La Trompeta
Autobiografía de Herbert W. Armstrong: El crecimiento constante de la Obra en Eugene
Continuación de Primeras campañas de evangelización —las adversidades y las pruebas
Llegó la primavera de 1935. Organizar los servicios alternos matutinos en la escuela Jeans, a 19 kilómetros al oeste de Eugene y en la escuela de Alvadore, a 24 kilómetros al noroeste de Eugene, además de servicios por la tarde en nuestra casa en Eugene, pronto se volvió difícil.
Se compra edificio de la iglesia
Usualmente, los miembros de Jeans manejaban hasta Alvadore, o asistían a nuestra casa en Eugene, los sábados impares luego que yo no pude predicar en Jeans. Asimismo, los miembros de Alvadore generalmente manejaban hasta Jeans o hasta Eugene cuando yo no estaba en su escuela. Pero esta situación no era muy satisfactoria.
La necesidad de un local para combinar a estos tres pequeños grupos en uno en Eugene, enfocó nuestra atención al lugar que nuestra gente había construido en 1931.
La construcción de este pequeño lugar para la iglesia había comenzado inmediatamente después de que terminó la campaña en carpas por el Anciano R.L. Taylor y yo en el verano de 1931, en Eugene.
Antes de esta campaña, el Sr. Taylor había sido dueño de un pequeño negocio de venta de madera al por menor en Eugene. Aparentemente, su negocio había fracasado, pero le había quedado una pequeña cantidad de madera. Él propuso “donar” esa madera para erigir una pequeña construcción para la iglesia en Eugene. Sin embargo, él sólo tenía parte de la cantidad de manera que se necesitaba. Así que los hermanos de la iglesia se animaron a contribuir con fondos para la mayoría de costos de construcción. Unos pocos donaron trabajo, incluyendo a un carpintero y un electricista.
Ellos nunca terminaron la construcción. Aún no se habían enchapado las paredes externas, y sólo se habían pegado tablas a las paredes internas, con espacios de medio centímetro sin rellenar entre las tablas. Tampoco había sillas, ni atril ni muebles de ninguna clase.
Mientras estuve en Astoria en el negocio del periódico, en la última “desviación” del verdadero llamamiento de mi vida, el Sr. Taylor me había escrito que “nosotros hemos perdido el edificio de la iglesia”.
Él tuvo razón al decir que “nosotros” (los miembros de la iglesia), lo habíamos perdido. Pero ÉL no pues lo había negociado, junto con un pequeño terreno que tenía, con un tal Sr. Powell quien vivía en la casa vecina. Después, él había negociado esto por una pequeña isla en el Río Willamette al otro lado de Eugene.
Debido a la cantidad parcial de madera que el Sr. Taylor había “donado” para la iglesia, él insistió en que la escritura de la propiedad quedara a su nombre. Y aunque los hermanos de la iglesia habían contribuido mucho más que él, ellos permitieron que la escritura quedara a su nombre. Él “traicionó la confianza de ellos”, y terminó con una pequeña isla en el río para sí mismo.
Al final de mayo de 1935, el Sr. Powell estaba viviendo en la pequeña construcción sin terminar de la iglesia. El Sr. Elmer Fisher, el Sr. W.E. Conn y yo lo contactamos para comprar el lugar. Hicimos la compra por $500 dólares. El Sr. Fisher puso los primeros $100 para cerrar el negocio. Posteriormente, varios miembros de la iglesia pusieron otros $100 o un poco más, y la Sra. S.A. Croffoot puso la mayoría del saldo restante.
Entonces surgió la pregunta de quiénes iban a estar en las escrituras de la propiedad. La acción del Sr. Taylor les había dado motivo a los miembros de la iglesia para cuestionar la honestidad de un ministro a cuyo nombre estuviera la propiedad de la iglesia. Yo estaba determinado a que no hubiera fundamentos para que sospecharan eso de mí, así que insistí en que mi nombre no debía estar conectado de ninguna manera con la escritura de esta propiedad.
En este caso particular, como los eventos subsiguientes lo probaron, habría sido más seguro para la iglesia si el control de la propiedad hubiera estado en mis manos. Pero yo dije entonces que “si no podemos confiar en hombres tales como el Sr. Day, Elmer Fisher, y el Sr. Conn, entonces no se puede confiar en nadie”. Quizás yo no comprendía entonces tanto como ahora que Dios dice que no podemos confiar en ningún hombre.
