Walter Stoneman/Hulton Archive/Getty Images
La ciencia y las pesadillas del futuro
Un tema común de discusión en estos días es el efecto de la ciencia y la tecnología sobre la humanidad y nuestro futuro. ¿Google y Facebook ayudan o dañan? ¿La tecnología de inteligencia artificial en general beneficiará o perjudicará a la sociedad? La lista de preguntas que surge de este tema es larga.
Winston Churchill escribió un artículo, publicado en Strand en 1931, abordando este tema: “Cincuenta años después”. No deje que esta era lo engañe. De muchas maneras, podría haber sido escrita ayer.
Churchill escribió: “Hay pesadillas del futuro de las cuales una afortunada colisión con una estrella errante, reduciendo la Tierra a un gas incandescente, podría ser una liberación misericordiosa”.
¿Cuáles eran esas “pesadillas del futuro”? La peor pesadilla que él describió era la guerra nuclear. Estas armas aún no habían sido creadas, pero Churchill sabía que vendrían. Se acerca la era, predijo, cuando “las fuerzas explosivas, la energía, los materiales, la maquinaria estarán disponibles sobre una escala en la que pueda aniquilar naciones enteras”.
Churchill reconoció, incluso en 1931, que las terribles fuerzas desatadas por la “ciencia” estaban transformando a la civilización. Las sociedades que durante milenios habían sido empoderadas por la “energía muscular” estaban comenzando a confiar en cambio en la “energía molecular”. Los nuevos descubrimientos produjeron nuevas tecnologías e inventos que revolucionaron todas las facetas de la existencia humana, desde la industria a la política, a la economía y la guerra.
“Inmensas y nuevas fuentes de poder”, escribió él, “hicieron posibles originales métodos de minería y metalurgia, nuevos modos de transporte y maquinaria inimaginable. Éstos a su vez permiten que las fuentes moleculares de energía sean ampliadas y se utilicen de manera más eficiente. ...Cada invención actuó y reaccionó sobre otros inventos, y con una rapidez cada vez mayor, esa gran estructura de logros técnicos se elevó, lo cual separa las civilizaciones de hoy de todas las que el pasado ha conocido”.
El problema, señaló Churchill, no es tanto con la ciencia y la tecnología en sí, sino con la naturaleza y el carácter de los seres humanos.
“Cierto es que mientras los hombres están acumulando conocimiento y poder con una velocidad cada vez mayor e inconmensurable, sus virtudes y su sabiduría no han mostrado ninguna mejora notable a medida que los siglos han pasado” (énfasis añadido en todo).
La ciencia ha otorgado un poder y una oportunidad sin precedentes, escribió él, pero la naturaleza egoísta y cruel del hombre “permaneció hasta ahora prácticamente sin cambios”.
A Churchill le preocupaba que la adquisición de los poderes de la ciencia y la tecnología por parte de la humanidad estuviera superando rápidamente la adquisición del carácter, la disciplina y la “nobleza” necesaria para abstenerse de usar esos poderes para dañar a la civilización humana. Le preocupaba que la principal contribución de la ciencia estuviera equipando a los seres humanos con los medios para destruir la cultura, la sociedad, el gobierno y, finalmente, a la raza humana.
Churchill advirtió: “Bajo suficiente estrés—hambre, terror, pasión bélica o incluso frío y frenesí intelectual—el hombre moderno que conocemos tan bien hará los actos más terribles, y su mujer moderna lo respaldará”. Mire la política y la cultura de hoy: hay evidencia de un “frenesí y frío intelectual”, más notablemente entre la izquierda radical.
Churchill estaba tan preocupado por el progreso de la ciencia—sin el progreso en el carácter humano, la moralidad y la disciplina—que creía que sería más seguro para el hombre “detener el progreso material y el descubrimiento”. Hay secretos, escribió, “demasiado misteriosos para el hombre en su estado actual como para conocer, secretos que, una vez penetrados, podrían ser fatales para la felicidad y la gloria humana”.
Nadie puede rechazar a Churchill como un hombre ignorante del valor extremo de la ciencia y el conocimiento. Como historiador, pasó su vida adquiriendo, destilando y comunicando conocimiento. Como líder militar y político, él alentó el desarrollo científico y fue el arquitecto de más de unos pocos inventos.
A diferencia de la mayoría de los intelectuales, sin embargo, Churchill reconoció muchas de sus limitaciones—y, más significativamente, las limitaciones de la ciencia. A pesar de sus espléndidas virtudes, la ciencia, concluyó, “¡no cumple ninguna de las necesidades reales de la raza humana!”.
Qué tan bueno es el desarrollo científico, preguntó, si no puede responder a las “preguntas simples que el hombre ha formulado desde los primeros albores de la razón—‘¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es el propósito de la vida? ¿Hacia dónde vamos?’”.
“Cincuenta años después” concluye así resucitando preguntas que han dejado perpleja a la humanidad durante miles de años, preguntas que incluso Churchill no pudo responder.
¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es el propósito de la vida? ¿Hacia dónde vamos? Estas preguntas yacen en el corazón de todas las discusiones sobre la ciencia, su impacto en la humanidad y su papel en nuestras vidas. Pero estas preguntas generalmente son ignoradas. ¿Por qué? Porque no tenemos respuestas. Tenemos ideas, conjeturas y especulaciones, pero no hay una verdad fuerte y demostrable.
¿No le interesan a usted las respuestas a estas preguntas? ¿Por qué el hombre fue puesto en este planeta—el propósito de la vida—hacia dónde se dirige la civilización humana? ¿No le gustaría entender por qué la ciencia—a pesar de sus muchas contribuciones fantásticas a la civilización—ha llevado a la humanidad al borde de la extinción?
Usted puede tener las respuestas explicadas clara, lógicamente y con mucha evidencia bíblica. ¿Cómo? Solicite y luego estudie El misterio de los siglos . Escrito por el fallecido Herbert W. Armstrong, este libro podría ser su “liberación misericordiosa” de nuestro mundo de pesadilla. Aproveche la oportunidad para obtener una copia gratuita de éste, el libro que Winston Churchill más necesitaba. ▪