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Bielorrusia vuelve a la URSS
Bielorrusia ha renunciado a su soberanía en todo menos en el nombre. Esto fue trágicamente evidente a finales de febrero cuando el gobernante ruso Vladimir Putin envió sus fuerzas de invasión a Ucrania, no sólo desde la frontera con Rusia, sino también desde la frontera con Bielorrusia.
Putin había desplegado decenas de miles de sus tropas a Bielorrusia y ahora planea dejar allí, indefinidamente, un número considerable de ellas. Esto significa que, sea cual sea el resultado de la guerra de Putin contra la antigua nación soviética de Ucrania, ya ha conquistado discretamente otro importante Estado exsoviético.
Esta toma del poder de un país de 9,5 millones de personas, encajado entre Rusia y Europa, es una victoria estratégica contra el adversario de Rusia, la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
¿Cómo ha podido Putin lograr discretamente este importante objetivo estratégico? ¿Qué significa para la seguridad mundial?
‘El último dictador de Europa’
El presidente bielorruso Alexander Lukashenko ha sido llamado a menudo el último dictador de Europa. Con hombres como el húngaro Viktor Orbán ahora en el poder, lo de “último” es discutible. Pero lo que es seguro es que Lukashenko es un dictador, de los que sólo dejarán el palacio presidencial en un golpe de Estado o en un ataúd. Lo que también es seguro es que Lukashenko se ha vinculado a Putin, un hombre al que a veces llama su “hermano mayor”, de una forma que ningún otro líder mundial se ha acercado.
Lukashenko, de 67 años, es uno de los pocos líderes mundiales que lleva más tiempo en la escena que Putin. El antiguo soldado soviético y director agrícola e industrial comunista fue elegido presidente en 1994, tres años después de que el país se independizara de la Unión Soviética en proceso de disolución, y seis años antes de que Putin llegara al poder.
A diferencia de los líderes de la mayoría de los demás Estados ex soviéticos, que querían romper con los fracasos del pasado, Lukashenko preservó las reliquias del comunismo en Bielorrusia. Consagró el aniversario de la Revolución de Octubre de 1917 como fiesta nacional, mantuvo un férreo control sobre las fábricas y granjas estatales que constituyen la mayor parte de la economía del país, y mantuvo la economía, la cultura, la política y la defensa bielorrusas estrechamente alineadas con Rusia.
En 1997, Lukashenko empezó a trabajar en un plan para crear una “Unión de Bielorrusia y Rusia”. Su propósito declarado era nada menos que unificar a los pueblos de los dos países en una sola entidad política, con una bandera, una moneda, un poder judicial, una economía integrada y un ejército, una unión tan estrecha o más que la que existía bajo la dictadura soviética. Cuando Putin asumió el mando de Rusia unos años más tarde, él y Lukashenko se hicieron rápidamente amigos, y Rusia reforzó su esfuerzo por crear esta unión de dos Estados.
A principios de la década de 2000, el régimen de Lukashenko pasó a depender aún más de Rusia, en particular de su suministro de energía con grandes descuentos. Y Bielorrusia se volvió cada vez más vital para Putin. Tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, el ejército estadounidense estableció lazos con algunas naciones pos-soviéticas. La otan planeaba desplegar sistemas de defensa antimisiles en Europa del Este, y varias naciones en dicha región empezaron a cambiar sus políticas a favor de Europa y Occidente.
Estos acontecimientos dieron a Bielorrusia (un amortiguador prorruso entre Europa y la masa continental rusa) un valor estratégico extremo para Putin.
En los años siguientes, Putin y Lukashenko integraron aún más sus dos países y sus ejércitos. Llevaron a cabo docenas de ejercicios de guerra conjuntos cada año, comenzaron a desarrollar programas de armamento conjuntos y construyeron tres centros de entrenamiento de combate conjuntos.
Con cada uno de estos avances, la “Hermandad Eslava” ruso-bielorrusa creció. Aun así, Lukashenko retrasó la integración total con Rusia. Extendió la alfombra roja para las visitas de Putin y discutió la integración con él en reuniones muy publicitadas. Pero a la hora de pasar a la acción, Lukashenko lo postergaba. Dependía de Rusia, pero también mantenía a Bielorrusia conectada con varios países de la otan y de la Unión Europea y con Estados Unidos. Durante dos décadas, Lukashenko mantuvo este acto de equilibrio para evitar que Bielorrusia fuera dominada completamente por Rusia. Parecía que podría mantenerlo mientras su corazón siguiera latiendo. Pero en el verano de 2020, la situación cambió radicalmente.
Desde Rusia con cuerdas
En las elecciones presidenciales de Bielorrusia de 2020, los sondeos a pie de urna mostraron que los votantes habían desbancado a Lukashenko de forma aplastante. Pero él falsificó el recuento y afirmó haber ganado el 80% de los votos.
Esta “democracia con características rusas” enfureció a muchos bielorrusos. Unos 200.000 de ellos marcharon por la capital, en las mayores protestas antigubernamentales de la historia del país. Tras 26 años de corrupción, mala gestión y fraude electoral de Lukashenko, el pueblo tenía los números y la tenacidad para enfrentarse al “último dictador de Europa”.
Entonces intervino el “gran hermano”.
La mayoría de los líderes europeos se pusieron del lado de los manifestantes y rechazaron los resultados electorales oficiales de Lukashenko. Junto con Estados Unidos, lanzaron una andanada tras otra de sanciones como reacción a la sangrienta represión de las protestas. Putin aceptó los resultados, habló en apoyo de Lukashenko y le dio cientos de millones de dólares en energía y préstamos con descuento. Pero fue mucho más allá: anunció públicamente que estaba dispuesto a enviar tropas rusas a Bielorrusia para ayudar a Lukashenko a someter a los manifestantes. Esto le daría mucha más influencia sobre Lukashenko.
