La Trompeta
Autobiografía de Herbert W. Armstrong: Aprendiendo que si Dios responde las oraciones
Continuación de En una encrucijada; y una decisión vital
¿Dónde está hoy la única verdadera Iglesia? Esa era la pregunta que todavía perturbaba mi mente al final de la primavera y en el invierno de 1927.
Durante esa investigación intensa de seis meses, yo había recorrido todo el espectro de desilusión, duda, confusión, frustración, y finalmente, el conocimiento definitivo, había comprobado que Dios sí existe, y que la Santa Biblia es Su Palabra revelada.
Al final, tristemente desilusionado de haber creído que “todas estas iglesias no podían estar equivocadas”, comencé a preguntarme: “¿dónde está la única y verdadera Iglesia actualmente?” Leí en Mateo 16:18 donde Jesús dijo: “Edificaré mi Iglesia”.
Por tanto, yo sabía que Él la había construido. Él dijo que las puertas del hades no prevalecerían contra ella. Ésta todavía tenía que existir. ¿Pero dónde? ¿Cuál iglesia podría ser?
Había quedado sorprendido al comprender que la Biblia enseña verdades diametralmente opuestas a las enseñanzas de las iglesias y denominaciones grandes y populares actuales. Vi en la Biblia la misión real de la verdadera Iglesia de Dios. Pero esas iglesias actuales no estaban llevando a cabo la obra real y la misión de Cristo.
El origen de sus creencias y prácticas no era la Biblia, ¡sino el paganismo! No había comparación reconocible entre ellos y la verdadera Iglesia original que encontré descrita en Hechos y en otros libros del Nuevo Testamento. Sin embargo en algún lugar tenía que existir actualmente ese organismo espiritual en el cual Cristo realmente moraba; una iglesia facultada por Su Espíritu; actuando como Su instrumento, y llevando a cabo Su Comisión.
¿Pero dónde estaba?
Me tomaría algunos años encontrar la respuesta.
¡Yo todavía tendría que investigar la verdad real una doctrina a la vez! La Sra. Armstrong y yo comenzamos a asistir a muchas iglesias diferentes. Yo quería escudriñar cada una, y compararla con la Biblia. Continué mi estudio casi a diario en la Biblioteca Pública de Portland.
“Salvando” a parientes
Por lo que ha sido escrito sobre mi sometimiento a Dios y el cambio que vino con el Espíritu de Dios, uno no debe suponer que yo había alcanzado la madurez y perfección espiritual de un solo salto. Nadie lo hace. Un bebé humano debe gatear antes de aprender a caminar. Debe aprender a caminar antes de poder correr. Tropieza y se cae muchas veces. Pero no se desanima ni se da por vencido.
Los nuevos conversos son simples bebés en Cristo. Yo no había aprendido mucho todavía. La vanidad estaba lejos de ser erradicada.
Después de someterme para aceptar la verdad de Dios, hasta donde yo había llegado a verla, mi primer impulso fue compartirla con mi familia y parientes. Una vez que la hostilidad natural contra Dios y Su Ley había sido aplastada, la verdad de la Biblia parecía una luz gloriosa, la cosa más maravillosa que yo hubiese conocido alguna vez. Repentinamente me llené de fervor por darles este conocimiento precioso a todos lo que estuvieran cerca de mi esposa y de mí. Yo quería convertirlos.
Repentinamente comencé a sentirme tan generoso en esta nueva experiencia cristiana que sentía que mi propio destino final no era importante, si tan solo yo pudiese hacer que aquellos parientes por lazos sanguíneos o matrimoniales entraran al Reino de Dios.
Pero desilusión y tristeza siguió a cada propuesta. No tuve absolutamente ningún éxito al tratar de forzarlos a aceptar “mi religión”.
Enfrentando la cuestión del tabaco
Luego, inmediatamente después de ser bautizado, tenía que resolver el asunto del cigarrillo.
Por supuesto la iglesia cuáquera en la cual yo había crecido de niño, enseñaba que fumar era pecado. Pero me había desilusionado terriblemente al ver que en tantos puntos básicos la enseñanza de la Biblia era exactamente lo opuesto de lo que yo había absorbido en la escuela dominical.
