Gary Dorning/La Trompeta
Autobiografía de Herbert W. Armstrong: ¡El impacto del programa radial diario!
Continuación de Autobiografía de Herbert W. Armstrong: Al aire en Los Ángeles
Ahora estamos AL aire, ¡en Hollywood!
La estación de radio kmtr (ahora klac) tenía la muy deseable longitud de onda de 570 kilociclos en el dial de la radio. Ésta, combinada con excepcionales e inusuales ventajas mecánicas y de transmisión, le daba una señal casi igual a una estación promedio de 50.000 vatios durante el día.
La respuesta de correo de los oyentes era por lo menos del doble que la de cualquiera de las tres estaciones ya usadas en el Pacifico Noroeste.
Y ahora, ¡transmisión DIARIA!
En unas dos semanas llegó una nueva oportunidad. Cuando el señor Timkham me llamó a su oficina y me la ofreció, no sabía si considerarlo como una oportunidad o una tentación al desastre.
Uno de los ministros más populares en la radio de Los Ángeles, el Dr. Clem Davies, había estado usando dos períodos de media hora en kmtr diariamente, a las 5:30 en la tarde y media hora en la mañana. Ahora él estaba cambiándose a un programa diario en el horario más costoso de alrededor de las 7:30 de la noche.
El Sr. Timkham me ofreció el horario de lunes a sábado a las 5:30 pm, además de una media hora en la mañana del domingo a las 9:30. El costo sería cerca de seis veces lo que ya estaba pagando en kmtr. El aceptar la radiodifusión el domingo en el área de Los Ángeles. Había sido un gran avance, tanto en los gastos como en las personas alcanzadas.
La idea de responsabilizarse por este tremendo incremento adicional en los gastos era alarmante. ¿De dónde vendría el dinero? No había tiempo para enviar cartas a los colaboradores para ver si ellos darían su palabra, o siquiera si podrían comprometerse lo suficiente para garantizar este enorme incremento en los gastos. Tenía que tomar ese espacio abierto dentro 24 horas, o lo perdería.
Nuestros lectores recordarán la costosa lección que aprendí entre el periodo de noviembre de 1934 a finales de 1936. La puerta de kxl, en Portland, se había abierto. En ese entonces estábamos en una sola estación, nuestra estación original kore, en Eugene. Pero en lugar de reconocer que el Cristo viviente, quien encabeza la Obra de Dios, había abierto esta puerta y que Él esperaba que yo caminara en fe, yo quise apoyarme en las promesas de la gente. Cuando nuestros hermanos y colaboradores se comprometieron solo con la mitad, tuve temor de adquirir la obligación. Cristo no abrió esa puerta delante de mí otra vez, ¡hasta dos años después!
Ahora Él había abierto otra puerta. Para mí, en ese tiempo, esta fue una puerta estupenda. Esto probablemente implicaba por lo menos duplicar todos los gastos de toda la obra, ¡en un salto repentino! ¡Y tenía que pagar cada semana por adelantado también!
Llamé a la señora Armstrong a la oficina en Eugene. El monto total que teníamos en el banco en ese momento era exactamente el monto de una semana de difusión diaria.
Bueno, aún si este fuera nuestro último dinero, ¡Dios había suplido la necesidad de hoy para esta oportunidad colosal que Él había abierto para nosotros! La oración ejemplo de Jesús nos enseña a pedirle: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. Dios a menudo no nos da hoy para cubrir nuestras necesidades del próximo año, aunque Él nos dice en otra parte que es apropiado que almacenemos en el verano para las necesidades del invierno, e incluso que acumulemos para el futuro de nuestros hijos y nietos.
Pero yo había aprendido la lección a un alto precio. Esta decisión requirió coraje. Demandó fe. Dios ahora había abierto la puerta más grande hasta el momento. Él había suplido la necesidad inmediata de ese día en particular.
¡Caminé prontamente a través de esa puerta en fe! ¡Fe ciega! No podía ver de dónde podría venir el dinero para una segunda semana de difusión diaria. ¿Cómo podrían duplicarse repentinamente nuestros ingresos de toda la Obra?
