La Trompeta
Autobiografía de Herbert W. Armstrong: Investigando la Biblia y a Darwin
Continuación de Emprendiendo un nuevo negocio”
En el verano de 1924, nos trasladamos al Pacífico noroccidental. El hermano de mi esposa, Walter Dillon, y su hermana Bertha, habían conducido de regreso a Iowa en el Modelo T Ford, en agosto. Walter terminó su tercer año en Simpson Colegio en Indianola, el año escolar de 1924 a 1925, y Bertha continuó enseñando en la misma escuela donde había enseñado antes del viaje a Oregón.
Durante ese tercer año de colegio en Simpson, Walter se casó con una joven rubia de ancestros alemanes cuyo nombre era Hertha. En junio de 1925, Walter y su joven esposa, junto con Bertha y el padre de mi esposa, regresaron a Oregón. Ahora con una esposa que mantener era necesario que Walter regresara a enseñar en la escuela, como lo había hecho antes de entrar a Simpson. Tanto él como Bertha obtuvieron empleos como docentes, y mi suegro compró un pequeño almacén.
Durante los años siguientes, Walter asistió a sesiones de verano en la Universidad de Oregón, y logró también tomar en la universidad, en Portland, algunos cursos de extensión nocturnos, parte del tiempo. Walter mantuvo este horario, mientras enseñaba, hasta que logró su Diplomado en la universidad, y posteriormente su Máster. El ascendió pronto al cargo de director, y finalmente llegó a ser rector del colegio más grande en Oregón, fuera de Portland.
La esposa de Walter había sido adoctrinada con la teoría de la evolución en colegio. Un día ella y yo tuvimos una discusión, y la doctrina de la evolución entró en la conversación. Yo mencioné que no estaba convencido de su validez.
Acusado de ser ignorante
“¡Herbert Armstrong, tu eres sencillamente ignorante!” me acusó Hertha. Sus palabras se clavaron profundamente en lo que me quedaba del ego. “Una persona carece de educación y es ignorante, a menos que crea en la evolución. Toda la gente educada ahora cree en esto”.
Esa acusación vino justo inmediatamente después del reto de mi esposa sobre el sábado. Por supuesto, Hertha tenía tan solo 19 años, y apenas había hecho su primer año de colegio. Ella todavía era lo suficientemente inmadura para entusiasmarse demasiado acerca de lo que se le había presentado como una marca de distinción intelectual. Aun así, su estilo fue hiriente y un poco sarcástico, así que acepté eso como un reto.
“Hertha”, respondí, “apenas estoy comenzando a estudiar la Biblia. Pretendo incluir en esta investigación un estudio minucioso del relato bíblico de la creación. Puesto que manifiestamente es una de las dos, evolución o creación especial, incluiré un estudio exhaustivo de la evolución. Estoy seguro que un estudio minucioso de ambas partes mostrará que eres tú la ignorante, y que tú simplemente estudiaste en biología de primer año un lado de una pregunta que tiene dos lados, y aceptaste sin dudar lo que fue vertido en tu mente como con embudo. ¡Y si es así, cuando lo haga, voy a hacer que te COMAS esas palabras!”
Y así sucedió que ahora yo tenía un doble reto sobre el cual trabajar, un tema dual que involucraba las afirmaciones bíblicas sobre la creación especial, y también un estudio más exhaustivo que antes en textos sobre biología, geología, paleontología, y las diversas obras sobre la teoría de la evolución.
En realidad, este era simplemente el estudio de las dos posibilidades de los orígenes. Este me condujo directamente a una investigación concienzuda de lo que es quizás el conocimiento más básico de todos; el punto de partida en la adquisición de conocimiento, la búsqueda del concepto correcto a través del cual se ven todos los hechos.
Los dos temas; o más bien, los dos lados del mismo tema de los orígenes, deben ser ambos estudiados sin prejuicios y de manera objetiva, ¡sin embargo raramente se hace!
