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El enigma del gobernar
¿Quién debería gobernar? Ésta ha sido la pregunta del año, y no sólo para el manifestante con casco de ciclista en las calles de Hong Kong. Ésta es la pregunta que se extiende con furia entre argelinos, argentinos, bolivianos, chilenos, checos, ecuatorianos, egipcios, georgianos, hondureños, iraníes, iraquíes, libaneses, rumanos, serbios, eslovacos, sudaneses y otros. Incluso los estadounidenses, franceses, alemanes y rusos están desafiando a sus propios líderes e instituciones fundacionales.
El mundo moderno pensaba que tenía esa pregunta en gran parte respondida. No nos dimos cuenta de que éste es en realidad uno de los dilemas más obstinados de la existencia humana.
Y ahora estalló, todo al mismo tiempo y por todo el mundo. La gente está conspirando para derrocar a los líderes elegidos; está destrozando oficinas gubernamentales. Personas están siendo asesinadas. Están tratando no sólo de derrocar a individuos y grupos gubernamentales, sino de desmantelar instituciones completas de gobierno.
El Washington Post describió esto como “una explosión global de poder popular” y escribió: “Este año es excepcional por la enorme amplitud y diversidad de los disturbios” (27 de octubre de 2019).
Hagamos un viaje rápido: en Hong Kong, se han producido protestas masivas desde junio, con gente exigiendo mayor autonomía, democracia y libertades. En el Líbano, las personas protestan contra un gobierno que las está sometiendo a recortes y medidas de austeridad, incluso mientras los funcionarios corruptos son recompensados por perpetuar el régimen. En Irak, las masas protestan contra la corrupción del gobierno que empobrece a muchos, y contra los servicios públicos y las infraestructuras que están cayendo en la ruina, mientras los líderes se disputan y despilfarran la riqueza petrolera de la nación. En la India, las protestas se han extendido por todo el país debido a una ley de inmigración; algunos están furiosos porque la ley discrimina a los musulmanes, mientras otros temen que incentive la inmigración ilegal. En España, el movimiento separatista catalán se volvió violento a causa del encarcelamiento de líderes separatistas, y nuevos líderes activistas llamaron a la desobediencia civil contra el gobierno elegido democráticamente. En Ecuador, el gobierno puso fin a los subsidios al combustible, provocando protestas que mataron a ocho personas e hirieron a 1.340 antes de que el gobierno restaurara los subsidios. En Chile, las protestas por el aumento de las tarifas del metro y las desigualdades económicas reunieron a un estimado de 1,2 millones de chilenos llenando la capital de Santiago, algunos de los cuales quemaron decenas de estaciones de metro y se enfrentaron a la policía.
Las naciones que consideramos más desarrolladas no están inmunes. En Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel, los disturbios proliferan en los edificios de gobierno. Por ejemplo: La recién creada Corte Suprema de Gran Bretaña manejó el asunto del Brexit estableciéndose como un ente superior al gobierno, e incluso sobre la Reina. Los demócratas de EE UU están tratando de abolir una salvaguardia constitucional crucial, al colegio electoral, o abolir todo el documento. Estos tres países enfrentan batallas entre los líderes elegidos por el pueblo y los funcionarios del sistema que tratan de frustrar su agenda e incluso removerlos de sus cargos. Los votantes están regresando a las urnas una y otra vez mientras los gobiernos sucumben ante el escándalo, enfrentan votos de desconfianza y convocan a elecciones no anticipadas. En todas partes los políticos están recurriendo a medidas extremas, a opciones políticas “nucleares”, destruyendo tradiciones, reglas, instituciones y disposiciones constitucionales de larga data a fin de lograr beneficios políticos a corto plazo.
Estos no son tiempos normales. Gobiernos están siendo investigados y expuestos, protestados y cuestionados, confrontados y atacados, derribados y aplastados. Las poblaciones se están levantando no sólo contra las dictaduras, sino incluso contra los representantes elegidos en países libres. “Las manifestaciones son alimentadas por agravios locales”, escribió Associated Press el 26 de octubre, “pero reflejan la frustración mundial por la creciente desigualdad, las élites corruptas y promesas incumplidas. Estas últimas manifestaciones están sacudiendo a los gobiernos electos. Los disturbios en tres continentes, sumados a la disfunción tóxica en Washington y Londres, suscitan nuevas preocupaciones sobre si el orden liberal internacional, con elecciones libres y mercados libres, todavía puede cumplir sus promesas” (énfasis añadido en todo). Incluso el precepto de que la gente debe gobernarse a sí misma a través de representantes está siendo seriamente cuestionado, incluso descartado.
