Reciba nuestro boletín gratis

La mujer que salvó al hombre que salvó al mundo

JULIA GODDARD/TRUMPET

La mujer que salvó al hombre que salvó al mundo

Al servir desinteresadamente a un niño, una mujer tuvo un profundo impacto en la civilización occidental. ¿Quiénes podrían ser los niños de su vida cuando crezcan?

Fue un niño. Llegó al mundo a la 1:30 de la mañana del 30 de noviembre de 1874, nacido en una familia noble de Oxfordshire, Inglaterra.

De niño, tenía una gran mesa para sus miles de soldados de juguete y sus trascendentales batallas, maravillosas colecciones de libros y sellos, incluso su propia cabaña de madera a la que se accedía sobre un pequeño foso por un puente levadizo que funcionaba. Todo lo que un niño podía pedir.

Casi.

Este niño era Winston S. Churchill. Sus padres le proporcionaban sus necesidades físicas y lujos, pero le privaban de afecto e incluso de tiempo juntos. En la época victoriana, los padres de la alta sociedad como los suyos veían a sus hijos en momentos señalados y recibían informes de quienes realmente pasaban tiempo con ellos, sus niñeras. Pero Randolph y Jennie Churchill no tenían tiempo ni siquiera para estas breves interacciones.

Los dos vieron muy poco a Winston durante sus primeros años. Cuando cumplió 7 años, lo enviaron al primero de varios internados, donde sufrió el acoso de sus compañeros e incluso de sus profesores debido a su carácter enfermizo y a sus impedimentos para hablar.

A lo largo de estos difíciles años, Winston escribió a su padre y a su madre, suplicándoles que le visitaran. “[V]en a verme pronto…”. “Ven a verme pronto, querida mamá…”. “Me pregunto cuándo vendrás a verme?”.

Salvo en raras ocasiones, ni su madre ni su padre hacían el corto viaje en tren para verlo. De hecho, rara vez respondían a sus cartas. Winston, de nueve años, escribió a su madre: “Sólo he recibido una carta tuya en este periodo”.

Mientras padre y madre se ocupaban de cosas que consideraban más importantes, ¿quién cuidaba a Winston? La cuidadora que contrataron cuando él tenía un mes de vida, una mujer de 40 años llamada Elizabeth Anne Everest.

‘La chimenea junto a la que se secaba las lágrimas’

La mayoría de las biografías apenas mencionan a las niñeras. Pero en las biografías de Churchill, la situación es diferente. En The Last Lion [El último león], de William Manchester, por ejemplo, se habla de Everest en docenas de pasajes, muchos de ellos bastante detallados. Esto se debe a que la historia temprana de Winston Churchill es en gran medida la historia de Everest.

Durante los primeros siete años de Winston, ella era todo su mundo. Este mundo era en gran parte uno de aprendizaje: la lectura, la escritura y las matemáticas básicas formaban parte de su rutina diaria en la guardería. Pero Everest también le permitía un tiempo, e incluso se unía a él, para representar escenas de los libros que leían.

“Woom” era, al parecer, lo más parecido a decir “mujer” para el joven Winston. Se convirtió en su nombre para ella. “Woom” era más que una educadora y una compañera de juegos. Ella le salvó de la inanición emocional. Ella moldeó su personalidad. Le enseñó a sortear las vicisitudes de la vida. Y Winston, descuidado por sus padres, acosado y golpeado por frecuentes y prolongadas enfermedades, experimentó vicisitudes. Pero incluso cuando crecía y su mundo se ampliaba, sabía que cualquiera que fuera la lucha a la que se enfrentara, tenía a alguien a quien recurrir.

En My Early Life (Mi juventud), escribió que ella era su “confidente”. “[A] ella le derramé mis muchos problemas”.

A los 11 años, Winston contrajo una doble neumonía y estuvo muy enfermo durante varios días. Su médico escribió a sus padres: “Perdonen que les moleste con estas líneas para inculcarles la absoluta necesidad de tranquilidad y sueño para Winston y que no se permita a la Sra. Everest entrar en la habitación del enfermo hoy, ¡incluso la emoción de placer al verla podría hacerle daño!”.

Al año siguiente, Winston estaba viviendo en el internado de Harrow. Su madre no le había visitado allí por casi un año, y su padre nunca lo había hecho. Pero un día, tras meses en los que Winston suplicaba a sus padres que la enviaran, llegó la Sra. Everest. “Los niños de la escuela pública se avergonzaban entonces de sus niñeras”, escribió Manchester. Pero Winston “hizo desfilar a su vieja enfermera, inmensamente gorda y todo sonrisas, por High Street, y luego la besó sin pudor a la vista de sus compañeros de escuela”. Uno de ellos dijo más tarde que ese beso fue “uno de los actos más valientes que he visto nunca”.

Violet Asquith, amiga personal de Winston Churchill en su edad adulta, resumió todo lo que Woom era para él: “En su solitaria infancia y sus infelices días de escuela, la Sra. Everest fue su consuelo, su fuerza y su apoyo, su única fuente de comprensión humana inquebrantable. Ella era la chimenea junto a la que secaba sus lágrimas y calentaba su corazón. Ella era la luz nocturna junto a su cama. Ella era seguridad”.