La mayoría de creyentes en la Biblia y en la existencia de Dios, probablemente solo han crecido creyendo eso porque fueron criados en una atmósfera donde esto se creía. Pero quizás pocos lo estudiaron con la suficiente profundidad para obtener la prueba irrefutable.
De la misma forma, en general, a la persona educada que ha pasado por colegio o por la universidad, se le ha enseñado la teoría de la evolución como una creencia. Ellos la han aceptado, muy probablemente sin haber hecho un estudio serio o concienzudo de las afirmaciones bíblicas.
¡Yo había llegado al punto donde quería la verdad!
Ahora tenía en mis manos el tiempo. ¡Estaba dispuesto a pagar el precio de una investigación minuciosa y concienzuda para estar seguro!
El lector recordará que en lugar de la universidad yo había escogido el proceso de educarme a mí mismo, seleccionando mis propios cursos de estudio. Después de terminar preparatoria [bachillerato] a los 18 años, había estudiado diligente e ininterrumpidamente hasta este incidente en 1926. Pero ahora yo estaba entrando a un campo de investigación en el cual el estudio previo había sido mínimo.
Comencé este estudio intensivo obteniendo todo lo que pude encontrar en forma de libros, folletos y otra literatura, tanto a favor como en contra de lo que frecuentemente se llamaba “el sábado judío”. Yo no solo quería todo lo que pudiera conseguir para defender el domingo en contra del “Sábado judío” como a menudo se le llamaba. Yo también quería saber los argumentos o los proponentes de éste, los cuales esperaba poder refutar honestamente.
Al mismo tiempo encontré en la Biblioteca Pública de Portland, muchas obras científicas directamente sobre la evolución, o como enseñanzas en libros de texto sobre biología, paleontología y geología. También encontré libros de científicos y doctores en filosofía que presentaban muchas grietas en la hipótesis de la evolución. Extrañamente, aún los críticos de la evolución, siendo ellos mismos científicos, paradójicamente aceptaban la misma teoría que tan hábilmente refutaban.
Pero, al leer primero las obras de Darwin, Haeckel, Spencer, Huxley, Vogt, y autoridades más recientes y modernas, el postulado evolucionista comenzó a hacerse muy convincente.
¡Se hizo evidente rápidamente que los evolucionistas reales y sistemáticos estaban universalmente de acuerdo en que la evolución excluía la posibilidad de la existencia de Dios! Aunque algunos de los menos eminentes estaban entre dos opiniones, profesando un tipo de evolución teísta, pronto aprendí que los verdaderos evolucionistas establecidos por mucho tiempo, eran ateos todos. ¡La evolución no podría reconciliarse honestamente con el primer capítulo de Génesis!
¿Existe Dios?
¡Y así sucedió que, muy pronto en este estudio de la evolución y de la Biblia, entraron a mi mente verdaderas dudas sobre la existencia de Dios!
En un sentido muy real, esto fue algo bueno. Yo siempre había supuesto la existencia de Dios, porque me lo habían enseñado desde la niñez. Había crecido en la escuela dominical. Simplemente lo daba por sentado.
Ahora, repentinamente, comprendí que nunca había comprobado si había un Dios. Puesto que la existencia de Dios es la base fundamental de la creencia y autoridad religiosa, y puesto que la inspiración de la Biblia por parte de Dios como Su revelación a la humanidad es la base secundaria y asociada para la fe y la práctica, comprendí que el lugar para comenzar era comprobar si Dios existe, y si la Santa Biblia es Su revelación de conocimiento e información para la humanidad.
Todo lo que tenía en mis manos era tiempo. Me levantaba temprano y estudiaba. La mayoría de las mañanas estaba esperando en la entrada principal de la Biblioteca Pública cuando sus puertas eran abiertas. La mayoría de las noches salía de la librería a las 9 p.m., a la hora que cerraban. Casi siempre en las noches continuaba estudiando en casa hasta que mi esposa, a la 1 a.m. o más tarde se despertaba y me urgía a parar, e irme a dormir.