Cómo es que nuestro mundo tan desarrollado, sofisticado y tecnológico del siglo xxi todavía no tiene la respuesta a la pregunta de que: ¿quién debería gobernar?
¿Debería ser uno, los pocos o los muchos? ¿Cuánto poder deberían ellos ejercer sobre la vida del pueblo? ¿Cuánto dominio debería tener la gente sobre su propia vida? ¿Deberían los gobernantes rendir cuentas a los gobernados? ¿Es el Estado más importante que el individuo, o el individuo más importante que el Estado?
El origen de la civilización
La clave para entender estos enigmas se encuentra en el lugar más inesperado: “Para entender el mundo en el que usted vive, uno debe regresar al principio”, escribió el mes pasado el jefe editor de la Trompeta, Gerald Flurry (“El misterio de la civilización”, latrompeta.es). “Usted puede encontrarlo en el libro de Génesis, el primer libro de la Santa Biblia”.
Génesis es un registro del comienzo literal de la civilización humana dentro del primer matrimonio humano. Dios ofreció a Adán y Eva una elección entre dos caminos de vida, simbolizados por dos árboles. El árbol de la vida representaba el camino de la revelación y la ley de Dios. “El árbol del conocimiento del bien y del mal representaba a la humanidad tomando para sí la capacidad de producir conocimiento de lo que es bueno y malo, lo que está bien y lo que está mal”, escribió el Sr. Flurry. “¡Dios les dijo claramente que éste era el camino que conduciría a la muerte! ¡Éste representaba la causa de toda la infelicidad, el sufrimiento, la disputa, violencia, y muerte en nuestro mundo! Sin embargo, Adán y Eva tomaron de ese árbol. Por supuesto, muy pronto sus vidas fueron plagadas con violencia y muerte”.
“¡Ese acto fue la base del mundo tal como lo conocemos hoy! Ahí fue cuando nuestra civilización comenzó: con ese acto seminal de rebelión contra Dios”. Efectivamente, lo que muchas personas consideran la “historia” de Adán y Eva, es el origen literal de la civilización moderna.
Obviamente, Dios hubiera querido que Adán y Eva eligieran el árbol de la vida, sin embargo, Génesis 3:24 registra la sorprendente verdad de que, en respuesta a su rebelión, Él les prohibió el acceso a éste. ¿Por qué? La respuesta a ese misterio es profundamente esclarecedora, y es explicada de forma vívida en el libro de Herbert W. Armstrong El misterio de los siglos (que con mucho gusto le enviaremos si usted lo solicita). Sin embargo, la realidad es clara: Dios les dio a los seres humanos libre albedrío, y ellos tomaron su propia decisión: rechazarlo a Él y confiar en sí mismos. Y ahora ellos y toda la humanidad tendrían que vivir con las consecuencias.
Al desterrar a Adán y Eva del Jardín del Edén y del acceso al árbol de la vida, “Dios dijo, en efecto, ‘Ustedes han tomado la decisión por sí mismos y por el mundo que saldrá de ustedes’”, escribió el Sr. Armstrong en El misterio de los siglos. “[S]e han rebelado contra mi mandamiento y mi gobierno. Han escogido el camino del ‘obtener’ y el ‘tomar’, que es de Satanás. (...) Por lo tanto Adán y su progenie que formará el mundo, vayan y produzcan su propio caudal de conocimientos. Produzcan sus propios sistemas educativos y medios de difundir el conocimiento, desorientados por su dios Satanás. Formen (...) sus propias religiones, sus propios gobiernos, sus propias (...) estructuras sociales y civilización”.
Adán y Eva rechazaron la revelación de Dios sobre lo correcto e incorrecto, el bien y el mal, y en cambio creyeron la mentira de Satanás de que ellos podían determinar estos valores absolutos a través de la observación, el experimento y el razonamiento. Durante los últimos 6.000 años, la humanidad ha seguido el mismo rumbo, luchando con la resultante maraña de disputas y dilemas involucrados en la formación de nuestras propias sociedades, nuestras propias civilizaciones y nuestros propios gobiernos. Hemos hecho esto sin la ayuda de Dios porque no quisimos la ayuda de Dios. Generación tras generación, hasta el día de hoy, las personas luchan e incluso mueren por la forma en que ellas creen que deberían ser gobernadas, en lugar de someterse al gobierno de Dios.
