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La caída del primer dominio británico
ONTARIO, CANADÁ—
Los imponentes acantilados de Quebec asomaban en la oscuridad. Los barcos de la infantería ligera habían sido arrastrados más lejos de lo previsto por el río San Lorenzo. Toda la estrategia británica para conquistar Quebec dependía de la decisión del coronel William Howe, de 30 años. Él tomó la decisión audaz.
Llevando al hombro sus mosquetes y municiones, la infantería ligera escaló los acantilados. En la cima, los hombres de Howe arrebataron a los franceses el control del camino principal hacia el río. A las ocho de la mañana, 4.500 soldados regulares británicos y escoceses de las tierras altas habían tomado ese camino y se formaron en una delgada línea roja ante la Ciudadela de Quebec. El marqués de Montcalm reunió a 4.500 soldados regulares franceses, a la milicia local y a varias tribus nativas para atacar las posiciones británicas. Los disparos comenzaron. Pronto, los franceses se retiraron y los británicos avanzaron con bayonetas y los escoceses con sables. Al frente de la carga, el general James Wolfe recibió tres disparos.
Al ver a los franceses en plena retirada, dio sus últimas órdenes. Francis Parkman escribió: “Entonces, volviéndose sobre su costado, murmuró: ‘Ahora, alabado sea Dios, ¡moriré en paz!’ y en pocos momentos su valiente alma había huido”.
El 13 de septiembre de 1759, Gran Bretaña capturó Quebec, un momento crucial en la lucha por América del Norte. En 1763, Francia entregó todo Canadá a los británicos.
El historiador C. P. Stacy calificó esta batalla como “un hito imponente en el establecimiento del poder imperial británico…”. Decidió la fundación de Canadá como nación: parte del Imperio Británico. En un golpe de poesía histórica, se desarrolló en las Llanuras de Abraham. El lugar recibió el nombre del agricultor Abraham Martin, pero fue en estas llanuras donde Dios comenzó a cumplir en Canadá Sus promesas proféticas de hace 3.700 años al patriarca bíblico Abraham.
Canadá en la profecía
La historia de Canadá es una apasionante historia de milagros, intrigas y superaciones, y de trágicos fracasos. La historia canadiense también pinta el cuadro de cómo las profecías bíblicas, tanto inspiradoras como calamitosas, se han cumplido y se están cumpliendo. Esta es la verdadera historia de Canadá que usted debe conocer.
En su libro Estados Unidos y Gran Bretaña en profecía, el fallecido Herbert W. Armstrong explicó que la llave maestra para descifrar el significado de la profecía bíblica es la identidad bíblica de nuestras naciones modernas.
¿Está Canadá en la Biblia?
Estados Unidos y Gran Bretaña en profecía rastrea los ancestros de los canadienses y los británicos a través de milenios hasta la antigua tribu israelita de Efraín. Esa tribu descendía de José, hijo de Israel, hijo de Isaac, hijo de Abraham. Las promesas que Dios hizo a Abraham y a sus descendientes en el primer libro de la Biblia han constituido el fundamento de la propia civilización humana, hasta la edad moderna. Entre ellas se encuentra la promesa de Dios a Jacob, cuyo nombre cambió por el de Israel, de que “una nación y un conjunto de naciones procederán de ti” (Génesis 35:11). Más tarde, Dios inspiró a Israel a darles bendiciones particulares a sus nietos Efraín y Manasés, y a revelar que “una multitud de naciones” descendería de Efraín (Génesis 48:19).
Gran Bretaña gobernó el mayor imperio de la historia del mundo, y hasta hoy sigue siendo una mancomunidad de naciones. ¡Es esa “compañía de naciones” que Dios prometió a los descendientes de Efraín!