Investigué en la ciencia. Aprendí los hechos acerca de los elementos radioactivos. Aprendí como la radioactividad prueba que no hubo pasado eterno de la materia. Hubo un tiempo cuando la materia no existía. Luego llegó un momento cuando la materia llegó a existir. Esta fue la creación, una de las muchas pruebas de Dios.
Por las leyes de la ciencia, incluyendo la ley de biogénesis, que solo la vida puede engendrar vida, que la materia muerta no puede producir vida, y que los seres vivos no pueden venir de los no vivientes, estas leyes trajeron la prueba de que Dios existe.
En la Biblia encontré una cita, diciendo en primera persona, “Yo soy Dios”. Este Dios era citado directamente en las Escrituras, comprobadas de haber sido escritas cientos de años antes de Cristo, pronunciando el destino futuro de todas las ciudades y naciones importantes en el mundo antiguo. Investigué la historia. ¡Aprendí que estas profecías, en cada caso (excepto en profecía que pertenecían a un tiempo todavía futuro), habían llegado a suceder precisamente tal como estaba escrito!
Refutando la evolución
Estudié el relato de la creación en la Biblia. No todo está en Génesis 1. ¡Lo estudié todo! Estudié la evolución. Al comienzo la teoría evolucionista pareció muy convincente; tal como les sucede a los estudiantes de primer año, en la mayoría de colegios y universidades.
Presté atención a las evidencias de anatomía comparativa. Pero estas evidencias en sí mismas, no eran una prueba. Éstas simplemente hacían que la teoría pareciera más razonable si fuera probada. Presté atención a exámenes y descubrimientos de embriología. Ésto tampoco era prueba sino que solo apoyo a la evidencia, si es que la evolución fuera probada.
Noté que la teoría original de Lamarck de uso y desuso, una vez aceptada como ciencia, había sido ridiculizada en los colegios. Aprendí que la una vez teoría científica de espiral nebular de la existencia de la tierra se había convertido en el objeto de burla actual, suplantada (en 1926) por la hipótesis planetesimal del Prof. Thomas Chrowder Chamberlin. Escudriñé los hechos de la vida de Darwin. Aprendí los hechos acerca de su continua enfermedad; acerca de su teoría preconcebida y su proceso de razonamiento inductivo, al buscar los hechos y argumentos que sostenían su teoría.
Investigué los hechos acerca de su tour en el barco Beagle. Leí sobre cómo él admitió que había problemas irresolutos en sus teorías y en lo que él había escrito, pero que de todas formas él continuaba promulgando la evolución. Supe cómo sus colegas camuflaron estos problemas irresolutos y diseminaron la teoría para conseguirle aceptación científica.
Luego llegué al asunto de la mente humana. Desde 1926 yo había estado inquieto acerca del enorme abismo que hay entre el cerebro animal y la mente humana. ¿Podría ese abismo haber sido superado por la evolución? Aún si el proceso evolucionista fuese posible, parecía que en realidad el tiempo requerido para superar este abismo en el desarrollo intelectual habría sido millones de veces más largo de lo que la geología o la paleontología indicaban.
Pero, aún más importante, sabía que yo con mi mente soy superior a cualquier cosa que mi mente pueda idear, y que yo pueda hacer. Asimismo, se hizo evidente que nada menos inteligente que mi mente podría haber producido algo superior a sí misma; a saber, ¡mi mente! ¡Necesariamente, la presencia misma del intelecto humano necesita de un Intelecto superior y mayor que haya diseñado, ideado y producido la mente humana! Esta no podría haber sido producida por causas naturales, ni fuerzas residentes, como la evolución presupone. ¡Lo no inteligente no podría producir una inteligencia superior a sí misma! ¡El sentido común racional exige un Creador de mente superior!
