La Trompeta
Autobiografía de Herbert W. Armstrong: De regreso al ministerio
Continuación de Atorados en Astoria
Pronto nos dimos cuenta de que había una razón por la que Mike Helms había venido por nosotros cuando lo hizo. El antiguo presidente de la Conferencia de California, A.J. Ray, se había mudado a Oregón, cerca de Jefferson. Allí, en la tesorería de la Conferencia, una cantidad muy pequeña se había acumulado y pequeñas cantidades de diezmos de los miembros comenzaban a llegar de nuevo. El Sr. Ray se enteró de los planes de la Conferencia de Oregón de traerme al ministerio nuevamente tan pronto como los fondos lo permitieran. Así que se trasladó rápidamente para prevenir eso, trayendo a un amigo cercano, Sven (Sam) Oberg, a quien él quería que fuera ministro de Oregón. Me parece que era un ex ministro de la iglesia adventista del séptimo día.
Comienzan los complots
Al parecer Mike sabía de la inminente llegada del Sr. Oberg, y de inmediato se dirigió a Astoria para traerme de regreso. Los dos llegamos casi al mismo tiempo.
Ahora el recién llegado Sr. Ray planteó la pregunta de si debía emplear al Sr. Oberg o a mí. Se convocó una reunión de negocios. Me parece que fue en el edificio de la iglesia en Harrisburg.
El Sr. Oberg era un hombre de 53 años. Se mantenía en una condición física vigorosa haciendo ejercicios intensos de calistenia todas las mañanas, que incluían alrededor de 100 “lagartijas”. Si en 1931 el señor Robert L. Taylor había impresionado totalmente a los miembros con su “espiritualidad” y capacidad para predicar, ¡Sam Oberg lo hacía mucho más!
De hecho, parecía ser tan perfecto, tan espiritual, que mi esposa y yo pensamos en Hebreos 13:2, donde dice que ¡un desconocido podría ser un ángel a quien recibimos sin saberlo! Él parecía demasiado perfecto para ser humano. Él era estricto en ser puntual, espiritual en el lenguaje y la dicción, de apariencia impecable, elocuente y poderoso en su forma de predicar.
Sin embargo, a pesar de su efecto casi imponente sobre los miembros, todos se habían encariñado conmigo y todavía miraban hacia mí en busca de liderazgo, y para predicar el evangelio. Yo había sido ordenado y empleado por ellos anteriormente. No recuerdo los detalles ahora, pero fui contratado en vez del Sr. Oberg.
Salario de tres dólares por semana
La condición de la tesorería de la Conferencia sólo les permitía que me pagaran un salario de $3 dólares por semana. No obstante, la mayoría de los miembros eran granjeros, y prometieron suministrarnos con vegetales y comestibles que cultivaban. También pagaban el alquiler de nuestra casa, creo que $5 o $7 dólares al mes y nos compraron cierta cantidad de alimentos. Estos consistían de costales de 100 libras [casi 45 kilos] de harina de trigo integral, bolsas grandes con frijoles, bolsas grandes con azúcar morena; a saber, la clase de comida que suministrara “más comer por menos $”.
El salario en efectivo de $3 dólares por semana era para cubrir la mantequilla, la leche, el agua, la luz, y la ropa si es que alcanzaba. Nos mudaron a una casa pequeña en Hall Street, no muy lejos del lugar de las ferias del estado. Había dos chimeneas y la estufa de la cocina en las que quemábamos leña para suministrar calor.
Pero yo estaba a punto de desilusionarme, y aprender que una persona que al principio parece ser demasiado perfecta como para ser de verdad, ¡por lo general no lo es! Tanto el Sr. Ray como el Sr. Oberg tramaban constantemente en desacreditarme y conseguir esos $3 dólares semanales para el Sr. Oberg. Más sobre esto después.
Comenzando las reuniones en Salem
Sin embargo, yo seguía mirando al Sr. Oberg con un tanto de admiración, sintiendo que nunca había conocido a una persona tan perfecta, recta y poderosa en la predicación. Es verdad que yo tenía una riqueza de experiencia muy inusual, de la cual estaban conscientes estos miembros de Oregón. Pero con mi poca experiencia como cristiano, me había humillado y trataba de eliminar mi ego, por lo que estaba casi inconsciencia de aquel hecho. Pero yo sí tenía visión.
Sugerí que tratáramos de montar una campaña en una ciudad grande, y que el Sr. Oberg hiciera toda la predicación, ya que yo no me sentía digno como ministro de Cristo, para hacer equipo con tan gran hombre. Mi sugerencia fue utilizar mi experiencia en publicidad para ser el encargado de las relaciones públicas, preparar circulares y anuncios en periódicos, y atraer a las multitudes. Sugerí que tratáramos de alquilar la gran bodega del centro de Salem. Pensé que con un evangelista del poder del Sr. Oberg, realmente podría reunir una gran multitud.
