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La cúspide en la torre
El proyecto es extremadamente enorme. Se extiende a lo largo de cuadras en la ciudad y más allá. Contiene billones de partes y contando, acumuladas en un esfuerzo humano montañoso. Su masa es gigantesca, su altura es dominante y sigue creciendo. Es un proyecto que se mide mejor no en metros, kilómetros o megatones, sino en vidas.
Esta es una descripción de la torre de Babel de Génesis 11, quizá plasmada con cierta exactitud en ilustraciones muy conocidas como las de Peter Brueghel el Viejo y otras.
Pero también es una descripción de la propia civilización humana, generación tras generación, proceso tras proceso, vida tras vida. El último piso es el más nuevo: una capa activa de material, tecnología y actividad humana. Desde aquí la vista es espectacular. Mirando las nubes abajo, y el mundo debajo de ellas como desde la ventanilla de un avión, ¿cómo puede uno no estar deslumbrado ante la civilización que construyó semejante mirador como éste?
De esta manera: mire adentro.
Dentro están los obreros. Dentro están sus capataces. Dentro está el sufrimiento humano que nosotros mismos creamos.
Una generación tras otra ha puesto sobre sí a sus élites y ha trabajado bajo ellas, colocando los muros, los arcos, las vigas de la historia de la humanidad y apilando encima vidas de ignorancia, confusión, pobreza y riqueza, fracaso, futilidad, miedo, lucha, asesinato y suicidio, violencia y guerra. Cuando los sufrimientos de las masas llegan a un punto de quiebre, surgen nuevas élites que empujan a las masas a realizar nuevas tareas, y traen consigo nuevos sufrimientos. Los niveles inferiores están catastróficamente fuera de lugar, pero nosotros continuamos amontonando más de lo mismo y seguimos construyendo. Esto, más que una metáfora, es la condición humana.
Esta es la naturaleza misma del ser humano. Ninguna cantidad de opresión, sufrimiento o muerte ha hecho que dejemos de adorar a nuestra propia voluntad humana. Ejercemos nuestra voluntad sobre los menos poderosos, y la voluntad de los más poderosos la ejercen sobre nosotros nuestros jefes, reyes, políticos, dictadores y otros capataces. Oprimimos, atacamos, robamos, deshumanizamos y masacramos a cientos y miles y millones de personas debido a nuestra creencia indestructible de que los seres humanos podemos gobernarnos a nosotros mismos. Después de todo, decimos, basta con mirar nuestra torre.
Los seres humanos parecemos estar impulsados por la convicción, aunque sea subconsciente, de que actuamos independientemente de nuestro Creador; que, de hecho, es muy posible que Él quiera destruirnos, y que si queremos escapar de Su castigo, debemos hacerlo juntos; debemos hacer y someternos a nuestros capataces humanos y debemos construir esta torre. Viviremos a nuestra manera. ¿Hasta dónde llevaremos esta creencia? Hasta la tumba.
Aquí, en la cúspide, estamos disfrutando de la vista. Pero en esta última fase de la construcción, la estructura, fuera de la plomada, fuera de nivel, pero cada vez más alta, se tambalea sin control.
Nuestras élites —y nosotros— están ahora demoliendo activamente las pocas columnas fuertes que nuestro Creador nos dio y que aún permanecen en pie: el hombre y la mujer, los padres y los hijos, los ideales de libertad y responsabilidad humanas. Está quedando claro, si tan sólo lo viéramos, que nosotros y nuestras élites somos irremediable y definitivamente incapaces de construir nuestras propias vidas, y mucho menos nuestra civilización. Las elites mundiales mortalmente serias nos están diciendo que nos cubramos el rostro (hecho a imagen y semejanza de nuestro Creador); que nos quedemos en casa; que sometamos nuestros cuerpos a inyecciones y otros mandatos médicos; que comamos insectos en lugar de carne; que vivamos en cápsulas; que dejemos a los criminales impunes; que creamos mentiras sobre el pasado lejano y reciente; que renunciemos a nuestra libertad; no tener casas, vehículos u otras propiedades personales; tolerar, llevar, ingerir o implantar dispositivos de vigilancia; perder las mentes y la sexualidad de nuestros hijos; no tener hijos, antes o después de ser concebidos; no tener familia; renunciar a nuestras nacionalidades y, finalmente, abandonar la Tierra por completo. Sin privacidad, sin libertad, sin propiedad, sin familia, sin hombre o mujer, sin país, sin Tierra: sin ninguna posibilidad de elegir.
Podríamos creer que nuestro Creador nos hizo con un propósito distinto al de destruirnos. Podríamos someternos a Sus castigos ocasionales para así lograr de mejor manera el potencial para el que creó a los seres humanos y vivir de acuerdo a Su voluntad. En cambio, creemos que hay que resistirse a Él o negarlo por completo, y debemos someternos en cambio al castigo, la voluntad y la deshumanización de unas élites radicales, destructivas y dementes que no nos ven como hijos de Dios sino casi literalmente como a hormigas.
Abra los ojos. Nuestro Creador nos está permitiendo ver la falla fundamental, no sólo de un partido político en particular o de una ideología o una clase, sino de la civilización humana misma. Es hora de ver esta torre por lo que realmente es.