La Trompeta
Autobiografía de Herbert W. Armstrong: El negocio de arcilla de “un millón de dólares”
Continuación de El primer sermón (segunda parte)
Incluso en 1928, los años flacos iban a continuar así por un largo rato.
Pero si esos fueron los años flacos financieramente, fueron los años más robustos espiritualmente; años que vinieron a ser de verdadera riqueza. Aun así, todavía tenía muchas lecciones que aprender. Jesús había dicho, refiriéndose a la prosperidad económica, “buscad primeramente el reino de Dios y su justicia; y todas estas cosas [físicas] os serán añadidas”. Pero Dios no siempre añade la prosperidad material sino hasta después que los humanos han sido probados, examinados y demostrado ser fieles.
No solo había mucha más verdad para descubrir y excavar de la Santa Biblia (la mina de oro espiritual de Dios), sino que había mucho carácter por desarrollar a través de la experiencia dura y cruel; el más querido profesor de todos.
Yo no creo haberlo pensado así en ese tiempo, pero Dios sabía que yo necesitaba mucha más humildad, ¡muchas más correcciones de las manos de Dios!
¡Yo había sido humillado! ¡Oh si! Y aún más, ahora sé que si Dios, me hubiera permitido prosperar financieramente, en esa etapa de experiencia espiritual, ¡el orgullo propio me hubiera controlado una vez más y la humildad hubiera desaparecido! Las lecciones hasta ahora recibidas a través de todas esas palizas, ¡se habrían perdido! ¡Tuve que sufrir mucho más, y mi familia sufrirlo conmigo! ¡Las bendiciones materiales fueron retenidas por 28 años!
Pero no deduzca de esto que las riquezas materiales eran mi meta. Tal idea ni siquiera entró en mi mente. Yo había renunciado a toda idea y expectativa de prosperidad material.
En este tiempo, durante 1928, estábamos viviendo en la calle Klickitat en Portland Oregon. Estábamos retrasándonos gravemente en pagar la renta. El agente inmobiliario quien recolectaba la renta vino con frecuencia al frente de la puerta. Para otros él era probablemente un hombre amable y de apariencia agradable. El enseñaba en una escuela dominical. Pero para nosotros, él era un hombre tenebroso, premonitorio, aterrador y casi de apariencia diabólica, cuando en las tardes se paraba con frecuencia al frente de nuestra puerta, exigiendo en un tono profundo, grave y fuerte: “¿Me da el pago de la renta?”
¡Nosotros simplemente no teníamos la renta! Siempre que él venía, nosotros sabíamos simplemente como se siente un perro azotado cuando tiene su rabo entre sus patas. De hecho, este hombre, que se aparecía ante nosotros casi como un enemigo, fue lo suficientemente amable como para pagar de su propio bolsillo nuestra renta algunas veces.
Una vez estábamos a oscuras en las noches no por voluntad propia. Nos habían cortado la electricidad porque estábamos atrasados en el pago. Mi esposa cocinaba sobre una pequeña plancha de gas, pero luego nuestro gas fue cortado. Solamente el agua estaba corriendo. Estábamos sin comida y sin combustible. Nuestra estufa de calentar era una que mi padre había hecho; tenía forma de un viejo vagón cubierto, con la tapa redondeada.
Macarrones incomestibles
Los niños estaban llorando con hambre. Mi estómago crujía de dolor. Como la anciana madre Hubbard [de la historieta], nuestra alacena estaba vacía, salvo por uno poco de macarrones. Pero no había queso o ninguno de los ingredientes usados para hornear macarrones. No había ni siquiera un gramo de sal. Y, no había nada de dinero para comprar.
Decidí tratar de cocinar los macarrones, sin incluir esos ingredientes. Sin gas no había horno para prepararlos, Así que los herví. Pacientemente acumulé y arrugué páginas de revistas, así podría mantener el fuego bajo la superficie redondeada manteniendo la estufa caliente. Puse un sartén con agua y macarrones encima de la estufa, y seguí lanzando páginas de revistas arrugadas para mantener el fuego.
Les ofrecí esta “exquisitez” a mi esposa e hijas. Todos lo probamos.
Eso es todo lo que hicimos. No lo tragamos. Lo intentamos, pero el embrollo liso, escurridizo e insípido, ¡simplemente no bajaba! Usted puede reírse. Yo no sé por qué algunos escritores de las escenas de Hollywood nunca pensaron en esto como una idea para una comedia. A la gente le encanta reírse en las películas que muestran la incomodidad de otros. Los actores de cine pretenden sufrir cosas como estas para darle gran diversión a las audiencias.