En el Jardín, el hombre eligió el árbol que representa una mezcla de conocimiento bueno y malo que conduce a la muerte. Ese árbol tipifica perfectamente nuestra historia del rompecabezas relacionado con el enigma del gobernar, ha sido una historia épica de grandeza y corrupción; una combinación que conduce inevitablemente a la ruina, algunas veces lentamente, otras con la velocidad de la bala de un asesino.
El argumento antiguo
Cuando uno lee sobre historia, encuentra preguntas sobre el gobierno desde el centro de la narración hasta el final. Uno lee sobre el ascenso y caída de gobernantes, reyes, reinos e imperios. Lee sobre hombres brillantes buscando desesperadamente principios sobre cómo hacer funcionar la sociedad de manera exitosa.
En los años del siglo 400 a. C., el historiador Heródoto describió a un grupo de persas debatiendo los méritos relativos de la democracia, la oligarquía y la monarquía.
Un primer hombre dice: “Me parece aconsejable que ya no deberíamos tener a ni un solo hombre gobernando sobre nosotros”. ¿Cómo puede ser buena la monarquía, “cuando permite a un hombre hacer lo que le plazca sin tener que rendirle cuentas a nadie? Otorgue este poder a una persona, e inmediatamente sus múltiples cosas buenas lo hacen sentirse orgulloso, mientras la envidia es tan natural en la humanidad, que no puede dejar de surgir en él (…), y ambas conducen a hechos de violencia salvaje”. Él continúa describiendo los problemas con los reyes, agregando: “Lo peor de todo es que él hace a un lado las leyes de la nación, mata a los hombres sin juicio y somete a las mujeres a la violencia”. La solución, según él, es “el gobierno de la mayoría”. “Por lo tanto, voto para que eliminemos la monarquía y elevemos el pueblo al poder”.
El segundo hombre coincide en que los vicios de la monarquía significan que ésta debe ser eliminada, pero dice que dar el poder al pueblo es una mala idea. “Porque no hay nada tan carente de comprensión, nada tan lleno de libertinaje, como la muchedumbre inmanejable. En todas sus acciones, el tirano por lo menos sabe qué está haciendo, pero una turba está totalmente desprovista de conocimiento (…) Se precipita violentamente en los asuntos de Estado con toda la furia de un arroyo caudaloso en el invierno, y lo confunde todo. Que los enemigos de los persas sean gobernados por las democracias; pero elijamos entre los ciudadanos un cierto número de los más dignos, y pongamos el gobierno en sus manos”. Por lo tanto, él defiende la oligarquía, el gobierno de unos pocos.
El tercer hombre concuerda en que elevar a los mejores hombres es la mejor manera de gobernar. Pero, dice, “¿qué gobierno pudiera ser mejor, que el del mejor hombre de todo el Estado? En las oligarquías (...) suelen surgir feroces enemistades entre un hombre y otro, cada uno de los cuales deseando ser el líder y llevar a cabo sus propias iniciativas; de ahí resultan violentas disputas que conducen a una lucha abierta, terminando a menudo en un derramamiento de sangre. Entonces es seguro que la monarquía continuará; y esto también demuestra hasta qué punto ese gobierno supera a todos los demás”. Él lamenta cómo, en una democracia, se forman grupos para abogar por políticas que perjudican a otras personas. ¡Este sectarismo va empeorando hasta que alguien se levante para detenerlo! “Inmediatamente el autor de tan gran servicio es admirado por todos, y al ser admirado pronto llega su nombramiento como rey; de modo que aquí también queda claro que la monarquía es el mejor gobierno”.
Tales son los argumentos que han estado dando vueltas y vueltas durante 6.000 años. Estos argumentos han dado lugar a innumerables versiones de cada uno de estos tipos de gobierno en infinitas variedades. A medida que cada experimento ha encontrado problemas, el hombre ha continuado buscando, discutiendo, postulando y experimentando.
