Reese Zoellner/La Trompeta
Educando al no educable
Durante los primeros 27 años de su vida Ildefonso vivía aislado. No, él no estuvo en confinamiento solitario ni en una isla desierta. Él nació totalmente sordo y nunca aprendió que existía el lenguaje.
Cuando Ildefonso era niño, su familia indo-mexicana consideró que él era un caso perdido para aprender nada. Cuando tenía veintitantos años, lo llevaron a un centro de necesidades especiales en Los Angeles, California. Varios maestros intentaron educarlo, pero ellos también pensaron que él no era educable.
Y luego vino Susan Schaller.
Cuando Schaller conoció a Ildefonso, él estaba sentado en un rincón de un salón de clases. “Su cara se veía como una figura de un mural mexicano con enormes ojos negros sobre unos pómulos prominentes”, escribió Schaller en A Man Without Words (Un hombre sin palabras).
Ella se le acercó, y en lenguaje de señas, dijo: “Hola, mi nombre es Susan”. Ildefonso la miró y le contestó por señas: “Hola, mi nombre es Susan”. Schaller movió su cabeza y dijo por señas: “No, yo soy Susan”. Él respondió: “No, yo soy Susan”.
Esto continuó por varios minutos. Cada cosa que ella decía, él la imitaba. Pero Schaller estaba segura de haber visto inteligencia en sus ojos. “Había desconcierto y temor en su mirada y algo más también, una actitud alerta, intensidad y anhelo”, escribió ella.
Pronto ella comprendió que el hecho de que la imitara significaba que él no entendía que ella estaba usando señas para trasmitir ideas. Se dio cuenta que él no sabía que el lenguaje existía.
La enormidad de esto es difícil de captar. Para nosotros quienes usamos lenguaje para formular cada pensamiento y expresar cada idea, el concepto de no tener lenguaje es casi incomprensible.
Ildefonso no sabía que era sordo ni que el sonido existía. Toda su vida él había visto las bocas de la gente moviéndose. Él vio que otros respondían a esos movimientos, pero pensaba que todos los demás lo comprendían visualmente. Así que pensó, Yo no lo entiendo, debo ser estúpido.
Schaller estaba convencida de que él no era estúpido. Durante horas al día, ella trataba de enseñarle señas y durante horas al día, él no lograba comprender. Así siguió por semanas.
Aunque solo los separaban solo unos centímetros, Schaller dijo que sería lo mismo haber estado en planetas diferentes. Ella pensó que él posiblemente tenía demasiada edad como para ser ayudado. Tal vez él había estado sin lenguaje por demasiado tiempo, y entonces ella consideró renunciar.
Pero perseveró. “Yo rehusé aceptar la idea de la desesperanza”, escribió.
Después de varias semanas infructuosas, Schaller tuvo una idea.
Sentó a Ildefonso en el margen del salón de clases. Luego puso una silla vacía frente a ella. Dejó de hablarle a Ildefonso y le habló únicamente a la silla vacía. A la silla vacía le mostraba la imagen de un gato, y explicaba la palabra gato.
Enseguida, ella se sentaba en la silla vacía y hacía como si ella fuera Ildefonso y que finalmente entendía. Con gestos en su rostro, ella expresaba: ¡Lo entiendo! ¡Este movimiento de la mano es un símbolo que representa al peludo animal!
Schaller iba y venía, haciéndola de estudiante y de maestra. Ildefonso observaba todo eso a distancia. Esto continuó por días. Ildefonso a menudo se veía aburrido.
Un día, cuando Schaller por centésima vez hacía la seña gato al Ildefonso invisible, ella vio que el Ildefonso verdadero cambió.
“De repente, él se sentó, derecho y rígido, con su cabeza hacia atrás y su mentón apuntando hacia adelante”, escribió ella. “La parte blanca de sus ojos se expandió como con terror”.
¡Ildefonso lo captó! Él se dio cuenta que el concepto de un gato en la mente de una persona podía unirse al concepto de un gato en la cabeza de otra persona, simplemente haciendo la seña de la palabra gato.
Él recorrió el cuarto y comprendió que cada cosa tiene un nombre. Golpeó con sus manos la mesa y miró a Schaller. Ella hizo la seña mesa. Él comprendió. Luego apuntó a la puerta y ella dijo puerta, y él comprendió.
Después de pocos minutos de rápido aprendizaje, Ildefonso entendió lo que esto significaba. Él se desplomó en su escritorio sollozando. Vio la prisión en la que había vivido por 27 años. Vio como había estado separado de la sociedad.
Comprendió porqué siempre se sintió tan aislado.
Fue emocionante para estudiante y maestra, pero siguieron adelante. Después del avance, enseñarle a Ildefonso a hablar fue fácil. Él era inteligente, con ansias de aprender y apasionado por el lenguaje.
Schaller vio que su trabajo había terminado. Ella dejó que Ildefonso continuara aprendiendo con otros maestros.
Cuando ella lo visitó 5 años después, Ildefonso hablaba con fluidez el Lenguaje de Señas de EE UU, y podía leer y escribir inglés eficientemente. Ella le pidió que describiera cómo había sido su vida antes de ese logro.
La pregunta puso intranquilo a Ildefonso. Él dijo que no podía ni pensar de la forma oscura que lo hacía antes. No recordaba cómo eran sus pensamientos durante 27 años. Él dijo que no podía hablar de ese “tiempo oscuro”.
Esta historia contiene una valiosa lección. En la mayoría de los roles de nuestras vidas (como esposos y esposas, como padres y madres, como hermanos, amigos, empleados) seremos más valiosos si somos maestros más efectivos. A veces los que reciben nuestra educación pueden tener grandes barreras para aprender, y puede que nosotros como maestros necesitemos desmantelar esas barreras.
A menudo necesitaremos tener dinamismo, paciencia, recursividad y perseverancia extraordinarios, como Schaller con Ildefonso. Si usamos estas herramientas, tendremos mejor capacidad de enriquecer las vidas de otros. Posiblemente seremos capaces de educar a los no educables. ▪