Por recomendación mía, la escritura de la propiedad quedó a nombre de “J.M. Day, Elmer Fisher, y W.E. Conn, como depositarios para la Iglesia de Dios en Eugene, Oregón”. En realidad, según supe después por los abogados, esta fue una forma vaga e insegura de proteger la propiedad de la iglesia legalmente. De cualquier forma, se hizo la compra a finales de mayo de 1935, después de unos cuatro meses en que esas tres pequeñas iglesias operaran de manera complicada.
Terminando el edificio
Inmediatamente nos dispusimos a poner el edificio en forma para tener servicios. Les pedí a los miembros que contribuyeran con ofrendas especiales para comprar madera y pintura necesarias. Nosotros compramos la madera exterior, la cual fue puesta por servicio voluntario. Yo mismo llené los espacios de un cuarto de pulgada entre las láminas de yeso con la pasta de yeso adecuada, luego fueron pintadas las paredes interiores y también las exteriores.
Miré dentro de otros edificios religiosos por ideas acerca de los asientos. La forma más económica probada para construir nuestros asientos era en forma de bancas, con un corredor central y dos corredores laterales angostos al lado de las paredes. Diseñé el patrón después de observar varias bancas más costosas en edificios religiosos más grandes. Me senté en varias para determinar que diseño daría el mayor confort. Entonces, con la ayuda de los hombres de la Iglesia construimos los asientos. Estos eran cómodos con espaldar a lo largo de cada banca.
La Sra. Armstrong y Elmer Fisher pintaron los asientos de la Iglesia con un llamativo color café, mientras que yo trabajaba en otras cosas. En la nueva Iglesia de Alvadore, uno de los miembros era ebanista de profesión. Él construyó un pulpito y una baranda al frente del podio.
El primero de junio de 1935, La Iglesia de Dios en Eugene, Oregón, tuvo sus primeros servicios en el nuevo edificio, juntando los tres grupos en una iglesia.
Convenciendo a comunistas ateos
Poco después de ocupar el pequeño y nuevo edificio de la iglesia, comencé a tener servicios de evangelismo allí cada noche. Mimeografiamos volantes y los dejábamos deliberadamente al frente de los porches de todo el pueblo. Nosotros la llamábamos “La pequeña Iglesia al final de la octava avenida oeste”. Su localización, en ese entonces, estaba a media cuadra más allá de los límites de la ciudad.
Aunque esas reuniones no atrajeron a miles, la pequeña construcción religiosa estaba usualmente bastante llena. Una noche mi tema fue la profecía de Daniel 11, la profecía más larga de la Biblia. Esta comienza con los eventos del tiempo de Daniel, en el primer año del rey Darío. Esta predice el cambio producido por la conquista de Alejandro el grande, su repentina muerte y la división del imperio en cuatro partes. Luego la profecía habla acerca de los eventos del rey de Egipto y el rey de Siria o el selyúcida, como “el rey del sur” y “el rey del norte”.
Una historia antigua cubre los detalles de esos eventos y esos sucesos en esta larga profecía. Esa noche leí un versículo de la profecía, luego un parágrafo mostrando su cumplimento desde La Historia Antigua de Rawlinson, yendo directo a través del tiempo de Cristo, los primeros apóstoles, a nuestro presente y al inmediato futuro.
Al final de los servicios una muchacha joven que había venido por primera vez con dos compañeras, esperó para hablar con la Sra. Armstrong. Sus amigas salieron. Ella preguntó si podría tener una entrevista para hablar con la Sra. Armstrong y yo.
“Yo soy atea”, dijo ella. “O al menos eso pensé cuando venía para acá esta noche. Pero ahora me siento dudosa de mí misma. A decir verdad, las tres chicas pensamos que sería más divertido salir de aquí y reírnos de las ignorantes supersticiones religiosas medievales que esperábamos oír. Siempre he creído que la religión es una superstición tonta, el ‘opio del pueblo’. Pero esta noche no me pude reír. Nunca había oído algo como esto. Tengo que admitir que ningún escritor humano pudiera haber escrito esa larga profecía y haber hecho que sucediera, paso a paso por tantos años. Lo que escuché esta noche tiene sentido. No es como cualquier enseñanza religiosa que yo hubiera oído. Quiero hacerle algunas preguntas”.