Llegué a ver que solo había una prueba posible de la evolución como hecho factual. Y esa era la suposición de que en el estudio de la paleontología, los fósiles más simples siempre eran el estrato más antiguo, puestos primero; mientras que a medida que progresábamos al estrato del sedimento posterior, los fósiles encontrados en ellos se volvían gradualmente más complejos, tendiendo hacia la inteligencia avanzada.
Finalmente determiné que esa afirmación era el tronco del árbol de la evolución. Si el tronco permanecía, la teoría parecería probada. Si yo podía derribar el tronco, todo el árbol caería con éste.
Comencé una investigación para saber cómo estos científicos determinaban la edad del estrato. Pasé meses para encontrarlo. Ninguno de los textos que investigaba parecía explicar nada acerca de esto. Este tronco del árbol se asumía descuidadamente, sin pruebas.
¿Acaso los estratos más antiguos siempre estaban en el fondo, los siguientes más antiguos cerca del fondo, y los más recientes encima? Finalmente lo encontré en un texto reconocido sobre geología cuyo autor fue el Profesor Thomas Chrowder Chamberlin. No, algunas veces los estratos más recientes en realidad estaban debajo de los más antiguos. La edad del estrato no se determinaba por las etapas de profundidad. La profundidad del estrato variaba en diferentes partes del mundo.
¿Entonces, cómo se determinaba la edad del estrato? Finalmente descubrí en esta autoridad de gran reputación, que su edad se determinaba por los fósiles que se encontraban allí. Siendo que los geólogos “sabían” que su teoría evolucionista era cierta, y puesto que ellos habían estimado hace cuántos millones de años un cierto espécimen de fósil podía haber vivido, ¡esa edad determinaba la edad del estrato!
En otras palabras, ellos asumían la edad del estrato suponiendo que su teoría de la evolución era cierta. Y “probaban” que su teoría era verdad, ¡por la suposición de las edades progresivas del estrato en el cual los restos del fósil se encontraron! ¡Esto era un argumento en círculo!
El tronco del árbol evolucionista fue derribado. ¡No había prueba!
Escribí un documento corto sobre este descubrimiento. Se lo mostré a la bibliotecaria principal del departamento técnico de ciencias de una biblioteca muy grande.
“Sr. Armstrong”, dijo ella, “usted tiene una habilidad increíble para ir directo al meollo de un problema. Sí, tengo que admitir que usted ha derribado el tronco del árbol. ¡Me ha dejado sin prueba! Pero, Sr. Armstrong, yo todavía tengo que continuar creyendo en la evolución. He obtenido un grado en Columbia, en la Universidad de Chicago, y otras instituciones de alto nivel. He pasado mi vida en la atmósfera de la ciencia y en compañía de científicos. ¡Estoy tan inmersa en esto que no podría desarraigarlo de mi mente!”
Qué confesión tan lamentable, de alguien tan versada en “la sabiduría de este mundo”.
Memorial de la creación
Yo había invalidado la teoría de la evolución. Había encontrado prueba de la creación, prueba de la existencia de Dios, prueba de la divina inspiración de la Biblia.
Ahora tenía una base para creer. Ahora tenía un fundamento sólido sobre el cual construir. La Biblia había probado contener Autoridad. Yo ya había estudiado lo suficiente para saber que debemos vivir por ésta, y que yo finalmente seré juzgado por la Biblia; no por los hombres, ni por las denominaciones de las iglesias, las teorías, teología, creencias, doctrinas, o pronunciamientos de los hombres. ¡Yo finalmente sería juzgado por el Dios Todopoderoso, y según la Biblia!
Así que ahora comencé a estudiar más sobre el asunto del Sábado.
Por supuesto había obtenido todos los panfletos, libros y folletos que pude encontrar en defensa de la observancia del domingo, y que declaraban refutar el “sábado judío”.
Especialmente busqué con ansiedad todo lo que afirmaba la observancia apostólica del domingo como “el sábado cristiano”. Al inicio de mi estudio, aprendí acerca de las muchas ayudas bíblicas; las concordancias, que listan alfabéticamente todas las palabras usadas en la Biblia, mostrando dónde se usan, y qué palabra griega, hebrea o en arameo se escribió originalmente; los diccionarios bíblicos, las enciclopedias bíblicas, los comentarios, etc.
