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Weihsien Internment Camp

Dominio público

Cómo sobrevivir como un prisionero de guerra

Un capítulo raramente discutido de la Guerra del Pacífico provee un ejemplo del poder del esfuerzo positivo durante tiempos de crisis.

En la mañana del 8 de diciembre de 1941, decenas de miles de ciudadanos norteamericanos y británicos viviendo en China, se despertaron para darse cuenta que la base naval de los Estados Unidos en Pearl Harbor había sido bombardeada por las fuerzas japonesas. Sus naciones de repente estaban en guerra con el Imperio Japonés. Hacia algunos años que los japoneses habían invadido a China, y las tropas estacionadas allí no perdieron tiempo en hacer prisioneros de guerra a estos occidentales, quienes ahora eran parte del enemigo. “Ellos aparecieron el día después de que Pearl Harbor fue atacado” Mary Previte le dijo a Trumpet . “Nos dijeron que ahora éramos los prisioneros del gran emperador de Japón”.

Mary Previte acababa de cumplir 9 años cuando los japoneses irrumpieron en el internado donde estudiaba. Sus padres estaban trabajando como misioneros en China central, mientras ella y sus hermanos vivían en la provincia de Shandong en la costa este del país. Allí ellos asistieron a la escuela Chefoo, que había sido establecida para darles a los niños norteamericanos y británicos que vivían en China, la oportunidad de recibir una educación estilo occidental en inglés.

Antes de Pearl Harbor la estancia de Mary en el internado Chefoo había sido pacífica. Pero después del ataque y posterior a la declaración de guerra, la situación cambió drásticamente. “[Los japoneses] comenzaron a ir por el campo y los edificios poniendo sellos con escritura japonesa, que decía: Esto pertenece al gran emperador de Japón” dijo ella.

Por un año, los japoneses le permitieron a Mary, a sus compañeros de clase y a los maestros continuar viviendo en el campus de Chefoo. Pero éste estaba ubicado en una zona de bienes inmuebles costeros, que los japoneses pronto determinarían que sería útil para propósitos militares. “Ellos querían que esta hermosa escuela fuera una base naval japonesa” dijo Previte.

Así que en Noviembre de 1942 los soldados obligaron a los prisioneros de Chefoo, y los reubicaron en un campo de concentración a casi 5 kilómetros de la ciudad. El campo consistía de cuatro casas de tamaño mediano, cada una de las casas tenía entre 60 y 70 estudiantes y maestros apretujados. “No teníamos ni siquiera 3cm. de espacio entre los colchones en el piso”, dijo ella.

El campamento era estrecho, la gente estaba hambrienta y la situación era sombría. Pero uno de los maestros de Mary tomó una decisión, la cual cambió todo para ella y los otros niños.

Estructura, gratitud, insignias de mérito

“Ella simplemente decidió que iba a comenzar un grupo de Brownie” dijo Previte. Esta joven maestra decidió que en un esfuerzo por preservar la niñez de los estudiantes durante la guerra, ella trabajaría para mantenerlos llenos de optimismo y gratitud, y ocupados aprendiendo y ganando galardones meritorios.

Varios maestros de Chefoo se unieron al esfuerzo: Previte recuerda a la Srta. Ailsa Carr, la Srta. Beatrice Stark y a la Srta. Broomhall, todas de edades entre los 20 y 25. Para los chicos, crearon una tropa Cub Scout y una Boy Scout. Para las niñas más grandes, establecieron una unidad de guía de niñas (conocida como Girl Scouts en Estados Unidos).

Desde el comienzo, los maestros decidieron operar estas unidades juveniles como si fueran las mismas de aquellos tiempos de paz. En campo de concentración o no, ellos iban a ser ordenados, alegres, productivos y educados.

“Íbamos a tener buenos modales como las princesas en el palacio de Buckingham” dijo Previte. “Podrías estar en un banco de madera, comiendo de una jabonera o una lata de atún vacía, y podrías estar comiendo cerebros de animales hervidos o lo que los Chinos daban para alimentar a sus animales, y los maestros venían detrás de ti a decir ‘Mary, no hables con la boca llena. No hay dos conjuntos de modales, uno para el campo de concentración y otro para el Palacio de Buckingham en Inglaterra’”.

El cambio a Weihsien

Después de como 10 meses en el campamento, los japoneses se llevaron a Mary y a los otros prisioneros otra vez. Ellos los enviaron en barco, tren y camión al Centro de la Asamblea Civil de Weihsien. En este gran campo de concentración, los cautivos de Chefoo se unieron a otros 1.200 prisioneros de guerra, la mayoría de Europa y Gran Bretaña.

“Habían hombres, mujeres y niños, viejos y jóvenes. La gente nacía allí, y moría allí” dijo.