La Sra. Armstrong arregló una conversación privada con ella para la tarde siguiente. Ella nos hizo preguntas muy inteligentes, pero todas estas fueron prontamente respondidas. Ella continuó asistiendo a las reuniones, y después de un par de semanas ella creyó, se arrepintió y fue bautizada. Nos enteramos que ella era la secretaria del partido comunista local. Ella renunció al partido comunista sin demora.
Por supuesto, esta joven dama fue rechazada y ridiculizada por aceptar esta “superstición medieval”.
Un día ella caminó hacia el pequeño cuarto frontal del antiguo templo masónico el cual yo estaba aún usando gratis como una oficina. Ella de hecho estaba llevando a un hombre medio renuente por el brazo.
“Sr. Armstrong,” dijo ella, “este hombre es un comunista, uno de mis más antiguos asociados en el partido. Él es ateo. Él dice que él sabe que no hay Dios. Nos encontramos de frente en la calle justo ahora. Él dijo que le gustaría conocer a ese idiota predicador de débil cerebro que me hipnotizó para creer tontas supersticiones. Él dijo que él probaría que la evolución es verdadera y que no hay ningún Dios, y hará que usted quede en ridículo. Así que yo agarré su brazo y dije: ‘acompáñeme a la oficina del Sr. Armstrong que está al cruzar la calle’. Yo lo hice marchar hasta aquí y lo acompañé para reírme del show, mientras él procede a hacerlo a usted quedar en ridículo”.
En ese momento tenía una Biblia en frente mío. La puse a un lado.
Este era un reto que inspiraba el pensamiento rápido. Yo hice una oración rápida y silenciosa por guía.
“¡Siéntese!” le dije al hombre con voz imperativa; y tomando inmediatamente la iniciativa antes que él tuviera la oportunidad de proferir una palabra. “Así que usted va a hacerme quedar en ridículo al probar que Dios no existe. Primero, apartaré esta Biblia de aquí porque de cualquier manera, usted no podría creer nada de lo que ésta dice. Ahora bien, usted debe ser un hombre altamente educado, con un intelecto brillante. Yo quiero saber qué tan brillante es usted realmente, y qué tanto usted sabe acerca de algunas leyes de la ciencia. ¿Sabe usted algo acerca de la radiactividad y los elementos radiactivos?”
“Bueno, sí”, él tartamudeó. Evidentemente mi ataque rápido e inteligente lo cogió por sorpresa y él estaba a la defensiva antes de que pudiera recobrarse.
Le pregunté que si estaba de acuerdo con ciertas leyes de la ciencia. Por su puesto él tuvo que responder que sí. Yo seguí el ataque, presionando con preguntas y forzándolo a responder y a comprometerse a sí mismo. Antes que él se diera cuenta de lo que estaba sucediendo él había admitido que la ciencia probaba que no había habido ningún pasado eterno de la materia; que hubo un tiempo cuando los elementos radiactivos no existieron; y luego un tiempo cuando ellos sí existieron. Él también había admitido que la vida podría venir solo de la vida y no de algo inanimado. Antes de que él se diera cuenta, ya había admitido que tiene que haber una primera causa, poseyendo la vida, capaz de impartir vida a todos los organismos vivientes.
“Ahora pues”, continué, “usted es un hombre realmente inteligente. ¡Estoy seguro que usted no negará eso! Usted tiene una mente con la que usted puede pensar, imaginar, razonar, planear; usted puede hacer cosas. Pero usted no puede hacer nada que sea superior a su mente. ¿Está de acuerdo con eso, o puede usted mostrarme que usted puede originar y producir algo superior a su mente?”
Él se ponía más confuso a cada minuto. Por su puesto, él no podía demostrar que él podía producir algo superior a su propia mente, así que él fue forzado a admitir.
“Entonces usted admite que cualquier cosa que fuere producida debe ser diseñada, planeada y producida por una inteligencia más grande y superior a lo que fuere producido. ¿Usted sabe de algo que sea más inteligente y superior que su propia mente?”
Yo sabía que su vanidad no podría nunca admitir algo superior a su mente.
“Supongo que no”, admitió débilmente.
