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Cuando un imperio tiene una crisis de identidad

MELISSA BARREIRO/TROMPETA

Cuando un imperio tiene una crisis de identidad

Una de las causas más intangibles, pero cruciales, de la caída de Roma está hundiendo a Estados Unidos hoy.

Era claramente el fin. El imperio aparentemente inmortal estaba dividido. Había sufrido casi todas las humillaciones imaginables. Los bárbaros atacaban por todas partes. Un emperador y su hijo habían sido asesinados por los godos, otro había sido capturado vivo y torturado para entretener a príncipes extranjeros. Italia, el corazón del imperio, fue invadida. El hambre, las pestes, la inflación y el colapso económico socavaban el imperio. Los problemas parecían insolubles.

Aunque la caída de Roma en el siglo v resulta familiar, en realidad describe la Roma del año 260 d. C. Podía parecer el fin, pero Roma perduraría otros 200 años más.

Comprender la caída de Roma debe ir más allá de catalogar sus crisis como la de los bárbaros, la inflación y la derrota militar. Roma las había sufrido todas antes y sobrevivió. ¿Por qué fracasó al final?

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Para entender el colapso, no basta con fijarse en los factores físicos. Hay una serie de factores intangibles —como identidad, visión y patriotismo— que marcan la diferencia.

Estos intangibles no aparecen tan claramente en los registros históricos como una horda de pueblos bárbaros. Pero comprenderlos es fundamental. Habría sido fácil para los romanos del siglo v sacar falsos consuelos de las crisis del pasado: Sobrevivimos a los problemas entonces, podemos hacerlo de nuevo. Esa es una visión común en Estados Unidos: Sí, estamos divididos, pero fue peor en la Guerra Civil. Sí, tenemos enemigos, pero Pearl Harbor era más peligroso. Sí, la economía atraviesa dificultades, pero EE UU sobrevivió a la Gran Depresión. Lo hicimos entonces, podemos hacerlo de nuevo.

¿Pero podemos estar seguros? ¿Qué marca la diferencia entre navegar con éxito en tiempos de tormenta y estrellarse contra las rocas?

Restaurador del mundo

En el siglo iii, un grupo de hombres capaces dieron la vuelta a la situación. En el año 270 d. C., Aureliano se convirtió en emperador. Hizo retroceder a los bárbaros, replanteó la estrategia militar de Roma, reformó su moneda y reunificó un imperio que había estado dividido en tres por más de una década. No es de extrañar que el Senado le otorgara el título de Restitutor Orbis (Restaurador del Mundo).

Pero quizá lo más destacable de Aureliano es que no era romano.

Tampoco lo fue su predecesor, Claudio el Gótico, que se ganó su nombre haciendo retroceder a la horda goda. Tampoco lo fue su sucesor, Probo, quien finalmente trajo la paz al imperio. Ni Diocleciano, quien reestructuró el gobierno romano, creando un nuevo sistema de cuatro emperadores cogobernantes para tratar de manejar los nuevos peligros. Todos estos hombres procedían de los Balcanes occidentales.

Durante siglos, los grandes romanos dieron un paso al frente y salvaron a la nación de las crisis. Cuando se agotaban, sus pueblos conquistados desempeñaban ese papel. Esto es extraordinario, porque en casi todos los demás imperios de la historia, los mejores y más brillantes de los conquistados han luchado por su independencia. Imaginemos a Juan Pablo ii apoyando a la Unión Soviética, o a Charles de Gaulle salvando a los nazis, o a Gandhi protegiendo al Raj británico. Sin embargo, eso es lo que hicieron estos líderes que habían sido subyugados por Roma.

Si Roma hubiera tenido un único poder especial que contribuyó a su épica existencia, podría decirse que fue su capacidad para convencer a los pueblos que conquistaba de que eran romanos.

Había una visión y una confianza detrás que motivaron primero a los romanos y luego a los no romanos a mantener viva a Roma.

La envidia del mundo

Roma se consideraba lo mejor y, sorprendentemente, otros estaban de acuerdo. En el siglo ii a. C., el erudito griego Polibio llegó a la conclusión de que el sistema de gobierno de Roma era el mejor que el hombre había inventado. En el año 91 a. C., en lo que se llamó la Guerra Social, una alianza de ciudades italianas se rebeló contra el dominio romano. ¿Por qué? Porque les indignaba que Roma les negara la plena ciudadanía romana, con todos sus derechos y deberes. ¡La gente luchaba para ser incluida en este sistema político!