De las concordancias exhaustivas pronto aprendí que el mandato que yo buscaba, “guardarás el domingo”, no se encontraba en ningún lugar de la Biblia. De hecho, la palabra “domingo” no se usaba en la Biblia. Eso me sorprendió.
Sin embargo, me sentí realmente emocionado cuando aprendí que hay ocho lugares en el Nuevo Testamento donde aparece la frase “primer día de la semana”. Y leí ansiosamente los argumentos en fascículos o folletos que afirmaban que estos establecían que los apóstoles originales mantuvieron sus servicios de adoración semanal “el primer día de la semana”, que es el domingo.
Pero me desilusioné completamente al aprender por medio de más estudio cuidadoso, que no había ni un solo ejemplo de un servicio religioso llevándose a cabo en las horas del domingo; del sábado a la medianoche hasta el domingo a la medianoche. El Apóstol Pablo, después de pasar un sábado con la iglesia en Troas, les predicó el sábado en la noche hasta la medianoche. Pero, aunque en la manera bíblica de terminar cada día y comenzar el siguiente a la caída del sol, hablando bíblicamente, ese fue “el primer día de la semana”, no fue domingo sino sábado en la noche, y duró hasta que comenzó el domingo a la medianoche.
En este caso me desencanté aún más, cuando tras estudio cuidadoso descubrí, que ese domingo Pablo se dio a la labor de caminar unas 19 millas hasta Assos. Los demás que acompañaron a Pablo habían zarpado, comenzando a la caída del sol cuando terminó el sábado, alrededor de la península, unas 65 millas hasta Assos. Al caminar las 19 millas justo hasta el otro lado, en domingo, Pablo ganó el tiempo extra que necesitaba para continuarles hablando a la gente, el sábado en la noche.
Así que mi esfuerzo por encontrar un mandato de observar el domingo sufrió desilusión.
Encontré que no hay mandamiento de observar el domingo. El domingo en ningún lugar es llamado tiempo santo, pero para disgusto mío, encontré que el “Sábado judío” lo es, y dice que es santo para Dios. ¡No había ni siquiera un solo ejemplo de una reunión religiosa efectuándose en las horas del domingo!
Por otra parte, me gustara o no, tuve que aprender que Jesús guardó el día sábado “como era Su costumbre”, y el Apóstol Pablo lo guardó “como era su usanza”. ¡Además Pablo pasó muchos días sábados predicando y teniendo servicios semanales, y en una ocasión los gentiles esperaron toda una semana a fin de poder venir y escuchar a Pablo predicar las mismas palabras el sábado siguiente!
¡Aprendí que la creación es la prueba misma de Dios! Un pagano viene señalando a un ídolo hecho por las manos del hombre con madera, piedra, mármol u oro.
Diciendo: “Este ídolo es el verdadero dios”. “¿Cómo puede usted probar que su Dios es superior a este ídolo que yo adoro?”
“Bueno”, respondo, “Mi Dios es el Creador. Él creó la madera, la piedra, el mármol o el oro del que está hecho su dios. Él creó al hombre, y el hombre, un ser creado, hizo ese ídolo. ¡Por tanto mi Dios es mayor que su ídolo, porque éste es solo una partícula de lo que mi Dios hizo!
Otro aparece y dice: “yo adoro al sol. Nosotros obtenemos la luz del sol. Este calienta la tierra y hace que crezca la vegetación. Yo creo que el sol es Dios”.
“Pero”, respondo yo, “el verdadero Dios creó al sol. Él creó la luz. Creó la fuerza, la energía y la vida. Él hace que el sol brille sobre la tierra. Él controla al sol, porque El controla todas las fuerzas de Su creación. Él es Gobernante supremo sobre Su universo”.