“¿Y entonces reconoce usted que algo menos que su mente nunca podría haber producido su mente y que esta debe necesariamente haber sido diseñada y producida por una inteligencia más grande que su mente? Así pues, como lo ve, usted ya ha admitido una Causa Primaria que tiene vida, y una inteligencia superior a la cosa más inteligente que usted conozca, con el propósito de traerlo a usted y a su mente a la existencia. Mire todas las formas de vida en este planeta, la forma en que cada uno es construido, la forma en que cada uno funciona, la forma en que necesita ciertas cosas como agua, comida, luz solar y un cierto rango de temperatura para funcionar y existir. ¿Podría usted, sin un patrón a seguir, pensar, diseñar, producir, poner en movimiento e impartir una vida funcional a todas esas formas de vida de fauna y flora de la tierra? O piensa que se necesitó un poder más grande, una inteligencia superior, un Creador vivo, ¿para diseñar, planear, crear y sostener esta tierra y todo el vasto universo?”
Él no pudo aguantar más. “Bu... bu... bueno” él tartamudeó de forma lastimera, “¡Yo no adoraré a Dios inclusive si usted me hace admitir que él existe!” Este fue un último intento de desafío.
“Esa es una decisión que Dios requiere que usted haga”, yo respondí. “Él no la tomará por usted; Él le permitirá que usted se rebele y se rehúse a adorarlo. Pero Él estableció unas leyes en acción; ¡y lo que sea que usted siembre, eso segará!”
La joven dama no sonrió. ¡No era chistoso!
Unas pocas semanas después me encontré con este hombre en la esquina de la calle. Él hizo un último esfuerzo en una valiente retaliación para salvar su orgullo herido.
“Yo nunca doblaré mis rodillas a su Cristo”, dijo él.
“Oh, sí, ¡usted lo hará!” Repliqué firmemente. “Hay un día de juicio viniendo sobre usted y el Creador que permite que usted respire dice que toda rodilla se doblegará ante Cristo; ¡aunque Él tenga que quebrarle los huesos de sus piernas!”
Me encontré a este hombre muchas veces en la calle después de eso, pero él nunca discutió de nuevo acerca de religión; él siempre me trató con respeto.
Mi primera boda
Debo regresar un poco ahora para relatar un incidente que ocurrió en febrero o marzo de 1934. Fue poco antes de que mi esposa e hijos se hubieran mudado para Eugene desde Salem.
Se me pidió que oficiara mi primera ceremonia de matrimonio. Ernest McGill, uno de los 12 hijos del Sr. y la Sra. J.J. McGill, cuyos nombres han aparecido antes en esta autobiografía, me pidió que oficiara la ceremonia para él y Ora Lee Wilcox.
Eso me cogió por sorpresa. Era la primera vez desde mi ordenación que me habían solicitado semejante ceremonia, yo estaba totalmente desprevenido.
Mi primer pensamiento fue ir al pastor de alguna iglesia en Eugene y pedirle su forma de ceremonia de matrimonios. Pero enseguida de ese pensamiento relampagueó en el siguiente segundo el pensamiento de que yo había encontrado la Biblia completamente diferente a las creencias, formas y ceremonias religiosas de los días modernos. Me di cuenta que en vez de ir a hombres para aprender como oficiar una ceremonia matrimonial yo debía ir directamente a la Biblia, en vez de aprender de hombres, yo debía aprender de Dios.
Inmediatamente estudié todo lo que pude encontrar en la Biblia acerca del matrimonio. No encontré las palabras de una ceremonia escrita específicamente, pero encontré el propósito de Dios en el matrimonio, que Dios lo había instituido, junto con los requerimientos de Dios tanto para el esposo como para la esposa. La redacción de la ceremonia específica, en sí misma, vino naturalmente al poner juntas las escrituras esenciales concernientes al matrimonio.
Cuando llegó el día de la boda, la ceremonia fue simple, clara y sacada de las escrituras. Yo había visto que es Dios, y no el hombre, quien une al esposo y a la esposa como una carne. Así que, por lo tanto, ellos fueron casados, no por mí, sino por Dios durante una oración. Todos pensaron que fue la ceremonia de bodas más hermosa que ellos habían visto. ¡Los caminos de Dios son hermosos! Esa misma ceremonia, con algunas pocas alteraciones, aún está siendo usada hoy, en nuestros cientos de congregaciones alrededor del mundo.
Pero debo relatar aquí un incidente relacionado. Por supuesto, le había escrito a mi esposa que yo iba a casar a Ernest y Ora Lee. Poco después ella descubrió que “Dickie”, nuestro hijo mayor de 5 años, se había extraviado. Viendo que él no aparecía, ella se puso desesperada. Finalmente, ella lo encontró escondido bajo una cama, sollozando como si su corazoncito fuera a reventar.