La ciudadanía romana era un símbolo de estatus. Pero también conllevaba derechos políticos: protección frente a las peores injusticias; participación en el gobierno representativo.

El fundamento de la constitución era que todo romano tenía el deber de matar a cualquier hombre que se erigiera como rey. El resultado se parecía más a un gobierno de terratenientes aristocráticos que a una democracia moderna, pero para el mundo antiguo, era una libertad emocionante. Roma representaba la autosuficiencia, la libertad, el buen orden y la justicia. Y otros querían participar.

Pero la misma Guerra Social fue el principio del fin de esta visión. Los principales generales romanos, Sula y Mario, compitieron por destruir el sistema relativamente democrático y erigirse como dictadores. En pocas décadas, toda la estructura republicana se vino abajo.

Con el tiempo, esto plantearía una nueva interrogante: si los romanos no eran libres, ¿qué sentido tenía ser romano?

Al principio, Roma se las arregló ignorando el cambio. Augusto César reestableció Roma en un imperio, pero no se llamó a sí mismo emperador. Prefirió “Princeps” (primero entre iguales). El Senado seguía siendo consultado. Augusto decidió que la mejor manera de gobernar a los romanos independientes era fingir que no los gobernaba. En aquella época, ser romano aún daba a un hombre influencia política.

En el año 48 d. C., el emperador Claudio decidió que los galos podían convertirse en ciudadanos romanos, ocupar cargos e incluso sentarse en el Senado. Roma conquistaría y romanizaría un lugar, y una vez que su cultura y forma de vida hubieran sido suficientemente adoptadas, ese pueblo participaría en el imperio, e incluso lo gobernaría.

Incluso los que estaban fuera del imperio tenían un camino hacia la romanidad. Los bárbaros que llamaban a las puertas podían ser admitidos, siempre que se desarmaran, se dejaran dividir en pequeños grupos y se repartieran por todo el imperio.

Pero con el tiempo, la razón de ser romano y la motivación por el imperio se debilitaron. Los derechos políticos desaparecieron. Cuando Caracalla concedió la ciudadanía romana a todos los hombres libres en 212 d. C., significó sobre todo libertad para pagar impuestos.

Roma había sido una vez un gran experimento político. Pero Aureliano claramente no luchaba por la libertad. En su lugar, en el mejor de los casos, se trataba de seguridad y orden: mantener viva Roma porque Roma nos mantendría a salvo.

Al mismo tiempo, la actual ciudad de Roma se desvaneció en la irrelevancia. Aureliano cerró su casa de la moneda. Diocleciano ni siquiera se molestó en visitar la ciudad durante los primeros 19 años de su reinado.

De hecho, los historiadores consideran el reinado de Diocleciano como el punto de inflexión, un alejamiento del “Principado” de Augusto, en el que el emperador ocultaba su poder. Esta nueva fase fue el “Dominado”. Esto mantuvo a la gente luchando, pero sin una visión más profunda, el proceso de convertir a otros en romanos se detuvo.

Claudio el Gótico admitió en el imperio a una gran cantidad de godos derrotados. En lugar de dispersarlos, los mantuvo prácticamente intactos. Aureliano incorporó directamente al ejército romano a una gran cantidad de germanos.

Esto ayudó al imperio a comprar 100 años de paz. Pero cada vez se invitaba a más y más germanos, con menos y menos condiciones. En un tiempo, el imperio había tratado de romper todos los lazos de lealtad a sus antiguas tribus y traerlos como individuos o familias. Ahora, no tenían tiempo.

El fin

Fueron muchas las causas de la caída: la llegada de tribus germánicas en número 10 veces superior a todo lo que Roma había experimentado antes; el colapso económico; el descenso de la natalidad.

En el año 376 d. C. sobrevino el primer desastre. Los godos, huyendo de los hunos, pidieron ser admitidos en el imperio. Se les permitió entrar, en grandes cantidades. Sin embargo, en lugar de dispersarlos y reasentarlos, funcionarios corruptos les quitaron todo y los dejaron morir de hambre. Los godos se rebelaron. El emperador Valente dio batalla en Adrianópolis en el 378 d. C. y perdió. Los bárbaros eran libres dentro del imperio, y Roma carecía de soldados para detenerlos. Entonces se compró a los godos permitiéndoles establecerse en el imperio, pero no como romanos. Se les permitió conservar sus propias unidades militares y políticas, convirtiéndose así en una nación goda dentro del Imperio Romano.