¡Pero para nosotros no fue ni un poco divertido!
Fue por este tiempo, mientras todavía vivía en la calle Klickitat, que aprendí lo que el apóstol Pablo quiso decir cuándo escribió a los corintios de cómo Dios “el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu” (2 Corintios 3:6).
El espíritu de la ley
Yo había notado, que la mayoría de la gente pensaba que la “letra” fue eliminada, y que la ministración del espíritu eliminó a la ley y a toda obligación de obediencia a Dios.
Yo he dicho esto muchas veces en sermones y al aire. Pero esta experiencia ocurrió en este tiempo y creo que pertenece a este relato.
Nuestra hija mayor, Beverly, de diez años en ese entonces, tenía el hábito de traer libros de la biblioteca de la escuela, a la casa. Yo había notado que siempre eran de ficción. Ella era un “ratón de biblioteca empedernido” y una hábil lectora. Habíamos notado que ella estaba comenzando a tener un poco de problemas con sus ojos y lo atribuimos a eso, al menos en parte, por el excesivo hábito de lectura. Además, me di cuenta de que la constante lectura de esos sueños y fantasías prefabricadas (precisamente lo que es la ficción), estaban causando que su mente vagara y se desviara. En vez de pensar activamente.
“Beverly”, dije un día después que mi esposa y yo lo habíamos discutido, “Tu madre y yo queremos que dejes de traer esos libros de ficción de la biblioteca. Estas lastimando tus ojos de tanto leer”.
Dos días después, observé a Beverly en su usual posición desplomada sobre la silla, con un libro abierto cerca a la mitad.
“Déjame ver ese libro, Beverly”, le dije. “¿No es esta otra historia de ficción?”
“Si papi”, ella respondió, entregándomelo. Ella ya lo había leído hasta la mitad.
“Beverly”, dije severamente, “¿no te dije que dejaras de traer esos libros a casa y descansaras tus ojos?”
“Bueno, si papi”, vino la inocente respuesta, “pero yo no traje este libro de la biblioteca. Lo tomé prestado de Helen”.
¡Beverly realmente obedeció la letra literal de la ley, pero completamente desobedeció el espíritu de lo que yo le había dicho! El espíritu de la ley va mucho más allá de la mera letra. Este incluye la letra, pero también su obvio significado o intención.
¡Esa es la manera en que nosotros debemos obedecer a Dios, no sólo en la “letra”, sino también el espíritu o el significado que la ley pretende! Jesús explicó esto en Su sermón de la montaña (Mateo 5:17-28, especialmente los versículos 21-22, y 27-28).
Mi primera sanación personal
Fue también mientras vivía aquí, durante 1928, que tuve quizá mi primera experiencia en aplicar el poder milagroso de la sanación de Dios, como una experiencia personal en mi propio cuerpo.
Como combustible quemábamos madera, cuando podíamos conseguirla. Un día cortando madera, el hacha se me resbaló y golpeó mi dedo pulgar izquierdo en el aire. Lo cortó hasta el hueso. Tuve que sacar la afilada hacha del hueso. Fue una herida bastante profunda.
Inmediatamente oré pidiéndole a Dios que evitara el dolor y lo sanara rápidamente, mientras corrí a la casa a envolverlo y vendarlo. Al instante tales cortadas a menudo entumecen los nervios, como sucedió esta vez, pero normalmente el dolor pronto viene. Esta vez no sentí ningún dolor.
Cometí un leve error más tarde, además estoy convencido que nunca debí haber tenido más que una cicatriz. Me deje la venda por algunos tres días. Pero estaba ansioso por verlo. Cuando confiamos en Dios por sanación, necesitamos mantener nuestros ojos y nuestras mentes en cristo, no en la parte física. Le quité la venda muy rápido. Experimenté el único dolor de esa severa cortada, al remover la venda para ver la herida y arrancar la costra que se había formado.
El resultado fue de que, hasta la fecha, hay sólo el más leve rastro de una cicatriz a lo largo de mi dedo pulgar izquierdo. Pero, aun así, es tan leve que nadie nunca la notaría a menos que yo la señalara. La cortada fue directamente a través del nudillo. Creo que pudo haberme quitado el uso del dedo pulgar. Pero resulta que no hay ningún impedimento.
Trabajo de publicidad, rechazado
También debe haber sido durante el año de 1928 que otro trabajo de publicidad me fue ofrecido.
Mencioné, en relación con el servicio de publicidad para lavanderías, al fabricante de jabón utilizado por las lavanderías hecho por la compañía de detergentes Cowles, de Cleveland, Ohio. Esta empresa fue una afiliada de la corporación de aluminio de Estados Unidos [alcoa]. Ellos produjeron un producto inusual, único y exclusivo, que yo sepa, en la industria de lavanderías. Entendí que esta compañía era la agencia más grande en la industria de lavanderías.