Mis sugerencias, como llegó a ser la costumbre con los otros ministros, fueron rechazadas por el Sr. Oberg. Me desilusioné un poco al darme cuenta que el Sr. Oberg no pensaba en grande. Él quería tener una campaña pequeña en un pequeño edificio comercial vacío en el suburbio “Hollywood” de Salem; solamente una pequeña campaña local en el vecindario. Y él quería compartirla conmigo predicando noches alternadamente.
Había muchos edificios comerciales vacíos. Entonces estábamos al fondo mismo de la gran depresión económica. Pudimos alquilar un pequeño local vacío por $10 dólares al mes.
Trabajamos duro haciendo preparativos. El Sr. Oberg no era perezoso. Era un buen trabajador. Me parece que alquilamos sillas plegables. Yo hice imprimir volantes que fueron distribuidos en esa parte general de Salem.
Llegó la noche de apertura. Inmediatamente me alarmé mucho, y al parecer, también el Sr. Ray. Yo había visto bastante del tipo de gente religiosa que se autodenomina “pentecostal”. Me había dado cuenta que no tenían ningún entendimiento de la Biblia, aunque la citaban con mucha palabrería, ciertos versículos o partes de frases, por lo general aplicándolas mal o completamente fuera de contexto.
Los que yo había conocido nunca habían renunciado a su espíritu de rebeldía contra la obediencia a Dios y Sus mandamientos escritos. Siempre iban en busca de esas cosas emocionales y supuestamente “espirituales” que glorificaban el ego y su vanidad, y complacían los sentidos. Pero no de servir, compartir ni obedecer.
El Sr. R. L. Taylor, con quien tuve mi primera campaña evangelista en Eugene en 1931, había empezado una serie de reuniones en esta misma parte norte de Salem después de nuestra campaña en Eugene. Esa gente “pentecostal” había venido, y él los había favorecido. Se mantuvieron suficientemente callados hasta que el Sr. Taylor, después de dos o tres semanas de predicación, hizo que unas cuantas personas no convertidas y no “pentecostales” se acercaran al arrepentimiento y la conversión; y entonces aquellos empezaron a “tomar el control” con sus fuertes gritos de “aleluya” y demostraciones ridículas. Esto inmediatamente desalentó a los que estaban cerca de la conversión, los enfrió completamente, se retiraron y dejaron de venir. Después de esto, el Sr. Taylor salió alrededor de esa parte del pueblo, invitando a otra gente a que viniera, y en unas pocas noches tuvo un pequeño grupo nuevo. La experiencia se repitió, hasta que por último tuvo que marcharse sin resultado alguno por sus esfuerzos.
En Portland, en reuniones de campamento “pentecostales” yo había llegado a oír mujeres gimiendo y chillando como una sirena de incendios, audible a tres o cuatro cuadras.
Nuestro problema
Cuando vimos que entraron a nuestra pequeña sala aproximadamente 25 o 30 de estas mismas personas “pentecostales” que habían arruinado las reuniones del Sr. Taylor, el Sr. Ray, el Sr. Oberg y yo nos reunimos rápidamente. El Sr. Ray pretendió oponerse completamente a esta rama de “pentecostalismo”.
“¿Qué vamos a hacer?” preguntó. “Nos tenemos que deshacer de esta gente, o simplemente tomarán control de estas reuniones y no habrá resultados”.
“Déjenme esta situación a mí”, dijo el Sr. Oberg. “Yo sé cómo manejar a esta gente”.
Nos quedamos tranquilos.
Pero en la segunda o tercera noche, empezamos a darnos cuenta de que el Sr. Oberg, lejos de desalentar o “manejar” a esta gente, estaba favoreciéndolos deliberadamente. Poco a poco, empezamos a darnos cuenta de que el Sr. Oberg era “pentecostal”; un hecho que él había ocultado cuidadosamente. Es más, nos había llevado a creer a propósito que se oponía a eso. Pronto me di cuenta que ésta gente estaba definitivamente “metida” y firmemente establecida. Era demasiado tarde para cambiarlo.
En las primeras noches, el Sr. Oberg y yo nos turnamos, cada uno hablando una noche de por medio. Pero se hizo evidente que la gente “pentecostal”, ahora más del 90 por ciento de la asistencia, se animaba mucho más con la predicación del Sr. Oberg. Él los alentaba e invitaba sus ruidosos amenes, como lo hacen los predicadores “pentecostales” constantemente, animándolos a llegar a un estado emocional y de excitación. Así que, después de una semana, sugerí que el Sr. Oberg hiciera toda la predicación, y yo predicaría a nuestros miembros que venían del Valle para los servicios del sábado.
Hacia el final de la primera semana, me llegó palabra del gerente de un almacén de madera situado muy cerca de nuestro salón, preguntando si yo podía pasar a verlo. Él había asistido a las primeras cinco o seis reuniones, y luego dejó de ir.