Decidí que era problema y responsabilidad de Dios. Lo comprometí a Él, y extendí un cheque por todo dólar que teníamos en el banco. Ahora estábamos al aire, en el Sur de California, ¡siete días a la semana! Ese fue, por mucho, ¡el avance más grandioso!
Una respuesta estupenda
Pero, ¡milagro de milagros! Por primera vez en nuestra experiencia, ¡el impacto de esta transmisión diaria al atardecer fue tan tremendo como también lo fue una prueba de fe! No solicité contribuciones al aire ni una sola vez, así como me había rehusado hacerlo desde la primera transmisión en 1934. Y la dirección de correo para la literatura gratuita y la Pura Verdad, ofrecidas en cada programa, era Box 111, Eugene, Oregón en ese entonces.
No sólo hubo un enorme aumento inmediato en el correo de los oyentes, sino que hubo un incremento correspondiente en los diezmos y ofrendas que llegaban a Eugene.
La primera semana pasó rápidamente. El día que teníamos que dar el pago adelantado de la segunda semana para el espacio de radio, llamé a nuestra oficina en Eugene. ¡El dinero para la transmisión de la segunda semana estaba en el banco! Y, una semana más tarde, había suficiente para la tercera, y luego para la cuarta, ¡y así sucesivamente! ¡Dios continuó supliendo la necesidad semana tras semana!
Esta transmisión diaria fue una nueva experiencia. En ese tiempo siempre había hablado al aire usando un guión escrito. Durante esos años de guerra eso era requerido. Escribir el guión para una transmisión de media hora, incluyendo el estudio y la búsqueda del material, ocupaba todo mi tiempo.
Ahora se había vuelto una rutina diaria. Temprano en la mañana, cada día, comenzaba a reunir y esbozar el material de la transmisión, luego lo pasaba a la máquina de escribir. Alrededor de las 4:30 en la tarde sacaba la última hoja de papel de la máquina de escribir, luego caminaba una milla o más a la estación de radio, y estaba al aire a las 5:30.
Una vez a la semana, era los jueves al atardecer, después del programa diario, iba a un restaurante para cenar, examinaba los periódicos vespertinos y las revistas semanales sobre noticias de la guerra que podía usar, luego, preparaba rápidamente un esbozo del material, iba al estudio de grabación para grabar el programa del domingo para las tres estaciones del Pacifico Noreste. Luego conducía al aeropuerto Burbank para colocar los grandes discos de transcripción en la oficina de correo aéreo.
Era un trabajo arduo. Pero estaba duplicando el tamaño, alcance y poder de la Obra de Dios, y ese era un sentimiento gratificante.
Semana tras semana esta rutina continúo. Conforme las semanas pasaban, no oímos ninguna noticia de Vern Mattson. Más tarde supimos que la primera división de los marines había navegado a través del canal de Panamá y se dirigió directo al Pacífico a Guadalcanal, donde hicieron su espectacular desembarco en la primera ofensiva, provocando que los japoneses se retiraran del vasto imperio del Pacifico que habían capturado.
Entrenando a un hijo
Tan pronto como la escuela terminó, a principios de junio, la señora Armstrong me llamó por teléfono desde Eugene.
“Te estoy enviando a Dick en el próximo tren”, dijo ella. “Él ha crecido mucho para yo castigarlo, y simplemente no lo puedo controlar más”.
Dick tenía 13 años y estaba sólo a unos cuatro meses de llegar a los 14. Él estaba creciendo.
Se habían presentado dos problemas con nuestros hijos. Ted (Gardner Ted, pero siempre lo llamábamos Ted) había sido un “muchacho pequeño”, bajo para su edad. Dick había sido de estatura normal para su edad. Pero nuestros lectores recordarán que la señora Armstrong, a pesar de mi protesta, había insistido en que los dos niños iniciaran juntos el primer año de la escuela. Yo finalmente accedí. Ted siempre había sido, como niño pequeño, un favorito para sus maestras.