Entonces comencé a ver que en el mismo séptimo día de la semana de creación, Dios apartó ese día de los demás. Ese día Él descansó de todo lo que había creado por medio de trabajo. ¡Ese día Él creó el sábado, no por medio del trabajo sino del descanso, poniendo Su presencia divina en este! Él lo hizo tiempo santo. Ningún hombre tiene la autoridad para hacer santo el tiempo futuro. Ningún grupo de hombres, ¡ni iglesia! Sólo Dios es santo. Sólo Dios puede hacer algo santo. El sábado es un espacio de tiempo que se repite constantemente, marcado por la caída del sol. Dios hizo santo cada sábado cíclico, y ordenó al hombre (Éxodo 20) que lo guardara santo.
¿Por qué hizo Él esto? ¿Por qué importa?
Encontré la respuesta en el pacto especial del Sábado, en Éxodo 31:12-18. Dios lo hizo la señal entre Él y Su pueblo. Una señal es una marca de identidad. Primero, es una señal de que Dios es el Creador, porque es un memorial de la creación; la creación es la prueba de Dios; lo identifica como el Creador. Ningún otro espacio de tiempo podría ser un memorial de la creación. Por lo tanto, Dios escogió ese preciso espacio de tiempo para que el hombre se reúna, para la adoración que le mantiene en el conocimiento de la verdadera identidad de Dios como el Creador. Toda nación que no haya guardado el sábado, adora lo creado en lugar del Creador. El sábado es una señal que identifica al propio pueblo de Dios, porque son ellos quienes obedecen a Dios en este mandamiento, aunque éste es el mismo mandamiento que todos los demás consideran como el menor de los mandamientos, ¡el que ellos se rebelan a obedecer!
Dios es aquel a quien usted obedece. La palabra Señor significa Maestro, ¡a quien usted obedece! Éste es el punto en el que la mayoría de la gente se rehúsa obedecer al verdadero Dios, ¡probando así que no son Su pueblo!
Ley y gracia
Estudié cuidadosamente todo lo que pude obtener que intentara refutar el sábado. Yo quería refutarlo, más que cualquier cosa en la Tierra; quería probar que el domingo era el verdadero sábado cristiano, o “día del Señor”.
Leí los argumentos sobre la “ley o la gracia”.
Fui dirigido a leer Romanos 3:20: “Ya que por las obras de la ley ningún humano será justificado delante de Él”.
Pero investigué la Biblia, y encontré que el folleto había dejado sin decir el resto del versículo que dice: “porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado”. Eso es verdad, porque leí en 1 Juan 3:4 que la definición de pecado en la Biblia no es la conciencia del hombre, o los “no hagas” de su iglesia, sino el “pecado es la transgresión de la ley”. Naturalmente, entonces el conocimiento del pecado viene por la ley.
Y descubrí que el folleto olvidó citar Romanos 3:31: “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley”.
Leí en un folleto, “… pues la ley produce ira” (Romanos 4:15).
Fui a mi Biblia y leí el resto del mismo versículo: “pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión”. ¡Por supuesto! Porque la ley define el pecado. ¡El pecado es desobediencia a la ley!
Leí en uno de los folletos que la ley era algo malo, contrario a nuestro mayor beneficio. Pero luego leí en Romanos 7: “¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás”. Y “De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno”. Y de nuevo, “Porque sabemos que la ley es espiritual...” (versículos 7, 12,14).
Aprendí que la gracia es perdón, a través de la sangre de Cristo, por haber transgredido la ley. Pero si un juez humano perdona a un hombre por quebrantar una ley civil o criminal, ese perdón no revoca la ley. El hombre es perdonado para que ahora pueda obedecer la ley. ¡Y Dios perdona sólo después que nos arrepentimos del pecado!
La píldora amarga
Pero no suponga que yo llegué a admitir rápida y fácilmente que mi esposa tenía razón, ni a aceptar el séptimo día sábado como la verdad de la Biblia.
Yo pasé seis meses compactos estudiando e investigando virtualmente día y noche, siete días a la semana, en un esfuerzo determinado por encontrar exactamente lo opuesto.