“Sr. Armstrong”, dijo él, “solo quería explicarle por qué he dejado de asistir a sus reuniones. En realidad, estaba muy interesado en escuchar sus sermones, pero la sucesión constante de historias de este señor Oberg, y el hecho que alentara a esos “pentecostales frenéticos” a gritar y al frenesí y esas tonterías emocionales fue más de lo que podía soportar. Creo que usted fue sabio al simplemente dejar que este otro hombre se hiciera cargo de las reuniones. De todos modos, muy pocos de los que buscan la pura verdad que usted predica seguirán asistiendo de ahora en adelante. Yo habría seguido asistiendo si usted hubiera dirigido los servicios solo; pero no puedo tolerar ese ruido estruendoso y sin sentido”.
La muerte de mi padre
Alrededor del 20 o 21 de abril de ese año de 1933 me llegó la noticia de que mi padre estaba muy enfermo. Le pedí al Sr. Oberg que me acompañara, y nos apresuramos a ir a su granja, entre Oregón City y Molalla. Aparentemente, le pedimos al Sr. Ray que se encargara de los servicios hasta que regresáramos.
Mi Papá había sufrido un ataque agudo de indigestión. Lo ungimos y oramos por él, y pareció recuperarse de momento. También nos había llamado porque quería ser bautizado.
Mi Padre, como tal vez lo indiqué antes, siempre había sido un buen hombre. Había sido alegre y amable con todas las personas. Nunca fumó, ni bebió, ni maldijo, ni se permitió ninguno de tales vicios. Nunca se opuso ni perjudicó a nadie, sino que siempre estuvo dispuesto a ayudar. Como relaté antes, él tenía una voz maravillosa y muy resonante. Papá había asistido a la iglesia con regularidad toda su vida, y había sido activo, sobre todo en el canto.
Pero mi padre en realidad era tan bueno, hablando humanamente, y tan desprovisto de vicios y de cualquiera de los “pecados” comúnmente aceptados que en realidad estaba en la misma categoría de Job quien era tan recto que ni siquiera Satanás pudo encontrar algo de qué acusarlo. En realidad, el gran pecado de Job era su auto justicia. Ésta lo cegó a su humanidad que es en realidad la naturaleza del pecado en todo ser humano. Según los registros, Job fue el hombre más difícil de convertir para Dios. Finalmente, Dios llevó a Job al punto donde se ARREPINTIÓ, ¡y llegó a aborrecerse a sí mismo por completo!
Mi padre había llegado a ese mismo estado. Llegó a darse cuenta que la mera bondad o rectitud humana; después de todo, esa no es la verdadera justicia de Dios que se recibe solamente del Espíritu Santo de Dios, después de la experiencia dolorosa y sufrida del arrepentimiento. Pero ahora él se había arrepentido. Y ahora había llegado a reconocer su necesidad real de Jesucristo como Salvador personal. Se había entregado por completo a la misericordia de Dios, creyendo en fe.
Esa tarde, su indigestión aguda fue sanada, pero necesitando todavía reposar y dormir para reponer sus fuerzas; planeamos salir al río al borde de su finca y bautizarlo al día siguiente.
Esa tarde, todos cantamos “¡Alabado sea Él! ¡Alabadle!” con la voz melódica y potente de mi padre resonando. Esta fue la última vez que él cantó.
Cuando terminamos, tenía lágrimas en sus ojos, y su rostro literalmente se iluminó en una sonrisa feliz.
“¡Es simplemente maravilloso!, exclamó. “¡Es absolutamente MARAVILLOSO!
“¿Qué quieres decir, Papá? le pregunté.
“¡Que Dios por fin me ha perdonado todos mis pecados!” exclamó. “Parece que un peso de muchas toneladas se ha quitado de mis hombros, ¡y ya no tengo que seguir cargando ese peso de culpabilidad!”
Lo dejamos descansar.
Al cabo de un rato, nos llamaron al cuarto de nuevo. Había entrado en coma, no de indigestión sino de un ataque al corazón. Lo ungimos y oramos por él de nuevo. Lo acostamos en un dormitorio contiguo. Nos dimos cuenta que sus pies se estaban hinchando. No salió del coma. Mantuvimos vigilia de oración toda la noche, pero la hinchazón siguió subiendo a sus piernas.
Llegó el alba y seguimos orando. Sé que yo seguía creyendo. Para aquel entonces ya habíamos recibido muchas respuestas milagrosas a oraciones, y yo sentía que nunca había tenido más fe en mi vida.
No obstante, a las 9:40 de la mañana, el día después de cumplir sus 70 años de vida, mi padre murió. Me quedé atónito. ¡No lo podía creer!