La compañía de detergentes Cowles se había familiarizado con el aviso publicitario que yo había escrito y diseñado para los clientes de las lavanderías. También se familiarizaron con los asombrosos resultados. Estos avisos habían estado incrementando el volumen de ventas de mis clientes de una forma sin precedentes.
Y fue entonces, por este tiempo, que el gerente de ventas de la empresa Cowles, un Sr. Fellows, vino a Portland a entrevistarme y a ofrecer que dirigiera la administración publicitaria de su compañía. Realmente el trabajo era ¡organizar y establecer un nuevo departamento de publicidad! En este mismo tiempo, ellos habían delegado y puesto todo el programa publicitario a su agencia de publicidad.
Tengo presente que aún no era un ministro. Aunque había dado unas pocas charlas que pueden a través de la amplitud de la imaginación haber sido llamadas “predicación”, y había estado hablando casi todos los Sábados ante un pequeño grupo en la ciudad de Oregón. Con toda seguridad, yo no me consideraba ser un ministro. Ni tampoco esperaba alguna vez serlo, en aquel tiempo.
Las lavanderías de la nación, a través de su asociación nacional, se habían lanzado en una campaña nacional de 5 millones de dólares. Esto me tumbó de súbito (como si la alfombra hubiera sido jalada de debajo de mis pies), y desaparecieron todos mis clientes de lavanderías, excepto uno. Todavía tenía la cuenta de la lavandería nacional, la segunda más grande en Portland. Pero, como he mencionado antes, esto requería sólo 30 minutos de mi tiempo a la semana. Este fue nuestro único ingreso: 50 dólares al mes. No era suficiente para pagar la renta de la casa, ni para sustentarnos alimentados y vivos.
Si usted recuerda, en 1924 me ofrecieron el trabajo de gerente de publicidad del Des Moines Register considerado por muchos como uno de los diez grandes periódicos de Estados Unidos. Yo lo rechacé porque no pensaba que podría ser un ejecutivo. Yo creía que no podía dirigir y supervisar el trabajo de otros. Me parecía muy desagradable hacer reportes y mantener registros, lo cual habría sido una rutina regular en ese trabajo, que sentí que simplemente no estaba calificado para tal cargo.
Yo le explique todo esto al Sr. Fellows. Le dije francamente que una de mis fallas era que trabajaba por arranques repentinos. Sentía que era moderadamente talentoso en ciertas direcciones, pero que esto era neutralizado por serias fallas que aún no había podido dominar ni vencer. En algunos momentos mi desempeño sería brillante. Los resultados serían sobresalientes. Pero que luego podría entrar en un declive por una semana o un mes, durante los cuales lograría muy poco o nada. Lo que no le dije a él fue que mi esposa y yo habíamos hablado acerca de ello, y decidimos que por obedecer a Dios y guardar Sus mandamientos, yo debía rechazar la oferta.
A menos que alguien sospeche que yo entré al ministerio para ganar dinero (Y supongo que la mayoría no podría entender que uno pudiera tener cualquier otro motivo), yo estaba rechazando una oferta muy gratificante.
El Sr. Fellows me agradeció sinceramente por mi honestidad al contarle mis limitaciones. Él regresó a Cleveland. Nunca oí si él encontró al hombre que necesitaba para iniciar su nuevo departamento de publicidad.
De hecho pudo haber habido alguna guía providencial en mi suposición de que yo no podía convertirme en un ejecutivo. Si hubiese aceptado este trabajo, yo habría sido arrebatado del llamamiento que Dios me estaba haciendo. El trabajo, según recuerdo, habría pagado un salario de $8.000 dólares por año para comenzar, en 1928 el equivalente de una cifra muy alta en el valor del dólar actualmente, y cerca de $12.000 dólares si lo hacía bien. Probablemente hoy estaría de regreso en el mundo.
Y de hecho, estaba equivocado acerca de no estar capacitado para ser un ejecutivo. Cuando Dios más tarde comenzó a construir Su Obra alrededor mío, y la obra comenzó a crecer rápidamente y continuamente hasta una tasa de cerca del 30% de incremento cada año sobre el año anterior (lo cual continuó por 35 años), ¡yo tuve que volverme un ejecutivo! Y con la ayuda y el poder de Dios, fue logrado, y el trabajo en arranques repentinos fue vencido hace mucho. Por ya muchos años he tenido que trabajar con el mismo ritmo, día tras día.