“¡Tengo que ver la respuesta a la cuestión del tabaco en la Biblia!” me dije a mí mismo.
Hasta que encontrara la respuesta en la Biblia, decidí que continuaría como antes, fumando un poco.
Continúe fumando poco, en un promedio de tres o cuatro cigarrillos al día, o un cigarrillo al día. Nunca había sido un fumador empedernido.
Ahora tenía que enfrentar la pregunta: ¿Es pecado fumar?
Yo quería la respuesta de la Biblia, porque en este momento ya había aprendido que Cristo dijo que debemos vivir de toda palabra de Dios. La Biblia es nuestro Libro de Instrucción sobre cómo vivir correctamente. Debemos encontrar una razón Bíblica para todo lo que hacemos.
Por supuesto yo sabía que no hay un mandamiento específico que dijera “No fumarás”. Pero la ausencia de una prohibición detallada no significaba la aprobación de Dios.
Yo había aprendido que la ley de Dios es Su camino de vida. Es una filosofía básica de la vida. Toda la Ley se resume en la palabra amor. Yo sabía que el amor es lo opuesto de la lujuria. La lujuria es deseo propio; complacerse solo a sí mismo. El amor significa amar a otros. Su dirección no es hacia sí mismo solamente, sino que fluye hacia otros. Sabía que la Biblia enseña que la “lujuria de la carne” es el camino del pecado.
Así que comencé a aplicar el principio de la Ley de Dios.
Me pregunté: “¿Por qué fumo?” Para complacer a otros, para ayudarlos, para servir, cuidar o expresar amor hacia otros, ¿o solo para satisfacer y gratificar un deseo de la carne en mí mismo?
La respuesta fue instantáneamente obvia. Yo tenía que ser honesto. ¡La única razón por la que yo fumaba era lujuria de la carne, y la lujuria de la carne, según la Biblia, es pecado!
Dejé de fumar inmediatamente. Este inicio de superación no fue muy difícil, puesto que éste no había sido un “gran hábito” en mí. Una vez desarraigado, pude verlo tal como es: un hábito sucio y fastidioso. ¡Y ahora sabemos que es una causa seria y principal contribuyente del cáncer de pulmón!
Dios diseñó y creó el cuerpo humano. Él diseñó los pulmones para que tomen aire fresco, que pongan en marcha y oxiden la sangre, y al mismo tiempo filtren la sangre de impurezas y material de desecho que la sangre ha recogido a lo largo del cuerpo. El humo contaminado, que contiene venenos de la nicotina y el alquitrán, reduce la eficiencia de la operación de este órgano vital.
Dios dice que el cuerpo humano físico es el templo mismo de Su Espíritu Santo. Si nosotros contaminamos este templo, este cuerpo físico, ¡Dios dice que Él nos destruirá! Dios se propuso que tomemos de Su Espíritu para que seamos completos, vivamos vidas felices, saludables y abundantes, y para que obtengamos la vida eterna. No que introduzcamos en nuestro cuerpo sustancias extrañas venenosas como el tabaco.
La Sra. Armstrong se enfermó
Ahora yo estaba comenzando a crecer en el conocimiento de Cristo y en Su gracia. Su Espíritu Santo había renovado mi mente. Ahora podía entender la verdad de Dios a medida que estudiaba Su Palabra.
Había llegado a entender, de la manera difícil, la verdad acerca de la Ley y la Gracia. Había llegado a entender la enseñanza bíblica acerca del bautismo en agua. Había llegado a ver que yo no podría ayudar a otros a menos que yo mismo fuera obediente y practicara lo que predicaba. Había llegado a ver la verdad acerca del tabaco. Ahora Dios consideró apropiado enseñarnos a mi esposa y a mí otra verdad muy importante y útil. Él permitió que aprendiéramos a través de experiencias severas, acompañadas del estudio de la Biblia.
Hacia comienzos de agosto de 1927 una serie de enfermedades y lesiones físicas atacaron a la Sra. Armstrong.
