FRANK HURLEY/INSTITUTO DE INVESTIGACIÓN POLAR SCOTT, UNIVERSIDAD DE CAMBRIDGE/GETTY IMAGES
El triunfo imposible de Shackleton
De la oscuridad que cubre las aguas de la Antártida, aparece una forma sombría. Son los restos de un barco, con un nombre grabado en grandes letras doradas: Endurance (Resistencia). Este histórico rompehielos se hundió hace 107 años bajo los mortíferos témpanos de hielo del Mar de Weddell durante la Expedición Imperial TransAntártida dirigida por Sir Ernest Shackleton. Sus restos fueron descubiertos en marzo por el Falklands Maritime Heritage Trust y el podcast History Hit. Llamado así por el lema de la familia Shackleton, “By Endurance We Conquer” [“Por la resistencia, conquistamos”], el barco se ha conservado durante un siglo por las heladas aguas. Ofrece un vistazo al pasado y una inspiración imperecedera.
El Endurance fue destrozado, quebrado, aplastado y hundido por las inmisericordes fuerzas de la Antártida. Sin embargo, su tripulación es recordada por una de las aventuras de exploración más épicas de la historia y por un siglo ha inspirado a millones de personas en todo el mundo. Es una historia sobre las asombrosas fuerzas de la creación y lo mejor del espíritu humano.
Espíritu de aventura
Ernest Shackleton salió del Dudley College a los 16 años para enrolarse en la flota mercante y se convirtió en maestro marinero mientras navegaba por todo el mundo. En 1901, se unió a la expedición del capitán Robert Scott a la Antártida. Explorar el último continente inexplorado de la Tierra se convirtió en la pasión de Shackleton. Se embarcó en su propia expedición entre 1907 y 1909, quedando a 156 kilómetros de alcanzar el Polo Sur por primera vez en la historia de la humanidad.
¿Cuál era el origen del espíritu de aventura y exploración de Shackleton?
Shackleton creció durante la época dorada del Imperio Británico. De niño aprendió sobre los exploradores británicos que recorrieron los cuatro rincones del planeta y cómo el Imperio llevó la ley, la educación y la civilización a millones de personas. La Gran Bretaña del siglo xix encabezó un resurgimiento de la exploración científica, la investigación y los descubrimientos. La generación de Shackleton fue inspirada por la gloria del Imperio Británico y tuvo sed de aventuras y oportunidades para explorar lo desconocido. El ejemplo de otros hombres del imperio inspiró a la generación siguiente.
“Un hombre… que forma parte de una institución, que se ha consagrado a una causa, o que es ciudadano de una potencia imperial, se expande hasta el alcance y la plenitud del organismo mayor”, escribió James Anthony Froude en Oceana. “Sus pensamientos son más amplios, sus intereses menos egoístas, sus ambiciones más amplias y nobles. (…) Una gran nación hace grandes hombres; una pequeña nación hace hombres pequeños”.
Aunque dista mucho de ser perfecto, las nobles ambiciones, las virtudes y ejemplos del Imperio Británico dieron a hombres como Shackleton una visión para intentar lo imposible. A principios del siglo xx, la Antártida era la última frontera de exploración no tocada por la humanidad. Shackleton quería ser el primero en conquistar ese desierto implacable.
Viaje a lo desconocido
En 1912, el explorador noruego Roald Amundsen alcanzó el Polo Sur. Con ese logro ya conseguido, Shackleton decidió liderar la primera expedición de la historia para cruzar todo el continente antártico. Compró un rompehielos de madera a vapor de 300 toneladas y reclutó una tripulación de 27 hombres para navegar hasta el Mar de Weddell y utilizar perros de trineo canadienses para atravesar el continente a través del Polo Sur antes de reunirse con otro barco, el Aurora, en el Mar de Ross, casi 3.000 kilómetros y 150 días después.
En julio de 1914 estalló la Gran Guerra. Shackleton puso su barco y sus hombres al servicio de la Armada Real de Gran Bretaña, pero el Primer Lord del Almirantazgo, Winston Churchill, respondió con un simple mensaje: “Procedan”. La expedición salió de puerto el 1 de agosto de 1914 y entró en el Mar de Weddell en noviembre.
El 7 de diciembre, el Endurance se topó con la capa de hielo más pesada que Shackleton había visto nunca. El avance se hizo dolorosamente lento. El 18 de enero, la capa de hielo se comprimió tanto que el barco a vapor quedó atrapado. Shackleton tuvo que tomar una decisión que podía ser de vida o muerte. Esperó a que los campos de hielo se desviaran hacia tierra o hacia el mar abierto, pero ninguna de las dos cosas ocurrió. El Endurance estuvo atrapado durante 281 días. El témpano de hielo y el barco en su interior se movían constantemente, y se estima que se desplazaron 2.400 kilómetros.