Ya que Ted era 16 meses más joven, él siempre había estado en el centro de atracción, “robándose el show” por así decirlo, Dick había desarrollado un complejo de inferioridad muy grande. Aquí estaba, creciendo hasta la talla de un hombre adulto, casi con 14 años, pero seriamente carente de confianza.
Desde el momento en que la señora Armstrong dijo que me estaba enviando a Dick, sabía que tenía que encontrar una forma de ayudarlo a vencer su complejo de inferioridad.
Me propuse un plan concreto. Al segundo día de su llegada con nosotros a Hollywood, luego de mostrarle algunos de los alrededores de la cuidad, le pregunté si no le gustaría ir y ver un amigo de la infancia, John Haeber, quien vivía en Hawthorne, al sur de Los Ángeles. Los Haeber habían pasado mucho tiempo en Oregón, y nuestros muchachos se habían familiarizado con John, que era de su edad.
Temprano al día siguiente, le di a Dick suficiente dinero para la tarifa del viaje a Hawthorne, ida y vuelta.
“Bien, papá, no sé el camino. ¿Cómo llego?” Preguntó Dick.
“Dick”, le dije “ahora tienes que comenzar a aprender a ser independiente y guiarte por ti mismo. Ya tienes la dirección de la calle de los Haeber. Aprende a ‘llevar un mensaje a García’ por tu cuenta. Estoy muy ocupado preparando la emisión como para decirte. Aquí está el precio del viaje. Estás por tu cuenta. Encuentra tu propio camino. Y regresa a tiempo para cenar. Adiós, hijo”.
Lo que paso por la mente de Dick en ese momento yo nunca lo supe. Pero abrí la puerta, él salió, y estaba por su cuenta. De algún modo, él resolvió su problema. Llegó donde los Haeber, y regresó para la cena. Ese fue el principio de mi programa para él.
Unos pocos días después le pregunte si quería pasar el día en la playa, en Santa Mónica y Oceanside. Le di dinero para el pasaje. De nuevo, no le di ninguna dirección, sino le dije que lo averiguara por sí solo.
Regresó un poco tarde. De alguna manera, él había perdido el pasaje de regreso en la arena. Ahora no recuerdo de qué manera logró regresar a Hollywood, pero resolvió este dilema por su cuenta, sin llamarme para que lo ayudara. De todos modos, él no tenía dinero para la llamada.
Un poco más tarde él mencionó ir al zoológico. Yo no sabía dónde estaba el zoológico, pero le di permiso de ir, y de nuevo, por su cuenta.
Dick fue aprendiendo autoconfianza. Él estaba desarrollando iniciativa. Buscando su propio camino. Yo planeé que la señora Armstrong y Ted vinieran antes que termináramos el verano y regresaran a Oregón. Una última cosa quedaba en mi plan antes de que ellos vinieran. Llevé a Dick dos o tres veces en bote a los lagos en los parques MacArthur y Echo, le enseñé a cómo usar las lanchas de motor rentadas allí.
Ahora estaba listo para el examen final de Dick en su curso de autoconfianza, superando el sentimiento de inferioridad respecto a Ted.
Llenando el Biltmore
El Dr. Clem Davies, de quien tomé el espacio en kmtr, había estado llevando a cabo los servicios regulares de domingo en el Teatro Biltmore, el más grande en el centro de Los Ángeles. Por el tiempo en el que él renunció al espacio de la tarde de las 5:30 por uno mejor a las 7:30, un espectáculo dramático o de comedia, estelarizado por George Jessel, estaba inaugurándose en el Biltmore.
Esto había forzado al señor Davies a salir del Biltmore, y había trasladado su servicio de domingo a un auditorio en el Hotel Ambassador.
A principios de julio, probablemente cerca del día 10, escuché que el show de Jessel había terminado su contrato y se estaba trasladando a San Francisco. Inmediatamente fui a la oficina del administrador del teatro.
La última presentación de Jessel sería el sábado en la noche. ¿Estaría disponible el teatro el próximo domingo?
“Pues... sí, el teatro estará disponible”, dijo él, “pero usted no podría darse el lujo de rentarlo”.
“¿Cómo sabe que no podría?”, le reclamé. “¿Cuánto será el costo?”