Busqué en vano alguna autoridad en la Biblia que estableciera el domingo como el día de adoración cristiana. Aún estudié griego lo suficiente como para encontrar todo texto posiblemente cuestionable en el griego original.
Estudié los comentarios. Estudié los Lexicones y la “Gramática de Robertsons del Nuevo Testamento en griego”. Luego estudié historia. Exploré enciclopedias: la “Británica”, la “Americana”, y varias enciclopedias religiosas. Investigué la “Enciclopedia Judía”, y la “Enciclopedia Católica”. Leí “El descenso y caída del Imperio Romano” de Gibbon, especialmente el capítulo 15 que trata de la historia religiosa de los primeros cuatrocientos años después de Cristo. Y una de las evidencias más convincentes contra guardar el domingo estaba en la historia de cómo y cuándo éste comenzó.
No dejé piedra sin revisar.
Encontré argumentos ingeniosos. Confesaré que, tan ansioso como estaba por poner fin a la creencia de mi esposa en el sábado, en un momento en este estudio intensivo pensé que posiblemente podría haber usado argumentos que confundieran y enojaran a mi esposa sobre el asunto del sábado. Pero no tuve tentación de tratar de hacerlo. ¡Sabía que esos argumentos no eran honestos! No podía tratar de engañar a mi esposa deliberadamente con argumentos deshonestos. Inmediatamente deseché ese pensamiento. Ahora sé que ella no podría haber sido engañada.
Finalmente, después de seis meses, la verdad se había vuelto tan clara como el cristal. Finalmente yo sabía cuál era la verdad. Una vez más, ¡Dios me había dado una paliza!
¡Esto había sido desconcertante, totalmente frustrante! ¡Parecía como si alguna mano misteriosa e invisible estuviera desintegrando todo negocio que yo comenzaba!
¡Eso era precisamente lo que estaba sucediendo! La mano de Dios estaba desapareciendo toda actividad en la cual había puesto mi corazón; él éxito en los negocios cuyo santuario yo había adorado antes. Este celo por volverme importante en el mundo de los negocios se había vuelto un ídolo. Dios estaba destruyendo ese ídolo. ¡Él me estaba tirando al suelo una y otra vez! Estaba pinchando el ego, desinflando la vanidad.
Midas en reversa
A la edad de 16 había surgido la ambición. Comencé a estudiar constantemente, a trabajar en mejorar por mí mismo, a presionarme e impulsarme a mí mismo sin parar. Había buscado los trabajos que me proveyeran entrenamiento y experiencia para el futuro. Esto me condujo a viajar, a tener contactos con hombres principales e importantes, y ejecutivos multimillonarios.
A mis 28 años había construido una empresa representante publicitaria en Chicago que producía un ingreso equivalente a unos $35.000 al año, medido según el valor del dólar actual. La depresión relámpago de 1920 lo había destruido completamente. A los 30 años, desanimado y con el espíritu abatido, fui totalmente removido de ese negocio.
Luego, en Oregón había surgido el servicio publicitario para lavanderías. Estaba creciendo y multiplicándose rápidamente. Después de un año, en el otoño de 1926, los ingresos brutos se estaban acercando a $1.000 dólares al mes. Yo visualicé un ingreso neto personal que llegaba desde los $300.000 a medio millón de dólares al año con una expansión de proporciones nacionales. Entonces una acción de la Asociación Nacional de propietarios de Lavanderías, me tiró el negocio publicitario de lavanderías como un tapete bajo mis pies.
Parecía como que yo era el Rey Midas en reversa. Cada empresa material para ganar dinero que yo comenzaba prometía oro, ¡pero se convertía en nada! Se desaparecían como espejismos en un desierto.
Efectivamente, el Dios Creador Todopoderoso, me estaba derribando una y otra vez. Cada vez que yo me ponía de pie nuevamente para luchar, comenzando otro negocio o empresa, otro golpe de derrota total y amarga parecía golpearme desde atrás con una mano invisible. Yo estaba siendo “suavizado” para el golpe final de la ambición material.
