritu humano nos dio intelecto, la posibilidad de resucitar a carne mortal (Ezequiel 37) o a espíritu cuando se combina con el Espíritu Santo de Dios (Romanos 8; 1 Corintios 15). El Espíritu Santo de Dios, a diferencia del espíritu humano, no se nos da en la concepción; es más bien un don que Dios da a quienes Le obedecen (Hechos 5:32), se arrepienten y son bautizados (Hechos 2:38).
Combinar nuestro espíritu humano con el Espíritu de Dios abre la puerta al entendimiento de “lo profundo de Dios” (1 Corintios 2:10). Nos permite comprender la causa de nuestros problemas humanos y nos muestra el camino hacia un futuro ilimitado y libre de problemas. El Espíritu Santo abre nuestras mentes para entender la Santa Biblia, y la Biblia “nos revela la razón por la cual los seres humanos fuimos puestos sobre la Tierra, explica la naturaleza de nuestro ser, abre el panorama del increíble potencial humano y nos da instrucciones sobre cómo hacer funcionar la mente y el cuerpo humanos de manera que produzca paz y que nos lleve a alcanzar nuestro inaudito potencial”, escribió el Sr. Armstrong en Lo que la ciencia no puede descubrir sobre la mente humana.
“El hombre, destinado a nacer ulteriormente como miembro de la Familia divina, fue diseñado con una mente similar a la de Dios, con habilidad de pensar y razonar, de evaluar hechos y tomar decisiones, capaz de asumir actitudes éticas, morales y espirituales” (ibíd.).
Cuando se reflexiona sobre la existencia de los seres humanos, es prácticamente evidente que para esto fue creada la singular y poderosa mente humana. Pero ningún computador, ningún programa de “inteligencia artificial”, ningún implante electrónico tan avanzado, puede desarrollar una mente que tome decisiones correctas, practique la rectitud moral y cultive y viva según actitudes justas.
El Creador de los seres humanos nos ha dado el potencial que anhelamos. Pero nosotros hemos rechazado Sus leyes y hemos tratado de inventar nuestro propio potencial y los medios para alcanzarlo. La humanidad permanece en rebelión, cometiendo actos autodestructivos, resistiéndose a la guía de su Creador y esforzándose —en vano— por conseguir habilidades sobrehumanas y la vida eterna. Si fuera posible conseguirlo, sólo multiplicaríamos nuestra propia vanidad, inutilidad y sufrimiento.
Dios nos creó con el propósito de crecer utilizando las leyes físicas y espirituales que Él creó, sometiéndonos a Su guía y recibiendo Su poder. Así como crecimos anatómica, fisiológica y neurológicamente en el vientre materno hasta el punto del nacimiento, fuimos creados para crecer en pensamiento, en moral y en actitudes hasta el punto del nacimiento espiritual (Juan 3:1-8).
Sí, usted nació para ser más que humano. Los principales científicos del campo carecen incluso de una comprensión rudimentaria de este propósito y potencial trascendental del hombre. Pero usted puede aprenderlo y, con la ayuda de su Creador, puede lograrlo.