Primero, un perro la mordió en el brazo izquierdo. Antes de que eso sanara, tuvo que guardar cama por amigdalitis. Ella se levantó de esto demasiado pronto, y luego fue violentamente azotada por una “recaída”. Pero mientras tanto, ella había contraído un envenenamiento de la sangre como resultado de que se pinchó con una espina de rosa, en el dedo índice de su mano derecha.
Por dos o tres días su hermana y yo estuvimos haciendo turnos, día y noche, empapando su mano derecha en agua casi hirviendo con sales de Epsom, y cubriendo su muñeca y antebrazo con toallas calientes, sosteniendo siempre su brazo derecho en alto.
La recaída de la amigdalitis se convirtió en angina. Su garganta se hinchó hasta cerrarse. Se le trabó la quijada. Por tres días y tres noches ella fue incapaz de pasar ni una gota de agua, ni un pedacito de comida. Y aún más serio, por tres días y tres noches no pudo dormir ni un pestañeo. Estaba acercándose al agotamiento. A pesar de nuestros constantes esfuerzos con sales de Epsom calientes, la línea roja del envenenamiento de la sangre estaba filtrándose hacia arriba por su brazo derecho, y le había alcanzado el hombro dirigiéndose hacia el corazón.
El doctor me había dicho en privado que ella no podría durar así otras veinticuatro horas. Ese tercer día sin dormir, sin comer y sin agua fue un día de un calor abrazador en el verano a comienzos de agosto.
¿Sana Dios actualmente?
Algo antes del mediodía, una vecina vino a ver a mi esposa.
“Sr. Armstrong”, preguntó ella donde mi esposa no pudiera escuchar, “¿se opondría usted si yo le pidiera a un hombre y a su esposa que vengan para ungir y orar por la sanidad de su esposa?”
Eso sonaba un poco fanático para mí. Sin embargo, de alguna forma, me sentí muy avergonzado como para oponerme.
“Pues no, supongo que no”, respondí dudoso.
Unas dos horas más tarde ella regresó, y dijo que ellos vendrían alrededor de las siete de la noche.
Yo comencé a tener ansiedad, y comencé a lamentar haber dado mi consentimiento.
“Qué si estas personas eran unos escandalosos desenfrenados”, pensé para mí mismo. “Suponga que ellos comienzan a gritar, a vociferar y a exclamar como lo hacen los fanáticos ‘desenfrenados’ o ‘pentecostales’ ¡Oh no! ¿Qué pensarían nuestros vecinos?”
Rápidamente saqué valentía para ir hasta nuestra vecina quien les había pedido a ellos que vinieran. Le dije que lo había estado pensando bien, y que sentía que era mejor que estas personas no vinieran. Ella fue muy amable al respecto. Dijo que iría inmediatamente a avisarles que no vinieran. Luego supe que la señora iba tener que caminar casi dos kilómetros para avisarles. Ellos vivían en unas habitaciones en el antiguo tabernáculo de Billy Sunday que años atrás había sido construido para la campaña de Billy Sunday en Portland. Ese tabernáculo quedaba más allá de la calle 82, cerca de Sandy Boulevard.
Estábamos en el pleno calor del día; el día más caliente del año. Comencé a sentirme bastante avergonzado de molestar a esta mujer, pidiéndole que hiciera una larga caminata por segunda vez en esa tarde sofocante.
“Detesto pedirle que haga un segundo viaje hasta allá”, dije disculpándome. “No estaba consciente de cuán lejos está. Pero estaba temeroso de que estas personas pudieran vociferar y gritar, y crear molestia en el vecindario”.
“Oh, son gente muy silenciosa”, se apresuró ella a asegurarme. “Ellos no gritarán”.
Después de eso decidí no molestar a esta vecina quien solo estaba tratando de ayudarnos.
“Dejemos que vengan entonces”, concluí.
El significado de la FE
Esa noche este hombre y su esposa vinieron, alrededor de las siete. Él era bastante alto. Ellos eran gente sencilla, obviamente no de alta educación, sin embargo, de apariencia inteligente.
“Todo esto es bastante nuevo para mí”, comencé, cuando ellos se sentaron junto a la cama de mi esposa. “¿Les molestaría si les hiciera unas pocas preguntas, antes de que oren por mi esposa?”
