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Fin de la Segunda Guerra Mundial: ¿Derrota o liberación alemana?
Alice Weidel, copresidenta del partido Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán), se niega a celebrar “la derrota de su propio país con una antigua potencia ocupante”. Su declaración se produjo en respuesta a la decisión de su copresidente, Tino Chrupalla, de celebrar el aniversario de la victoria sobre la Alemania nazi en la embajada rusa el 9 de mayo de este año. Bild escribió el 11 de septiembre: “Cuando celebramos el ‘Día de la Liberación’ en Alemania, Alice Weidel habla de derrota”.
Alemania firmó oficialmente su rendición el 8 de mayo de 1945, pero debido a las diferencias horarias, en Rusia fue el 9 de mayo. Por eso Rusia celebra el Día de la Victoria todos los años el 9 de mayo, mientras que otros lo celebran el 8 de mayo. El Día de la Victoria es, comprensiblemente, un día complicado para Alemania. Algunos, como Weidel, lo ignoran por completo, diciendo que no quieren celebrar la derrota de su país. Otros celebran una “liberación”, considerando el Día de la Victoria como el día en que Alemania se liberó de un régimen malvado. Otros aprovechan el 9 de mayo para enfocarse en la relación de Alemania con Rusia.
A primera vista, celebrar la liberación el 8 o el 9 de mayo parece la mejor opción. Nadie quiere celebrar la derrota de su propio país. Pero llamar liberación a la derrota no resuelve el problema: no es históricamente exacto.
La directiva emitida al comandante de las fuerzas estadounidenses en 1945 decía: “Alemania no será ocupada con fines de liberación sino como una nación enemiga derrotada”. Esto suena cruel, pero considere lo siguiente. “La mayoría de los alemanes que vivieron el 8 de mayo de 1945 no veían a los Aliados como libertadores”, señaló el New York Times el 8 de mayo de 2021.
Una liberación significaría liberar a un pueblo cautivo contra su voluntad. Pero muchos odiaban a los estadounidenses y británicos. Los horribles bombardeos sobre las ciudades alemanas pretendían destruir las ilusiones, pero avivaron las llamas del odio.
Alemania no quería admitir la derrota y el pueblo luchó hasta la muerte contra ella. Como resultado, las fuerzas estadounidenses no fueron vistas como liberadoras sino como ocupantes. El pueblo alemán lloró la destrucción de sus ciudades. Vieron y aborrecieron las maldades cometidas en los campos de concentración. Pero no se alejaron de ese mal como para no volver a hacerlo nunca más.
Tras la reconstrucción de Alemania, el odio perduró. Los Aliados nunca fueron capaces de sanar esta división y, en su lugar, recuperaron a Alemania como aliado contra la Rusia soviética. En La Pura Verdad de junio de 1952, el difunto Herbert W. Armstrong comparó la actividad de Estados Unidos con la creación de un monstruo tipo Frankenstein que acabaría atacando a su creador.
Como se explica en Alemania y el Sacro Imperio Romano, el proceso de desnazificación de Alemania fue una farsa. En lugar de enseñar una moral correcta, dejó a Alemania a su suerte; muchos nazis volvieron a ocupar altos cargos políticos, sociales e industriales.
En Isaías 42:9, Dios revela: “He aquí se cumplieron las cosas primeras, y yo anuncio cosas nuevas; antes que salgan a luz, yo os las haré notorias”. Dios ha predicho que estallará otra guerra que causará la destrucción de toda la humanidad a menos que Él intervenga (Mateo 24). Como muestra nuestro folleto Alemania y el Sacro Imperio Romano, Alemania iniciará de nuevo esta guerra. No hemos aprendido de la historia ni nos hemos arrepentido.
He aquí una verdad asombrosa: antes de que un ser humano pueda ser liberado, él también tiene que experimentar y admitir la derrota. El Sr. Armstrong lo explica en El misterio de los siglos utilizando su propio ejemplo personal:
Esta entrega a Dios, este arrepentimiento, este renunciar al mundo, a los amigos y conocidos, a todo, fue la píldora más amarga que alguna vez haya tomado. ¡Sin embargo, fue el único remedio en toda mi vida que alguna vez me sanó de algo!
Empecé a ver que en esta derrota absoluta estaba encontrando una alegría inefable.
Después de que el Sr. Armstrong aprendió a celebrar su propia derrota empezó a celebrar victorias con Dios.
La eliminación de un sistema opresivo no es suficiente para traer la liberación. Cada ser humano tiene que rendirse a Dios. Las condiciones en Alemania y en nuestro mundo revelan que aún estamos lejos de este punto. La pregunta es: ¿Qué hará falta para que nos demos cuenta de nuestra propia necesidad de liberación? Nuestro mundo, Alemania y cada uno de nosotros individualmente tendremos que responder a esta pregunta en un futuro próximo.