¡Situación económica desesperada!
También fue por esta época, al final de 1928, que nuestra situación era tan desesperada que oré ardientemente y le pedí a Dios que abriera una puerta para algún ingreso ese mismo día.
Habiendo pedido en fe, en la mañana, tomé el tranvía hacia el centro de Portland, buscando la “puerta abierta” para un trabajo, o alguna cosa con dinero allí. Las circunstancias de ese entonces no están claras en mi memoria, pero creo que tenía que tener cierta cantidad de dinero alrededor de las 5:30 de esa tarde, o seriamos desalojados de nuestra casa. Pero sabía que si hacía mi parte, Dios proveería la necesidad.
Durante todo el día busqué puertas abiertas, pero todas las puertas estaban cerradas y aparentemente herméticas. Mi fe estaba siendo puesta a prueba. Entonces llegaron las 5:00 p.m. El tiempo casi se había terminado.
Pero todavía confiaba en Dios.
En ese momento vino a mi mente detenerme en la oficina del señor Davidson, gerente del departamento de servicio de mercadeo del diario de Portland, el Oregonian.
“Oye”, exclamó él, “tu eres justo el hombre que he estado buscando. La agencia de publicidad para la Bisell, que fabrica barredores de alfombras, quiere una encuesta en Portland sobre las opiniones de las mujeres entre la escoba mecánica y la aspiradora. Tú eres el único hombre que conozco con la experiencia para conducir tal encuesta. ¿Tienes tiempo para hacerla?”
¡Claro que lo tenía!
Iba a pagar justo la cantidad exacta que necesitaba alrededor de las 5:30 esa tarde para evitar que fuera desalojado. Pero el cheque no vendría sino hasta dentro de 30 días, después que la encuesta fuera completada.
Con paso enérgico, después de haber sido informado de lo que la compañía Bisell quería en la encuesta, caminé rápidamente hacia las oficinas de la compañía de hipotecas donde debía hacerse el pago de la casa, ¡llegando justo sobre la hora de cierre, las 5:30 p.m.!
Les expliqué acerca de la encuesta para hacer inmediatamente. Ofrecí simplemente endosar el cheque y cederlo como la renta de nuestra casa cuando llegara, si la compañía lo aceptara unos 30 días más tarde. Mis palabras les parecieron bien. Puesto que era definitivamente seguro, ellos acordaron aceptar el cheque 30 días más tarde sobre mi promesa de endosarlo.
¡Y ahora, 1929!
1928 terminó. Había sido un año de gran progreso en mi vida. Espiritualmente, pero no financieramente.
Había sido un año de eventos mundiales sobresalientes. Trotsky, Zinoviev y otros comunistas fueron exiliados de Rusia el 16 de enero ese año. La primera película hablada fue exhibida ese año, el mes de julio en New York. Esto estaba preparando el camino para nuestra filmación de El Mundo de Mañana por televisión, comenzando en 1955. El 13 de octubre de ese año, Dios nos había bendecido con el nacimiento de nuestro primer hijo, Richard David.
En la primavera de 1929 nos mudamos a la casa de la calle 75, al norte de Sandy Boulevard. 1929 iba a ser un año de lucha, crecimiento espiritual y respuestas milagrosas de oración.
¡En eventos mundiales también, 1929 fue un año histórico! La notable “masacre del día de San Valentín” en Chicago ocurrió el 14 de febrero. El 7 de junio de ese año, el Estado Papal, extinto desde 1870, fue revivido como Estado o nación. El tratado de paz de Kellogg, conocido también como el Pacto de Paris, prohibiendo la guerra, fue firmado el 24 de julio. Albert B. Fall, secretario del interior, llegó a su terrible caída el primero de noviembre cuando él fue sentenciado por aceptar un soborno de $100.000 dólares. El comandante Richard E. Byrd hizo el primer vuelo sobre el polo sur el 28 de noviembre. Y, el evento más grande de todos, la caída de la bolsa de valores de New York ocurrió el 29 de octubre. Dieciséis millones de acciones cambiaron de manos. La baja en el valor de los mercados fue estimada en $15 mil millones de dólares, al final de 1929. Y para 1931, las pérdidas del mercado estaban estimadas en $50 mil millones, afectando directamente a 25 millones de personas. Esto sumergió a Estados Unidos en su peor depresión. ¡Esto me impidió generar un millón de dólares!
Incidente de la mujer misteriosa
1929 no solo finalizó como un año de depresión para nosotros, como lo fue para millones más, ¡éste comenzó simplemente como otro más de los años flacos! Para nosotros, fue otro año de desesperación por mantenernos vivos.