Él accedió a las preguntas. Tenía una Biblia en sus manos, y una por una me respondió cada pregunta y duda, yendo a un pasaje en la Biblia y dándome la respuesta de la Biblia.
Hacia este tiempo yo me había familiarizado lo suficiente con la Biblia como para reconocer cada pasaje que él leyó; sólo que nunca antes había pensado en estas declaraciones, promesas y amonestaciones bíblicas bajo esta luz en particular.
A medida que estas respuestas continuaban viniendo de la Biblia, comencé a entender y a creer; y sabía que la misma seguridad se estaba formando en la mente de la Sra. Armstrong.
Finalmente estuve satisfecho. Tenía la respuesta de la Biblia y creía. Mi esposa creía. Nos arrodillamos en oración al lado de su cama. Mientras él ungía a mi esposa con aceite de un frasco que cargaba, dijo una oración tranquila, positiva, muy profunda y confiada que fue totalmente diferente de cualquier oración que yo alguna vez hubiese escuchado.
¡Este hombre en realidad se atrevía a hablarle directamente a Dios, y decirle a Dios lo que Él había prometido hacer! Él citó las promesas de Dios de sanar y las aplicó a mi esposa. ¡Literalmente le pidió a Dios lo que Él había prometido! No debido a que nosotros, como humanos mortales, mereciéramos lo que él pedía, sino a través de los méritos de Jesucristo, y según la gran misericordia de Dios.
Simplemente reclamó la promesa de Dios de sanar. Le pidió a Dios que la sanara completamente a ella, desde la punta de la cabeza hasta la planta de sus pies.
“Tú has prometido”, le dijo él a Dios, “y tú nos has dado el derecho de aferrarnos a tu promesa de sanar por el poder de tu poderoso Espíritu Santo. ¡Yo me aferro a esa promesa! ¡Esperamos recibir la respuesta!”
¡Yo nunca había escuchado a nadie hablarle así a Dios!
Esta no fue una oración extensa; quizás de uno o dos minutos. ¡Pero mientras él hablaba yo sabía que tan seguro como que hay un Dios en los cielos, mi esposa tendría que ser sanada! Cualquier otro resultado haría de Dios un mentiroso. Cualquier otro resultado habría anulado la autoridad de las Escrituras. La seguridad total se apoderó de mí, y también de mi esposa. Nosotros simplemente sabíamos que ella estaba libre de todo lo que la había cautivado; estaba libre de la enfermedad, ¡había sido sanada! Haber dudado habría sido dudar de Dios, y dudar de la Biblia. A nosotros simplemente nunca se nos ocurrió dudar. ¡Creíamos! ¡Sabíamos!
Mientras nos levantamos, la esposa del hombre puso una mano sobre el hombro de la Sra. Armstrong. “Vas a dormir profundamente esta noche”, le dijo suavemente con una sonrisa.
Les agradecí profundamente. Tan pronto ellos se fueron, la Sra. Armstrong me pidió que le trajera una bata. Se levantó, se la puso, y caminamos lentamente con ella hasta el andén de la calle y regresamos, con mi brazo alrededor de ella. Ninguno de nosotros habló ni una palabra. No había necesidad. Ambos lo entendíamos. Era un momento demasiado solemne para hablar. Estábamos inmensamente rebosantes de gratitud.
Ella durmió profundamente hasta las 11:00 de la mañana del día siguiente. Entonces se levantó y se vistió como si nunca hubiese estado enferma. Había sido sanada de todo, incluyendo algunas molestias internas antiguas.
Habíamos aprendido una nueva lección sobre el significado de la fe. Fe no solo es la evidencia de lo que no vemos o sentimos; no solo es la seguridad de aquello en que esperamos; es saber definitivamente que Dios hará lo que Él ha prometido. La fe se basa en las promesas escritas de Dios. La Biblia está llena de miles de promesas de Dios. Éstas están allí para que las reclamemos. Son seguras. Dios no puede mentir.
Si hay algún atributo del carácter de Dios que sobresalga más que cualquier otro, es Su fidelidad; ¡el hecho de que Su palabra es válida! ¡Piense cuán desesperanzados estaríamos si la palabra de Dios no fuera válida! Y si no se pudiera confiar en la palabra de un hombre, todos sus otros puntos buenos no valdrían nada; a él le faltaría totalmente el carácter justo.