Así que no hubo ni golpe ni ataúd para Lukashenko. Putin le había salvado políticamente, y quizá físicamente. Ha acabado con la oposición y ha consolidado aún más su poder. Y ahora Lukashenko le debe al “gran hermano”.
No mucho después, Putin quiso estacionar 30.000 soldados rusos en suelo bielorruso, el mayor número desde la Guerra Fría. Lukashenko se opuso: entendía que, a pesar de la “hermandad eslava” de las dos naciones, aprobarlo representaría una cesión de la soberanía de su nación. Pero no tenía otra opción.
Lukashenko también revocó los compromisos de desnuclearización y neutralidad en materia de defensa de su nación, permitiendo así que Rusia desplegara sus armas nucleares allí. También aceptó acelerar el plan de la Unión de Bielorrusia y Rusia. Ahora las tropas rusas han utilizado su país para invadir Ucrania y están llevando a cabo una ocupación blanda de facto de Bielorrusia.
Los días de Lukashenko para equilibrar a Bielorrusia entre Rusia y Occidente han terminado. Putin ha anexionado efectivamente el país, haciendo retroceder el reloj a sus días de la Unión Soviética para convertirlo en vasallo de Rusia una vez más.
El ‘Príncipe de Rusia’
La Unión Soviética fue tristemente célebre por su comunismo y la consiguiente represión, las purgas y los perversos campos de prisioneros. Sus espantosos mandatos agrícolas e industriales habían matado a más de 10 millones de sus propios habitantes. Cuando se derrumbó a principios de la década de 1990, muchos lo celebraron como una victoria de la libertad humana.
Pero no Vladimir Putin. En un discurso de 2005, calificó el colapso de ese régimen tiránico y deshumanizado como “la mayor catástrofe geopolítica del siglo”.
Putin ha dejado claro que lo que más echa de menos no son necesariamente los ideales del comunismo, sino el poder y el prestigio de Rusia, Bielorrusia, Ucrania y otras 12 naciones cuando formaron un imperio con armas nucleares dominado por un dictador ruso.
En los años transcurridos desde la declaración de Putin, éste ha dedicado gran parte del poderío de Rusia a la reunificación de esas naciones. Ha trabajado para revertir esa “catástrofe” y construir algo aún más dominante sobre su pueblo y más poderoso contra Occidente de lo que nunca fue la Unión Soviética.
Putin invadió la antigua nación soviética de Georgia en 2008, poniendo una quinta parte de su territorio bajo control ruso. En 2014, anexionó por la fuerza el antiguo territorio soviético clave de Crimea que pertenecía a Ucrania y aumentó el apoyo a los rebeldes en el este del país, sumiéndolo en un conflicto que ha durado ocho años y en el que han muerto 14.000 personas hasta ahora y aún continúa. En 2020, estacionó por primera vez miles de tropas rusas en Azerbaiyán, donde permanecerán, al parecer, indefinidamente. También ha dedicado dos décadas y cientos de miles de millones de dólares en la modernización del ejército ruso, incluyendo súper armas como misiles nucleares hipersónicos que pueden evadir incluso los sistemas de defensa más avanzados.
La dramática escalada de este año en el ataque a Ucrania forma parte de esa estrategia. También lo es su silenciosa conquista de Bielorrusia.
La Trompeta observa cuidadosamente el desarrollo de este nuevo imperio ruso debido a su comprensión de la profecía bíblica. En Apocalipsis 9:16 se describe a Asia amasando un ejército colosal de 200 millones de soldados, 15 veces el tamaño del mayor ejército jamás reunido en la historia de la humanidad. Es descrito conduciendo operaciones durante una tercera guerra mundial que empequeñecerá todas las guerras mundiales y otros conflictos militares del siglo xx, combinados. Ezequiel 38 y 39 muestran que al mando de esta fuerza gigantesca estará un hombre llamado el “príncipe” de Rusia.
El redactor jefe de la Trompeta, Gerald Flurry, ha identificado a Vladimir Putin como este príncipe. En su folleto de 2017 El ‘Príncipe de Rusia’ profetizado, escribe: “Este mundo tiene muchos gobernantes autoritarios. Pero Vladimir Putin es uno al que necesitamos particularmente de cerca. Su trayectoria, su nacionalidad y su ideología muestran que él está cumpliendo una profecía bíblica clave. El marco de tiempo de su gobierno también muestra que nadie más podría estar cumpliendo la profecía de Ezequiel 38 y 39”.
El folleto del Sr. Flurry explica que el liderazgo de Putin en Rusia, incluyendo su conquista de antiguas naciones soviéticas como Bielorrusia, muestra que el mundo se está precipitando hacia un tiempo de violencia y calamidad mucho peor que cualquier otra cosa en la desastrosa historia de la humanidad.
Pero el Sr. Flurry subraya que también hay una gran esperanza entre estas profecías. Escribe que el hecho de que Putin esté ahora dirigiendo la nación demuestra que el evento más esperanzador de la historia de la humanidad está cerca. “¡Lo que estamos viendo en Rusia finalmente conduce a la transición del hombre gobernando sobre el hombre a Dios gobernando sobre el hombre!”, escribe. “¡Y eso está prácticamente aquí! ¡Está a tan sólo unos pocos años de distancia!”.