“Casi como una criatura viva, resistió las fuerzas que querían aplastarlo; pero fue una batalla unilateral”, escribió Shackleton en su diario, publicado posteriormente en Sur-La expedición del Endurance. “Millones de toneladas de hielo presionaban inexorablemente sobre el pequeño barco que se había atrevido a desafiar la Antártida”. Después de 10 meses atrapado en el hielo, la enorme mordaza comenzó a doblar al Endurance.
Shackleton tuvo que abandonar la expedición y emprender un reto aún mayor: Devolver a sus hombres sanos y salvos a la civilización.
La tripulación abandonó el barco el 26 de octubre de 1915 y el Endurance desapareció bajo el hielo el 21 de noviembre. Shackleton había estado planeando meticulosamente durante meses el plan de emergencia en caso de que el Endurance se perdiera. Conociendo la desesperación del momento, se dirigió claramente a la tripulación: “Agradecí a los hombres la constancia y la buena moral que han demostrado en estas circunstancias tan difíciles y les dije que no tenía ninguna duda de que, si seguían esforzándose al máximo y confiando en mí, al final todos estaríamos a salvo”.
Enfrentados a un suministro limitado de alimentos, a constantes ventiscas y vendavales antárticos, y a merced de los témpanos de hielo a la deriva, la tripulación sólo podía esperar sobrevivir trabajando, manteniendo el ánimo alto y sometiéndose al gobierno de su líder, que tenía que hacer cientos de juicios entre este desierto helado y alcanzar las luces de un remoto puesto de avanzada.
“La tarea ahora era garantizar la seguridad del grupo, y para ello debía dedicar mis energías, mi fuerza mental y aplicar todos los conocimientos que me había proporcionado la experiencia en la Antártida”, recordaba Shackleton. “La tarea iba a ser larga y agotadora, y una mente ordenada y un programa claro eran esenciales si queríamos salir adelante sin perder la vida. Un hombre debe moldarse a sí mismo a una nueva marca tan pronto como la anterior se va a tierra”.
Liderando de regreso a la vida
El liderazgo de Shackleton fue clave, en parte, porque estableció los objetivos graduales correctos y mantuvo el enfoque de la tripulación en alcanzar el siguiente logro, no en el dolor de las dificultades. Sabiendo que éstos eran eslabones de la única cadena que les devolvía a la vida, ejerció una férrea voluntad para alcanzar esos objetivos.
Los hombres transportaron sus suministros arrastrando los tres botes salvavidas del Endurance sobre el hielo. Pero esto resultó frustrante y peligrosamente lento. Shackleton decidió acampar en los témpanos de hielo, calculando la posición del sol con un sextante, registrando meticulosamente su longitud y latitud, la velocidad y la dirección a la que se desplazaban lentamente hacia el noroeste, y esperó el momento preciso para echarse al agua e intentar remar hasta la isla más cercana. Demasiado temprano, y los barcos podrían ser aplastados por el hielo; demasiado tarde, y habrían sido tragados por el inmenso Atlántico Sur.
“El hielo se mueve majestuosamente, irresistiblemente”, escribió. “El esfuerzo humano no es inútil, pero el hombre lucha contra las gigantescas fuerzas de la naturaleza con un espíritu de humildad. Uno tiene un sentido de dependencia del Poder Superior”.
Los hombres acamparon en el témpano de hielo por siete meses hasta que comenzó a romperse. Entonces, el 9 de abril de 1916, botaron sus barcos hacia la Isla Elefante.
Durante seis días remaron en tres botes salvavidas abiertos a través del gélido mar, confiando en un sextante, las estrellas y la navegación a ojo. Los botes y los hombres se cubrieron de hielo, y varias veces los tres botes se perdieron y se separaron durante la noche. Milagrosamente, cada vez pudieron encontrarse en medio del agitado mar.
El 15 de abril, los 27 hombres desembarcaron finalmente en la isla Elefante, siendo los primeros humanos en llegar a ella. Fue un logro increíble, pero los hombres seguían condenados a una muerte por congelación a menos que pudieran llegar a la estación ballenera de la isla en Georgia del Sur.
Shackleton, Tom Crean, Timothy McCarthy, Harry McNish, John Vincent y Frank Worsley, un hábil navegante, se enfrentaban ahora a 1.200 kilómetros de una de las travesías más violentas del mundo, el Océano Antártico, donde las olas podían alcanzar los 18 metros de altura. En un barco de menos de siete metros, llamado James Caird, tuvieron que navegar por semanas, quitando el rocío del mar congelado con un hacha, navegando guiados por las estrellas y el sol, manteniendo la moral, la fuerza y el rumbo. Sufriendo graves congelaciones, tenían que achicar aguas constantemente y sabían que en cualquier momento podían ahogarse y, junto con ellos, las esperanzas de la tripulación que habían dejado atrás.