Un doctor pasmado
Poco antes de ser confinada a la cama por esta enfermedad, la Sra. Armstrong había llevado a Beverly (nuestra hija mayor) al médico con un uñero en su dedo de la mano. Ésta no había sido vendada por algunos días.
La mañana después de su sanidad milagrosa, mi esposa se levantó alrededor de las once, se desayunó, y luego llevó a Beverly al médico para que le removieran la venda. A propósito, esta fue la última vez que llamamos a un médico por alguna enfermedad en nuestra familia.
“¡Qué está usted haciendo aquí!” exclamó el doctor, mirándola como si hubiese visto un fantasma.
“Bueno”, respondió mi esposa”, ¿cree usted en la sanidad divina?”
“¡Yo no creo que Mary Baker Eddy tiene más ‘palanca’ con el Todopoderoso Dios de la que tengo yo!” afirmó el médico.
“Pero eso no es lo que yo quiero decir”, explicó la Sra. Armstrong, “me refiero a sanidad milagrosa directa de Dios como resultado de la oración”.
“¡Bueno, sí creo!” respondió el sorprendido doctor, lenta e incrédulamente. “Pero nunca antes lo creí”.
Estudiando un nuevo tema
Esta experiencia increíblemente inspiradora trajo a mí un tema de estudio totalmente nuevo. Y recuerden, yo tenía bastante tiempo en mis manos para el estudio de la Biblia. Sólo me quedaba un cliente de lavandería. Ahora estábamos reducidos a la verdadera pobreza. Aunque yo había sido derribado y me había rendido totalmente a Dios, entregándome a Él, todavía mucho orgullo y vanidad seguían allí, sin que yo me percatara. Por supuesto Dios lo sabía. Él todavía tendría que llevarme mucho más abajo. Todavía debía ser humillado repetidamente y corregido minuciosamente antes de que Dios pudiera usarme.
En ese tiempo constantemente estábamos retrasados con la renta de nuestra casa. Cuando teníamos un poco de dinero para comida comprábamos fríjoles y comida que pudiese proveer el máximo de nutrientes por la menor cantidad de dinero. Frecuentemente pasábamos hambre. Aun así, mirando en retrospectiva a esos días, la Sra. Armstrong comentó justo el día anterior a que esto fuera escrito que estábamos encontrando felicidad a pesar de la difícil situación económica; y nosotros no nos quejábamos ni murmurábamos. Pero sí sufríamos.
Desde el momento de mi conversión, la Sra. Armstrong siempre ha estudiado conmigo. No lo comprendíamos entonces, pero Dios estaba llamándonos juntos. Siempre fuimos un equipo, trabajando juntos en unidad.
Y entonces surgió un nuevo tema de estudio, y nuevo conocimiento. Nos introdujimos en éste con vigor y gozo. Buscamos todo lo que pudiéramos encontrar en la Biblia sobre el tema de la sanidad física. Descubrimos que Dios se reveló a Sí mismo a Israel antigua, aún antes de que ellos llegaran al Monte Sinaí, bajo Su nombre “Yahweh-Rapha” que significa “El Eterno nuestro Sanador”, o “Nuestro Dios sanador”, o como se traduce en la Versión Autorizada: “El Eterno que te sana”.
Él se reveló a Sí mismo como Sanador a través de David: “Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias” (Salmo 103:3). Y de nuevo: “Fueron afligidos los insensatos, a causa del camino de su rebelión y a causa de sus maldades; su alma abominó todo alimento, y llegaron hasta las puertas de la muerte. Pero clamaron al Eterno en su angustia, y… envió su palabra, y los sanó” (Salmo 107:17-20).
Luego descubrí algo que no había leído en ninguno de los folletos y literatura que habíamos estado solicitando y reuniendo sobre este tema. La sanidad es realmente el perdón de leyes físicas transgredidas, así como la salvación viene a través de perdón de ley espiritual transgredida. La sanidad es el perdón del pecado físico. Dios perdona el pecado físico debido a que Jesús pagó por nosotros, la pena que estamos sufriendo. Él fue azotado antes de ser clavado en la cruz.