En Weihsien, había un poco más de espacio para respirar, pero la comida seguía siendo escasa, y muchos prisioneros estaban muriendo de hambre. Previte dice que ellos aprendieron a comer ciertas malezas que crecen en el campo, como la verdolaga, para calorías.

Algunos prisioneros también desarrollaron un sistema de trueque por encima de las paredes del campamento, lo cual era peligroso debido al castigo que se le daba a cualquiera que se dedicara a ello. Pero por medio de este sistema, a veces obtenían huevos. En esos casos raros, los prisioneros de guerra aprendieron a no desperdiciar ninguna parte del huevo. Sus maestras molían las cáscaras en polvo y se lo daban a los niños por cucharadas. Los adultos decían “que eso era puro calcio para nosotros y nuestros huesos” dijo ella.

Los días de Mary estuvieron llenos de trabajo arduo, trapeando pisos, cocinando, fregando ropa, limpiando letrinas, bombeando agua y cargando y quemando basura.

La reubicación a Weihsien, la escasez interminable de comida y el arduo trabajo pesado no pusieron fin a las organizaciones juveniles. Para ese entonces, Mary tenía 11 años y se había graduado del grupo de Brownies al de las Girl Guides (chicas guías).

Ella recuerda que dos veces al día los prisioneros se alineaban para pasar lista, y los soldados a menudo llegaban tarde para contar. Mary y los otros en las tropas juveniles no dejaban que se perdiera el tiempo. Mientras esperaban, “estábamos practicando nuestras transmisiones por semáforo y código Morse”, dijo ella.

Esa práctica valió la pena. Mary finalmente se ganó una insignia de mérito por aprenderse el código Morse, y una por las señales de semáforo. Ella también recuerda haber ganado una insignia por canto de folclor y otra por saber empezar una fogata. “No sé de dónde las maestras conseguían los fósforos para nosotros”, dijo, “pero de una forma u otra conseguíamos una pequeña lata, y figurábamos cómo hacerle una pequeña rejilla dentro, y practicábamos a encender un fuego dentro de ella”.

La adversidad se convierte en oportunidad

Ganar insignias de mérito por tales actividades como el código Morse y encender fuego es un gran estándar en todo el mundo, para los miembros de estas organizaciones juveniles. Pero para los niños en el campo de Weihsien, había algunas actividades únicas.

Por ejemplo, en los veranos los prisioneros de Weihsien sufrían severas infestaciones de chinches. Ella dijo que, “Te picaban en la noche, y al levantarnos en la mañana encontrabas un pequeño rastro de mordidas en tus piernas, brazos y barriga”.

Pero en esta mala experiencia, las maestras vieron una oportunidad para los niños. “Ellos decían, ‘Bien, lo haremos una aventura’”, recuerda Mary. Cada niño se dejaba crecer una uña más que las otras, y en un tiempo asignado cada fin de semana, todos librarían una guerra meticulosa contra las plagas. “Cada Sábado sería ‘La batalla de las chinches’”, dijo. “Revisabas toda grieta y rendija. Si tenías una almohada, ibas por las costuras para matar cualquier huevo o chinche. ¡Ese era el juego!”

Las chinches no eran las únicas plagas con las que tenían que luchar los prisioneros. “El saneamiento era horrible”, dijo Previte. “No teníamos letrinas adecuadas con desagüe”. Las pobres condiciones de higiene generaban multitudes de moscas, que potencialmente podían transportar enfermedades.

Los líderes de las tropas juveniles nuevamente convertían la adversidad en oportunidad. “Decían que el que consiguiera más moscas se ganaba un premio”, explicó Previte. Ella recuerda una ocasión cuando su hermano menor, John, ganó una competencia semanal. “¡No sé cuántos miles de moscas guardó en una pequeña lata”, dijo, pero él “se ganó el premio!”

Durante los inviernos, los prisioneros tenían que luchar contra un enemigo diferente: el frío. Cada cuarto estaba equipado con una estufa de hierro en forma panzuda y abombada, pero los japoneses no les daban carbón a los prisioneros. Solo les daban acceso al polvo del carbón, que los prisioneros de guerra tenían que transportar desde el cuartel de los soldados hasta el dormitorio de los prisioneros.

“Las 13 niñas en ese dormitorio, hacíamos una larga fila de niña, balde, niña, balde, niña, balde” dijo ella. Descubrieron que esta brigada de baldes era la forma más eficiente de mover el polvo pesado a los dormitorios. El proceso tomaba horas, pero Mary y las otras pasaban el tiempo más rápido cantando. Dijo que, “hacíamos una pequeña melodía y luego estallaban con la misma melodía que era el acompañamiento de su trabajo, cantando: “¡Muchas manos hacen liviano el trabajo, muchas manos hacen liviano el trabajo!”

