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Cómo no ganar la guerra contra las drogas
Hace unos 10 años, los medios de comunicación no podían dejar de hablar del entonces alcalde de Toronto, Rob Ford. Después de que saliera a la luz un video en el que aparecía fumando una pipa de crack, Ford admitió que había consumido cocaína, pero aun así se negó a renunciar como alcalde. Los comentaristas lo ridiculizaron por deshonrar a la nación. Para aquel entonces, la “saga Rob Ford” parecía una gran broma. La idea de que alguien en un cargo público promoviera el consumo de drogas aún se consideraba vergonzosa, socavando su competencia para dirigir y dar un buen ejemplo.
Una década después, vivimos en un mundo diferente. Líderes como Barack Obama, Justin Trudeau y el príncipe Harry hablan abiertamente del consumo de drogas en sus memorias como si nada. Hunter Biden, el hijo del presidente de Estados Unidos Joe Biden, es atrapado consumiendo drogas y sigue siendo aclamado como una celebridad mientras su padre no dice nada.
Mientras tanto, los gobiernos del mundo occidental —municipales, estatales, provinciales y federales— abrazan abiertamente y animan a la ciudadanía a sumergirse en el consumo de drogas. De alguna manera, nada de esto es polémico.
¿Por qué ocurre esto?
Presión por la legalización
Una nueva política en la provincia canadiense de Columbia Británica lo demuestra. En enero se despenalizaron la heroína, el fentanilo, la cocaína y el éxtasis. La policía está ahora legalmente autorizada a “mirar hacia otro lado” si alguien posee hasta 2,5 gramos de estas fuertes drogas.
La provincia declaró una emergencia de salud pública en 2016 debido al aumento de las muertes por sobredosis. Desde entonces, más de 11.000 de los 5,3 millones de habitantes de Columbia Británica han muerto por sobredosis. En la gran mayoría de ellas estuvo involucrado el fentanilo.
La teoría que subyace a este tipo de política sobre las drogas es que los adictos no acuden a las autoridades en busca de ayuda por miedo a las consecuencias legales. Despenalizar las drogas supuestamente elimina el estigma de ser atrapado y da a la gente una mayor motivación para buscar ayuda. Pero permitir que la gente obtenga drogas impunemente no reducirá el número de consumidores. Al contrario, caso tras caso, tales políticas han ido seguidas de un aumento del consumo de drogas. Por lo menos un empresario ha abierto una tienda de venta de sustancias ilegales como heroína y cocaína. La analista canadiense de políticas de drogas Karen Ward declaró a Vice News que las tiendas que venden drogas duras son el “resultado inevitable de que el gobierno no haga nada”.
Sin embargo, estos desagradables resultados no parecen disuadir a quienes promueven estas políticas. “Ya hemos oído a ciudades como Toronto y Edmonton interesadas en adoptar esta medida también”, dijo el año pasado el primer ministro canadiense, Justin Trudeau. “Vamos a trabajar con ellos y tratar de asegurarnos en cada paso del camino de que mientras, y si, avanzamos, no se trate de una solución única, sino que sea un enfoque integral como el que estamos tratando de crear en [Columbia Británica]”.
Desde hace años, algunos gobiernos locales han permitido y fomentado los llamados lugares seguros de inyección. Son designados “zonas seguras” donde las personas pueden obtener agujas limpias y usar drogas con asistencia médica cercana. Canadá cuenta con 38 zonas seguras en funcionamiento. Estos lugares y otras medidas, como la no aplicación de las leyes sobre drogas, han despenalizado eficazmente las drogas durante años. Pero ahora la ley tipifica oficialmente el uso de drogas peligrosas.
Estas sustancias más tóxicas son sólo la más reciente victoria de la narcotización de las mentes. En 2018, Canadá se convirtió en el segundo país en legalizar el cannabis recreativo (marihuana) en todo el país. En 2021, las estadísticas del gobierno sugieren que un asombroso 50% de los canadienses de entre 20 y 24 años consumían cannabis, junto con el 37% de los que tenían entre 16 y 19 años, y el 25% de los que tenían 25 años o más.
México legalizó el uso recreativo en 2021. En EE UU, 23 Estados han legalizado el cannabis: Alaska, Arizona, California, Colorado, Connecticut, Delaware, Illinois, Maine, Maryland, Massachusetts, Michigan, Minnesota, Misuri, Montana, Nevada, Nueva Jersey, Nuevo México, Nueva York, Oregón, Rhode Island, Vermont, Virginia y Washington, además del Distrito de Columbia y el territorio de Guam. Los únicos Estados en los que el cannabis es totalmente ilegal tanto para uso recreativo como medicinal son Idaho, Kansas, Carolina del Sur y Wyoming. Esto significa que es perfectamente legal para más de 300 millones de norteamericanos fumar marihuana con fines recreativos.
Legalizar o despenalizar las “drogas más duras” no cuenta con una defensa tan fuerte en EE UU como en Canadá. Pero está creciendo, especialmente en la Costa Oeste. En 2020, Oregón despenalizó la posesión de drogas duras, de forma similar a la política de la Columbia Británica. Y los residentes de San Francisco pueden visitar una “smart shop” [tienda inteligente], una tienda donde se venden plantas alucinógenas legalmente para su consumo.