La experiencia de la columna torcida
Después de que habíamos hecho algún pequeño progreso en el entendimiento bíblico del tema de la sanidad, Aimee Semple McPherson vino a Portland.
Ella llevó a cabo una campaña evangelizadora en el Auditorio de Portland. Mi esposa y yo asistimos una vez, y luego yo fui solo otra vez. Estábamos “inspeccionando” muchos grupos y enseñanzas religiosas. Incapaz de lograr entrar, debido a una concurrencia total, un acomodador me dijo que podría meterme por la puerta trasera del escenario si daba la vuelta apresuradamente. Caminando, o corriendo, alrededor de la cuadra hasta la parte trasera, me encontré con un espectáculo lamentable.
Una mujer y su hijo estaban tratando de bajar de un carro a un hombre anciano terriblemente lisiado cerca de la entrada del escenario. Yo fui para ayudarles. El hombre tenía la columna vertebral seriamente torcida; ya fuera por artritis, o deformidad de nacimiento, u otra enfermedad que ahora no recuerdo. Él estaba totalmente impotente y era lamentable verlo.
Logramos llevarlo hasta la puerta del escenario. En realidad, yo nunca habría sido admitido si no hubiese estado ayudando a entrar a este inválido. Él había venido para ser sanado por la famosa dama evangelista.
No logramos tener contacto con la Sra. McPherson antes del servicio. E igualmente nos fue imposible después del servicio. Entonces ayudé a meter nuevamente a su carro al decepcionado lisiado.
“Si usted realmente quiere ser sanado”, le dije antes de que arrancaran, “yo estaría complacido de ir a su casa y orar por usted. La Sra. McPherson no tiene poder en sí misma para sanar a nadie. Yo tampoco tengo. Solo Dios puede sanar. Pero yo sé que Él ha prometido hacerlo, y creo que Dios me escuchará tan gustosamente como escucharía a la Sra. McPherson; si usted solo cree en lo que Dios ha prometido, y pone su fe en Él y no en la persona que ore por usted”.
Ellos me dieron su dirección, al sur de la carretera Foster. Al día siguiente pedí prestado el carro de mi hermano Russell y conduje hasta allí.
En el estudio de la Biblia, yo había aprendido que hay dos condiciones que Dios impone: #1) Debemos guardar Sus mandamientos, y hacer las cosas que son agradables delante de Él (1 Juan 3:22); y #2) debemos creer realmente (Mateo 9:29).
Por supuesto comprendí que muchas personas pueden no haber adquirido el entendimiento sobre cómo guardar todos los Mandamientos de Dios; Él mira el corazón. Se trata del espíritu y la voluntad de obedecer. Y por tanto algunos que realmente creen son sanados, aunque no “guarden estrictamente los mandamientos”. Pero una vez que obtienen el conocimiento de la verdad, ellos deben obedecer. En este caso me sentí seguro de que Dios quería que yo abriera las mentes de estas personas acerca de Sus Mandamientos, y de que el pecado es la transgresión de la ley de Dios.
Consecuentemente, primero leí las dos escrituras citadas arriba, y luego expliqué que yo había estado aprendiendo por seis meses acerca de la Ley de Dios, y particularmente acerca del Sábado de Dios. Yo quería saber si este inválido y su esposa tenían un espíritu de voluntad para obedecer a Dios.
No fue así.
Supe que ellos eran “Pentecostales”. Asistían a la iglesia por el “buen rato” que pasaban allí. Hablaban bastante acerca de los “buenos ratos” que disfrutaban en la iglesia. Se burlaban y hablaban con desdeño acerca de tener que obedecer a Dios. Les dije que, puesto que no estaban dispuestos a obedecer a Dios y cumplir con las condiciones escritas por Dios para la sanidad, yo no podría orar por él.
¿Fue eso un ángel?
Este caso había pesado mucho en mi mente. Yo había sido conmovido con compasión profunda por este pobre hombre. Sin embargo, su mente no estaba impedida, y yo sabía que Dios no transige con el pecado.