Ahora, había llegado la mayor batalla interior de mi vida.
Yo suponía que aceptar esta verdad significaba ser cortado de todos los antiguos amigos, conocidos y socios de negocios. Yo había llegado a conocer a algunos de los “sabáticos” independientes en la parte de abajo de Salem y del Valle Willamette. Algunos de ellos eran lo que yo, en mi orgullo y vanidad, consideraba como “campesinos” de regiones apartadas. Ninguno era de la posición financiera y social de aquellos con los que yo me solía asociar.
Mis amistades y mi orgullo me habían conducido a “menospreciar” a esta clase de personas. Yo había tenido ambición de codearme con los cultos y adinerados.
Vi claramente qué decisión tenía enfrente. Aceptar esta verdad significaba compartir mi vida con una clase de gente a la que yo siempre había visto como inferior. Posteriormente aprendí que Dios mira el corazón, y estas personas humildes eran la verdadera sal de la Tierra. Pero en ese entonces yo todavía estaba mirando la apariencia externa. Esto significaba ser cortado completamente y para siempre de todo a lo que yo había aspirado. Significaba aplastar totalmente la vanidad. ¡Significaba un cambio total de vida!
¡Yo calculé el costo!
Pero para entonces, yo había sido vencido. Había sido humillado. Estaba quebrantado en espíritu y frustrado. Llegué a ver como un fracaso, al muy estimado ego que tanto honraba antes. Me examiné nuevamente muy de cerca.
Y reconocí: “No soy nada más que un viejo pedazo de chatarra quemada”.
Comprendí que había sido un tonto egoísta y presuntuoso.
Finalmente, en desesperación me acogí a la misericordia de Dios. Le dije a Dios que ahora sabía que yo no era nada sino un pedazo de chatarra quemada. Que mi vida ya no valía nada para mí. Le dije a Dios que ahora sabía que no tenía nada para ofrecerle a Él, pero que, si Él me perdonaba, si Él podía darle algún uso a un residuo humano tan inútil, entonces Él podía tomar mi vida; yo sabía que no valía nada, pero si Él podía hacer algo con esto, Él podía tomarla; estaba dispuesto a darle este yo inútil; ¡quería aceptar a Jesucristo como mi Salvador personal!
¡Lo dije en serio! Esta fue la batalla más difícil que alguna vez había luchado. Era una batalla por la vida. Perdí esa batalla, como recientemente había estado perdiendo todas las batallas. Comprendí que Jesucristo había comprado y pagado por mi vida. Me entregué. Me rendí incondicionalmente. ¡Le dije a Cristo que podía tomar lo que quedaba de mí! ¡Aunque no pensaba que ni valía la pena salvarlo!
Jesús dijo, “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará”. Entonces allí renuncié a mi vida, ¡sin saber que esta era la única forma de encontrarla realmente!
Era humillante tener que admitir que mi esposa tenía razón, y yo había estado equivocado. Al estudiar la biblia por primera vez, era desilusionante saber que lo que había aprendido en la escuela dominical era lo opuesto de lo que la Biblia declara con claridad, en tantos casos básicos. ¡Fue muy impactante aprender que “todas estas iglesias estaban equivocadas” después de todo!
Pero más tarde, tuve una satisfacción. Escribí un manuscrito extenso acerca del Sábado, atándolo finalmente con la evolución, y probando que la evolución era falsa. Se lo di a mi cuñada, la Sra. Dillon. Ella lo leyó inadvertidamente. Antes que ella comprendiera lo que estaba leyendo, había aceptado la evidencia y la prueba de que la evolución era falsa.
“¡Me engañaste!” exclamó ella.
¡Pero tuvo que “comerse sus palabras”! ▪
Capítulo 17 - En la encrucijada, y una decisión crucial
Continúa en En una encrucijada, y una decisión crucial