De pronto, me sentí confundido, desconcertado. Sabía que Dios había dado su promesa escrita de sanar. Desde que aprendí esta verdad, Dios siempre había sanado a todos en nuestra familia. Sabía que hay dos condiciones: obediencia y fe. Pero yo me había sometido total e incondicionalmente a los mandamientos de Dios; entregando mi vida a Él y a Su servicio. Y yo creía con convicción positiva. No vacilaba ni dudaba; sólo tenía una seguridad tranquila.
Por tres días tuve mi mente engorrosa. No porque hubiera empezado a perder la fe en Dios, ni en la realidad de las promesas bíblicas. Ni porque hubiera empezado a entretener las dudas. Yo todavía era “un bebé en Cristo”, en la nueva vida cristiana, pero habíamos tenido suficientes experiencias; y yo había estudiado y comprobado las Escrituras suficientemente; como para no permitir que la duda empezara a surgir. Cuando uno permite que las dudas penetren los pensamientos y razonamientos, uno está en terreno peligroso; está pensando negativamente. El que duda es condenado. Quiero que el lector aprenda esa lección.
Si uno no está seguro, si no ha comprobado una doctrina o un hecho, entonces la enseñanza de Dios es que busque todos los hechos para demostrarlo, con mente abierta y libre de prejuicio. Éste no es un proceso de pensamiento negativo, sino positivo. Dudar no es probar. ¡Dudar no es inteligente! Dudar es el pensar negativo acerca de algo que uno no conoce lo suficiente, lo cual no justifica esta forma de incredulidad sin fundamento.
Fortaleciendo la FE
Yo sabía que Dios no podía quebrantar ni una promesa. Sabía que Dios ha prometido sanar, ¡que Jesucristo tomó la pena de la enfermedad y debilidades físicas, y la pagó por nosotros al permitir que su perfecto cuerpo físico fuera quebrantado con azotes!
¿Pero entonces por qué murió mi padre? Por medio de Santiago, Dios nos instruye que si alguien carece de sabiduría, se la pida a Dios en fe, sin vacilar ni dudar; y Dios promete que dará sabiduría. Oré fervientemente y le pedí a Dios por entendimiento.
Busqué en las Escrituras la explicación. No dudé, pero sí busqué una explicación. La fe se tiene que basar en la comprensión, y yo sabía que había algo que todavía no había comprendido. Naturalmente, en esta investigación, llegué pronto al “capítulo de la fe”, el capítulo 11 de Hebreos. Entonces la respuesta se hizo clara.
Dios nos da muchos ejemplos de fe en ese capítulo maravilloso. Me fijé en el ejemplo de Abraham, el padre de los fieles. Él, con Isaac, Jacob y Sara “murieron todos estos sin haber recibido lo PROMETIDO”. Mi padre, como ellos, murió sin haber recibido la promesa de Dios de la sanidad, ¡TODAVÍA! ¿Acaso la muerte de Abraham, antes de haber recibido lo que Dios le había prometido incondicionalmente, anuló esa promesa? ¿Acaso su muerte significó que Dios falló, que la promesa de Dios no valió ni se cumplió? ¡De ninguna manera!
No, simplemente significó que por la propia razón y propósito de Dios, ¡el cumplimiento de la promesa se ha retrasado hasta la resurrección!
De la misma manera, pude comprender que Dios ha prometido sanar, pero no ha prometido qué tan pronto, ni de qué manera lo hará. Ahora sabía que la sanidad de mi padre sigue siendo absolutamente segura. ¡Él será resucitado sano! Comprendí entonces que nuestros días verdaderamente están contados. Dios no ha prometido que viviremos esta existencia mortal eternamente. Está mencionado que el hombre muera una vez, y después de esto llega la resurrección. Leí sobre cómo la prueba de nuestra fe es permitida para desarrollar paciencia.
Dios, entonces, nos da pruebas de fe. La fe es la evidencia de lo que no se ve ni se siente. Una vez sentimos y vemos que estamos sanados, ya no se necesita la evidencia espiritual invisible de la fe. La fe, entonces, es nuestra evidencia, nuestra prueba de la sanidad que Dios nos da para ser ejercida y utilizada entre el tiempo cuando la pedimos, y el tiempo cuando la evidencia física es concedida.
No debemos ir a pedirle a Dios, a menos que tengamos fe en que Él hará lo que ha prometido, y que estamos listos a pedirle. Entonces después de pedirle, todavía debemos tener fe, al igual que antes; en que Dios hará lo que ha prometido.
¡Ahora sí lo entendía!
Alguna gente, atrapada por las dudas mortales de su razonamiento defectuoso, tratará de razonar que a menos que Dios sane al instante, Él no ha cumplido su promesa, o que el que pide es culpable de un pecado tan grande que Dios no lo oye. Tales personas están distorsionando la enseñanza clara de Dios para su propia destrucción.