A partir de entonces, los ataques apenas cesaron. Britania [nombre latino que le dio el Imperio Romano a la isla] solicitó su salida. Por 100 años hubo una sequía de grandes líderes. Nadie parecía ver la necesidad o el propósito de romanizar a los godos. Roma ya no era una superpotencia.

¿Entonces cuál fue la causa de la caída de Roma? Podríamos enfocarnos en la debilidad militar, las invasiones germánicas y las turbulencias económicas. Todo eso es cierto y exacto, pero no es toda la historia.

¿Por qué estos bárbaros no se convirtieron en romanos como los galos, ilirios, dacios y griegos? ¿Por qué fue que se les contrarrestó con la corrupción generalizada y no con los ideales austeros de la Roma temprana? ¿Por qué no hubo Aurelianos que ganaran las batallas imposibles, ni Dioclecianos que reorganizaran el sistema de gobierno para hacer frente a las nuevas amenazas?

León Tolstoi describió un factor “X” desconocido que, junto con todos los componentes materiales de un ejército, contribuía al éxito. “X”, escribió él, “es el espíritu del ejército, el mayor o menor deseo de luchar y de enfrentarse a los peligros por parte de todos los hombres que componen el ejército”. Y a menudo, en la guerra, es esta “X” la que marca toda la diferencia.

Los imperios también tienen su factor “X”. Radica en las interrogantes fundacionales. ¿Merece la pena morir por el imperio? ¿Merece la pena transmitir sus valores a la siguiente generación y enseñarlos a los nuevos inmigrantes? ¿Merece la pena dejar de lado las ambiciones individuales en nombre del bien mayor? ¿Tendrá éxito y son seguras las apuestas sobre su futuro? Cuando la respuesta a estas preguntas es sí, el imperio prospera. Cuando es no, muere.

La Biblia reconoce un factor “X” similar, crítico para el éxito nacional. Al advertir de los problemas de EE UU, Herbert W. Armstrong se refirió a un breve pasaje quizás más que a ningún otro: la primera mitad de Levítico 26:19: “… quebrantaré la soberbia de vuestro orgullo…”. Una nación necesita algún tipo de confianza en sí misma, en que puede y debe actuar. El orgullo suele ser negativo. Pero en Levítico 26, este tipo de orgullo se enumera junto con cosas como suministros de alimentos, victorias militares y ausencia de enfermedades, cosas que una nación necesita para tener éxito.

Proverbios 29:18 confirma: “Donde no hay visión, el pueblo perece…” (versión King James). La redacción es significativa: No dice “la persona perece”. Se refiere al pueblo en su conjunto: la tribu, nación o imperio. Para que cualquiera de ellos sobreviva, el pueblo debe tener visión. Deben ver por qué están ahí y qué les hace únicos y valiosos.

EE UU comenzó como la “ciudad brillante sobre una colina”. ¿Cuántos estadounidenses creen aún hoy en esa visión? Una gran cantidad de personas realmente cree que el impacto histórico de EE UU en el mundo ha sido para mal.

¿Están los jóvenes estadounidenses orgullosos de su poder? ¿Se sacrificarán por el país? ¿Tienen una visión de por qué debería preservarse, más allá de que todos salimos beneficiados? ¿Se trae a los inmigrantes en cantidades manejables, de modo que puedan tener inculcados los valores fundamentales de la nación? ¿Estamos formando líderes capaces de alcanzar el éxito?

La historia de Roma nos muestra cuán importantes son estos asuntos. La falta de visión, propósito e identidad puede ser fatal.

Epílogo: Un imperio falso

La Biblia esboza principios generales que dictan el éxito o el fracaso de las naciones. Pero también es específica: nos dice cuáles son las fuerzas espirituales que actúan en este mundo y cómo se desarrollarán en el futuro.

Revela el plan de Dios para este mundo. Y revela los intentos del gran adversario para derrotarlos.

Se podría decir que Dios tiene un imperio (lea “La gloria del imperio” en la Trompeta noviembre-diciembre 2022). Se trata de un imperio en el que personas de todas las razas y nacionalidades pueden entrar e incluso desempeñar papeles destacados. Y Diocleciano tenía razón: un imperio de cierto tamaño requiere más de un gobernante.

