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Las siete leyes del éxito (quinta parte)
Continuación de Las siete leyes del éxito (cuarta parte)
Nunca hallaron satisfacción
¿Cuál fue el verdadero significado de la vida para estos hombres de “éxito”?
El objetivo de su vida, su definición del éxito, consistía en la adquisición de bienes materiales, en el reconocimiento de su importancia por la sociedad y en el estímulo pasajero de los cinco sentidos.
Pero entre más adquirían, más ambicionaban … y menos satisfechos quedaban con lo que tenían. Lo que adquirían nunca era suficiente.
Algunos de los hombres de “éxito” en el mundo hacen que sus fotografías aparezcan en la primera plana de los periódicos metropolitanos y en la portada de revistas famosas. Esto envanece y excita temporalmente al ego, mas nunca satisface a largo plazo. ¡No hay nada que el público olvide tan rápidamente como las noticias de ayer!
Algunos piensan que la felicidad de los hombres consiste en tener muchas mujeres, aunque sea una tras otra en lugar de tenerlas en un harén. Pero esto es una experiencia corrosiva, y esos hombres nunca conocen los gozos de la bendición matrimonial con una sola mujer, siempre fieles el uno al otro.
Muchos hombres buscan, la lisonja de otros, aun cuando se la tengan que “comprar” elogiándolos a’ sus semejantes. Pero como el aplauso que se prodiga al actor, eso no perdura y los deja abrumados, ¡con una inmensa sed de algo que satisfaga! Por consiguiente, quedan descontentos; e inquietos. Aunque sus cuentas bancarias estén repletas, sus vidas están vacías. Lo que adquieren nunca es suficiente ni ‘les satisface. Además, ¡todo lo dejan atrás cuando mueren!
¿En dónde está el mal? Tales hombres se fijaron metas equivocadas. No habían discernido los verdaderos valores, de manera que iban en pos de los falsos. ¿No es hora, pues, de aprender la verdadera definición del éxito?
No todo triunfo es éxito
Tal vez el mejor ejemplo de todos es el de aquel antiguo rey que se afanó mucho y obtuvo fabulosas riquezas. Probó de todos los placeres para ver si proporcionaban felicidad.
Este rey se dijo a sí mismo: “Ven ahora, te probaré con alegría, y gozarás de bienes” (Eclesiastés 2:1).
Al describir su experimento, escribió: “Propuse en mi corazón agasajar mi carne con vino, y que anduviese mi corazón en sabiduría, con retención de la necedad, hasta ver cuál fuese el bien…” (versículo 3).
Aquel rey, cuando era joven, trató realmente de disfrutar de la vida, y contaba con los medios para hacerlo. Fue uno de los hombres más ricos que jamás hayan existido, con todos los recursos de una nación a su alcance. Si no contaba con suficiente dinero para el logro de alguno de sus proyectos, simplemente subía los impuestos.
Así que, al continuar con su experimento para encontrar la felicidad y el éxito, escribió: “Engrandecía mis obras [estupendas obras y proyectos nacionales], edifiqué para mí casas, planté para mí viñas; me hice huertos y jardines, y planté en ellos árboles de todo fruto. Me hice estanques de aguas, para regar de ellos el bosque donde crecían los árboles. Compré siervos y siervas, y tuve siervos nacidos en casa; también tuve posesión grande de vacas y de ovejas, más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén. Me amontoné también plata y oro, y tesoros preciados de reyes y de provincias; me hice de cantores y cantoras, de los deleites de los hijos de los hombres, y de toda clase de instrumentos de música. Y fui engrandecido y aumentado más que todos los que fueron antes de mí… No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo: y esta fue mi parte de toda mi faena” (Eclesiastés 2:4‑10).
Luego concluyó: “Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol” (versículo 11). ▪
Continúa en Las siete leyes del éxito (sexta parte)