El resultado final de esta experiencia impactante de la muerte de mi padre resultó en un gran fortalecimiento de la fe. Espero sinceramente que relatar esta experiencia fortalecerá la fe de muchos lectores. El propósito preciso de Dios al darnos esta existencia física temporal es desarrollar carácter espiritual recto, por medio de LA EXPERIENCIA. En la Biblia, Dios nos presenta muchas experiencias de aquellos con quien Él ha tratado, para que aprendamos mediante la lectura de éstas. La única razón por la que continúo con esta autobiografía es la esperanza de que a través de estas experiencias registradas muchos lectores puedan aprender lecciones que Dios quiere que aprendan.
¿Fue el Espíritu DE DIOS?
A medida que las reuniones en Salem continuaban, después de la primera semana o algo así, casi las únicas personas que venían eran esos “pentecostales”. Sus payasadas alejaron a la mayoría de los otros. Aunque es inusual entre este tipo de gente, que muchos (o la mayoría de los que venían) eran “observadores del sábado”. Pero, aparte del cuarto mandamiento, no parecían tener deseo de obedecer a Dios ni de “vivir por toda palabra de Dios”. Todo lo que querían era “tener un buen rato” durante las reuniones. Venían por la emoción y el goce temporal de dejarse llevar por la extravagancia emocional de la excitación, los gritos y fanfarroneo en “reuniones de testimonio” acerca de cuán contentos estaban de “recibir su bautismo”, y cuán mejores eran que otros; precisamente por el mismo fin que otros asisten a un partido de fútbol para gritar y vociferar, y dejarse llevar por sensaciones de felicidad.
Ellos definitivamente no estaban buscando “El Reino de Dios y Su Justicia”, sino que continuamente buscaban el placer físico y sensual y las emociones y la excitación, bajo la ilusión engañosa que todo esto era agradable a Dios. Una de estas mujeres, que había “recibido su bautismo” (como ellos lo llaman) algunos meses más tarde, después de la clausura de las reuniones, se disgustó con ello y le dijo a mi esposa en privado que lo que ella y todos recibían, era lo que ella llamó una “excitación sexual sublime”. Dijo con franqueza que era pura lujuria de la carne. A pesar de eso, la gente allí está engañada creyendo sinceramente que está buscando, ¡y recibiendo, el Espíritu Santo de Dios!
Una noche mientras el Sr. Oberg predicaba, una mujer muy gorda que tuvo que haber pesado 250 libras [como 113 kilos], se puso de pie y con pasos cortos, bruscos y abruptos, se dirigió lentamente meneándose como un pato hasta el piano, sacudiendo sus caderas de grasa en cada paso desigual. Se sentó en el taburete del piano y empezó a golpear las teclas con las palmas de ambas manos en forma discordante y desordenada, como podría hacerlo un bebé de 1 año. No había acorde, armonía, tonalidad, ni regularidad o marcación de ritmo; sólo golpes espasmódicos y discordantes en confusión total.
Cuando ella empezó, la única otra mujer gordísima en la sala, de proporciones horizontales iguales, se levantó y empezó una especie de baile ridículo, dando brincos y moviendo los brazos por todos lados descontroladamente sobre su cabeza, contoneando y bamboleando sus caderas gordísimas. Por unos dos a cinco minutos, estas dos mujeres continuaron su dúo grotesco.
El Sr. Oberg detuvo su predicación, con expresiones de “¡Alabado sea el Señor! ¡Gloria Aleluya! ¡Gloria a ti, Jesús!” a lo que todos los “pentecostales” asistentes se unieron de inmediato hasta que el lugar fue caos de ruido y confusión.
Mientras caminábamos a casa esa noche después del servicio, nuestra hija mayor Beverly, que era una jovencita de secundaria, preguntó: “Papi, ¿fue el Espíritu Santo el que hizo que esas mujeres hicieran esas cosas?
Yo estaba bien familiarizado con las palabras de Cristo de que la blasfemia contra el Espíritu Santo, acusando a la obra del Espíritu Santo como la obra del diablo, era el pecado imperdonable. Aunque para ese tiempo yo estaba muy consciente de que estas prácticas de los “pentecostales” no estaban en conformidad ni con las enseñanzas ni con los ejemplos encontrados en la palabra de Dios, de todos modos, temía tomar el mínimo riesgo de cometer el pecado imperdonable.
“No puedo contestar eso, Beverly”, le respondí. “Supongo que esas mujeres eran sinceras creyendo que estaban siendo movidas por el Espíritu de Dios. La mayoría de la gente está engañada hoy. Pero no quiero tratar de juzgar”.
Algunos párrafos atrás, cité al gerente del almacén de madera al referirme a la sucesión de historias del Sr. Oberg. Pronto nos dimos cuenta que su predicación consistía más en relatar diversas historias que en exponer las Escrituras. Él era de aquellos que creían que Jesús hablaba en parábolas para hacer Su significado más claro. En realidad, Jesús mismo dijo que Él utilizaba parábolas precisamente por la razón opuesta, para esconder el verdadero significado para que no pudieran entender. El Sr. Oberg tenía por costumbre memorizar casi todas las historias que escuchaba o podía leer.