“Mire, señor Armstrong”, persistió. “El Dr. Davies ha venido llevando a cabo los servicios aquí por un largo tiempo. Le tomó años tener una gran audiencia. Él recogía tres colectas en cada servicio, y acumulaba sólo apenas lo suficiente para pagar la renta. Usted ha estado al aire aquí por sólo tres meses. Usted no ha tenido el tiempo para construir ni una fracción de los seguidores del Dr. Davies aún. Incluso si recogiera cinco colectas en su servicio, nunca obtendría lo suficiente para pagarla, además, yo tendría que recibir toda la renta por anticipado. Usted no ha estado al aire aquí lo suficiente para llenar un gran auditorio como el Biltmore”.
“Bien, eso es lo que yo quiero descubrir”, repliqué. “Y ¡no recogeré ninguna colecta en absoluto! Pero, ¿Cómo voy a saber si puedo pagarlo, a menos que me diga el monto del alquiler?”.
Creo que eran $175 dólares. Y ya era el miércoles por la tarde.
Le dije que regresaría con la decisión en unos minutos. El teatro Biltmore ocupaba una esquina de la gran cuadra ocupada en el otro lado por el gran Hotel Biltmore. Fui al vestíbulo del hotel y llamé a la señora Armstrong a nuestra oficina en Eugene por teléfono de larga distancia. Una vez más, teníamos justo suficiente dinero en el banco para pagar este alquiler por adelantado, y el precio de las tarjetas postales de la lista de correo de Los Ángeles.
Dicté por teléfono un anuncio a nuestra secretaria, instruyendo a la oficina de Eugene que mimeografiara el anuncio en las tarjetas, todas dirigidas a aquellos en la lista de correo al sur de California, para ponerlas en un gran paquete en la oficina de correo aéreo expreso dirigido a mí, esa misma noche. Esto fue sólo unos quince minutos antes del cierre de la oficina de correos.
Corrí de vuelta al vestíbulo del teatro y subí a la oficina del gerente y le escribí un cheque por el alquiler del siguiente domingo.
En esos días, a causa de la guerra y el temor por el bombardeo japonés, teníamos apagones todas las noches. Me había advertido que la gente en Los Ángeles no vendría a un servicio religioso en la noche. Los aficionados asistirían al teatro por espectáculos nocturnos, pero por alguna razón la gente estaba temerosa de asistir a servicios religiosos en la noche. Ésto simplemente demostraba dónde estaban el corazón y los intereses de la gente.
Así que la reunión debía realizarse el domingo en la tarde, creo que la hora fue a las 3 pm.
Al día siguiente, jueves, el gran paquete de tarjetas impresas con direcciones llegó. Las llevé a la oficina de correo de Hollywood. Hubo una gran protesta para permitirme enviarlas allí. No había comprado las tarjetas allá. Esa oficina de correo perdió el crédito por la venta de tarjetas postales y se oponía a hacer el trabajo del envío. Pero les expliqué nuestra urgencia, y que no había otra forma de que pudiera hacerlo. Ellos finalmente las aceptaron.
Luego en mi programa, el miércoles, jueves, viernes y sábado en la noche, anuncié la reunión del domingo en la tarde en el Biltmore, y finalmente, de nuevo, el domingo en la mañana. La gente recibió los anuncios postales el viernes y el sábado.
Después de la emisión del domingo en la mañana, Dick, Dorothy y yo regresamos muy tensos al apartamento. ¿Vendría suficiente gente para lucir como una audiencia de buen tamaño?, ¿o sería un grupo pequeño que simplemente se vería perdido entre los 1900 asientos del gran teatro?
“¡Vaya!”, exclamó Dick entusiasmado, tan pronto como escuchó que yo había alquilado el teatro Biltmore. “¡Me voy a sentar en un palco! Siempre he querido sentarme en el palco de un teatro. Ahora mi padre ha alquilado todo el teatro. ¡Vaya! ¡Al fin me voy a sentar en un palco!”.
Tomamos un tranvía hacia el teatro, llegando hacia las 2:15. Unas cuantas cuadras antes observé que las calles estaban inusualmente llenas de gente, especialmente para un domingo en la tarde en el centro de Los Ángeles. ¡Me pregunté qué estaba ocurriendo!