Sin embargo y a pesar del incesante fracaso, estos esfuerzos han perdurado. De alguna manera, la humanidad alberga la esperanza de que, si puede implementar el sistema correcto, o destituir al régimen actual, o instalar al líder correcto, o aprobar la regulación, ordenanza o ley correcta, que entonces estará todo bien. Sin embargo, una y otra vez a lo largo de la historia, estas esperanzas han sido olvidadas, empañadas, azotadas o aplastadas.
La necesidad de un gobierno
Generalmente, la humanidad reconoce la necesidad de un gobierno, aunque a menudo nuestros esfuerzos fracasen.
Las personas quieren los beneficios de reunirse para conversar y comerciar e incluso interactuar. Pero esta combinación de seres humanos en una sociedad trae consigo una creciente necesidad de un gobierno adecuado. ¿Quién debería gobernar? y otras preguntas relacionadas se vuelven más apremiantes. Se requiere autoridad para resolver disputas, hacer cumplir las leyes, disuadir y castigar a los criminales, proporcionar protección contra amenazas, etc. La alternativa es la anarquía, en la que la persona a cargo es quien tiene un arma, y la ley de la nación es lo que él decida en ese momento.
Will y Ariel Durant, en The Lessons of History (Las lecciones de la historia), un maravilloso estudio sobre el pasado del hombre, dicen que “sólo un tonto discutiría sobre las formas de gobierno. La historia tiene mucho que decir de todas ellas, y del gobierno en general. Dado que los hombres aman la libertad y que las libertades de los individuos en la sociedad requieren alguna regulación del comportamiento, la primera condición de la libertad es su limitación; hágase absoluta y ésta muere en el caos”.
Según escribió Charles Krauthammer en su libro Things That Matter (Cosas que importan), el gobierno “es el foso, los muros, más allá de los cuales yacen los bárbaros. Falle en mantenerlos a raya, y todo arderá”.
Sin embargo, más allá de esa necesidad básica, la calidad de un gobierno tiene efectos de gran alcance en la calidad de vida de los gobernados. Esto ocurre en el seno de una familia, un clan, un salón de clases, un tribunal, una empresa, un condado, un país. Un gobierno imperfecto es generalmente mejor que ningún gobierno; pero un gobierno malo puede ser un horror, y un buen gobierno una magnífica bendición.
La amarga realidad es que la humanidad ha ideado todos sus gobiernos bajo la influencia del diablo en lugar de hacerlo bajo la dirección de Dios. Esa influencia se manifiesta en la naturaleza humana, la toxina que corrompe incluso al más noble de los gobernantes y los gobiernos. Durante milenios, reyes, príncipes, emperadores, césares, sultanes, zares, káiseres han desfilado y se han exhibido, abusando de su poder; las poblaciones han sufrido bajo la corrupción, el engaño, fraude, nepotismo, codicia, maldad e injusticia. La humanidad ha sido testigo de dictaduras, despotismo, tiranía, opresión, persecución, genocidio, disturbios, sublevación, golpes de Estado, asesinatos, motines, revueltas, rebeliones, revoluciones, gobierno tras gobierno y generación tras generación.
La naturaleza humana es la razón fundamental por la cual la humanidad ha demostrado ser incapaz de concebir un sistema que mantenga la justicia, la prosperidad y la paz duraderas. Ésta es la lección recurrente y predominante que resuena como el campanazo cíclico de un reloj en cada continente y nación, a través de todas las edades y épocas.
Un incalculable esfuerzo humano ha sido invertido en el diseño del sistema adecuado para garantizar una buena gobernabilidad. Pero la falla fundamental no radica en el sistema, sino en la presencia contaminante de la naturaleza humana; y eso, según revelan las Escrituras, es una expresión de la influencia de Satanás el diablo sobre el hombre. (Para obtener más información sobre esto, solicite nuestro folleto gratuito Human Nature: What Is It? [La naturaleza humana: ¿qué es? [Disponible en inglés]).
Autocracia
De todas las formas de gobierno que los hombres han intentado, la más común ha sido la monarquía. “La monarquía parece ser el tipo de gobierno más natural, ya que se aplica al grupo, a la autoridad del padre en una familia, o del jefe en una banda de guerreros”, escriben Will y Ariel Durant. “Si tuviéramos que juzgar las formas de gobierno por su prevalencia y duración en la historia, tendríamos que otorgar la ventaja a la monarquía; por el contrario, las democracias han sido interludios vertiginosos” [op. cit.].