Jacob profetizó en Génesis 49:22: “Rama fructífera es José, rama fructífera junto a una fuente, cuyos vástagos se extienden sobre el muro”. El Sr. Armstrong explicó en Estados Unidos y Gran Bretaña en profecía que esto significaba que Efraín se convertiría en un pueblo colonizador, “extendiéndose alrededor del mundo desde las islas británicas”. Canadá, el primer dominio de Gran Bretaña, es una de esas ramas, asegurada para Gran Bretaña en 1759. El Sr. Armstrong continuó: “Pero comenzando en el 1800 estas dos naciones [EE UU y Gran Bretaña] empezaron a surgir y a crecer hasta llegar a convertirse en naciones inmensamente ricas y poderosas, como ningún otro pueblo lo había sido antes. Pronto el Imperio Británico se extendió alrededor del mundo, hasta el punto de que el sol nunca se ponía sobre sus territorios. Canadá, Australia, Suráfrica se convirtieron en dominios, como naciones libres, autorgobernadas e independientes de Inglaterra. Constituían un conjunto o mancomunidad de naciones unidas, no por un gobierno legal, ¡sino únicamente por el trono de David!”.
La identidad bíblica de Canadá es la tribu de Efraín. Su pertenencia a este “conjunto de naciones” fue profetizada en la Biblia, al igual que su conexión con los descendientes del rey David. Sir Winston Churchill llamó a la monarquía el “hilo de oro” que unía al Imperio y la mancomunidad.
Algunas de las bendiciones de la primogenitura de la grandeza nacional prometida a Abraham se cumplieron en la historia de la nación canadiense. El Sr. Armstrong indicó que la vía principal fueron los vastos recursos naturales de Canadá, como los campos de trigo, las reservas de petróleo, las minas de níquel y cobalto, y el material para producir electricidad y energía. Canadá posee algunos de los mayores depósitos de recursos naturales de todo el mundo. A estas ventajas hay que añadir las costas en los dos océanos más grandes de la Tierra, que le han proporcionado tanto protección como comercio internacional, amistad y comercio con su nación hermana del sur (que desciende de Manasés), y sobre todo el sistema imperfecto pero superior de principios y leyes de origen británico.
Miqueas 5:8 describe al Imperio Británico como un “león”. “Reitero, este lenguaje simbólico describe a la última generación de Israel como una gran potencia, como un león entre las demás naciones de la Tierra”, escribió el Sr. Armstrong. “Estos pueblos han sido como un “león” entre las demás naciones de la Tierra, ¡y ayudando a conservar la paz del mundo y la estabilidad de todo ser humano del planeta por medio de dos guerras mundiales!”.
Este es un hecho histórico reciente. Canadá contribuyó con orgullo a preservar la estabilidad del mundo: Sus tropas lucharon en la Guerra de los Boers, en la Primera y la Segunda Guerra Mundial, obteniendo importantes victorias como la de Vimy Ridge, la Ofensiva de los 100 días y Juno Beach.
El éxito de Canadá fue posible gracias a su lealtad a la corona británica. Esa lealtad ha anclado nuestra identidad, nuestro estado de derecho, nuestras instituciones, nuestras libertades, nuestra prosperidad y otras numerosas bendiciones.
Sin embargo, al igual que la Biblia profetizó el surgimiento del Imperio Británico, incluyendo a Canadá, también profetizó su desaparición. La historia y la profecía bíblica revelan dos causas principales del declive de Canadá: la transigencia y la infiltración.
La ciudadela católica
Si una palabra resume la historia y el carácter de Canadá, es transigencia. Este espíritu define las relaciones de los ingleses con los franceses.
Los franceses llegaron a lo que se convertiría en Canadá a mediados del siglo xvi. La colonia empezó a fracasar debido a la negligencia de la monarquía francesa, pero se vio fortalecida por la intervención directa de los jesuitas y la Iglesia católica. El libro de texto Canada: A Story of Challenge (Canadá: Una historia de desafío) afirma: “El poder y la influencia de la orden en Nueva Francia aumentaron rápidamente en los años siguientes, hasta que, de hecho, casi llegaron a dominar la colonia”.