Pronto nos dimos cuenta. Parecía que toda aquella gente iba en una dirección, ¡hacia el teatro Biltmore!
Pensé que lo mejor era no involucrarme en una experiencia de saludar de mano hasta después del servicio, porque aún tenía que preparar el sermón. Así que fui por la puerta trasera del escenario, mientras Dick y Dorothy entraban por la entrada del vestíbulo.
Más tarde supe lo que sucedió. Todos los antiguos acomodadores del Dr. Davies estaban a disposición, y parecía que de alguna forma se habían dividido en dos grupos. No había nadie a cargo, y había una disputa sobre cuál grupo de acomodadores se hacía cargo. Reinaba la confusión.
La experiencia de Dick en independencia e iniciativa ahora dio sus frutos. Inmediatamente él, aún sin tener 14 años, se hizo cargo. Él llamó a todos los acomodadores a un lado.
“Soy Dick Armstrong”, les dijo él, “y estoy a cargo aquí”.
Luego él dio las órdenes. Él dijo que usaría a todos los acomodadores, ya que literalmente la multitud fluía abundantemente, y que cada uno haría lo que se le asignara. Luego él, sin ninguna experiencia previa, organizó los dos grupos, asignó los puestos para cada hombre, dirigió todo, y desde ese momento hubo orden.
Nunca se me había ocurrido que hubiera un público suficientemente grande para necesitar acomodadores, y no habría sabido donde conseguir acomodadores, de todas formas. Pero Dios lo resolvió, proveyendo los acomodadores necesarios, y usó a Dick para restaurar el orden y el sistema rápido.
Sin colectas
A pesar de que nunca había tomado ninguna colecta en ningún servicio público de evangelización, y no lo he hecho hasta el momento, y jamás lo haré, sí hice dos cosas rápidamente el jueves y el viernes de esa semana. Hice que un pintor de carteles preparara señales grandes en el vestíbulo para el teatro, e hice elaborar dos cajas de madera, aproximadamente del tamaño de una caja de zapatos, con una ranura en la parte superior de cada una. Estas fueron colocadas por Dick al final de cada entrada en la parte interior del vestíbulo del teatro, a un lado, no en el camino directo de las salidas de los pasillos interiores.
En realidad, Dick se sentó en su palco, pero hacia el momento en que el servicio comenzaría, todos los palcos estaban llenos de gente. Sin embargo, él entró a un palco, les dijo quién era, y la gente se apretujó para hacer espacio para uno más.
El primer piso y el balcón estaban completamente llenos, y el segundo balcón a la mitad o más de la mitad lleno. ¡La asistencia fue de 1.750!
Yo había decidido conducir el servicio como en la emisión de radio, ¡precisamente a tiempo! Precisamente 5 segundos antes de las 3 pm, camine rápidamente hacia el púlpito en el centro del escenario, llegando al púlpito a las 3 pm en punto. Antes que pudiera decir una palabra, me sorprendí por un estruendoso estallido de aplausos. Nunca había visto o escuchado nada como esto en una reunión religiosa. Pero supe más tarde que ésta era una práctica común en Los Ángeles, y los ministros eran llamados comúnmente “doctor” ya fuera que poseyeran tal título o no. Arriba en el segundo balcón se oía el sonido de una sirena. Un personaje conocido en Los Ángeles, quien fue descalzo, con una cabellera blanca larga y fluida, y creo que también, una túnica blanca, a quién escuché le llaman “Padre Tiempo”, había venido. Pero no había otros de ese tipo.
Tan pronto como terminaron los aplausos, inicie con el usual: “¡Saludos amigos!”, luego otra explosión de aplausos alegres. Dije, rápidamente, que a pesar de que amaba cantar himnos tanto como cualquiera de ellos, ahora estábamos en guerra, la profecía estaba siendo cumplida rápidamente, y tenía cosas de demasiada importancia que decir, como para ocupar el tiempo ya fuera cantando o recogiendo colectas. Dije que sabía que algunos estarían desilusionados si no podían dejar una ofrenda, y para aquellos que quisieran hacerlo, había dos cajas de ofrenda en el vestíbulo posterior, pero que ellos no las verían a menos que ellos salieran del camino usual para encontrarlas, que nosotros nunca recogíamos colectas, nunca pedíamos contribuciones ni en éste tipo de servicios ni tampoco al aire.
