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Las siete leyes del éxito (decimoséptima parte)
Continuación de Las siete leyes del éxito (decimosexta parte)
Para resolver los problemas
Ahora, la ley número cinco. No importa cuan inteligente, alerta o ingeniosa sea una persona, necesita la sabiduría y la ayuda de Dios para resolver los problemas y hacer frente a los obstáculos que obstruyen de vez en cuando la senda de la vida, ya sea en los negocios, en una profesión, en la vida privada o en algún otro aspecto de la vida. El hombre que tenga contacto con el eterno, el que pueda exponer estos asuntos, estas emergencias y estos problemas ante el trono de gracia, en la quietud de un lugar privado de oración, buscando el consejo y parecer divinos, ¡recibirá la guía de Dios! Por supuesto, la recibirá siempre y cuando sea sumiso, obediente, diligente y fiel.
La sabiduría viene de Dios.
Me permito relatar un ejemplo personal de este principio. Dios ha bendecido su obra y ha hecho que se convierta en una tremenda labor de alcance internacional con oficinas en varias partes del mundo. Él me ha colocado en el puesto de director y dirigente humano sobre esta creciente obra con sus centenares de empleados. Tenemos que afrontar y resolver constantemente problemas de toda clase. Hay obstáculos que vencer, normas que establecer, decisiones que tomar que afectan muchas vidas y a menudo implican miles o aun millones de dólares. Es una responsabilidad tremenda.
Recuerdo que desde que tenía cinco años o menos, siempre deseaba tener entendimiento. Pero hace más de 50 años descubrí con tristeza que tenía gran necesidad de sabiduría. Habiéndome dedicado a vivir, literalmente, en armonía con cada palabra del manual de instrucciones de Dios, obedecí este mandamiento:
“Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios … y le será dada” (Santiago l:5). Acaté ese mandamiento de Dios y Él cumplió su promesa, pues me ha dado sabiduría. Por supuesto, ha permitido que cometa errores, pero nunca un error gravo que perjudicara su gran obra.
La sabiduría debe ser aplicada en forma individual, a cada circunstancia específica. Aprendí hace muchos años cuan necesario es reunir todos los datos relativos a un caso antes de tomar una decisión, lo cual siempre trato de hacer. Pero se requiere más. El libro de los Proverbios nos enseña que en la multitud de consejeros hay seguridad (Proverbios 11:14). Cuando hay que hacer una decisión importante, llamo a los consejeros más competentes, especialistas en el caso bajo consideración.
Si usted, lector, nunca ha tenido esta ayuda divina, ¡es simplemente imposible que comprenda lo mucho, pero mucho que esto significa! Cientos de veces hemos sido librados de errores costosos. Estamos libres de las preocupaciones y jaquecas que la mayoría de los hombres de negocios sufren debido a los problemas que los agobian. Podemos proceder con confianza, con la seguridad de la fe. ¡Qué bendición! ¡Qué consuelo y alegría!
¡Vale la pena!
Quienes tratan de arreglárselas en la vida sin la guía del Cristo viviente, están perdiendo la ventaja más práctica y valiosa que pudieran tener. En nuestro vernáculo diríamos: “¡Vale la pena!” Es preciso, sin embargo, que nos esforcemos y que pensemos. Tenemos que valemos de todos nuestros propios recursos y aplicar el ingenio, pero contamos además con la seguridad de la guía divina. Dios a menudo produce las circunstancias favorables. Él literalmente nos “abre las puertas”. ¡VALE LA PENA tenerlo como guía!
Finalmente, consideremos la sexta ley del éxito: la de la perseverancia, tenacidad y constancia, de no darse nunca por vencido.
El manual de nuestro Hacedor está repleto de advertencias respecto de esta ley. Jesús, en la parábola del sembrador y la semilla, nos muestra cuatro grupos de personas. Todas las personas descritas en la parábola oyen el mensaje de Dios. A todas se les da la oportunidad de responder favorablemente. Tres grupos ¡se dan por vencidos! Otro no logra progreso alguno. Dos grupos principian con gozo y gran fruto, pero permiten que las antiguas amistades y los cuidados y placeres de esta vida les desalienten y ahoguen. Los del otro grupo sencillamente no tienen la profundidad ni la fuerza de carácter para perseverar; son desertores por naturaleza. Aun de aquellos que continúan y perseveran, algunos son más diligentes, más ingeniosos, mejor preparados y más cuidadosos de su salud, de manera que logran un mayor desarrollo de carácter y de conocimiento espiritual que otros. ¡Ellos recibirán una recompensa mayor!
Jesús dijo: “El que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 24:13).
Sí, estas siete leyes son el camino, no sólo para el éxito comercial y económico, sino que son las leyes que conducen a la abundancia, el interés y el bienestar ahora y, ulteriormente, a la vida y gloria eternas en el reino de Dios.
Estas leyes nos enseñan a escoger la meta correcta. Nos enseñan a procurar con diligencia presentarnos a Dios aprobados. Nos enseñan a adquirir conocimiento, educación correcta y preparación para el éxito. Nos enseñan a cuidar la salud. Nos enseñan diligencia, empuje y dedicación persistente. Nos enseñan ingeniosidad y nos ofrecen ayuda divina para aplicarla, y nos enseñan a ¡perseverar hasta el fin!
¡Cuan feliz y segura es la vida cuando está llena de fe y confianza en el Dios Creador! ¡Rebosa bendiciones y gozo!
Yo lo sé. ¡He venido disfrutando esta clase de vida por más de medio siglo! Es una vida activa, interesante, emocionante, feliz. Es un constante mirar con gran expectación hacia la meta más sublime de todas: ¡la eternidad en el reino de Dios!
¡Quiero compartir esta vida con usted, apreciado lector, para que usted también la pueda disfrutar! ▪