Sin embargo, cuando la autoridad está concentrada en las manos de un solo hombre, el destino de la nación tiende a seguir la calidad de ese líder, para bien o para mal. Bajo un rey decente, un pueblo puede crecer y prosperar. La singularidad del mando permite que el gobernante actúe con rapidez y decisión para beneficio de ellos, sin verse afectado por las limitaciones burocráticas o la política de los comités. La historia tiene muchos ejemplos de tales gobernantes competentes.
Pero cuando un individuo posee un poder así tan vasto, un rey malo es un desastre. Él puede ignorar a su pueblo, y ser brutalmente egoísta. Su ejemplo perverso puede alentar la propagación del vicio y puede llevar a otros a una terrible maldad. En muchos casos, el efecto tóxico del poder ha transformado en tiranos a hombres que de otra manera no podrían serlo. Todo país con una historia de dominio absoluto, ha sufrido abusos despiadados.
Entre los peores autócratas de la historia han estado aquellos motivados por una ideología errónea, que creen ser portadores de los secretos sagrados, de los planes para la utopía, por los cuales cualquier acción está justificada. Entre ellos se encuentran los emperadores impulsados por la religión del Sacro Imperio Romano, que mataron a millones de personas con la espada que supuestamente empuñaban en nombre de Dios. Adolfo Hitler trató de fundar un paraíso milenario, racialmente puro, y su visión perversa lo condujo a una maldad indescriptible. Luego están los dictadores ateos, que no tienen que rendir cuentas a ningún poder superior. Por ejemplo, Josef Stalin estaba tan convencido de la santidad secular del comunismo, que para imponerlo asesinó entre 20 y 60 millones de personas.
Este planeta está empapado con la sangre de millones de personas acusadas de obstaculizar de alguna manera las gloriosas visiones de esos líderes. Como dijo John Adams, presidente de EE UU: “Los poderosos siempre piensan que tienen una gran alma y amplias visiones más allá de la comprensión de los débiles, y que lo están haciendo en el servicio de Dios; cuando, de hecho, están violando todas Sus leyes”.
Estos ejemplos también indican cómo el poder a menudo se combina con el exceso de autoconfianza; y no sólo en las autocracias. Los líderes se creen expertos y excepcionalmente calificados para regular, dictar y controlar prácticamente todos los detalles de la vida de los demás. Esto es ampliamente evidente en la tecnocracia de la Unión Europea, y en los impulsos imperiosos de la izquierda política de EE UU.
El gobierno de un solo hombre tiene el problema adicional de la sucesión. Tarde o temprano, ese hombre muere. Si la sucesión pasa automáticamente a su familiar más cercano, en algún momento termina casi inevitablemente en manos de alguien incompetente, ya sea por juventud, debilidad, maldad o torpeza. Otras veces, no hay un sucesor claro. Por lo tanto, todos los sistemas de gobierno autocrático a largo plazo también tienen historias de guerra civil. Especialmente en el Imperio Romano, ellos nunca resolvieron el puzle de la sucesión; el resultado fue casi un siglo (el siglo iii a. C.) de guerra implacable, en el que un líder tras otro intentó asumir el poder, debilitando al Estado e invitando al ataque externo.
La solución, según dicen algunos, es la democracia. No obstante, el historial aquí también es preocupante.
Democracia
La democracia tiene una historia corta e irregular. Antes de los tiempos modernos, sólo dos Estados significativos (que dejaron muchos registros) estuvieron cerca de ella: las ciudades-estado griegas y la República Romana. Pero ninguna de las dos era una democracia según los estándares modernos. En Grecia, sólo un puñado de ciudadanos podía votar. Roma también privó a muchas personas del derecho al voto; los votos de los pobres valían menos que los votos de los ricos, y la alta cuna traía consigo un enorme privilegio. (Incluso en los tiempos primeros de EE UU, sólo entre el 10 y el 20% de la población adulta tenía derecho a votar).
Sin embargo, la lección es clara: tanto en Grecia como en Roma, las democracias fueron unos fracasos espectaculares.