La Iglesia católica adquirió una autoridad incuestionable en asuntos religiosos y temporales. El primer obispo de Quebec, François de Montmorency-Laval, vinculó agresivamente a la iglesia de Quebec incluso más directamente con Roma que con Francia.
“Una Iglesia católica ultramontana era aquella que enfatizaba la obediencia absoluta al Papa en Roma, negando el poder de cualquier Estado nacional para controlar o limitar a la iglesia. (…) La Iglesia [en Quebec] sólo miraba a Roma y mantenía una influencia considerable sobre las políticas de gobierno. El Canadá francés se convirtió y siguió siendo una ciudadela ultramontana” (ibíd.).
Los quebequenses han desarrollado no sólo una cultura distinta, separada del resto de la nación, sino también de Francia.
Tras la batalla de las Llanuras de Abraham en 1759, los términos de la rendición estipulaban que los franceses podrían ejercer la religión católica romana sin interferencias. Los británicos se apresuraron a aceptar los términos antes de que pudieran llegar los refuerzos franceses. A los pocos días de la conquista británica de Quebec, se había plantado la semilla de la división nacional.
Cuatro años más tarde, el Tratado de París incluía una vaga condición que otorgaba la libertad de religión en Quebec con condiciones, incluyendo un juramento de lealtad al monarca británico. El historiador George Buxton escribió: “Parece que el gobierno británico pretendía abolir el control papal de la iglesia en Quebec”. Los británicos no querían provocar una revuelta en Quebec, pero siglos de historia les habían enseñado lo motivado y peligroso que podía ser el Vaticano para socavar a la Gran Bretaña no católica, sus bendiciones abrahámicas y su lealtad a la corona.
Apenas 11 años después, el gobierno británico transigió. Ante una posible revolución en las 13 colonias del sur, el gobierno apaciguó a la población francesa con la Ley de Quebec de 1774, que concedía mayor libertad de religión, permitía la prevalencia del derecho civil francés sobre el inglés y abolía el juramento de fidelidad. Desde entonces, ésta ha sido la piedra angular de las relaciones entre ingleses y franceses.
“La Ley de Quebec significaba que la provincia de Quebec había sido puesta en una base especial por una ley imperial del Parlamento”, afirma Canadá: Una historia de desafío. “Se había perdido la oportunidad de encajar a Quebec desde el principio en el modelo ordinario de las instituciones británicas”.
La Ley de Quebec creó una unión de 50-50 entre una colonia inglesa protestante que descendía de Efraín (que recibió las bendiciones de la primogenitura y era leal al trono de David), y una población francesa católica que descendía de otra tribu israelita, Rubén (que había perdido la primogenitura y era leal al trono papal). El redactor jefe de la Trompeta, Gerald Flurry, escribe en El nuevo trono de David: “La principal meta de la Iglesia católica romana a través de las edades, realmente ha sido destruir el trono de David. ¡No soporta la idea de que alguien más tenga el trono preeminente en la Tierra!”.
El Quebec católico ha utilizado con éxito las herramientas legales y la presión de los medios de comunicación para expulsar la identidad británica de la conciencia canadiense. Jesucristo dijo que una casa dividida contra sí misma no puede permanecer (Mateo 12:25). Quebec se ha negado a unirse con el resto de la nación y ha mantenido un persistente movimiento de secesión. Además, casi todos los principales infiltrados comunistas en el país tienen conexiones profundas con Quebec. Canadá ha intentado sistemáticamente resolver estas divisiones mediante la transigencia.
Infiltración
Es milagroso que Canadá se convirtiera en una nación en 1867. Varios de los principales líderes de Gran Bretaña y Canadá tuvieron un milagroso cambio de opinión que los llevó a trabajar juntos para forjar una nueva nación. Sir John A. Macdonald, principal arquitecto de la confederación y el primer Ministro de Canadá, fue, como escribió su biógrafo Richard Gwyn, la encarnación de la lealtad a Gran Bretaña. Macdonald le dijo a la reina Victoria que el propósito de la confederación era “declarar de la manera más solemne y enfática nuestra resolución de estar bajo la soberanía de su majestad y su familia para siempre”.