Muy poco después de mudarnos a la casa sobre la calle 75, habíamos caído en otra crisis de hambre y necesidad desesperada. Una vez más oré fervientemente a Dios para que nos enviara algún dinero o me proveyera de alguna forma de ganarlo.
Una hora o dos más tarde, una extraña mujer tocó en nuestra puerta. La Sra. Armstrong abrió la puerta. Había algo misterioso en la apariencia de esa mujer.
¿Quién era ella? Ella no se presentó. Ella no dio noción de su identidad.
“Si su esposo no es tan orgulloso para hacerlo”, ella dijo en voz baja y tranquila, “en este domicilio hay dos camionetas cargadas de madera que él puede descargar. Apúntela”. Mi esposa apuntó la calle y el número.
La mujer misteriosa caminó rápidamente y desapareció.
La gente en Portland usaba la madera para combustible. Portland está en el centro de Oregón, Washington, el Estado de la madera. Acomodar la madera en la leñera, garaje o sótano, era un trabajo anormal, usualmente reservado para los vagabundos que pasan. Muy pocos hombres en Portland cortan su propia madera. Ser visto haciéndolo lo hacía parecer a uno como un vagabundo de la calle.
Estábamos totalmente perplejos acerca de la identidad de esta extraña mujer. ¿Cómo sabía ella que estábamos en tal necesidad desesperada? ¿Quién era? Nunca lo supimos.
Pero sólo sabía que yo había pedido a Dios que proveyera. Y en el instante reconocí un hecho. Esta mujer era como los chicos traviesos haciendo una broma a una pobre viuda. Su ventana había estado abierta. Ella estaba orando en voz alta, pidiéndole a Dios que le enviara algo de comer a sus niños. Los jóvenes muchachos jugando justo afuera de la ventana, escucharon por casualidad su oración.
“Hagámosle una broma” dijo uno de los chicos. “arrojemos una barra de pan a través de su ventana”.
Cuando ellos lo hicieron, ella se arrodilló de nuevo y dio gracias a Dios.
“¡Ja, ja, ja!” se burlaron los chicos. “Dios no tiró ese pan, lo hicimos nosotros”.
“Bien”, respondió la agradecida viuda, sonriendo, “Tal vez el diablo lo arrojó, ¡pero igualmente Dios Mismo lo envió!”
No importa quién era ésta mujer misteriosa, ¡yo sabía que Dios la envió! Y me di cuenta instantáneamente que Dios estaba respondiendo a mi oración a Su modo, y no al mío. Yo sabía que Él me estaba dando una prueba para ver si yo aceptaría un trabajo humillante. Me di cuenta que aún no estaba completamente libre del ego y orgullo. Supe que Dios estaba dándome una lección de humildad al mismo tiempo que Él respondía mi oración.
Caminé directamente al domicilio que la mujer dio. Era casi a una milla de nuestra casa. Había una larga pila de madera al frente. Fui a la puerta, pregunté por ello y obtuve el trabajo de organizar la madera en el sótano.
Sabiendo que Dios estaba enseñándome una lección, me resolví a hacerlo a Su manera, lo cual era hacer el mejor trabajo que pudiera. ¡Algo digno de hacer es hacer lo correcto! Ahora que Dios me permite ser el empleador de muchos hombres, insisto que ellos hagan su trabajo en la forma correcta; y de no ser así, que lo tumbe y lo vuelva a hacer.
Amontoné la madera tan limpia y ordenadamente como pude. Trabajé rápidamente, y lo hice tan apresuradamente como pude. Muchas personas pasaban caminando por la casa. Cada momento alguien me miraba, yo me sobrecogía. Sabía que ellos pensaban que yo era un bajo y desadaptado vagabundo. Cada transeúnte quitaba con un golpe un poco más de esa vanidad. Pero yo sólo oré silenciosamente a Dios acerca de ello, y le agradecí por la lección, y le pedí que me ayudara a ser humilde e industrioso.
Cuando el trabajo terminó la mujer inspeccionó la madera apilada en su sótano.
“Dado que usted lo ha hecho con tanto esmero y rapidez, le voy a pagar el doble”, dijo ella.
La satisfacción e inspiración que esto me dio fue una recompensa mucho más grande que el dinero extra.
Una mina de arcilla, ¿una mina de ORO?
Para este tiempo una mina de arcilla llegó a mi atención. Ésta prometía convertirse en una “mina de oro” de un millón de dólares.