Todo esto sólo teniendo en cuenta las drogas legales y despenalizadas. Las víctimas del tráfico ilegal de drogas son mucho peores. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, más de 932.000 estadounidenses han muerto por sobredosis de drogas desde 1999. Decenas de miles más han muerto en México por las guerras territoriales de los distintos carteles de la droga. El Consejo de Relaciones Exteriores calcula que unas 360.000 personas han sido asesinadas en México desde 2006.
El costo de perder la guerra
“Por muchos años hemos declarado la guerra a las drogas en EE UU. ¿Cuál ha sido el resultado? Si observamos los hechos, ¡debemos admitir que hemos perdido esa guerra! EE UU está superado por su problema con las drogas”, escribe el redactor jefe de la Trompeta, Gerald Flurry, en su folleto No hay libertad sin ley. A continuación se refiere a 2 Pedro 2:19: “Les prometen libertad, pero ellos mismos son esclavos de corrupción; porque todo lo que vence a un hombre [o a una nación], a eso queda esclavizado” (Traducción nuestra de la versión Revised Standard).
No hay libertad sin ley se publicó por primera vez en 2001. Las circunstancias ya eran bastante malas entonces, pero ahora son mucho peores. En lugar de ganar o incluso luchar en esta guerra, nuestras sociedades han ondeado la bandera blanca. Hemos aceptado que la cultura de la droga está aquí para quedarse y crecer. Nuestros gobiernos están peor que derrotados: ahora son regímenes colaboracionistas.
La gente está muriendo. Los que no mueren tienen sus vidas arruinadas, gastando todo lo que tienen en sustancias que les fríen el cerebro mientras viven en las esquinas de las calles y descienden a la disipación, el abuso, la enfermedad y la miseria.
No todos los que apoyan la normalización de las drogas son drogadictos. Muchos razonan que dar a los adictos un pequeño suministro les da lo suficiente para evitar el síndrome de abstinencia pero no lo suficiente como para sufrir una sobredosis. Esto evita que se suiciden. Mientras tanto, los partidarios del cannabis legal piensan que no vale la pena dejar antecedentes penales a miles de personas por consumir una droga que consideran relativamente inofensiva. (Sin importar la gran cantidad de pruebas que demuestran lo contrario).
Pero dejar que la gente conserve su cocaína no les devolverá la vida. Permitir que los estudiantes de secundaria fumen marihuana que atrofia la mente no es prepararlos para un futuro exitoso.
Nos hemos rendido a un vicio que destruye el cuerpo y la mente. Nos hemos rendido al pecado.
El principio en las Escrituras es claro. La Biblia condena el abuso del alcohol (p. ej., Proverbios 20:1; Efesios 5:18). El alcoholismo arruina la mente de las personas. Los lleva a la bancarrota. Los esclaviza a una sustancia. El consumo de drogas logra todo esto con un efecto mucho mayor y con mucha más facilidad.
La clave para la victoria
Herbert W. Armstrong, redactor jefe de nuestra revista predecesora La Pura Verdad, escribió en 1961 (en el contexto del fiasco de Bahía de Cochinos) que a menos que EE UU se arrepintiera de adoptar la anarquía contra Dios, “¡Estados Unidos ha ganado su última guerra!”. Desde entonces, EE UU fue incapaz de ganar la Guerra de Vietnam, la guerra contra el terrorismo y todos los demás conflictos importantes en los que se ha involucrado.
La mayoría de estas guerras eran conflictos lejanos en los que participaban soldados profesionales. La guerra contra las drogas ha cobrado más vidas estadounidenses que cualquiera de estas otras guerras. Y la mayoría de los afectados no son soldados. Son estudiantes universitarios, abogados, trabajadores del gobierno y otras personas con empleos respetables. Podrían ser sus vecinos de al lado. Si hubiera alguna guerra que EE UU no pudiera permitirse perder, sería la guerra contra las drogas. Pero, ya la hemos perdido.
Sin embargo, eso no significa que no haya motivos para tener esperanza. La esclavitud de EE UU a las drogas tiene solución.
“Es muy difícil guardar la ley de Dios”, escribe el Sr. Flurry. “Pero el problema no está en la ley, sino en nosotros. Necesitamos cambiar y ajustarnos a esa ley. ¡Necesitamos sustituir la maldad de nuestros corazones por la justicia de Dios al escribir la ley de Dios en nuestros corazones!” (op. cit.).
Jesucristo dijo que es la verdad la que nos hace libres (Juan 8:32). Y también dijo que la Palabra de Dios —Su ley codificada en la Santa Biblia— es la verdad (Juan 17:17). La verdadera libertad no proviene de acomodarse al pecado. Eso sólo conduce a una mayor esclavitud. La verdadera libertad significa cambiar nuestra naturaleza para que así guardemos la ley: vivir, como dijo Cristo, de toda palabra de Dios (Lucas 4:4). Cristo dijo esas palabras cuando estaba venciendo al diablo. Y Dios quiere que todo el mundo venza a sus demonios personales, ya sea la drogadicción o cualquier otra cosa. Por eso dio Su ley: para que podamos ser libres.
Verdaderamente, no hay libertad sin ley.