La lealtad al trono británico definió y unió a Canadá. “Aquí residía el efecto mágico, aunque paradójico, del credo de la lealtad entre los canadienses: ser leales a otra nación y a un monarca ausente mantenía a los canadienses leales entre sí” (ibíd.).
Se construyeron ferrocarriles, la nación se expandió y los canadienses recibieron más y más bendiciones. Pero el joven dominio se enfrentó a muchos problemas para mantenerse unido. Para mantener a raya estas divisiones y muchos de sus otros problemas, los canadienses cedieron reiteradamente el poder individual a un gobierno central cada vez más fuerte. “En Canadá le recuerdan el gobierno todos los días”, publicó el filósofo y naturalista estadounidense Henry David Thoreau en 1886. “Se exhibe ante usted. No se contenta con ser el siervo, sino que quiere ser el amo…”.
El propósito y el corazón de nuestra Constitución es “la paz, el orden y el buen gobierno”. El autor de Why We Act Like Canadians (Por qué actuamos como canadienses), Pierre Berton, escribe que “buen gobierno” para la mayoría de los canadienses suele equivaler a “gobierno fuerte”. Escribe: “Para hacer realidad lo que consideramos el mejor de los mundos posibles, los canadienses hemos estado dispuestos a pagar un precio. La otra cara de la moneda del orden y la seguridad es la autoridad. Siempre hemos aceptado más control gubernamental sobre nuestras vidas que [los estadounidenses], y menos libertades civiles”.
Cuando Canadá entró en el siglo xx, arraigó una nueva ideología que aprovechaba tanto la división interna como el gobierno fuerte.
En 1898 se formó el Partido Socialista Obrero. En 1919, el socialismo en el país estalló en la Huelga General de Winnipeg, en la que los trabajadores marxistas crearon su propio gobierno autónomo. En 1920 se formó el Partido Comunista de Canadá. Las filas de los socialistas aumentaron durante la década de 1930 y la Gran Depresión. En 1944, los canadienses eligieron su primer gobierno provincial socialista. Los socialistas se infiltraron en las instituciones educativas y jurídicas y enseñaron que las instituciones británicas eran coloniales y racistas.
“Es un tipo de guerra que no entendemos ni sabemos cómo afrontar”, escribió el Sr. Armstrong sobre el comunismo en 1956. “Utiliza todos los medios diabólicos para debilitarnos desde adentro, minando nuestras fuerzas, pervirtiendo nuestra moral, saboteando nuestro sistema educativo, destrozando nuestra estructura social, destruyendo nuestra vida espiritual y religiosa, debilitando nuestro poder industrial y económico, desmoralizando nuestras fuerzas armadas, y finalmente, después de tanta infiltración, ¡derrocando nuestro gobierno por la fuerza y la violencia! ¡Todo esto, astutamente disfrazado de partido político inofensivo! El comunismo es una guerra psicológica mundial”.
El primer campo de batalla fue el control de las aulas. El autor J. L. Granatstein escribe en Who Killed Canadian History (¿Quién mató la historia canadiense?) que los marxistas lucharon y derrotaron a los educadores tradicionales sobre la historia del trabajo, y luego pasaron a cambiar la enseñanza de todos los demás campos de la historia, con cada grupo de interés especial reclamando su derecho. Los socialistas sustituyeron el estudio de los primeros ministros, los parlamentos, los reyes y las reinas, y los ideales que promovían, por el estudio de los líderes sindicales, los defensores del aborto, los homosexuales y otros, así como el adoctrinamiento de la culpa por los males de Canadá, reales y ficticios.