Mi asociado de antes en el Vancouver Evening Columbian, quién había sido su gerente de negocios, Samuel T. Hopkins, lo trajo a mí. Él había encontrado un hombre anciano propietario de una finca en la cual una misteriosa clase de arcilla estaba siendo explotada. Ésta estaba localizada en las colinas de las montañas Cascades, en el condado de Skamania, Washington.
Un día este campesino se había cortado profundamente en la parte posterior de su mano con un alambre de púas oxidado de la cerca. Él había estado excavando a buena profundidad en su terreno y había encontrado en una arcilla semi-blanda grisácea entre azul y verde. Sin pensarlo mucho de ni por qué lo hizo, el cogió un puñado del barro blando y lo asentó sobre la parte posterior de la mano para cubrir la cortada. Luego el procedió con su día de trabajo. El barro se secó en unos 20 o 30 minutos.
Esa tarde al remover el ahora seco y endurecido barro, él estaba sorprendido de descubrir que había coagulado la sangre y juntado la piel de la profunda cortada, ¡y prácticamente la había sanado!
El campesino estaba curioso. Un miembro de su familia estaba infectado con eczema. Él experimentó. Este barro fue puesto sobre la parte de la piel afectada, y se dejó secar. Había una mejoría notable. Una segunda y tercera aplicación fue hecha. Pronto la enfermedad de la piel desapareció.
El campesino conocía a Sam Hopkins, y le contó lo sucedido. El Señor Hopkins hizo un poco de experimentos en casos de acné y eczema. Los resultados fueron asombrosos.
Este barro contenía una cierta cantidad de arena fina y partículas que eran algo áspero sobre la piel de las mujeres. Así que él experimentó frotando el barro a través de una pantalla muy fina de alambre en cobre, removiendo la mayoría de arena y partículas.
Asombrando a los doctores
A estas alturas, él vino a mí con su descubrimiento. Él pensó que tenía grandes posibilidades pero no sabía cómo comercializarlo. El me ofreció el 50% de participación en cualquier cosa que pudiéramos hacer con éste. Yo estaba considerablemente intrigado. Tomé una muestra para un doctor de renombre en Portland especializado en enfermedades de la piel.
“Es ciertamente una coincidencia”, dijo el doctor, “que usted venga en este tiempo sicológico. Tengo un caso obstinado de enfermedad de la piel que ha persistido 6 meses. No estoy haciendo ningún progreso con ello. No puedo contarle a mi paciente, pero yo no pienso admitirle que estoy bastante desesperado como para probar con esa arcilla. Bajo otras circunstancias sería muy renuente a experimentar con cualquier cosa nueva”.
Regresé una semana más tarde. El doctor estaba muy emocionado.
“Hay algo muy misterioso acerca de ese barro”, dijo él. “¡Asombroso! ¡Unas pocas aplicaciones curaron esa enfermedad de la piel completamente!”
Habíamos notado que el barro era 50% más pesado que el agua. Una jarra de tamaño de libra de este barro pesó 24 onzas. Él pensó que podía contener radio u otra sustancia radiactiva. Me sugirió que lo llevara a otro médico en Portland, el presidente de la Asociación Médica en Oregón (Washington), quien era especializado en cáncer y tratamientos radiactivos. Él llamó a este doctor por teléfono y programó la conferencia para mí.
Encontré que este físico atendía una buena cantidad de oficinas, o cuartos de tratamiento, como un hospital privado, con ocho enfermeras profesionales en constante atención.
Él hizo una serie de experimentos y se puso completamente emocionado. Esto curaba el acné, el eczema y la psoriasis. Un día me contactó solicitando un gran suministro de la arcilla. Él tenía un paciente completamente cubierto y todo su cuerpo hinchado con zumaque venenoso [poison oak, en inglés]. El caso más severo que él hubiera visto, y el paciente estaba en condición crítica. Después de la primera aplicación de la arcilla, la dolorosa picazón fue grandemente aliviada, y después de la segunda ésta fue detenida. El paciente se mantuvo en los cuartos de su hospital privado, y después de varios días el veneno se había ido completamente.
Este médico hizo una prueba fotográfica para el radio, no era una prueba completamente confiable ni conclusiva, pero él sintió que le daría alguna indicación. La película, dejada toda la noche dentro de un contenedor de metal puesto cerca de una jarra de arcilla, había sido expuesta a la luz cuando fue revelada. ¡Esto indicaba radio [material radiactivo]! Pero el doctor no lo había aceptado como final, diciendo que esta no era una prueba completamente conclusiva.
Unos cuatro o cinco cuartos abajo del pasillo se encontraba localizado su aparato de rayos X. Él dijo que era suficientemente posible que la película hubiera sido expuesta por esta máquina, y no por la arcilla. Si eso era verdad, razoné, entonces ¿por qué no lo eran todas las películas de rayos X expuestas por ese aparato, y entonces él no podría usar ninguna de ellas? Pero yo no era científico, descargué mi razonamiento como inválido.