Las maestras de Mary también crearon un juego para ver cuál pareja de niñas podía hacer su estufa la más caliente. Mary se abrumó con emoción recordando que en una ocasión, ella y una amiga ganaron. “¿Puede creerlo? Estoy recordando de hace más de 70 años el orgullo que sentí cuando Marjorie Halverson y yo pusimos muy caliente la estufa panzona, con el fuego que comenzamos”, dijo Mary.

Padre, madre y maestro

Mary Previte dijo que los campeones de esta historia fueron los jóvenes maestros de Chefoo que guiaron a las tropas juveniles.

Incluso cuando Hong Kong, Singapur y Malaya cayeron en manos de los japoneses e incluso cuando Birmania colapsó y Filipinas fue invadida, las maestras impidieron que los niños sucumbieran al terror. “Yo no vi a mis padres por 5 años y medio”, dijo ella. “Así que piense en esto: un maestro se convierte en padre sustituto, pero absolutamente ellos no iban a dejarnos olvidar que Dios estaba cuidándonos y que ellos iban a cuidarnos”.

Incluso conociendo las atrocidades que los japoneses habían cometido en la Masacre de Nanking y aun cuando los prisioneros de Weihsien se morían de hambre lentamente a medida que pasaban los años, las maestras mantenían a los niños enfocados en su educación, en ganar insignias de mérito, en dar lo mejor que tenían.

“¿Que si perdimos peso…?” Preguntó ella. “Claro que sí. ¿Que si estábamos desnutridos…? Desde luego. Si, habían condiciones terribles, pero las maestras nos estaban protegiendo de toda forma que podían”.

Transmitiendo gratitud

Previte dijo que fue sólo después de llegar a la edad adulta que pudo comprender el peligro que ella y los otros niños habían enfrentado durante la guerra. Fue sólo entonces que pudo captar la enormidad del logro de los maestros de Chefoo. Ella dijo que para que un niño aguantara esas condiciones escuálidas y aún dijera, “¡Nos fue muy bien!”, después de completar exitosamente una actividad determinada o ganar una insignia de mérito, fue “un triunfo absolutamente sorprendente”.

En 1985, décadas después de que las fuerzas norteamericanas habían liberado al campo de Weihsien, ella rastreó a algunos de sus maestros para agradecerles. Le preguntó a Ailsa Carr que cómo fue soportar esa carga pesada, durante un tiempo en que la máquina de guerra japonesa estaba devorando a más y más del Asia y volviéndose más despiadada.

La ex maestra de Mary le dijo que ella sabía que los japoneses estaban cavando fosas comunes fuera de los muros del campamento Weihsien. Ailsa Carr añadió que, “le oraba a Dios todas las noches para que me dejara ser una de las primeras cuando nos alineaban junto a la trinchera de la muerte y comenzaban a disparar”.

Y luego Mary le dijo: “Señorita Carr, yo no tenía ni idea. Ni idea de eso…”.

No muchas situaciones en la vida podrían ser tan desalentadoras, como la de vivir en un campo de concentración, infestado de ratas, plagado de chinches, trágicamente sobrepoblado y hambriento. Y la desolación de la vida allí, bien podría haber vencido fácilmente a Mary Previte y a los otros de la Escuela Chefoo.

Pero eso no sucedió.

Mary Previte ahora tiene 84 años, y vive en New Jersey, donde sirvió como representante del sexto distrito legislativo desde 1998 hasta 2006. Fue hace aproximadamente 75 años, que sus maestras establecieron aquellas unidades juveniles que la protegieron de la desesperanza. Hablando de eso ella estalla con energía y alegría infantil, sonando como si tuviera 10 años una vez más. “¡Qué regalo nos dieron esos maestros!” dijo Mary.

El regalo de los maestros fue que éstos les permitieron a los niños depositar sus angustias en ellos. Esto les ayudó a permanecer positivos, productivos, y agradecidos a través de todo.

En 1 Pedro 5:7, los seguidores de Cristo son instruidos a hacer lo mismo con Dios: “Echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros” (Nuevo Testamento Weymouth). El Salmo 55:22 nos asegura que Dios es más confiable que cualquier maestro físico que pudiera ayudar a aliviar nuestras preocupaciones: “Echa sobre el Eterno tu carga y Él te sustentará; nunca permitirá que el justo caiga” (New American Standard Bible). La Biblia también nos dice en Filipenses 4:8, que tanto en los tiempos de crisis como los de calma, es vital mantener el positivismo: “… todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”.

Cuando cualquiera de nosotros esté en medio de un tiempo de dificultad o crisis, también podremos sobrevivir y crecer, depositando todas nuestras angustias en Dios, con nuestras mentes dispuestas a seguir siendo agradecidos y positivos. 

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