Él constantemente utilizaba historias para ilustrar sus puntos. Tenía en su memoria miles de historias. Como él mismo afirmaba, tenía historias para producir risas, historias de tragedias y sentimentalistas para hacer llorar a su audiencia; estas en particular las contaba con gran habilidad de actuación. Él siempre me instó a adquirir una gran colección de historias. Pero, como Will Rogers diría, no pude verlo de esa forma. Así no fue como predicaron los apóstoles originales.
¡Ningún fruto se produjo!
El Sr. Oberg se resistía a detenerse cuando las reuniones llegaron al final de la duración prevista, aun cuando no se había producido absolutamente ningún “fruto”, a excepción de la juerga emocional nocturna.
Sam Oberg y su joven esposa de 25 años de edad habían estado viviendo con el señor y la señora O. J. Runcorn. Creo que fue el Sr. Runcorn quien puso los $10 dólares para alquilar la sala por un mes más. La duración total de las reuniones fue de tres o cuatro meses.
Pero incluso después del mes extendido, no hubo ninguna conversión; ningún miembro se agregó a la Iglesia; absolutamente ningún resultado visible. Los “pentecostales” habían estado disfrutando de un “espectáculo” nocturno continuo. No había nada más que mostrar.
Ya he dicho antes que cuando trabajé con cualquiera de estos otros ministros, no hubo resultados evidentes ni una sola vez. ¡Nunca, en todos esos años, supe de una sola conversión que resultara del trabajo o la predicación de alguno de esos ministros! Sin embargo, Dios nunca falló en conceder buenos resultados, gente convertida y bautizada, cuando trabajé solo. No lo digo con ninguna jactancia porque mientras me regocijo y estoy agradecido por la cosecha que Dios ha producido a través de mis esfuerzos, he lamentado y no he encontrado ningún placer ni gozo en la falta de fruto producido por los demás. Esa ha sido verdaderamente una de las decepciones que hemos tenido que sufrir.
Sin embargo, Dios ahora ha cambiado todo eso. Hoy, 39 años después mientras escribo, Dios está bendiciendo abundantemente a todos Sus ministros a quienes ha añadido a su Iglesia por gracia, con conversiones, vidas cambiadas, sanidades y bendiciones continuas. La Iglesia de Dios hoy va adelante en poder de aceleración constante; ¡con el verdadero poder de Dios!
Las conspiraciones siguen
Durante esta campaña en Salem, las relaciones personales entre el Sr. Oberg, el Sr. Ray y yo eran, en la superficie, muy amistosas y de cooperación. Por lo menos ésa fue mi actitud de corazón. Pero encubiertamente, sus conspiraciones empezaban a coagularse.
Después que mi padre falleció en su granja al norte de Molalla, en abril de 1933, mi esposa había ido a la finca a visitar a mi madre. No recuerdo el mes exacto, pero creo que debe haber sido a fines de mayo o principios de junio.
Una noche, ella quedó alterada y asustada al despertarse de un sueño impresionante, en el cual parecía que un ángel le decía: “¡Vaya a Salem inmediatamente! “¡Vaya a Salem inmediatamente! Enemigos están conspirando en contra de su marido”.
Ella estaba tan alarmada que temía ante la posibilidad de que el sueño posiblemente no significara nada. Se vino de inmediato ese día a Salem. Al mismo tiempo, Mike Helms había venido a decirme que el Sr. Oberg y el Sr. Ray habían visitado a varios de los hermanos en el valle, y habían promovido una acusación en mi contra, en un complot secreto para sacarme del ministerio. Querían el salario de los $3 dólares semanales, y los otros beneficios del dinero que se gastaba en el alquiler de nuestra casa y los frijoles y la harina, etc.
Habían traído suficiente presión para obligar a Milas Helms, como presidente de la Conferencia, a convocar una reunión de negocios para el domingo siguiente en la iglesia en Harrisburg.
“Planean desacreditarlo”, explicó el Sr. Helms, “acusando a su esposa de no ser una ama de casa organizada, y luego yendo a las calificaciones bíblicas para un anciano de gobernar bien su propia casa. Puesto que afirmarán que no está gobernando a su esposa con suficiente severidad para que sea una mejor ama de casa, dirán que usted no está calificado según las Escrituras para ser ministro, y debe ser sacado del ministerio”.
¡Esta fue una sorpresa impactante! Su acusación era falsa. Mi esposa era buena ama de casa, y yo sí gobernaba mi propia familia y hogar, y tenía a mis hijos en sujeción. Pero estos hombres sabían que la mayoría de los miembros no sabían todo sobre nuestra vida privada de familia, y creerían su mentira.