Un ‘vasto y generoso sentido moral’

Everest advirtió a su niño de los peligros de las deudas, los peligros de hacerse amigo de malas influencias, de la importancia de mantener la salud, de la virtud de practicar la bondad con los animales. Le ayudó a desarrollar preocupación por los pobres, lo que, según escribió Manchester, contribuiría a convertir a Churchill en uno de los dos “más eficaces defensores de la clase obrera” en el ámbito político británico.

Everest también enseñó a Winston, lo mejor que pudo, sobre su Creador. Él la veía orar en silencio y le preguntaba sobre el propósito. Ella le explicaba, y oraba en voz alta para que él escuchara y aprendiera. Fue de sus labios que Winston escuchó por primera vez pasajes de la Biblia King James. Ella le ayudó a memorizar partes de ésta y le enseñó sobre las vidas de hombres y mujeres registradas allí. Los dos daban frecuentes paseos juntos, durante los cuales ella le enseñaba a cantar himnos.

En Never Give In (Nunca te rindas) Stephen Mansfield describe a Everest como una adepta de la “baja Iglesia”, reacia al “ritual” y a la “parafernalia papal” de la Iglesia anglicana. “Pero ella era… una mujer apasionada por la oración y enseñó bien al joven Winston”.

Gracias a la influencia de Everest, Churchill se dio cuenta durante su adolescencia de que la política colonial de Gran Bretaña era noble y que merecía la pena luchar por ella sólo mientras siguiera estando fundada en lo que él llamaba “una razón superior” y “una fuerza moral: el fundamento divino del poder terrenal”.

Su creencia de que su país representaba a la “civilización cristiana” fue fundamental para su sentido de misión de toda la vida. En su interior crecía su ya histórica e indomable determinación de mantenerse en pie y luchar.

“¿[Q]uién puso tal acero moral en el corazón y decisión de Churchill?”, se preguntó el periodista Cal Thomas. “Si sus padres no fueron fuertes guías espirituales y éticos, ¿quién dio a Churchill tales principios?”.

Elizabeth Anne Everest.

La biografía del primer ministro británico Boris Johnson de 2014 concluye que: “Considero que ella fue quien le ayudó a tener ese vasto y generoso sentido moral”.

El “sentido moral” que Everest ayudó a construir en el joven Winston no es fortuito. En última instancia, cambió el curso de la historia.

“Probablemente no ha habido un vigilante político más grande que Winston Churchill”, escribe el redactor jefe de la Trompeta, Gerald Flurry, en su folleto Winston S. Churchill: The Watchman. “Su previsión salvó al mundo occidental de la desaparición en la Segunda Guerra Mundial”.

No se puede exagerar la importancia de la postura inflexible de Churchill contra el mal nazi, en un momento en que nadie más estaba dispuesto a enfrentársele. Realmente salvó al mundo. El Sr. Flurry aclara que en realidad fue Dios quien lo logró, pero lo hizo a través de Churchill. Y Churchill nunca habría tenido la previsión, la convicción y la decisión para ser usado de forma tan poderosa sin Everest.

‘Mi más querido e íntimo amigo’

Cuando Winston tenía 19 años, las tensiones financieras llevaron a su familia a despedir a Everest, a pesar de sus firmes objeciones.

Se trasladó a vivir con sus hermanas que, junto con una ayuda económica de Winston (superior a la que él podía permitirse), la alejaron de la indigencia total. Pero al año siguiente, Winston recibió una carta que decía que ella había contraído peritonitis.

Lo dejó todo y corrió a verla.

Everest sabía que su estado era grave, pero su preocupación era por Winston, ya que había viajado bajo la lluvia para visitarla. Se negó a ser consolada hasta que él se secara. Poco después, entró en coma. El joven se sentó a su lado, sosteniendo la mano que le había vestido, que le había ayudado a caminar, pasado las páginas de sus libros de cuentos, señalado las Escrituras, secado sus lágrimas, lo había levantado y construido su vida.

Era Woom quien siempre había estado ahí cuando, de otro modo, él estaba solo. Woom, que le había enseñado compasión y humildad. Woom, que le había mostrado un amor infinito.

Sostuvo su mano hasta el final, a las 2:15 de la mañana siguiente. Más tarde escribió: “La muerte le llegó muy fácilmente. Había vivido una vida tan inocente y cariñosa de servicio a los demás y tenía una fe tan sencilla que no tenía ningún temor y no parecía importarle mucho”.

“Ella había sido mi amiga más querida e íntima durante todos los 20 años que había vivido. (…) Nunca volveré a conocer a una amiga así”.

Utilizado por Dios, Winston S. Churchill cambió la historia y nuestras vidas. Y Elizabeth Anne Everest cambió a Winston S. Churchill.

Aprenda las lecciones

La previsión y el valor de Churchill salvaron al mundo occidental de la desaparición en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, hoy muchos desprecian su logro y su mensaje. La mayor tragedia de la guerra es que no aprendimos de ese desastre vergonzoso y casi fatal. Para entender el mensaje de Churchill para nosotros hoy, pida su ejemplar gratuito del folleto de Gerald Flurry Winston S. Churchill: The Watchman (disponible en inglés). 


ESTADOS UNIDOS Y GRAN BRETAÑA EN PROFECÍA

La gente del mundo occidental estaría sorprendida y boquiabierta, ¡si lo supieran! Los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Australasia y África del Sur pondrían en marcha gigantescos programas de protección, ¡si lo supieran! ¡Ellos podrían saberlo! ¡Pero, no lo saben! ¿Por qué?