En las guerras civiles griegas entre Atenas y Esparta, la democracia ateniense hizo un completo desorden de sus esfuerzos bélicos. Los principales líderes militares fueron continuamente sometidos a juicio por su propia gente. Algunos huyeron o desertaron para evitar el castigo. Fue una guerra dirigida de forma incompetente por un comité de cientos de personas, que terminó en derrota frente a los espartanos autoritarios.
Y éste no fue el único fracaso de la democracia ateniense. En última instancia, ésta convirtió a la sociedad en “un caos de violencia de clase, decadencia cultural y degeneración moral”, escribieron los Durant. Estaba “corroída por la esclavitud, la venalidad [soborno y corrupción] y la guerra. La democracia es la más difícil de todas las formas de gobierno, ya que requiere la más amplia propagación de la inteligencia”.
La República Romana tuvo éxito donde la democracia ateniense fracasó: en el crisol de la guerra. Pero en el año 133 a. C., [Roma] comenzó a desmoronarse. Las luchas internas entre los políticos resultaron en la muerte de varios líderes prominentes. La república cayó en la violencia civil. Los asesinatos se volvieron comunes, luego las rebeliones y los motines. Alrededor del año 60 a. C., Gneo Pompeyo Magno (mejor conocido como Pompeyo), Marco Licinio Craso y Julio César formaron un acuerdo privado para controlar el proceso político. Esto, de acuerdo con Mary Beard, “puso efectivamente por primera vez las decisiones públicas en manos privadas. A través de una serie de arreglos entre bastidores, sobornos y amenazas, se aseguraron de que los consulados y los mandos militares fueran donde ellos quisieran y que las decisiones claves fueran a su favor” (SPQR: A History of Ancient Rome [Una historia de la Roma antigua]). Los tres hombres cayeron estrepitosamente, y la guerra civil estalló. En esta ocasión, el conflicto determinaría quién se convertiría efectivamente en el primer emperador de Roma: César o Pompeyo. La democracia ya estaba muerta.
Democracias modernas
Los fundadores de EE UU hicieron algo notable: reflexionaron sobre todos los ejemplos de la historia y trataron de idear un gobierno que evitara las trampas y problemas que han hecho naufragar a naciones e imperios. Con gran clarividencia, debido a su educación en la Biblia, ellos reconocieron que el verdadero enemigo de una buena gobernabilidad y de la longevidad nacional es la naturaleza humana. Por lo tanto, ellos trataron sobre todo de restringir este mal. Crearon un gobierno con poderes muy limitados, uno que permitiera al pueblo un nivel inigualable de libertad y responsabilidad individual. Idearon un sistema que utilizaba la fuerza de una monarquía (en el presidente), elementos de la oligarquía (con legislaturas estatales y nacionales compuestas por representantes), y elementos limitados de la democracia.
Los fundadores de EE UU fueron cautelosos en la aplicación de los elementos democráticos. Sólo ciertos líderes eran elegidos por votación, en ciertos intervalos. Las tendencias extremas de las masas eran filtradas a través de un colegio electoral. La votación estaba restringida a hombres que eran considerados responsables y capaces de ejercer correctamente ese poder. Aun así, según los estándares históricos, se trataba de una democracia notablemente universal. Esta forma de gobierno ha salvaguardado una libertad sin precedentes y ha liberado un flujo de productividad y creatividad. El principio fundador de la libertad fue aplicado también al intercambio comercial, y el libre mercado ha ayudado a sacar a más personas de la pobreza que cualquier otra fuerza en la historia. Este experimento democrático ha demostrado ser especialmente duradero y exitoso.
Sin embargo, por muy ingeniosos que hayan sido los fundadores al trabajar para frenar la naturaleza humana, ésta ha demostrado ser mucho más ingeniosa. La separación de poderes, los controles y equilibrios que ellos establecieron para limitar los problemas causados por un rey malo (aunque lograron que EE UU fuera notablemente resistente a pesar de algunos malos líderes), están siendo esgrimidos cada vez más como armas para fines abiertamente políticos. En este momento se está poniendo al descubierto un nivel escandaloso de corrupción arraigado en los órganos de gobierno, y el gobierno está en plena guerra interna entre sí.
Además de eso, la democracia está definitivamente sujeta al mismo peligro que la monarquía: un gobernante incompetente puede hacer la vida difícil para todos. En una democracia, el “gobernante” es el pueblo. Cuanto más malvado se vuelve el pueblo, más rápidamente se deshacen la estabilidad gubernamental y social. Y cuanto más democrático sea un gobierno, más volátil será.