Estos hombres habían sido tan amistosos, ¡en mi cara! No me había dado cuenta que eran enemigos, ¡hablando a mis espaldas mentiras sobre mí y mi esposa! Mike vio que yo estaba profundamente herido.
“Lo único que sé que posiblemente pueda hacer para ayudarle”, continuó el Sr. Helms, “es darle la oportunidad de hablar primero, si eso pudiera servir de algo. Yo seré presidente de la reunión, y le puedo dar la oportunidad de hablar antes de ellos”.
Acepté la oferta. El lector puede estar seguro de que oré mucho sobre el asunto. En realidad, la Sra. Armstrong siempre ha sido una ama de casa muy limpia y muy ordenada, con la excepción de que durante los años cuando teníamos cuatro niños creciendo en casa y en este momento el menor tenía 3 años y el mayor 15, los niños dejaban algunas cosas fuera de su lugar, de vez en cuando por supuesto. Pero la acusación que el Sr. Oberg planeaba hacer era simplemente una MENTIRA escandalosa.
¡Defendiendo a mi esposa!
Sam Oberg tenía una obsesión por el aseo estricto, la puntualidad y ciertas maneras exteriores diseñadas para guiar a otros a pensar que él era justo. En realidad, era excesivamente severo con su pequeña hija de 3 años de edad; él sabía tan poco sobre la crianza adecuada de un niño que no he conocido otro igual. Llegaba al extremo en exigencias estrictas de ciertas maneras de decoro, y castigaba a su niña con excesiva severidad, mientras al mismo tiempo la descuidaba por completo en casi todo lo demás, al no enseñarla ni capacitarla adecuadamente, y permitirle hacer otras cosas que no se deberían haber hecho.
Ha habido momentos (desde haber sido convertido por el Espíritu de Dios) cuando la indignación justa ardió instantáneamente al rojo vivo. Éste fue uno de esos.
Pero yo oré, y Dios me ayudó a controlar la ira. También vino a mi mente qué hacer. Usted podría pensar que Dios no me lo puso ahí, pero yo sí.
En Harrisburg el domingo, el Sr. Helms, después de iniciar la reunión con oración, me dio la palabra primero. Creo que esto fue una sorpresa para los señores Oberg y Ray. Les dije a los miembros del consejo y a otros hermanos reunidos que comprendía que esta reunión había sido convocada como una inquisición, para crucificarme con acusaciones falsas. Les dije que no deseaba defenderme a mí mismo. Les dije que sabía que estaba lleno de defectos y debilidades, igual que cada uno de ellos. Les dije que me había estado esforzando con la ayuda de Dios, venciendo muchas de estas debilidades humanas, defectos y hábitos desde mi conversión, unos seis años atrás, pero que todavía no había llegado a la perfección. Sentía que cada uno de ellos, y los señores Oberg y Ray también, vivían en casas de vidrio, en caso que alguno tuviera un espíritu de odio de querer lanzar piedras.
Me paré allí y confesé muchas fallas y debilidades específicas, y les pedí que oraran por mí para que yo recibiera la ayuda para superarlas. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, todos, menos los de Oberg y Ray.
Entonces, rápidamente terminé diciendo que el Sr. Oberg y el Sr. Ray podían decir lo que quisieran en mi contra, pero que tenía entendido que pensaban acusar a mi esposa falsamente. Enseguida les dije con todo el poder que tenía, que Dios me había hecho el defensor de mi esposa, y que si cualquiera de ellos se atrevía a decir una sola palabra en contra de mi esposa, yo le cerraría la boca antes de que pudiera terminar su primera frase, si fuera necesario. No especifiqué los medios. ¡Esto lo dije con ojos brillantes y voz aguda!
Y luego me senté.
El Sr. Helms entonces llamó a Oberg y a Ray. No recuerdo lo que dijeron, si es que dijeron algo. Sé que no quedaba nada que decir en contra de mí porque yo mismo lo había dicho todo antes que ellos. Y de alguna manera debieron haber sabido que hablaba en serio cuando dije que defendería el honor de mi esposa. Ellos mantuvieron silencio sobre ella.
El resultado sí lo recuerdo. ¡El plan falló! No me despidieron. Al contrario, los hermanos seguían mirando hacia mí en busca de liderazgo. Pero el Sr. Oberg y el Sr. Ray no habían terminado de encañonarme. ¡Mucho más vendría más tarde!
Cortando leña
Comencé a darme cuenta de que los señores Oberg y Ray estaban llevando a cabo secretamente una campaña de propaganda en mi contra. Al hablar en privado con los hermanos de la Iglesia, ellos hacían insinuaciones pequeñas para indicar, por lo menos indirectamente, cualquier cosa posible contra mi carácter.