Opción en la mina
El médico enteró a un amigo suyo, un abogado de una corporación prominente, con los hechos acerca de esta arcilla. Este abogado tenía conexiones en el este con hombres ricos y grupos de inversionistas que tenían grandes sumas para invertir.
El me aconsejó que asegurara la mina de arcilla de una vez sobre una opción de compra.
“Le voy a decir lo que haré”, dijo el abogado. “Ustedes hombres no pueden proporcionarme el pago por los honorarios que yo cobraría para manejar esto por ustedes. Pero el doctor me ha contado lo suficiente como para darme confianza en este asunto. Les haré esta proposición: Manejaré los términos legales de esto, y les daré cualquier consejo que pueda. Hare lo que pueda para conseguir financiamiento. Aquí ustedes tienen, o un negocio de un millón de dólares, o nada. Si esto falla, ustedes no me deberán nada. Si ustedes tienen éxito, yo le cobraré el doble de mis honorarios, en cual caso ustedes podrán pagarlo con creces”.
Estuvimos de acuerdo.
Él organizó un contrato de derecho de compra, bajo el cual nos era dado el derecho exclusivo para toda la arcilla por un año, a un cierto precio por galón. Nos dieron un año para ejercer el derecho y comprar la propiedad. El precio de compra fue establecido en tres veces el valor de la propiedad como terreno de granja. El dueño firmó el contrato de derecho de compra. Teníamos un año para ganar nuestro millón de dólares.
Probablemente era agosto o septiembre de 1929, cuando teníamos el contrato firmado y estábamos listos para empezar a construir nuestra fortuna de un millón de dólares con la mina de arcilla.
Con la cooperación de este doctor, yo salí inmediatamente a buscar el operador de almacenes de belleza más importante, más agresivo y mejor informado en Portland. Muchas investigaciones en el área me apuntaban a cierta mujer. Como esta arcilla parecía librar rápidamente a las mujeres de acné, eczema y otras enfermedades comunes de la piel, decidimos que la más grande y singular posibilidad de mercado era a través de los salones de belleza.
Esta mujer hizo experimentos. Los resultados fueron los mismos. La arcilla aclaró rostros manchados después de un número razonable de aplicaciones. Pero, ella descubrió que también tenía un poder de extracción muy fuerte para muchas mujeres. Aplicado como mascarilla (una “aplicación de barro”) parecía mantener el rostro bajo una prensa rígida. Su poder de extracción era extremadamente fuerte.
“Para usar como una mascarilla facial,” La dueña de estas ventas de belleza aconsejó, “Recomiendo reducir el severo poder de extracción, mezclando algún aceite para la cara en el barro. Y el aceite debe ser perfumado”.
“Será mejor que tengamos el consejo y cooperación de un buen químico”, dije. Fui con el químico principal de la casa farmacéutica de ventas al por mayor más grande en Portland. Él consintió en ayudar. Entre él, la experta en compras de belleza, y el médico, sacamos una fórmula que la cosmetóloga declaró perfecta, el doctor y el químico la declararon segura e inofensiva, la cual tenía la más deliciosa fragancia, y que, después de varias pruebas, encontramos que tenía los mismos poderes de erradicar las penosas manchas de la cara, excepto que requería quizás uno o dos tratamientos más que antes.
Vendiendo mascarillas de barro
Pero, justo cuando estábamos alistando todo para comenzar a tratar con unas de las empresas cosméticas más grandes, en un acuerdo para venderles nuestra formula y la materia prima de la arcilla, y justo cuando estábamos encontrando otros posibles y varios usos y mercados, aquel fatídico 29 de octubre de 1929, llegó.
La bolsa de valores se desplomó. La nación se sumergió en la peor depresión económica de su historia.
Llegó a ser absolutamente imposible financiar un nuevo negocio, o vender un nuevo producto para una firma cosmética.
¡Y una vez más, era como si una mano sobrenatural que no se puede ver estuviera quitándome toda oportunidad de negocio, otro negocio prometedor de posibilidades de un millón de dólares fue devastado por poderes y fuerzas más allá de mi control!
Comencé a llamarme a mí mismo el rey Midas en reversa. Todo lo que yo tocaba se volvía... pues... esta vez, ¡en arcilla! Ciertamente no era una mina de oro. Sólo era una mina de arcilla, después de todo.