Unas semanas después pedí prestado el carro de mi hermano nuevamente, y casualmente iba conduciendo por la calle Foster. En realidad, en ese momento mi mente estaba enfocada en otra misión, y este lisiado deforme no estaba en mi mente en lo absoluto. Yo iba pensando profundamente sobre otro asunto.
Sin embargo, al llegar a la intersección de la calle en la cual vivía el lisiado, me acordé de él. Instantáneamente me vino el pensamiento de si debía hacerles a ellos una llamada más, pero en el mismo instante la razón lo descartó. Ellos habían ignorado, y realmente ridiculizado la idea de someterse a obedecer a Dios. Inmediatamente los saqué de mi mente, y de nuevo me concentré en la misión actual a la que me dirigía.
Luego algo extraño sucedió.
En la siguiente intersección, el timón del carro automáticamente giró hacia la derecha. Yo sentí el timón girando y lo resistí. Este se mantuvo girando a la derecha. Instantáneamente apliqué toda mi fuerza para contrarrestarlo, y continuar conduciendo en línea recta hacia adelante. Mi fuerza fue en vano. Alguna fuerza invisible estaba girando el timón oponiéndose a toda mi fuerza. El carro había girado a la derecha por la calle que estaba una cuadra al oriente del hogar del lisiado.
Yo estaba asustado. Nunca antes había experimentado algo como esto. Detuve el carro en la curva. No sabía qué hacer entonces.
Era demasiado tarde para regresar al tráfico pesado de la calle Foster.
“Bueno”, pensé, “voy a conducir hasta el final de esta cuadra y girar a la izquierda, y luego regresar a la calle Foster”.
Pero, en la larga cuadra al sur de esta calle solo se podía dar vuelta a la derecha. No había calle que girara al oriente. Para regresar a la calle Foster, me vi obligado a conducir pasando frente a la casa del lisiado.
“¿Será posible que un ángel hubiese forzado el timón para traerme aquí?” Me pregunté un poco conmocionado por la experiencia. Decidí que sería mejor detenerme en la casa del lisiado un momento, para estar seguro.
Lo encontré sufriendo por un envenenamiento en la sangre. La línea roja estaba cerca de su corazón.
Les dije lo que había sucedido.
“Ahora sé”, dije, “que Dios envió un ángel para traerme aquí. Creo que Dios quiere que yo ore por usted; que Él lo sanará de este envenenamiento en la sangre para mostrarle Su poder, y entonces darle una oportunidad más de arrepentirse y estar dispuesto a obedecerlo. Y si usted hace eso, entonces Él enderezará su columna torcida y lo sanará completamente.
“Así que ahora, si usted quiere que lo haga, oraré por usted y le pediré a Dios que lo sane de este envenenamiento en la sangre. Pero no le pediré a Dios que sane su columna a menos y hasta que usted se arrepienta y muestre disposición de obedecer cualquier cosa que usted vea que Dios ordena”.
Ahora ellos estaban desesperados. Él probablemente tenía unas doce horas de vida. Ya no estaban bromeando ni burlándose descuidadamente acerca de los “buenos ratos” en “la reunión pentecostal”. Ellos querían que yo orara.
Yo no era un ministro ordenado, así que no ungí con aceite. Nunca en mi vida había orado en voz alta ante otros. Les expliqué esto, y dije que simplemente pondría mis manos sobre el hombre y oraría en silencio, puesto que no quería que ninguna auto-conciencia de orar en voz alta por primera vez interfiriera con la verdadera formalidad y fe. Yo tenía fe absoluta que él sería sanado del envenenamiento en la sangre.
Y lo fue. Regresé al día siguiente. El envenenamiento en la sangre le pasó inmediatamente cuando oré. Pero, para mi gran dolor y decepción, ellos estaban nuevamente llenos de frivolidad y sarcasmo acerca de la Ley de Dios. Nuevamente estaban hablando en forma burlona acerca de pasar “buenos ratos” en su iglesia.
No había nada más que yo pudiera hacer. Esta fue una de las grandes desilusiones de mi vida. Nunca volví a ver ni a escuchar de ninguno de ellos nuevamente. ▪
Capítulo 19 Tratando de convertir a familiares
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