Como dijo Heródoto: “La muchedumbre está totalmente desprovista de conocimiento”. Winston Churchill admitió que “el mejor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante promedio”. Las personas pueden ser muy tontas. Pueden votar por políticos que prometen beneficios a expensas del bien nacional. Además de acumular deudas enormes, esto puede significar descuidar áreas de gasto que no dan beneficios inmediatos, tales como la defensa. Esta debilidad prácticamente vio borrada la democracia en la Segunda Guerra Mundial. Las dictaduras de Hitler y Stalin atacaron las democracias circundantes sin previo aviso. Muchas no se habían preparado adecuadamente para la lucha, e incluso aquellas que estaban bien armadas carecían del ánimo necesario para luchar. Después de declarar la guerra a Alemania en 1939, Francia y Gran Bretaña simplemente esperaron dócilmente que el coloso nazi se volviera contra ellos.
Disfrutar de una amplia libertad también da a la naturaleza humana más espacio para expandirse. Con demasiada frecuencia las personas se hunden en excesos y males. Los fundadores de EE UU sabían que la preservación de la libertad dependía de la religión y la moralidad del pueblo [vea “America- A Republic If You Can Keep It”, en Philadelphia Trumpet, Feb. 2020]. Hoy los estadounidenses han desmantelado en gran medida estos pilares de la sociedad. En general, celebramos abiertamente perversiones y pecados que difícilmente se imaginaban en las generaciones anteriores.
De hecho, la democracia puede ser, según Churchill, “la peor forma de gobierno, exceptuando todas las demás formas que han sido probadas de cuando en cuando”. Ésta es supuestamente la cúspide de los logros humanos en el gobierno, ¡pero es un desastre total! Algunos miran a la confusión política de Washington hoy, y ven un sistema que no es digno de ser imitado. Muchas naciones están renunciando a la libertad a favor de un líder único más fuerte; un rey del siglo xxi. Cada vez más estadounidenses, están siendo seducidos por el socialismo o el populismo al estilo europeo, y quieren cambiar o desechar la Constitución. Los candidatos presidenciales demócratas en particular están pidiendo algunas de las tomas de poder más atroces imaginable, por parte de un gobierno.
Durante 6.000 años, el hombre ha estado escribiendo estas lecciones de gobierno, principalmente a través del sufrimiento y de la opresión, demostrando lo que no funciona.
La solución al enigma
Hace algunos años, el jefe editor de la Trompeta, Gerald Flurry, escribió un folleto titulado El gobierno de la Familia de Dios. Así comienza ese folleto: “En toda la historia del hombre, no hemos encontrado un gobierno que realmente sirva al pueblo. Todo el mundo está en crisis, y el mayor problema es el gobierno”.
Esta lección nos está gritando, a través de las páginas de la historia y por todas las naciones hoy día, donde millones de personas están reclamando por cambios en el gobierno. Sin embargo, son muy pocos los que reconocen la verdadera causa de los problemas y la verdadera solución. ¡El hombre está ciego! No importa cuán malas sean las condiciones, no se volverá a Dios.
Pero la Biblia es clara en que esta era que surgió de la decisión de Adán durará sólo 6.000 años. Dios le dijo, en efecto, a Adán: “Cuando el mundo de tus descendientes haya escrito la lección en 6.000 años de sufrimiento humano, angustia, frustración, derrota y muerte”, escribió el Sr. Armstrong, “Yo intervendré de manera sobrenatural. Con mi poder divino tomaré las riendas del gobierno del mundo entero”.
Esa es la verdadera solución; la única solución al enigma del gobernar. ¡Dios Mismo intervendrá y tomará las riendas del gobierno del mundo!
En el primer siglo, sólo unos meses después que Jesucristo había sido crucificado, el apóstol Pedro dijo a una multitud reunida en el templo en Jerusalén: “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien ciertamente es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo” (Hechos 3:19-21).