Pero Satanás tiene sus propios imperios. La Biblia revela que la antigua Roma era uno de ellos. Ejercía una brutalidad satánica y férrea tal que Dios la llama “bestia” (Apocalipsis 13).

Aureliano parecía comprender el problema a gran escala al que se enfrentaba Roma en su época: ¿Qué visión moral podría unificar a un imperio tan diverso, más allá del simple hecho de que todos pudiéramos seguir beneficiándonos de él?

Su solución fue la religión. Atribuyó sus victorias al Sol Invictus, el sol no conquistado. Aureliano, inmigrante sirio, insistía en que el Sol Invictus era el único dios verdadero. Adorar a todas las demás deidades paganas de Roma estaba bien, pero todas ellas no eran más que aspectos del Sol.

Aureliano murió poco después y su religión nunca arraigó. Pero Constantino el Grande retomó la idea 50 años después. En el año 313 d. C., comenzó a impulsar el cristianismo como religión unificadora del imperio. Convenientemente, el Jesús de Constantino compartía la fecha de nacimiento con el Sol Invictus de Aureliano. De hecho, a muchos se les enseñaba que Jesús era el Sol.

Esta religión infundiría sentido al Imperio Romano. Pero también lo cambiaría fundamentalmente.

La antigua Roma no tenía una visión global. Sí, sus conquistas eran amplias, pero los romanos creían que su expansión tenía límites. El propio Diocleciano ascendió al trono después de que un emperador fuera alcanzado por un rayo mientras hacía campaña contra Persia, aparentemente víctima de un castigo divino por desviarse más allá de las fronteras preestablecidas de Roma.

Tal vez sin darse cuenta, Constantino introdujo una visión de conquista sin límites. Difundir la religión le dio a Roma un propósito definido, y también una razón para conquistar Persia y mucho más allá. Más poderosamente, dio a la gente una razón para ser romanos y resucitar Roma, aunque nunca hubieran puesto un pie en la ciudad eterna, nunca se hubieran puesto una toga, o nunca hubieran conversado con amigos en las termas romanas. Los cristianos empezaron a creer que este imperio era el Reino de Dios en la Tierra.

Esta nueva visión de la romanidad no fue, quizás, lo suficientemente práctica o fundamentada como para evitar la caída de Roma. Pero cuando cayó, su resurrección se convirtió en un esfuerzo no sólo por restaurar la paz y el orden en la Tierra, sino en una misión divina. El Imperio Romano era ahora el Sacro Imperio Romano. Y en ese sentido, sobrevivió. De hecho, ¡es un imperio que está resurgiendo de nuevo ahora mismo!

Roma era un imperio feo y malvado. Las historias de su origen están repletas de violaciones y asesinatos. Cometió genocidios y masacró con una brutalidad organizada casi sin paralelo en la historia. Quizás sólo los nazis mataron a inocentes con el mismo desapego industrializado que Roma. Sin embargo, hay algo admirable en el modo en que los hombres se sacrificaron por una institución que al menos trajo una forma de paz al Mediterráneo.

El auge y caída final del Sacro Imperio Romano está en el horizonte. Pero está conduciendo a algo mucho más grandioso, duradero y pacífico de lo que el Imperio Romano jamás pudo ser.

El Sacro Imperio Romano era algo que Aureliano habría reconocido al instante: una falsificación. Es vacío, un fraude, una farsa. Sus mejores aspectos son imitaciones dramáticamente inferiores de algo mucho mayor.

Muchos de los aspectos de este Sacro Imperio Romano son una falsificación del Imperio de Dios. Su ambición sin límites. Su deseo de incluir a personas de otras naciones. Todo lo que era o podría ser noble acerca de Roma está a punto de realizarse en una escala mucho mayor, en el Imperio de la Familia Dios.

LA VISIÓN DE LA FAMILIA DIOS

Cristo vino a la Tierra a declarar al Padre-a la Familia Dios. Él no vino aquí a declararse a Sí mismo, como este mundo cree. Ese engaño es la causa de que el mundo no entienda el plan de Dios para la humanidad. Ellos están en la oscuridad, ¡e igualmente lo está, la mayoría del propio pueblo de Dios! Aquí está el único mensaje que nos llenará de esperanza. Es acerca de traer el gobierno y la paz de Dios, al universo entero. Este es el verdadero evangelio que humanidad nunca ha entendido.