Shackleton escribió: “Luchamos contra los mares y los vientos y, al mismo tiempo, tuvimos una lucha diaria para mantenernos vivos. A veces nos encontrábamos en grave peligro. Por lo general, nos sostenía la certeza de que estábamos avanzando hacia la tierra en la que estaríamos, pero había días y noches en los que permanecíamos flotando, a la deriva por los mares blanqueados por la tormenta (…) zarandeados de un lado a otro por la naturaleza en el orgullo de su fuerza. Profundos parecían los valles cuando yacíamos entre los mares agitados. Altas eran las colinas cuando nos posábamos momentáneamente en las cimas de las gigantescas crestas. Casi siempre había vendavales. Tan pequeño era nuestro barco y tan grandes los mares que a menudo nuestra vela ondeaba ociosamente en la calma entre las crestas de dos olas”.
Increíblemente, el James Caird llegó a Georgia del Sur el 10 de mayo de 1916. Pero otras complicaciones y amenazas mortales, como la desaparición de las fuerzas de tres de los hombres, les obligaron a desembarcar en el lado opuesto de la isla del asentamiento. Shackleton, Worsley y Crean se convirtieron en los primeros seres humanos en cruzar las cordilleras y glaciares inexplorados, llevando raciones para tres días, una lámpara y un hornillo, una azuela de carpintero y 15 metros de cuerda. Por pura voluntad y determinación, “un terrible trío de espantapájaros” llegó al otro lado 36 horas después.
El 20 de mayo, los hombres escucharon el silbido de las 7 de la mañana de la estación ballenera de Stromness. Shackleton escribió: “Nunca ninguno de nosotros había escuchado una música más dulce. Era el primer sonido creado por un agente humano externo que llegaba a nuestros oídos desde que dejamos la bahía de Stromness. (…) Fue un momento difícil de describir. El dolor y el malestar, los viajes en barco, las marchas, el hambre y la fatiga parecían pertenecer al limbo de las cosas olvidadas, y sólo quedaba la perfecta satisfacción que produce el trabajo realizado”.
Cuando los tres hombres entraron en Stromness, las mujeres y los niños huyeron de ellos. La gente apenas podía creer que hubieran escapado de la Antártida. Había fracasado en su intento de cruzar el continente, pero había logrado lo imposible.
Después de pasar el invierno, Shackleton dirigió un grupo de rescate hacia la Isla Elefante. Fracasó. También lo hizo la segunda vez. Y la tercera. Pero finalmente, el 30 de agosto de 1916, Shackleton trajo a la civilización al resto de su tripulación de 27 hombres vivos, hasta el último de ellos.
Todo es posible
“Me he maravillado a menudo de la delgada línea que divide el éxito del fracaso y del giro repentino que lleva de un desastre aparentemente seguro a una seguridad comparativa”, escribió Shackleton.
Herbert W. Armstrong expondría más tarde esta misma verdad que la expedición de Shackleton ilustra innegablemente: “¡Sí, 9 de cada 10 personas, al menos una o dos veces en la vida, llega al lugar donde parece estar totalmente derrotado! ¡Todo está perdido! Aparentemente, así es. Se rinden y abandonan, cuando con un poco más de determinación, un poco más de fe y perseverancia, un poco más de apego, habrían convertido un aparente fracaso seguro en un éxito glorioso”.
La expedición del Endurance revela que hay leyes definidas que rigen la conducta humana y el éxito. Los 27 hombres lucharon contra las tremendas fuerzas de la naturaleza que estaban fuera de su control, pero que sacaron lo mejor de su espíritu humano para sobrevivir. Puede que usted se enfrente a problemas en su vida que parezcan imposibles de superar y que parezca que su sueño, su meta, su vía de escape parece estar demasiado lejos. Más de cien años después, el ejemplo de estos hombres puede inspirarnos para navegar por los témpanos de hielo y los mares embravecidos de nuestras propias vidas.
Pero hay una ley, la más importante de todas, que Shackleton cree que fue la verdadera fuente de su milagrosa fortuna: “Cuando recuerdo aquellos días no tengo ninguna duda de que la Providencia nos guio, no sólo a través de aquellos campos de nieve, sino a través del tormentoso mar blanco que separaba la isla Elefante de nuestro lugar de desembarco en Georgia del Sur. Sé que durante aquella larga y desgarradora marcha de 36 horas sobre las montañas y glaciares sin nombre de Georgia del Sur me pareció que a menudo éramos cuatro, no tres”.
Shackleton creía que Dios intervino milagrosamente y les ayudó a ponerse a salvo. Para vencer verdaderamente y encontrar el éxito, se necesita el poder y la ayuda de Dios. El apóstol Pablo escribió en Filipenses 4:13 que todo es posible por el poder de Dios. Así es como podemos lograr lo imposible.
Dios tiene una visión y una meta para usted que puede hacerle más noble, más desinteresado y ser impulsado por un espíritu de aventura. Dios quiere lograr lo imposible en su vida, transformándole de un ser humano de carne y hueso a un hijo espiritual en la Familia Dios. Es un viaje con pruebas y desafíos, un viaje en el que usted necesitará resistencia [endurance], y es el único camino hacia su máximo potencial.