La década de 1960 marcó un importante punto de inflexión para Canadá. Los líderes políticos utilizaron el sólido sistema federal para repudiar las tradiciones británicas y abrazar el comunismo.
El primer ministro Lester B. Pearson introdujo la asistencia de salud nacional. En 1964, para apaciguar a los separatistas de Quebec y enfatizar el nuevo rumbo de Canadá lejos del “colonialismo” (que estaba siendo redefinido como un “pecado original”), el gobierno de Pearson incluso cambió la bandera canadiense del Pabellón Rojo a la hoja de arce.
Pearson también aceleró el declive del Imperio Británico al ayudar a Egipto a finalizar su control sobre el Canal de Suez en 1957.
“Sólo cuando el Imperio Británico empezó a desvanecerse y a desmoronarse, la lealtad perdió su atractivo magnético para los canadienses”, escribió Gwyn, “a partir de entonces, como era incomparablemente más difícil, los canadienses tuvieron que encontrar razones para ser leales a sí mismos” (óp. cit.).
Las universidades comunistas de Quebec produjeron un joven Pierre Trudeau. Sería Primer Ministro por más de 15 años y haría más que nadie para transformar fundamentalmente a Canadá. Trudeau tenía un largo historial de admiración y amistad con los dictadores comunistas.
En Quebec, la influencia socialista inspiró un movimiento secesionista y el manifiesto separatista de 1966 del marxista quebequés Pierre Vallieres. John Weisenberger escribió en el C2C Journal: “Planteó la suerte de los quebequenses en términos ya conocidos: un grupo oprimido colonizado por los capitalistas angloamericanos y que requiere la liberación mediante una revolución marxista”. Esto también desencadenó los secuestros, asesinatos y otros actos de violencia terrorista del Front de libération du Québec. El presidente francés Charles de Gaulle avivó el fuego del separatismo visitando Quebec en 1967 y declarando: “¡Viva Quebec libre!”.
En 1971, Trudeau anunció el multiculturalismo como política oficial del gobierno, reconociendo “el argumento de otras comunidades culturales de que ellas también son elementos esenciales en Canadá”.
En Oseas 7:8, Dios profetizó que Efraín sería una “torta no volteada”, que “se ha mezclado con los demás pueblos”. En 1984, el gobierno gastaba 23 millones de dólares para financiar 2.000 organizaciones étnicas diferentes, todas ellas representantes de identidades e intereses diferentes.
Este esfuerzo reflejaba una transformación en la demografía de Canadá. Una encuesta de 1871 reveló que el 61% de los canadienses tenía orígenes en las Islas Británicas, mientras que el 31% declaraba tener orígenes franceses. Una encuesta de 2016 reveló que sólo el 33% declaraba tener orígenes británicos y el 14% franceses. Más del 40% declaró tener varios orígenes, algunos hasta seis, lo que complica las estadísticas.
Tras más de una década de presiones, Trudeau consiguió reformar la Constitución en 1982. Las conversaciones estuvieron a punto de fracasar, pero todas las provincias (excepto Quebec) llegaron a un arreglo. La nueva Constitución incluía una nueva Carta de Derechos y Libertades que reducía la monarquía británica de autoridad a figura decorativa. Esto abrió la puerta al gobierno canadiense para ejercer un control aún más socialista y dictatorial sobre sus ciudadanos.
La Sección 1 de la carta establece que las libertades de los canadienses están “sujetas únicamente a límites razonables… que puedan justificarse en una sociedad libre y democrática”. Esto parece razonable y justo, pero otorga poder al gobierno para revocar cualquier libertad que considere que excede esos “límites razonables”.
Los jueces activistas de la Corte Suprema nombrados por Trudeau explotaron infamemente esta disposición en su decisión de 1986 en el caso R. vs. Oakes, que estableció que el gobierno podía negar libertades basándose en cosas como “un compromiso con la justicia social y la igualdad” y “el respeto a la identidad cultural y de grupo”. En una sola decisión, un tribunal de izquierda radical inició el abuso crónico del gobierno canadiense de la Sección 1.