Todos los profetas han hablado de esto desde que comenzó el mundo. “Los profetas de Dios han sabido desde el principio que algo estaba peligrosa y fundamentalmente mal en la Tierra”, escribió el Sr. Flurry. “A través de la mayor parte de la historia registrada, tales profetas han advertido al mundo que va en la dirección incorrecta. Pero si regresamos lo suficiente en el tiempo, veremos que la Tierra estaba llena de alegría, paz y abundancia. ¡Entonces el desastre ocurrió! Debemos recibir ‘la restauración de todas las cosas’ para solucionar los problemas de la humanidad. (...) El mundo está al revés y debe ser puesto de la forma correcta. ¿Qué involucra esto? Un cambio fundamental en el gobierno” (op. cit.).
El Rey de reyes
Apocalipsis 11:15 registra esta profecía extraordinaria: “El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de Su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos”.
Cuando Jesucristo regrese, ¡los gobiernos de este mundo serán reemplazados por el gobierno de Dios! El Partido Comunista de China bajo el líder supremo Xi Jinping, el régimen clerical islamista del ayatolá Ali Jamenei en Irán, los reinados de Kim Jong-un en Corea del Norte, de Recep Tayyip Erdogan en Turquía, de Nicolás Maduro en Venezuela, de Vladimir Putin en Rusia, de Bashar Assad en Siria, del pueblo de Gran Bretaña y EE UU, ¡todos se convertirán en “los reinos de nuestro Señor y de Su Cristo”!
“Y los veinticuatro ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y adoraron a Dios, diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado” (versículos 16-17).
Dios despojará al hombre de todo el poder que ha asumido y reinará en su lugar. Mostrará las verdaderas respuestas a todas las preguntas de gobierno. ¡Él detendrá los abusos, corregirá las injusticias y le mostrará al hombre cómo es un buen gobierno!
Ocasionalmente uno ve a un dictador de este mundo siendo destituido del poder y humillado. Es aleccionador ver el destino de un Saddam Hussein, un Muamar Gadafi, un Robert Mugabe. Esto sucederá con todos los “reinos de este mundo”, excepto que Dios todavía tiene un plan para llegar a esos dictadores y líderes desacreditados.
¿Quién debería gobernar? La razón por la cual no hemos encontrado la respuesta a esta pregunta crucial, incluso después de milenios de intentos, es que sólo Dios debería gobernar. Los seres humanos simplemente nunca han tenido la capacidad de gobernar a otros seres humanos adecuadamente. Ésta es la razón del dilema, y aquella es la respuesta; la única respuesta.
Cuando Cristo regrese, cuando Satanás sea removido, cuando los ojos sean abiertos, las personas comenzarán a comprender las lecciones más importantes de estos últimos 6.000 años. Esto es lo que Jeremías profetizó acerca de este tiempo: “Oh [Eterno], fortaleza mía y fuerza mía, y refugio mío en el tiempo de la aflicción, a ti vendrán naciones desde los extremos de la tierra, y dirán: Ciertamente mentira poseyeron nuestros padres, vanidad, y no hay en ellos provecho” (Jeremías 16:19). Las personas de todo el mundo se darán cuenta de que les han enseñado mentiras. Que han confiado en los hombres y han puesto su fe en intrigas y charlatanes. Estarán preparadas para un cambio. Reconocerán plenamente lo mucho que necesitamos el gobierno de Dios.
“¿Hará acaso el hombre dioses para sí? Mas ellos no son dioses. Por tanto, he aquí les enseñaré esta vez, les haré conocer mi mano y mi poder, y sabrán que mi nombre es [el Eterno]” (versículos 20-21). ¡Finalmente las personas conocerán al verdadero Dios! Él se va a mostrar a Sí Mismo y los traerá bajo Su gobierno.
Proverbios 29:2 declara: “Cuando los justos dominan, el pueblo se alegra; Mas cuando domina el impío, el pueblo gime”. Cuando el justo Rey de reyes gobierne, ¡convertirá mucho gemido en alegría! La naturaleza humana será erradicada. Las cuestiones de sucesión serán irrelevantes. Dios gobernará con perfecto amor, juicio y justicia, ¡para siempre! Usted puede leer más acerca del tipo de gobierno que Dios establecerá en: “¡Una forma de gobierno que funciona!” (artículo en esta edición).
Todo el mundo poniéndose bajo el gobierno de Dios será una maravillosa revolución. Dios realmente tiene el plan para la utopía. Y ese tiempo ya casi ha llegado; ¡el tiempo de la transición de los gobiernos fallidos de los hombres, al gobierno perfecto de Dios! ▪