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Las historias falsas provocan un daño real
“El Imperio Británico fue mucho peor que los nazis”. Este fue el veredicto pronunciado en un evento llamado “Las consecuencias raciales del Sr. Churchill”, por parte de Kehinde Andrews, profesor de Estudios Negros en la Universidad de Birmingham. El evento, organizado por el Churchill College-Cambridge, constituyó un ataque hacia el homónimo de la universidad y los ideales que él y Gran Bretaña apreciaban.
“No hay debate”, dijo Andrews a los espectadores en una cantinela que se está volviendo familiar en todo el país. “Su supremacía blanca está más o menos registrada y la pregunta aquí es, ¿por qué Churchill aún mantiene el nivel de popularidad que tiene?”. Churchill, dijo, era “la encarnación perfecta de la supremacía blanca”.
Historias similares aparecen en todos los niveles de la educación. Los estudiantes de Seaford Head School, por ejemplo, exigieron que una de sus cuatro casas ya no llevara el nombre de Churchill, ya que Churchill “promovió el racismo y la desigualdad, el encarcelamiento injusto y la tortura”. Tales ataques son fáciles de desbaratar. Sin embargo, la escuela, en lugar de enseñar hechos básicos, se rindió y prometió cambiar el nombre de la casa.
Esta tendencia contrasta con la educación británica durante el ascenso a la grandeza del Imperio. Generaciones enteras fueron criadas con una pasión por alcanzar la gloria para su país y para sí mismos. Las virtudes y ambiciones de hombres y mujeres del pasado fueron elogiadas como inspiración para las generaciones futuras.
El joven Horatio Nelson, por ejemplo, tenía los “ideales del patriotismo, el honor y el heroísmo marcial en los Clásicos que le inculcaron en la escuela”, escribe John Sugden (Nelson: A Dream of Glory, 1758-1797 [Nelson: Un sueño de gloria, 1758-1797]). Los modelos a seguir que le enseñaron a admirar e imitar estaban impregnados de nobles ideales. También citó a menudo de los pasajes más conmovedores de “las obras patrióticas de Shakespeare, con sus frecuentes alusiones a los triunfos nacionales sobre los rivales galos”.
Este orgullo y pasión impulsaron a Nelson a superar las dificultades, tomar riesgos y exponerse al peligro. En Britons: Forging the Nation 1707-1837 [Británicos: Forjando la nación 1707-1837], Linda Colley escribe, “Nelson sólo practicó en un grado notable lo que la alabanza al individualismo heroico fomentó muy ampliamente entre la clase a la que él aspiraba”.
La educación moderna enseña poco de historia, nada de modelos a seguir, nada de gloria. No hay nada que aprender, nada que imitar y nada porqué esforzarse. Sólo hay gente para criticar. Como dijo el historiador Nicholas A. M. Rodger, “Ningún historiador universitario actual podría escribir sobre la vida de un héroe famoso y esperar preservar su reputación, a menos que destruyera la de éste”.
La sociedad moderna es el resultado de esta educación. La educación de Nelson produjo un hombre dispuesto a desafiar casi cualquier peligro en la búsqueda de los ideales y la gloria que anhelaba. Ahora no anhelamos nada y nos refugiamos en el miedo a un virus al que al menos el 99,9% de las personas sanas sobrevive. Nuestros políticos carecen de valor para tomar decisiones, y en cambio delegan en “expertos” que ven la catástrofe a la vuelta de cada esquina. Incluso después que sus pronósticos de fatalidad demuestran ser erróneos una y otra vez, todavía nos acobardamos ante sus advertencias, sólo por si acaso esta vez tienen razón.
Lo vemos en las desastrosas decisiones de política exterior que nuestras naciones están tomando, complaciendo a regímenes peligrosos en lugar de confrontarlos con confianza.
Esta debilidad era evidente incluso a mediados del siglo xx, cuando la educación británica ya se había vuelto demasiado “ilustrada” para defender las virtudes imperiales. Las élites educadas, desesperadas por evitar la confrontación con Adolfo Hitler, se acercaron a él. Churchill, cuya educación fue en gran parte una devoción voraz y autodidacta de la historia, declaró que se podía detener a Hitler y salvar millones de vidas, con comparativamente poca dificultad si se diera la debida confianza en sí mismo y resolución.
Por esto, las élites bien educadas lo volvieron un villano. En 1933, la Unión de Oxford votó infamemente que “esta casa se niega en cualquier circunstancia a luchar por el rey y el país”. El gobierno británico ha estado durante mucho tiempo dominado por antiguos alumnos de Oxford y Cambridge. Y al establecer la política exterior casi universalmente eligieron el apaciguamiento. Una vez que Francia cayó en 1940, la misma política exterior quería apaciguar a Hitler, dándole la victoria en la guerra. Gran Bretaña apenas se convenció de luchar, apenas luchó, y apenas sobrevivió, todo gracias a Winston Churchill. Un hombre—con la fuerza de una educación buena, histórica y en gran medida autodidacta—salvó la civilización occidental.
Se podría pensar que tales universidades, especialmente una que lleva el nombre de Churchill, estudiaría humildemente cómo su educación lo hizo tan correcto cuando ellos se equivocaron tanto. En cambio, lo caracterizan como algo peor que Hitler. Esa educación tan equivocada está destruyendo nuestras naciones.
“Hoy escuchamos muchas voces académicas diciéndole a la gente que aprender historia tiene poco o ningún valor”, escribe el redactor jefe de la Trompeta, Gerald Flurry, en “Una ley de la historia”. “Esta es una tendencia extremadamente peligrosa que puede estar demasiado arraigada como para corregirla. Esta plaga educativa es rampante entre los pueblos estadounidense y británico. ¡Parece que pocos de nuestros líderes entienden que es un desastre colosal!” (The Former Prophets [Los profetas anteriores]).
Estudiar la historia tiene valor práctico. Distorsionarla tiene efectos tangibles. Es por eso que cada uno de nosotros, jóvenes y viejos, debemos anhelar la verdadera historia, los verdaderos valores, la verdadera educación. Eso es lo que Nelson y Churchill hicieron de la mejor manera que pudieron.
Cuando Dios quiso enderezar a una nación, los educó para ver los aspectos positivos de su historia. El profeta Esdras produjo el libro de Crónicas para este propósito, para su generación y, lo que es más importante, para generaciones posteriores. Y la educación contenida en Crónicas y en el resto de la Santa Biblia contiene los ideales más verdaderos, el honor más virtuoso, los héroes más importantes, los triunfos más grandes, la verdad más conmovedora, la pasión más audaz, la inspiración más elevada y la gloria más fantástica. Anhele esa educación, devórela, y no se sabe lo que el futuro le depara a usted, y lo que usted tiene que ofrecerle.
Solicite su copia gratuita de The Former Prophets [Los profetas anteriores], por Gerald Flurry. ▪
EL MISTERIO DE LOS SIGLOS
Se ha preguntado usted alguna vez: "¿Quién soy yo? ¿Qué soy? ¿Por qué existo?" Usted es un misterio. El mundo que lo rodea es un misterio. ¡Ahora usted puede comprenderlo!