Cuando el liderazgo de Pierre Trudeau terminó en 1984, Canadá era una nación profundamente diferente. Su identidad como miembro de la Mancomunidad Británica había pasado de ser una ventaja a una vergüenza, y el gobierno socialista y prepotente se había convertido en una forma de vida.
Ya no hay obligación
Ahora el hijo de Trudeau, Justin Trudeau, es primer ministro. Ha llegado a decir que su visión es hacer de Canadá el primer país “posnacional”, que es un ideal fundamental del comunismo. Barry Cooper escribió en C2C Journal: “Los canadienses se han convertido en ciudadanos de un nuevo tipo de régimen, tal como esperaban los partidarios de una sociedad sin deberes, transnacional y posmoderna” (1 de marzo de 2010).
Después de que Barbados rechazara el trono británico y se convirtiera en una república en noviembre de 2021, una encuesta reveló que la mayoría de los canadienses está a favor de cortar todos los lazos con la monarquía británica tras la muerte de la reina Isabel ii.
En Oseas 7:11, Efraín es llamado “paloma incauta”, una caracterización de las decisiones del pueblo y sus líderes. Los efraimitas en Canadá y en otros lugares están destruyendo sus propias bendiciones (atacando sus propias industrias energéticas, por ejemplo), y Dios está quitando esas bendiciones como castigo por sus pecados.
El Sr. Armstrong escribió en Estados Unidos y Gran Bretaña en profecía: “Ahora, Dios ya no está obligado por Su promesa a continuar prodigando riquezas, prestigio ni grandeza. Una vez otorgada esta posición privilegiada, el seguir o no disfrutando de ella dependía del pueblo mismo”.
Si queremos mantener estas estupendas bendiciones, Dios espera obediencia a Sus caminos revelados en la Biblia. Canadá como nación ha rechazado su identidad bíblica a favor de un Estado ateo, socialista y protector. Cuanto más abrazan los canadienses el comunismo, más difícil es confiar en las promesas y bendiciones de Dios. La transigencia original con el Quebec católico-francés creó un patrón de pensamiento que ha sido explotado por líderes radicales y comunistas. Canadá recibió increíbles bendiciones de recursos naturales, derechos y libertades, paz y seguridad. Éstas han sido sustituidas por la extralimitación del gobierno, la burocracia intrusiva y la eliminación de las libertades, los desastres naturales, la creciente inflación y la paralizante corrección política. Sus bendiciones de primogenitura han sido sustituidas por maldiciones. El objetivo comunista de crear un país posnacional está casi completo. Parafraseando Jueces 21:25, Canadá se ha convertido en una sociedad en la que “cada uno hace lo que le bien parece”.
¿Cómo termina la historia de Canadá? El Sr. Armstrong advirtió en Estados Unidos y Gran Bretaña en profecía: “¡Dios va a multiplicar el castigo (la corrección) sobre nuestros pueblos hasta que se tornen de sus malos caminos y adopten los senderos que llevan a la paz, la felicidad, la prosperidad y todas las cosas buenas!”.
Canadá perderá sus bendiciones y su pueblo sufrirá la destrucción nacional y la pérdida de todas sus libertades a manos de una superpotencia europea católica. Pero Dios utilizará finalmente esta catástrofe como una bendición de corrección. Dejará claro que la única fuente de bien en Canadá, en otras naciones de Israel y en la humanidad es la creencia, la obediencia y el amor a Dios. Incluso ahora, Él está preparando un gobierno nuevo, el Imperio de la Familia Dios, que dará a toda la humanidad unidad, esperanza, deber, propósito y un futuro verdaderamente glorioso. ▪
Este artículo fue traducido del artículo “Downfall of Britain’s First Dominion” de theTrumpet.com.