“¿Por qué Dickie?”, ella clamó. “¿Qué te pasa?”
“No quiero que papi se case con Ora Lee”, sollozó él. “Él se casó contigo y él es mi papi, y está mal que él se case con otra mujer”.
Por supuesto, su madre le explicó todo. Tiempo después, él mismo ofició ceremonias matrimoniales, y yo le oficié la ceremonia de su boda.
Nuestra ‘nueva’ oficina
Después de las reuniones de evangelismo en el antiguo templo masónico en el centro de Eugene, entre abril y mayo de 1934, yo había seguido usando, por un tiempo, uno de los cuartos más pequeños como oficina, como fue mencionado arriba. No recuerdo exactamente cuándo después, probablemente a comienzos del otoño de 1935, el Sr. Frank Chambers, dueño del edificio (y por lo que se decía, también de casi la mitad del centro de Eugene), me dijo que tenía un arrendatario para todo el edificio y que yo tendría que mudarme. Hasta ese momento él no me había cobrado ninguna renta por este pequeño cuarto de oficina. Él dijo que tenía un cuarto vacante en el edificio Hampton, en frente de la oficina postal (una oficina postal nueva ha sido construida desde entonces) en la esquina suroeste de la sexta con Willamette. Sin embargo, él tendría que cobrarme 5 dólares al mes por la renta de la oficina.
Bueno, parecía que estábamos subiendo de categoría. De no tener ninguna oficina rentada, ¡a ahora pagar 5 dólares de renta al mes!
Sin embargo, este era un cuarto interior sin ventanas para la ventilación. Había una ventanilla sobre la puerta que conducía al pasillo. Había otra ventanilla sobre una puerta cerrada que conducía al salón contiguo del sindicato laboral. Pero en vez de aire fresco, el sucio humo del tabaco flotaba regularmente en las mañanas a través de esta ventanilla, después de la reunión del Sindicato. Había habido un tragaluz en el techo, pero estaba tan sucio que muy poca luz se filtraba.
Durante los años que ocupamos esta oficina podíamos trabajar solo dos horas máximo, luego abandonar la oficina por una hora o algo así, mientras el aire circulaba un poco. Después de unos meses pudimos comprar un pequeño ventilador eléctrico que mantenía el aire sucio circulando.
Había dos o tres mesas viejas en este salón. Sin tener con qué comprar un escritorio, éstas fueron usadas como escritorio de oficina, mesas para impresión, plegado y envío de correo de la pura verdad mimeografiada. También había un par de sillas viejas en el cuarto.
Para gabinetes archivadores en los cuales guardar carpetas de correspondencia y registros, fuimos a una tienda de abarrotes y les pedimos algunas cajas de cartón. Las que me dieron aparentemente habían contenido botellas de whiskey, porque tenían grandes etiquetas de whiskey impresas en los lados. Les pegué papel de envoltura alrededor de su exterior para ocultar esas etiquetas.
Nos trajimos a esta oficina el muy antiguo Neostyle de segunda mano (un antepasado del mimeógrafo), y nuestra vieja máquina de escribir de segunda mano que nos costó $10 dólares. Esto constituía nuestro equipo completo de imprenta, en el cual la revista Plain Truth (La pura verdad) fue impresa por los primeros años.
Yo escribía los artículos, luego cortaba los esténciles. El representante del mimeógrafo local me permitía visitar su oficina una vez al mes y cortar el encabezado en uno de sus “bastidores”. El trabajo de la Sra. Armstrong era procesar las hojas con el viejo Neostyle de manivela. Cada hoja tenía que ser alimentada a mano, y luego encuadernada a mano a medida que cada hoja se imprimía. Luego ella ensamblaba las páginas, las plegaba, y les escribía los domicilios a mano con pluma y tinta. Ella mantenía la lista de correo; toda, escrita a tinta sobre hojas de papel.
¡Ni se diga la comparación de cómo se imprime y se envía La pura verdad hoy! Pero en un aspecto, nosotros tuvimos una ventaja en esos días. La Sra. Armstrong y yo podíamos llevar todo el correo de Plain Truth mimeografiada en nuestros brazos, cruzando la calle a la oficina de correos; pero antes de hacerlo, siempre nos arrodillábamos y orábamos sobre éstas, poniendo nuestras manos sobre todas las copias pidiéndole a Dios que las bendijera junto con quienes las recibieran. ▪
Continuará...