Un día Milas Helms vino a mí con la oferta de regalarme un árbol muy grande de su finca, si yo mismo lo cortaba, lo aserraba y lo convertía en leña para suministrar nuestro combustible del invierno. Este árbol medía 6 pies (1,89 metros) de diámetro en el tronco; era un abeto enorme.
“Algunos de los hermanos”, dijo él, “están tomando la idea del Sr. Oberg y el Sr. Ray de que ellos tienen que hacer trabajo físico arduo en sus fincas, pero que a usted le queda muy suave sólo predicando, visitando miembros y prospectos, presentando estudios bíblicos, y publicando el boletín de noticias. Si usted pasa los próximos días cortando leña para el suministro de un año, yo me encargaré de difundir la noticia de cuán enérgicamente usted está trabajando. Esto contrarrestará esta propaganda mejor que un millón de palabras”.
Por alguna razón, nunca se les ocurrió a los hermanos que escuchaban estas insinuaciones sutiles que indicaban que yo era perezoso, que el Sr. Oberg también dedicaba su tiempo al ministerio, y que no tenía tiempo para trabajo manual arduo.
Con mucho gusto acepté la oferta, feliz por la oportunidad de proporcionar combustible para mi familia. Conté los anillos del árbol. ¡Ese árbol estaba creciendo allí cuando George Washington era niño! Estaba contento por la oportunidad de hacer ejercicio y recibir aire fresco del campo, así como por la leña.
De nuevo, el complot fue frustrado.
Las gallinas cacarean
Durante el curso de las reuniones en Salem, Milas Helms nos trajo varios huevos un día, quizás una docena o algo así. “Hemos decidido comenzar a diezmar nuestros huevos, así como los ingresos de dinero”, nos dijo.
No era la temporada de la puesta. Este suceso ha sido reportado antes en La Pura Verdad, pero en este momento encaja en la autobiografía. A pesar de que no era la temporada de poner para las gallinas de Mike, estas empezaron inmediatamente una campaña de poner huevos. Parecía que nunca habían puesto tantos huevos.
Después que este suceso se reportó en La Pura Verdad, una lectora escribió que ella había empezado a diezmar sus huevos y recibió el mismo resultado. ¡La experiencia demuestra repetidamente que pagar el diezmo conviene!
Bendiciones disfrazadas
Muy poco después de nuestro regreso de Astoria y posiblemente incluso antes de que comenzaran las reuniones en Salem, o muy poco después de iniciadas, el río Santiam se desbordó sobre sus bancos en una inundación completa, a cuyas orillas colindaban las granjas de Mike Helms y su cuñado, Yancy McGill.
Sucedió un viernes o un viernes por la noche. Mike me lo dijo cuando vino a la iglesia el sábado. De hecho, asistimos a una reunión con otros hermanos en algún pueblo al oeste de Salem ese día. Por el camino, Mike me contó de la calamidad. Todos sus cultivos habían sido sembrados y ahora todos estaban bajo el agua.
Para este momento, el lector puede entender que yo le tenía afecto muy profundo a Mike Helms. Me sentí tan mal sobre el asunto como si hubieran sido mis propios terrenos. Seguía expresando mi profunda preocupación, pesar, y compasión.
“Sr. Armstrong”, dijo Mike, en lo que parecía ser un reproche gentil, “usted parece estar sintiendo esto mucho más que yo”. Dios dice que todas las cosas ayudan a bien a los que aman al Eterno. Yo amo al Eterno y trato de servirle y obedecerle, y le CREO. Soy fiel en pagar los diezmos. En este momento, no veo cómo algo como esto puede resultar para mi bien. Pero no necesito ver cómo. Sé que Dios no miente en lo que dice, y que de alguna manera que no puedo ver ahora mismo, esto va a funcionar para mi bien. ¡Simplemente estoy alabando al Eterno por ello!”
Espero que Dios me haya utilizado para enseñarle a Mike muchas lecciones valiosas, pero éste fue un momento en el que Dios utilizó a Mike para enseñarme a mí una lección que nunca olvidaré. Tal vez, de esta manera mediante La Pura Verdad Mike puede ser utilizado para enseñar a muchos miles de nuestros lectores una lección muy valiosa hoy, más de un cuarto de siglo después.
Después que la inundación bajó, algo muy extraño se hizo evidente. En las tierras de cultivo adyacentes, sin siquiera una valla de por medio, las cosechas se arruinaron por completo. Pero el daño se detuvo justo en el borde de las fincas de Mike Helms y Yancy McGill, en todas excepto una pequeña parcela de tierra de Mike, que no era demasiado tarde para replantar. Y debido a que las inundaciones habían arruinado las cosechas de tantos jardineros de vegetales, ¡las cosechas de Mike y Yancy trajeron un precio más alto de lo normal ese año! Y ¡ASI fue cómo esta calamidad les ayudó para bien! ▪
Continuará...