En este momento yo no tenía medios para mantener a mi familia a flote, excepto intentar vender esta arcilla. Tuve que explicarle a los dueños de los almacenes de belleza que ellos no podrían vender las mascarillas faciales como medio para sanar, o curar una enfermedad facial. Si lo hicieran, ellos podían ser procesados por practicar la medicina sin una licencia. Pero ellos podrían recomendar estos tratamientos a los clientes, como el más fino de todos los tratamientos faciales, y sugerir que sí accidentalmente ellos veían que el acné desaparecía, ¡eso estaría muy bien!
También saqué una fórmula para el zumaque venenoso. Lo llamé: “P.O.P.—Poison Oak Paste”. Una cierta cantidad para la distribución fue desarrollada a través de las droguerías locales de Portland. Todo el que la compró reportó resultados asombrosos.
La mascarilla facial, o aplicación de arcilla, la llamé Marvé. Ésta la comencé a vender en jarras de una libra [16 onzas, volumen] “tamaño estándar” para almacenes de belleza. ¡Pero cada jarra de hecho pesaba l½ libras [681g]! En poco tiempo, muchos de los almacenes de Portland lo estaban usando, y gradualmente se incrementó la reventa.
Encontré la forma de diluir la arcilla hasta que llegaba a ser un líquido espeso. Toda la arena y la gravilla se hundían al fondo. Entonces yo extraía toda la superficie. Colarla a través de un fino cedazo de alambre no removía toda la gravilla fina. Mi nueva forma la dejaba suave y completamente lisa. Nuestra cocina en la calle 75 se convirtió virtualmente en una empacadora de arcilla. Después del proceso de colado, yo reducía la arcilla por cocción a la consistencia que yo deseaba. El proceso de cocción no dañaba sus poderes curativos, y lo hacía más sanitario.
“¡Aquí está su desayuno!”
Poco después de habernos mudado a la casa sobre la calle 75, un señor Charlie Beck y su esposa se mudaron a la casa de la esquina en la siguiente puerta. Helen Beck era una de las mujeres más joviales que alguna vez conocimos. Ella parecía llena de resplandor y optimismo por dentro y por fuera. Ella era religiosamente muy motivada, incluso emocionalmente. Ella aprendió y aceptó algo de verdad bíblica a través de nosotros, pero parecía incapaz de ver toda la verdad. Sin embargo, ella parecía caminar en toda la verdad que de hecho había entendido; y si yo le serví a ella de alguna forma en los asuntos espirituales, ella ministró para nosotros en una forma material.
Ella supo que nosotros a menudo no teníamos suficiente para comer. Cuando nosotros obteníamos un poco de dinero, íbamos a los mercados y nos cargábamos de frijoles y comida que “nos llenara bien y costara lo menos”.
Pero a menudo cuando estábamos sin comida, ella venía a nuestra puerta de atrás con su animoso “Buenos días, amigos, aquí está su desayuno”, llevando una bandeja llena de desayuno caliente y humeante. Antes de la caída de 1920 esto habría herido inaguantablemente mi orgullo, al tener que recibir esta clase de “caridad” del vecino de al lado. Pero la suya era la clase de la que se habla en 1 Corintios 13, donde dice que aunque uno hable con lengua de ángeles y comprenda todo conocimiento, y tenga toda la fe, pero si “no tengo amor”, ¡de nada me sirve!
De hecho, este animoso acto de caridad de “buenos días”, nos aprovechaba tanto a nosotros como a Helen Beck. Es más bienaventurado dar que recibir. Ella cosechó la bendición más grande. Pero yo coseché la bendición espiritual de ser humillado un poco más, habiéndome tragado el orgullo, y ver la mano de Dios en todo esto.
Y así el año de 1929 había llegado y se había ido. 1930 iba a ser otro de los “años flacos”, como de hecho fueron varios otros que le siguieron. Estábamos tocando fondo financieramente. Habíamos aprendido lo que es tener hambre. Pero esos fueron, sin embargo, años de crecimiento espiritual.
Esos fueron los años en los cuales Jesucristo, la Cabeza Viviente de Su Iglesia, estaba instruyéndome en Su palabra, preparándome para Su ministerio, humillándome, desenraizando la autoconfianza, la jactancia arrogante, la vanidad y el egoísmo.
Pero Él estaba reemplazando esos atributos de confianza en mí mismo con confianza y dependencia en Dios. En lugar de auto confianza, Él me había dado dolorosas pero valiosas lecciones de fe. Él nos estaba concediendo unas pocas respuestas milagrosas a la oración. Otras respuestas asombrosas a la oración llegaron en el año de 1930. ▪
Capítulo 22: Asombrosas respuestas de oración
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