Luego fui directo a mi mensaje, y concluí el servicio justo al tiempo exacto, creo que se había anunciado terminar a las 4:15, justo como una transmisión, tenía que terminar precisamente a tiempo.
Más tarde, cuando abrimos las dos cajas de ofrenda, ¿Qué supone que encontramos? Sí, ¡creo que lo adivinó! Exactamente, hasta el último centavo, el monto preciso del gasto por el alquiler del teatro, los costos extras del aseador y el electricista, los carteles del vestíbulo y los anuncios postales. Eso es, hasta el último centavo. ¡Había tan sólo un centavo más del monto exacto!
El “examen final” de Dick
Contratamos el Biltmore por los siguientes dos domingos. Decidimos, para esos dos domingos, tener dos servicios cada domingo en la tarde. No estoy seguro en el momento de la hora exacta, pero creo que el primer servicio empezaba a la 1:30, finalizando a las 2:45, y el segundo servicio comenzaba a las 3:30, finalizando a las 4:45.
Esto fue planeado para que la señora Armstrong y el joven Garner Ted, en ese momento de 12 años y medio de edad, llegaran a tiempo al servicio final en el Biltmore, y toda nuestra familia regresaría junta.
En cada uno de estos dos servicios en el Biltmore, la asistencia total estuvo estimada en 2.000. Hubo 1.300 o 1.400 personas en cada servicio, con varios que asistieron al primer servicio y regresaron para el segundo. Por esta razón prediqué diferentes sermones en cada servicio.
Pero tenía otro motivo más para tener a Ted en Hollywood antes de que regresara a Eugene. Necesitaba su presencia para el “examen final” de Dick, y sacarlo de su sentimiento de inferioridad ante Ted.
Nuestra secretaria de la oficina y su esposo los llevaron en nuestro carro, el cual había dejado en casa cuando salimos en abril. Ellos estuvieron allí tres o cuatro días, y me parece que regresamos a Oregón el 31 de julio, después del servicio final en el Biltmore.
Cuando ellos llegaron, le explique a Dick que tendría que llevar a Ted en remolque.
“Ahora recuerda, Dick”, le instruí, “Ted es menor que tú, y él nunca ha estado en Hollywood antes. Él no conoce estos lugares. Quiero que cuides de él, llévalo a lugares, muéstrale Hollywood y Los Ángeles. Llévalo a navegar en el lago del Parque Eco, pero no permitas que maneje el bote, él no sabría cómo”. Durante esos pocos días, Dick fue un completo líder. Por primera vez en su vida él se estaba dando cuenta que no era inferior, sino un líder sobre Ted.
Dick pasó este “examen final” con gran éxito y una calificación de “A”. Le desapareció el sentimiento de inferioridad ante Ted. Y ésto no hirió a Ted, porque él ni se dio cuenta, en aquel entonces, de lo que se estaba haciendo. Sin embargo, fue algún tiempo después de esto que Ted entró en su programa intensivo de “desarrollo muscular”.
Pero Dick aún era humano. Y es humano ir de un extremo a otro. De regreso en Eugene, lejos de sentirse abatido e inferior, Dick ahora se sentía “superior”.
Fue una cosa atractiva haber estado en Hollywood. Dick había pasado la mayor parte del verano allí. Los otros chicos no habían estado allá.
Así que ahora tuve que trabajar de nuevo con él, y traerlo de vuelta al “buen camino”. Y con la ayuda de Dios esto fue logrado, y más tarde él llegó a tener la confianza suprema que es la fe en Dios antes que confiar en sí mismo, teniendo plena seguridad, pero en humildad. Esa es una condición difícil de alcanzar para cualquier ser humano, pero, ¡constituye una de las supremas metas correctas de la vida! ▪
Continuará...